domingo, 24 de noviembre de 2013

Ladislao José Biro... De Alguna Manera...

Ladislao José Biro...


El 24 de noviembre de 1985 fallecía László József Bíró, conocido en la Argentina como Ladislao José Biro, fue un inventor y periodista que realizó un total de 32 inventos, entre ellos el bolígrafo, que le dio fama internacional.

Nacido en Budapest el 29 de septiembre de 1899, Ladislao tuvo la idea del invento que lo haría famoso, el bolígrafo, ya había inventado una lapicera fuente, una máquina para lavar ropa, un sistema de cambios automático en los autos y un vehículo electromagnético.

Biro llegó a nuestro país en mayo de 1940, al comenzar la Segunda Guerra Mundial, él y su hermano emigraron junto con Juan Jorge Meyne, su socio y amigo que lo ayudó a escapar de la persecución nazi por su origen judío.

En ese mismo año formaron la compañía Biro Meyne Biro y en un garaje con 40 operarios y un bajo presupuesto perfeccionó su invento, realizando el 10 de junio de 1943 una nueva patente en Buenos Aires.

Lanzaron el nuevo producto al mercado bajo el nombre comercial de Birome (Acrónimo formado por las sílabas iniciales de Biro y Meyne). Su venta al público fue de entre 80 y 100 dólares, un costo excesivo para ésa época.

Cuando comenzaron a promoverse se les llamaba esferográfica y se hacía hincapié en que siempre estaba cargada, secaba en el acto, permitía hacer copias con papel carbónico, era única para la aviación y su tinta era indeleble.
 
© Publicado el domingo 24/11/2013 por Argentina.ar 

Las fotos


 


 




La "Opo"... Expectativas y dudas... De Alguna Manera...

 Expectativas y dudas...


Los cambios en el gobierno nacional y “los gestos” del flamante jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, quien propuso entablar una relación más fluida con el Congreso, despertaron “expectativas” entre los dirigentes del arco parlamentario opositor, aunque todos prefieren esperar a ver cómo se plasman “las intenciones” en los hechos. De todas maneras, la figura del ministro coordinador desató elogios variados entre los opositores consultados por Página/12.

“Es una figura de peso y una expresión de los gobernadores del PJ alrededor de la Presidenta”, lo definió el diputado radical Mario Negri. “Tiene un gran conocimiento de cómo funciona la economía acá y en el planeta”, afirmó el diputado macrista Federico Pinedo. “Lo conozco mucho y es un hombre de diálogo”, agregó el electo diputado socialista Hermes Binner. “Es muy bueno. Capitanich fue gobernador, no sé muy bien la gestión, pero en ese sentido puede ayudar mucho”, opinó Sergio Massa desde España en su gira internacional como presidenciable. Tampoco faltaron los reclamos. “Que el Ejecutivo devuelva al Congreso las facultades delegadas”, proclamó Negri. “Que el Gobierno reciba al gobernador Antonio Bonfatti”, pidió Binner. “Queremos políticas de Estado contra la inflación y el narcotráfico”, sostuvo Pinedo.

Capitanich retomó la iniciativa oficial en varios frentes, entre ellos el parlamentario. El miércoles se reunirá en el Senado con los jefes de todos los bloques políticos de la Cámara alta. Un encuentro que se encargó de armar el jefe del bloque kirchnerista, Miguel Angel Pichetto, donde los senadores del oficialismo le cederán protagonismo al flamante ministro coordinador. El jefe de Gabinete expondrá sus propuestas para una relación y un trabajo más fluido con el Congreso.

“Las expectativas siempre son positivas. Pero por ahora lo que vemos son sólo señales y cambios estéticos y en los modos. Lo importante es que esto se traslade a lo político, si no sería una defraudación”, marcó el radical Negri. El diputado cordobés no dudó en señalar a Capitanich como “una figura de peso en la Jefatura de Gabinete y una expresión de los gobernadores del PJ alrededor de la Presidenta”. “Aunque no lo digan creo que es una consecuencia lógica sobre el resultado electoral. Pero lo importante y lo central son los cambios reales”, advirtió Negri y señaló que una expresión del reencausamiento de la relación del jefe de Gabinete con el Parlamento “debe ser la devolución al Congreso de las facultades delegadas al Poder Ejecutivo”.

Para Negri, la otra prioridad es “la lucha contra la inflación, a la que primero hay que reconocer y eso todavía no ha ocurrido”. “Hay que saber cuáles son las metas, las definiciones sobre política cambiaria y lo que han definido como ‘atracción de inversiones’, para lo que se necesita un marco de confianza que no es la herencia que deja (Guillermo) Moreno con la destrucción del Indec”, remarcó Negri a Página/12 antes de soltar su duda: “Espero que esto que dicen iniciar no sea sólo gestual”, señaló.

“Tiene una gran experiencia en la administración y un gran conocimiento de cómo funciona la economía. Lo que marca una gran diferencia con sus antecesores. La primera señal es de racionalidad y de equilibrio en lo macroeconómico”, dijo Pinedo sobre Capitanich. “Que el jefe de Gabinete diga que va a cumplir con la Constitución ya es una noticia que hay que celebrar. Marca un cambio de época, veremos qué hace”, completó.

En cuanto a la relación con el Congreso, Pinedo consideró “razonable que empecemos a establecer políticas de Estado con temas inminentes como el narcotráfico y la inflación. Espero que se pueda avanzar y sacar estos temas de la pelea partidaria y que se haga de buena fe”. Sobre el ministro de Economía, Axel Kicillof, consideró que “se conoce mucho con Capitanich, más allá de sus diferentes formaciones, y que va a actuar en la misma línea. Creo que va a haber una política y no dos”.

Desde España, Massa fue más escueto y calificó la designación de Capitanich como “muy buena” y dijo que su experiencia como gobernador “puede ayudar mucho”. En cambio, como parte de su primera gira internacional como candidato presidencial, le apuntó a Moreno –el saliente secretario de Comercio– y atribuyó su renuncia al “triunfo” de la gente que aportó con su voto a la derrota oficialista en las legislativas de octubre. El empresario y diputado electo por el Frente Renovador José Ignacio de Mendiguren valoró “la capacidad de trabajo” de Capitanich –con quien compartió el gabinete durante el interinato de Eduardo Duhalde– y consideró que Juan Carlos Fábrega, el presidente del Banco Central, “conoce muy bien los instrumentos del sistema financiero”.

“Es tiempo de renovación para atender una realidad que nos permita transitar los próximos dos años más tranquilos. Y si hay diálogo es muy importante. Es positivo en lo que resta para la finalización del mandato de la Presidenta, dos años que van a ser mucho o poco tiempo de acuerdo a cómo se los aborde”, expresó Binner, quien reclamó “resolver” temas como “la inflación, la caída de las reservas y el déficit fiscal para que funcione el Mercosur y fijar un rumbo común con el resto de la región”.

“A Capitanich lo conozco mucho de nuestra relación como gobernadores, es un hombre de diálogo con el que hemos conversado problemas comunes entre el Chaco y Santa Fe como los temas algodonero, azucarero y de los bajos meridionales”, dijo Binner sobre el jefe de Gabinete antes de hacer su propio reclamo: “Habrá que ver qué políticas lleva adelante, pero sería muy importante para el diálogo que, por ejemplo, reciba al gobernador Bonfatti, que hace dos años que reclama una entrevista y no lo consigue”. “Estaríamos en el buen camino”, sostuvo Binner sobre el diálogo que Capitanich propondrá al Congreso. “Hay que armar una mesa de negociación para acordar temas y abordar ideas y propuestas que todos los sectores aporten, de acuerdo con su saber y entender. Y que luego esto se trate y dirima con el voto del cuerpo legislativo”, propuso el líder del PS.

© Escrito por Miguel Jorquera el domingo 24/11/2013 por le Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Soviético... De Alguna Manera...

Soviético...


Cabría preguntarse por qué lo llaman “soviético”. Lo de “ruso” es previsible, es un apodo que suele darse en la Argentina a los judíos askenazis. En el caso de Axel Kicillof, a quien Cristina Kirchner insiste en italianizar llamándolo Kichiloff (sic), además de “ruso” le han colgado lo de “soviético”, una sugestiva pirueta más o menos macartista que juega con el combo ruso judío, ruso de Rusia y, además, ruso soviético.


La nación soviética se extinguió en 1991, aun cuando el Partido Comunista originariamente fundado por Lenin, suprimido por la restauración capitalista en 1991 y refundado en 1993, retiene hoy 92 de las 450 bancas de la Duma y 460 de los 3.787 legisladores de los parlamentos regionales, tras el 23,19% de los votos obtenidos en las elecciones parlamentarias de 2011. En las presidenciales de 2012, el candidato del PC ruso, Guennadi Ziuganov, logró sólo el 17,2%, mientras que Vladimir Putin se alzó con el 63,6%.

¿Responde acaso Kicillof a lo que significaba ese PC de la URSS que monopolizó el poder entre 1917 y 1991? Con lo de “soviético” se pretende formatear la imagen del economista argentino en clave de radicalidad ideológica; ¿sería un “comunista”? Claro que no lo es, aunque no parece tener inquietudes religiosas, puesto que el miércoles juró por la Patria, sin mencionar a dios alguno. A los 42 años, este egresado del Colegio Nacional de Buenos Aires se reconoce en una corriente que anima los medios universitarios de Estados Unidos y Europa bajo el temiblemente reduccionista apodo de “neokeynesianos”. Dicho sin vueltas, Kicillof expresa la resurrección de la vieja creencia en un Estado que asigna más y mejor los recursos que el hoy denostado mercado. En las universidades occidentales hay académicos convencidos de la superioridad del socialismo, al que se arribaría previo paso por una fornida experiencia de intervención estatal.

Ya desde fines de los años 70 del siglo anterior, revistas marxistas europeas y norteamericanas aludían al “estatalismo”, una versión si se quiere más densa y exigente que el mero y superficial estatismo. Se trata de una compacta convicción en dicha superioridad del Estado para fijar e implementar políticas, haciendo caso omiso a las presiones y/o necesidades de los actores privados. Un caso verdaderamente aleccionador de esta deriva es la hoy indescriptible Venezuela, con un Estado grueso, fofo y, además, intimidatorio. ¿Es Kicillof, entonces, un chavista argentino? Error. Son situaciones y paradigmas diferentes. El chavismo rojo-rojito, además de fenomenalmente incompetente en la gestión cotidiana del Estado, es mucho más castrista que peronista. El peronismo tiene una larga tradición de acomodamientos y zigzagueos respecto de los paradigmas marxistas. Ferozmente anticomunista desde 1945 y hasta por lo menos 1960, practicó a partir de aquel año diversas y ambiguas danzas nupciales con el Partido Comunista y otras fuerzas de izquierda.

Kicillof, que nada tuvo que ver jamás con la vieja izquierda, no debería alarmar ni irritar a quienes pretenden seguir adhiriendo a una mirada convencional del peronismo como fuerza alejada, a la vez, del socialismo marxista y del capitalismo liberal. Lo que tienen en común hoy estas variopintas formas de cuestionamiento del mercado y de la iniciativa privada es, precisamente, su pesada e irredenta fe en el Estado, no la opción por un socialismo que en ninguna parte del mundo se ha demostrado sustentable. Estudiosos como Kicillof no podrían ignorar que los modelos dictatoriales aún sobrevivientes (China, Vietnam, Cuba, Corea del Norte) son irremediablemente extravagantes y obsoletos para la Argentina.

Sin embargo, esos socialismos de mano dura se asumen con naturalidad como todopoderosos capitalismos de Estado. Son regímenes estatalistas puros y duros en los que el mercado es manejado desde grupos gobernantes excluyentes y muy concentrados. La centenaria idea soviética, de cariz colectivista y ambiciones de minucioso igualitarismo social, discurrió como economía de guerra en la Rusia atrasada de 1917, pero dos décadas más tarde lo soviético se transformó en feroz dictadura concentracionaria. Tal vez nada habría sido diferente si Lenin, en lugar de morir en 1924 a los 54 años, hubiese vivido dos o tres décadas más. Stalin fue la versión gruesa y feroz de un modelo de pensamiento esencialmente enamorado de la verdad poseída por minorías iluminadas, las vanguardias esclarecidas del proletariado.

De soviético, nada, pues. Kicillof es un lector de Marx convencido de que la deriva al liberalismo tras el derrumbe mundial del cínicamente llamado “socialismo realmente existente” a fines de los años 80 fue un hiriente traspié ocasional, que ya se ha superado. Ese es el problema cardinal: más y no mejor Estado; mercados, sí, pero relativamente, bajo condición de que admitan una musculosa conducción estatal con su secuela interminable de permisos, autorizaciones, normas a ser dadas desde un gobierno enorme y muy inmiscuido en la cotidianidad. Lo soviético hoy no existe, si es que alguna vez tuvo vida.

El mito y el horizonte imaginario es el Estado, poderoso, enorme, generoso, dispendioso, magnánimo y con recursos inagotables. Esta es la clave; no hay a la vista utopías míticas convincentes, sino un retorno indulgente al viejo útero colectivo nacional, rincón proveedor de esperanzas siempre renovadas. Hasta el próximo derrape.

© Escrito por Pepe Eliaschev el domingo 24/11/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires .

Links: www.pepeeliaschev.comTwitter: @peliaschev


CFK... Tampoco resurgió... De Alguna Manera...

Tampoco resurgió...

Era 2007. Siendo Néstor Kirchner presidente, Capitanich se ufanó de venir a PERFIL porque –dijo– “soy el primer oficialista que se presta a esta extensa entrevista”. Me quedó la idea de alguien con mucha energía, ambición y un alto concepto de sí mismo, que de alguna manera venía a poner a prueba. Imparable recitador, pero no sé si cuenta con la dimensión necesaria para dar vuelta la tendencia decadente del Gobierno. Le pregunté: “Usted es contador, preside la Comisión de Presupuesto y ha dicho: ‘Yo soy un experto con los números’.

"¿Qué representa la matemática en su vida?”. Y Capitanich respondió: “Pasión. Voy a contarle una anécdota: como apasionado de la matemática, me gusta modelizar, y un día estuve en un partido en el que ganaba Argentina 3 a 0 en el primer tiempo y después hizo un gol Brasil en el segundo tiempo. Modelicé lo que llamé ‘modelo de optimización del uso del espacio físico en el rectángulo de juego’. Y se lo llevé a Pekerman, Salorio y Tocalli, quienes me miraron azorados durante tres horas. Hice un análisis estático y dinámico del fútbol tomando a cada jugador como un vector en un espacio de tiempo de 1 a 90 minutos analizando la Teoría de los Juegos, la Teoría del Control, y determinando con una multiplicidad de ecuaciones diferenciales la optimalidad del rendimiento del jugador. Porque el jugador tiene un rendimiento marginal decreciente con el transcurso de los minutos (sic)”.

Los obsesivos pueden ser grandes gerentes, pero los atributos que les sirven para ser perfectos detallistas a veces pueden hacerles perder la perspectiva estratégica.

Hace un mes y medio, por una contratapa que llevaba de título “Cristina no está vencida”, los militantes digitales anti K acusaron a PERFIL de haberse vuelto kirchnerista. Comenzaba así: “Como tantas otras veces, los deseos de muchos por comenzar cuanto antes otro ciclo pueden hacerlos dar por terminado prematuramente al kirchnerismo cuando todavía goza de alguna salud. Decir que el 70% de la gente vota en contra del kirchnerismo es como decir que el 60% de la gente vota en contra de Macri en la Ciudad de Buenos Aires”.

Ahora corresponde hacer notar lo contrario enfatizando que tampoco hay que pensar que Cristina Kirchner resurgió renovada, y muchos menos infalible. El aire puro que le aporta Capitanich en la Jefatura de Gabinete puede terminar desinflándose dentro de un año, o antes, como sucedió con Massa cuando ocupó el mismo cargo, también en una situación de post crisis donde otra vez fue necesario rejuvenecer el elenco gubernamental tras el fracaso de la 125.

Ayer, PERFIL informó que también Sergio Urribarri podría sumarse al Gabinete como ministro del Interior, controlando Florencio Randazzo sólo el Ministerio de Transporte.

Probablemente Cristina esté tratando de encontrar el antídoto al síndrome del pato rengo, que ataca a todos los presidentes en sus últimos dos años cuando no pueden ser reelectos, promoviendo la creación de tantos posibles  candidatos presidenciales 2015 para que finalmente ninguno tenga poder ni protagonismo. Quizás logre que nadie haga pie, pero al precio de que su gobierno tampoco pueda hacer pie. Y es más grave no tener un apoyo sólido en el ejercicio del poder que sólo cuando se aspira a él.

Un buen ejemplo es la fobia al plan. Tanto Capitanich como Kicillof se preocuparon por remarcar que no habrá un plan sino doscientas medidas y el uso de múltiples herramientas para que nadie se haga la idea de que se vendrá un cambio. ¿Serán como el tero, que pone el huevo en un lado y grita en otro? ¿O realmente no habrá cambios significativos porque ellos producirían una herida narcisista en la Presidenta? En su reaparición, donde mostró el perrito de Chávez y las flores de Hebe de Bonafini, ¿lo hizo para remarcar “acá no cambiará nada” o para encubrir que acá cambiarán muchas cosas pero trataremos de sobreactuar lo opuesto para disimularlo?

La cuestión de fondo es si con gradualismo el kirchnerismo logra llegar a 2015 sin que la economía le explote. Y aun si esa hipótesis fuera probable, ¿el kirchnerismo se conformará con llegar a 2015 y pasarle los desajustes a quien lo suceda para esperar su fracaso y soñar con regresar en 2019? ¿O pretende irse con gloria e imponer a su sucesor como pudo hacer Lula en Brasil? En este último caso, el gradualismo no es receta.

La receta, si la hubiera, sería un plan antiinflacionario que no sólo no fuera contractivo sino que lograra ser expansivo, promoviendo el crecimiento como el Plan Austral de Alfonsín en 1985, la Convertibilidad de Cavallo en 1991 y el Real de Fernando Henrique Cardoso en Brasil en 1995. Un plan así podría ser vendido como nacional y popular y de matriz diversificada con inclusión.

Pero ese tipo de planes requiere que quienes gobiernan tomen el riesgo de jugar su futuro al acierto de esa apuesta sin retorno, y esos riesgos normalmente se toman cuando ya no queda casi nada que perder. Esa no es aún la situación del kirchnerismo.

También la sociedad adopta aliviada este tipo de planes cuando la crisis ya puso en tal riesgo su economía personal que tampoco tiene mucho que perder. Y ésa tampoco es la situación actual de la gran mayoría de la población.

Más fácil es imaginar que se elegirá el dificilísimo camino de ir reparando el avión en vuelo, lo que limita el grado de corrección que se le pueda aplicar.

Pero con gradualismo tampoco a Capitanich le alcanzaría para posicionarse como futuro candidato a presidente. Vale tomar nota de que la Constitución del Chaco le impide volver a ser reelecto como gobernador en 2015, así que tampoco tiene mucho que perder, y ser un eventual vicepresidente en la fórmula de Scioli tampoco sería una mala salida para él.

La ida de Moreno para fortalecer a Kicillof (su equipo, todos sin corbata, lucía como del PRO) es otra forma de dividir reduciendo el poder de Capitanich.

“Divide y reinarás” será el lema de Cristina 2013-2015, y hasta Massa le resultará funcional para mantener a todos los presidenciables tan frágiles que, por contraposición, ella, hasta con el 20% de los votos, pueda seguir siendo la gran electora.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el  domingo 24/11/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


Ideas e Ideologías... De Alguna Manera...


“Hoy es más difícil asignarle una ideología a la clase media”...

AUTOR. Sebastián Carassai es sociólogo, doctor en Historia, docente e investigador del Conicet.

En su libro "Los años setenta de la gente común" el sociólogo Sebastián Carassai indaga cómo una gran parte de la población argentina vivió y naturalizó la violencia y el terror. En esta entrevista, también habla de actualidad y afirma que "el peronismo es una traba para cualquier gobierno no peronista".

¿Por qué la clase media hizo lo que hizo en los setenta? ¿Por qué reaccionó de manera diferente en el golpe del 55 al del 76? ¿Cómo vivió la violencia política? ¿Qué recuerda de aquélla época? "Buscaba memorias menos razonadas", dice el sociólogo Sebastián Carassai, que en su libro "Los años setenta de la gente común" (Siglo veintiuno) responde algunas de estas preguntas con un método poco ortodoxo. El suyo es un trabajo de rescate enfocado en un sujeto social, la clase media apolítica. 

Carassai avisa que a su libro hay que leerlo junto a otros, sugiere entre ellos La Voluntad, de Anguita y Caparrós, y Los combatientes, de Vera Carnovale. Es que él, a diferencia de los autores antes mencionados, recurre a una curiosa elección de entrevistados. Anónimos. Gente que no ocupó cargos relevantes, que no estuvo cerca del poder ni se volcó a la militancia política entre 1969 y 1982, tiempos de ascenso de la violencia y luego del terrorismo de estado. La mayoría silenciosa o silenciada, según se los mire, en ellos se enfoca Carassai. "Traté de despertar su memoria emotiva", dice acerca de esos testimonios, tomados en Buenos Aires, Correa (Santa Fe) y San Miguel de Tucumán. Largas entrevistas, que incluyeron el uso y análisis de material gráfico y audiovisual de consumo masivo en los setenta. 

Documentales, telenovelas, publicaciones, imágenes y audios que ellos pudieran haber visto en aquél momento y que, de algún modo, eran la explicitación de la naturalización de la violencia. De la revista Humor a Tato Bores, de Rolando Rivas taxista a la revista Gente. Testimonios de la vida cotidiana en un tiempo en el que hasta la publicidad "usaba las armas" para seducir a los consumidores.

-En la tapa del libro compiten dos títulos, el de la imagen y el del libro, si los juntamos el mensaje es que la gente común no va a la izquierda.

El aviso (Austral Ala-ver imagen) es muy elocuente, y por eso la editorial lo eligió como tapa del libro, forma parte de un capítulo en el que yo trabajo la publicidad de la época: reiteradas menciones, jocosas, lúdicas, a la violencia. Allí analizo hasta qué punto las metáforas de la violencia y el uso de armas fueron concebidos por la publicidad como vehículos para seducir consumidores.

-Hay un capitulo central del libro, habla de la memoria del propio rol durante el terrorismo de estado.

Todo el libro habla de cómo se percibían ellos. Pero en ese capítulo, encontré cierto patrón que se fue reiterando. Hay cierta dificultad en la gente que fue adulta en esa época para hablar en nombre propio, para hacer frente a las actitudes que tuvo. No es una reacción consciente. Los entrevistados pueden decir "yo quemé libros", pero a la hora de reconocer un apoyo a la dictadura no dicen "yo". Apelan a una voz más indefinida. Si bien el objetivo del libro no es buscar culpables sino comprender porque la sociedad actuó como actuó y por qué recuerda lo que recuerda, allí es cuando más se acerca en este cambio de registro de personal a impersonal, puede hallarse una pista de cierta culpa por no haber hecho nada.

-Analiza el rol de la clase media en los golpes del 55 y del 76, muy activa en el primero y pasiva en el último. ¿Qué más surge a partir de esa comparación?

Las reacciones fueron diferentes, sí. Las plazas desbordantes y la celebración masiva que significó el golpe del 55, contrasta con ese paisaje desértico que ofreció al golpe del 76. Y explica, de alguna manera, la actitud previa a ambos golpes. La celebración daba cuenta de que esos sectores sociales de clase media no peronista habían tenido una posición de resistencia anterior. Esa clase media antiperonista se había sentido resistiendo al "régimen del tirano", y por eso festejó. Ahora, la imagen de indiferencia ante el golpe del 24 de marzo de 1976, algo que estos sectores consideraban inevitable, da cuenta de una actitud de resignación. En marzo del 73 cuando el peronismo vuelve a triunfar de manera masiva, lo sectores de la clase media no peronista sintieron resignación. Dijeron, este país está condenado a gobiernos peronistas o como sucedió luego en el 76 a gobiernos militares que se opongan de manera feroz a gobiernos peronistas.

-¿Esa resignación se vuelve irreversible?

No. Yo introduzco ese concepto para tratar de explicar la actitud de estos sectores frente al 24 de marzo. Pero esa resignación no será definitiva. El triunfo de Alfonsín en 1983 es una prueba de que las clases medias no peronistas lograron ganar una elección limpia después de décadas.

-¿Son desde entonces sectores políticamente volátiles?

Son más volátiles que la clase obrera, pero no tanto como quizás se crea. Hay cierta coherencia en el modo en el que piensa la política ese sector social, y esa coherencia se mantiene al menos desde el principio de la década del 70 hasta el 83, cuando estos sectores medios llegan al gobierno, digámoslo así, bastante fieles a su ideología. Llegan como un sector no peronista, y en alianza con sectores de centro y de centroderecha.

-Cuando hablamos de clase media en la Argentina no podemos dejar de lado rol de la universidad, como herramienta de ascenso, allí mismo había disputas sobre si politizar o no la universidad...

Durante los años peronistas ser universitario era casi sinónimo de ser antiperonista. Tras el golpe del 55 se abre una discusión que va a llevar a ciertos sectores de esa universidad formada en el antiperonismo a repensar qué había sido el antiperonismo. Allí hay varios grupos interesantes, como Contorno, de los hermanos Viñas, en el que participaron Rozitchner y Sebreli, entre otros. Ese grupo distingue por un lado al peronismo como experiencia popular de la clase trabajadora y por otro ataca los rasgos autoritarios o demagógicos del propio Perón. En el 55 se inicia esa revisión, que va a llevar a lo que algunos autores llaman conciencia culpable de una clase media que no pudo comprender el fenómeno peronista.

-Hay una creencia generalizada: la clase media, por definición, aunque cada vez menos, ha sido antiperonista.

El comienzo del peronismo involucra a sectores medios, sobre todo en el interior, en las provincias. Y en los 70 también hay clase media peronista. Pero coincido, las grandes mayorías de la clase media son antiperonistas hasta el golpe del 55 y no peronistas, con matices, en los 70. Eso explica que en el 73 Perón se haga de unos cuantos votos de la clase media.

A ese Perón lo votan incluso los conservadores, frente a la creciente influencia de la izquierda...

Influye el conservadurismo, pero hay un componente, cierta clase media creía que el lío que había dentro del peronismo sólo era solucionable por el hombre que de alguna manera había propiciado ese enfrentamiento entre la izquierda y la derecha del peronismo.


-Viendo las últimas elecciones, ¿todavía creemos que a este país sólo pueden gobernarlo los peronistas?

Esa es una idea que se ha diseminado, a la que adhieren muchos sectores. El peronismo, fuera del gobierno, es una traba para cualquier gobierno no peronista. Y por otro lado son una mayoría social que no ha dejado de ampliarse. Si sumamos las listas, casi el 80 por ciento de los votos van a opciones peronistas.

-¿La clase media se peronizó o se achicó?

Las clases medias se han vuelto más heterogéneas. A finales de los 80 ya eran mucho más heterogéneas que en los 70. Y en los 90, con el fenómeno de lo que la sociología llamó la nueva pobreza, tenemos gente que culturalmente pertenece a la clase media pero que económicamente ha caído. Está también el fenómeno de los nuevos ricos, que culturalmente siguen teniendo hábitos de clase media. Además, en estos últimos años la clase media se ha ampliado. Hoy es mucho más difícil asignarle una ideología a la clase media.

-¿Tenían una lectura de la realidad política estos sectores medios no militantes, un discurso crítico?

En los monólogos de Tato Bores uno puede ver reflejada cierta manera de mirar la política que está muy cerca de la manera en que una mayoría de esta clase media pensaba la política. Un ámbito opaco, corrupto, que privilegia el juicio moral sobre el político. La lectura de la realidad que hacían estos sectores era esta, al inverso de lo que pasaba en la militancia, donde los problemas de familia se resolvían cambiando la sociedad. Estas clases medias no militantes pensaban que hasta los problemas políticos tenían una solución moral. Hacían falta buenas personas haciendo política. A grandes rasgos, esa era su lectura de la realidad política.

-Tal vez una de las tesis del libro sea que esta clase media funciona por oposición, es antiperonista, anticomunista, pero no necesariamente pro militar...

Independientemente de cuán lejos hayan estado de los militares, los golpes militares venían a solucionar sus problemas con determinados gobiernos. En el 55, frente un gobierno peronista que juzgaban dictatorial, en el 76 frente un gobierno peronista que juzgaban decadente. Pero enfatizo más su preocupación acerca de lo que significaban los gobiernos peronistas que una adhesión a los militares. Lo que los puso en la vereda militar tanto en el 55 como en el 76 no fue tanto su deseo de ver a las Fuerzas Armadas en el poder sino su rechazo a lo que juzgaban gobiernos corruptos, demagogos, y en el caso del 76, un gobierno que ya no podía garantizar el más mínimo orden social, político y económico.

-Para muchas de estas personas, haber sido ingenuas, no saber, es visto como un valor y no como un pecado, como una justificación frente a su inacción ante el terrorismo de estado...

Hay que correr el eje del interrogante. No preguntarnos si sabían o no. Es evidente que algo se sabía, se oía, se veía. Distorsionada, parcializada, había información. Pero también es cierto que lo que sucedía, no lo conocíamos como lo conocemos ahora. Yo quise preguntar cómo procesaron lo que sabían. Y hay varios elementos a tener en cuenta. Por un lado, que buena parte de lo que sabían no constituía una absoluta novedad. Si uno lee la prensa del 74, 75, hay denuncias de torturas, aparición de cadáveres, desapariciones, hay mucho de lo que después se va a masificar, lo que se va a convertir en una industria de la muerte. Ahí vemos un cierto acostumbramiento, una naturalización de la violencia.
Otro elemento es que en el 76 no fue el primer golpe militar, había memoria de otros golpes, y esos golpes, en la memoria, no significaban terrorismo de estado. Significaban gobiernos autoritarios, cierre de partidos políticos, pero no terrorismo de estado. Otro elemento es que los pares democracia dictadura y civiles militares no se oponían como lo bueno y lo malo. Hoy hay un consenso mayoritario de que la peor de las democracias es preferible a la mejor de las dictaduras. No era así en los 70. Y allí hay un cuarto elemento, que es lo que yo llamo el estado supuesto saber. Buena parte de estos sectores medios no comprometidos con la lucha política, sobre todo aquéllos que estaban mal informados, que eran muchos, atribuyó un saber al estado, un saber absoluto que yo llamo supuesto saber porque traigo el concepto de Lacan, del sujeto de supuesto saber.
Su idea es que no hay análisis posible si el analizado no supone un saber mágico, secreto en el analista. Ese concepto me sirvió para pensar muchos de los testimonios que para ellos el estado no podía estar haciendo lo que hacía sin ninguna razón. Alguna razón oculta o inalcanzable para nosotros debe tener. Ese elemento jugo un rol al menos en los primeros años. El estado como fetiche, cierta superstición civil de depositar en el estado un saber al que no se le exige prueba o evidencia de lo que hace, sino que está basado en la necesidad de creer.

-¿Se puede hacer una versión de este libro desde una lectura de actualidad?

Sería mucho más complejo. Si analizamos los datos sociales, el nivel de desempleo que hubo entre el 69 y el 82, la inequidad, la diferencia entre el 10 por ciento más pobre y el 10 por ciento más rico, si miramos las encuestas sobre cómo creían que iba a ser su futuro, todo eso da un escenario de los sectores medios en los setenta mucho menos heterogéneo del que vino después. Lo que vino después, y en parte por las políticas que se tomaron en los años setenta, fue la erosión para los sectores medios, que hoy son mucho más heterogéneos. Hoy habría que establecer muchas más distinciones

-¿Qué hemos naturalizado hoy? ¿La corrupción, la inseguridad, la pobreza?

Naturalizar significa que hay algo del orden cultural que se empieza a pensar como si fuera natural, algo que no puede dejar de existir. Estos temas se siguen pensando como una suerte de mal social, pero que no forman parte del orden natural de las cosas. Como sí se asumió que formaba parte la violencia en los setenta.

¿Y en cuanto al sujeto de este libro, pese a su creciente heterogeneidad, hoy es un sujeto políticamente más comprometido?

En los setenta eran un sector muy amplio, hoy su discurso es minoritario. Hoy están los hijos y los nietos de aquella clase media. Los nietos de las personas que yo entrevisté, tienen una visión inequívocamente negativa de lo que significó la dictadura militar, el terrorismo de estado, y hasta más comprensiva de los movimientos insurgentes. Las clases medias no sólo han cambiado, sino que se han renovado. Hoy tenemos posiciones menos conservadoras, más críticas de los que significó el terrorismo de estado.

-Pero hoy hablar de esos temas no implica ningún peligro...

Sin duda, hoy se puede hablar de los setenta y vestir una remera del Che, porque no hay riesgo para el statu quo. Pero lo que me interesa es que los sectores medios se han renovado, son más heterogéneos y tienen una visión menos influida por el mandato familiar que por lo que ha hecho la democracia en todos sus aspectos. Cuando se lee este libro por ahí se pregunta quién puede pensar todavía esto. ¿Quién puede? La gente que era adulta en esa época, que es la que más me interesa comprender.

© Escrito por Horacio Bilbao y publicado el viernes 22/11/2013 por la Revista Ñ de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires…

Las fotos:


Publicidad de la línea aérea Austral ALA, 1970. En su texto se alude a la "zurda", la "infiltración" y hasta la "delación".

Rolando Rivas, taxista: La guerrilla fue tematizada en la famosa telenovela. En esta imagen de 1972, Quique Rivas (hermano del protagonista y miembro del "Ejército Revolucionario Reivindicador") recibe la noticia de que ha sido designado para secuestrar al millonario empresario Helguera Paz, padre de Mónica, la prometida de Rolando.

MEDIAS PARIS. Publicidad del producto Mediaslip, de la firma Paris, año 1971. Su slogan: "A la hora de matar". El lenguaje publicitario de la primera mitad de la década de los setenta es fecundo en este tipo de aprobatorias alusiones a las metáforas de la violencia.

DGI. Publicidad de la Dirección General Impositiva, año 1978. En esta serie de avisos, titulada "El tanquecito de la DGI", se dejaba traslucir la represión ilegal. El binomio subversión-corrupción funcionó como un dispositivo inculpador eficaz durante los primeros años de la dictadura militar.

AUTOR. Sebastián Carassai es sociólogo, doctor en Historia, docente e investigador del Conicet.