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jueves, 7 de agosto de 2014

Riesgo Kicillof, detrás de los buitres… De Alguna Manera...


Riesgo Kicillof, detrás de los buitres…

Buscando precios, Axel Kicillof. Dibujo: Pablo Temes

El ministro apuesta a liderar la malvinización del conflicto con los holdouts. Deseos políticos.

Hay varias versiones sobre por qué no hubo acuerdo con los holdouts y caímos en default, y todas apuntan a Kicillof.

La primera explicación señala que él boicoteó el acuerdo entre privados, impulsado apenas disimuladamente por Fábrega y Capitanich, por la disputa de poder que mantiene con ellos. Cuando en la conferencia de prensa del miércoles 30 a la tarde, momento en que parecía que los banqueros de ADEBA iban a poner las garantías de pago que les venían exigiendo sin éxito los demandantes, el ministro de Economía sacó a relucir que la ley que en 2010 levantó el cerrojo en verdad lo había hecho a medias y el Estado no reconocería ni entonces ni nunca más de 35% del valor de los bonos que Brito y sus pares estaban comprometiéndose a pagar al 100%, éstos se mandaron a guardar y todo voló por los aires. Así, Kicillof habría logrado imponer su condición de única voz oficial en la materia y hombre fuerte del Gobierno.

La segunda versión llama la atención sobre una inclinación ideológica y política más general del ministro, y su preferencia por una buena pelea antes que un mal acuerdo (categoría en la que ubica a casi cualquier arreglo posible). Hace tiempo que Kicillof se convenció, y luego convenció a Cristina, de que pagar la sentencia no sólo implicaba riesgo material, por la RUFO, sino sobre todo un gran riesgo simbólico, quedar humillados ante un tribunal extranjero y los peores personeros del capitalismo financiero, con la previsible consecuencia de perder apoyo tanto en el núcleo duro que reclama coherencia doctrinaria como de votantes del común que quieren un gobierno fuerte que dé seguridades.

Se convencieron también de que la recesión, aun en caso de cerrar el litigio y conseguir algo de financiamiento, seguiría al menos por el resto del año, así que mantener abierto el conflicto ofrecía la oportunidad de echar la culpa por la mala situación doméstica a los demandantes y a Griesa. Para Kicillof resultó conveniente entonces asumir una tesitura de máxima, inflexible, apostando a que, hubiera o no acuerdo, él resultara beneficiado: si los demandantes cedían y esperaban para cobrar él habría ganado la pulseada emulando, al menos a ojos de su jefa y de las bases, al Néstor de la reestructuración de 2005; si también aquéllos se mantenían en sus trece y había default, el ministro estaría llamado a liderar la politización y malvinización del conflicto.

Probablemente lo que sucedió fue una mezcla de ambas cosas, internismo y radicalización, y también puso su granito de arena un tercer factor, la torpeza e improvisación. Si en el Ejecutivo se hubiera valorado a tiempo y en serio la oferta de los bancos locales y extranjeros se habría podido evitar la chapuza de los últimos días. El optimismo con que el propio Kicillof salió del último encuentro con Pollack, su sorpresa cuando éste afirmó que las negociaciones habían fracasado y la todavía esperanzada alusión a un acuerdo entre privados con que cerró su conferencia de prensa, para una vez consumado el default dedicarse a denostar a Brito como si hubiera entorpecido un plan maestro del Gobierno, revelan que su promesa de “tener todo estudiado profundamente” quedó en eso. 

Volviendo al rol de Kicillof, su intervención debió ser decisiva también por otro factor, que tiene relación tanto con la interna oficial como con el proceso de radicalización y “salvación simbólica del modelo”, pero los supera con creces a ambos: la propia carrera política del ministro.

Seguramente Kicillof percibió en estos días el riesgo que estuvo corriendo su cabeza. Pero como buen aventurero que es, debió estar particularmente atento a las oportunidades que la situación ofrecía para proyectarse como líder hacia el futuro. Oportunidades cuyo aprovechamiento dependía no sólo, e incluso no necesariamente, de salvar el ethos oficial, sino de salvar en particular su protagonismo.

Todos los que conocen al ministro desde sus tiempos de líder estudiantil acuerdan en algo: que siempre ha sido leal a una sola cosa y una sola idea, él mismo y el rol providencial que cree le tiene reservado el destino. De allí que jamás se incorporara a ninguna estructura u organización (ni siquiera es miembro de La Cámpora) y siempre dedicara sus mayores esfuerzos a rodearse de un séquito de obnubilados acólitos.

De allí también que se resistiera siempre a pagar cualquier costo político, incluso para defender las políticas oficiales: su renuencia a avalar las cifras del Indec hasta el momento en que asumió como viceministro, a fines de 2011, más que como homenaje a la verdad científica o muestra de espíritu crítico dentro del campo oficial, vista desde hoy (después de comprobar cómo el “nuevo INDEC” a su cargo sigue mintiendo, y en algunos casos, como el de la pobreza, lo hace más que antes, y el monolitismo doctrinario se fortaleció en vez de suavizarse desde que él y su gente lograran reemplazar a Moreno y los boudouístas) puede considerarse un indicio elocuente de ese afán de autonomía y excepcionalidad.

Para un político con estos rasgos e inclinaciones, el estallido de la crisis con los holdouts, que puso el foco de atención de todo el mundo en él, junto a la decisión presidencial de mantener abierta la lista de posibles candidatos para 2015 y con ella la búsqueda de un sucesor a la medida para el proyecto oficial, mientras en el propio frente económico se le acumulaban problemas mucho más difíciles de hacer funcionar como trampolín a la gloria, actuó como un estímulo imposible de resistir para hacer progresar su carrera tomando altos riesgos. Kicillof los corrió y por ahora se puede decir que su juego le está dando frutos, aunque los costos para el país sean considerables y puedan terminar siendo incluso catastróficos.

En estos días varias organizaciones kirchneristas anunciaron, como para completar la semana de la desmesura, un homenaje a Boudou, según ellos para resarcirlo por la “condena mediática” que habría sufrido. Aun en su delirio, es seguro que los promotores del encuentro saben muy bien que el vicepresidente es irrecuperable como figura pública. Por eso varios aprovecharon para adelantar que su candidato preferido ya no es Urribarri, ni será tampoco Randazzo, porque quieren entronizar a Kicillof. 

La deriva que experimenta el proyecto oficial tal vez sea una buena ocasión, aunque por cierto tan costosa como penosa, para plantearse una pregunta difícil de responder, y que puede ser vital para nuestro aprendizaje político: ¿quién es más dañino: un oportunista, incluso un ladrón que dice cualquier cosa para justificarse, o un fanático que en serio se la cree y actúa en consecuencia?

© Escrito por Marcos Novaro el Domingo 03/08/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma e Buenos Aires.


domingo, 2 de febrero de 2014

L'ultimo tango dell'Argentina che spaventa il mondo… De Alguna Manera…


L'ultimo tango dell'Argentina che spaventa il mondo…


La banca centrale sta combattendo una battagli disperata contro la svalutazione del peso. Servono duecento milioni di dollari al giorno per salvare il Paese dal baratro ne quale sta nuovamente precipitando. Torna l'incubo del 2001: default e sanguinosa cancellazione del debito. Da allora molto è cambiato: gli investimenti stranieri ormai guardano altrove e oggi Buenos Aires è sola.

BUENOS AIRES - L'ingresso della Banca centrale a Buenos Aires è un tempietto neoclassico di colonne bianche non lontano da luoghi molto più carichi di passato e simboli: la plaza de Mayo, la Casa Rosada, la Cattedrale dell'episcopato. È il "microcentro" della capitale argentina, la City. Un reticolo di stradine pedonali dove di giorno è quasi impossibile camminare senza sbattere contro qualcuno ma che, dopo il tramonto si svuota, diventando un labirinto abbastanza pericoloso per l'incolumità del neofita. È qui, nella Banca centrale, che si combatte in queste ore l'ultima guerra d'Argentina, la battaglia del peso. Sostenere la moneta locale dalla svalutazione sta costando alle riserve monetarie del Paese quasi 200 milioni di dollari al giorno. Tanti ne stanno gettando sul mercato i funzionari della Banca per impedire il disastro. Ma, a questi ritmi, è una guerra già persa. Sul campo minato della battaglia finanziaria l'Argentina ha già lasciato quasi 4 miliardi di dollari delle sue riserve nel breve volgere di dicembre e gennaio, l'estate australe da queste parti. Due mesi, massimo tre, dicono gli economisti, e quando lo Stato non avrà più dollari per sorreggere il valore della sua moneta arriverà il crac. Si salvi chi può.

D'altra parte basta dare uno sguardo alle cifre. Il dollaro si scambia sul mercato ufficiale controllato a 8 pesos mentre su quello "vero", parallelo, libero, continua a crescere. Era a undici, poi a dodici, oggi è a tredici. Il 60% di più. Per contenere la pressione, all'inizio della settimana, il governo ha dischiuso l'uscio. Ha svalutato e liberato parzialmente l'acquisto di dollari che era completamente proibito alle persone dalla fine del 2011. Non basta. La fuga dai pesos è ormai un fiume in piena e chiunque ha risparmi cerca di metterli al sicuro nelle monete forti.

Così l'Argentina è tornata a correre sull'ottovolante come alla fine del 2001 quando la crisi precipitò nel default, nella cancellazione del debito estero dei bond (che tanti risparmiatori italiani stanno ancora soffrendo) e in una delle svalutazioni più pesanti della storia. Lo scenario c'è tutto. L'inflazione cresce (+4% solo a gennaio), il deficit fiscale - ossia la differenza fra quanto lo Stato spende e quanto incassa - pure. Mentre i sindacati si preparano al rinnovo dei contratti pretendendo aumenti al di sopra del 30%, ossia l'inflazione reale del 2013. L'altro guaio che confonde la congiuntura è l'immagine di debolezza e confusione del governo.

La Presidenta Cristina Kirchner non c'è. A dicembre è scomparsa per settimane nei suoi possedimenti in Patagonia convalescente per una operazione. A causa di una caduta le si era formato un ematoma nel cranio. È tornata a Buenos Aires solo per andare all'Avana dove, mentre il suo esecutivo tremava, si è fatta fotografare insieme a Fidel Castro e alla moglie dell'anziano ex lider maximo, Delia Soto del Valle. Ha evitato accuratamente il vertice economico di Davos. È nervosa, distratta. Forse vorrebbe addirittura mollare prima di essere travolta dalla tempesta in arrivo. In tv vanno, una volta per uno, il segretario alla presidenza, Capitanich, e il ministro dell'Economia, Axel Kicillof. Provano a mettere delle pezze. Chi compra dollari per la paura del crollo del peso è "un traditore della patria", affermano. "L'ultima svalutazione non avrà effetto sui prezzi", giurano. Altrimenti minacciano multe e sanzioni ai negozi che "speculano". Ma il circolo ormai è vizioso e nessuno sa veramente cosa fare per invertire lo scivolone ormai dietro l'angolo.

Se lo Stato spende i suoi dollari per sostenere il peso, non ne ha per finanziare le importazioni. I supermercati si svuotano, le fabbriche si fermano. La scarsità dei prodotti rilancia l'inflazione. Nessuno vende perché non sa quanto costerà domani quello che ha. Così si favoleggia di container alla rada lontano dal porto pieni di mercanzie che gli importatori non scaricano. Aspettano per evitare di perderci.

Il problema - dice un analista finanziario - è che a Buenos Aires da tempo "il denaro scotta in mano". Una famiglia di classe media che ha risparmi in pesos non sa cosa farsene se non osservare come perdono valore. Non li mette in buoni del Tesoro perché dopo il fallimento del 2001 non si fida. Fino all'altro ieri non poteva neppure cambiarli in dollari perché era proibito. E non può neanche investirli nel mercato immobiliare perché, da quando Cristina ha deciso che le transazioni per l'acquisto di immobili possono avvenire solo in pesos, nessuno vende più. Stagflazione è la parola maledetta. Vuol dire stagnazione economica, crescita inesistente del Pil con inflazione alta. È comunque il destino prossimo dell'economia argentina se i suoi piloti riusciranno a salvarla dal tracollo del default della fine dei dollari nelle casse del Banco Centrale.

In fondo è uno scenario semplice, il governo dovrebbe tagliare, e molto, le spese. Ma non può, senza incendiare il Paese. In questa strettoia da brividi Capitanich e Kicillof si trovano abbandonati dalla Presidenta. Kicillof è un ministro dell'economia molto giovane. Poco più di quarant'anni. Ha assunto l'incarico a dicembre scalzando il suo rivale perché, si dice, ha sedotto Cristina intuendone la psicologia. È piuttosto bello, ma anche un po’ presuntuoso. Kicillof è un simpatizzante di Carlo Marx. Da assistente all'Università faceva lezioni sul plusvalore e sul feticismo delle merci. Ora vorrebbe smentire i manuali d'economia e avviare l'Argentina verso la "fine del capitalismo".

Nuove tormente sembrano inevitabili anche se la differenza con il 2001 è profonda. Questa volta l'Argentina è da sola con i suoi ciclici drammi politico-economici. Si teme un contagio regionale, ma nulla di più. Il Paese della Kirchner è da tempo fuori dai mercati del credito, litiga con l'Fmi e non ha forme per finanziare i suoi debiti. Gli investimenti stranieri se ne sono andati verso la Colombia, nuovo gioiello dell'economia sul Pacifico. Se il peggio deve ancora arrivare la politica già si muove per spartirsi il dopo Cristina. Sperando che non sia così drammatico come si preannuncia. Le elezioni sono lontane, in teoria. Fine 2015. Ma Cristina ci arriverà?

Una variabile positiva, si sostiene nella capitale, questa volta potrebbe essere il Papa argentino. Sui giornali adesso Bergoglio furoreggia per la copertina di Rolling Stone e il disegno nel quale vola come Superman. E c'è perfino un aspirante candidato che attende la benedizione dal Vaticano per lanciarsi nella scalata alla Casa Rosada. È il presidente del Parlamento Julian Dominguez che sogna un movimento alla Solidarnosc, Wojtyla più Walesa, per rimettere a posto il Paese e regalargli un futuro meno tragico.

Poi c'è anche chi se ne va. È triplicato in pochi mesi il numero degli argentini che scelgono di spostare la residenza nel vicino Uruguay. Lungo le spiagge di Punta del Este. Hanno cominciato gli intellettuali e gli artisti come la disegnatrice Maitena, famosissima qui per una deliziosa striscia di comics, e il ballerino Julio Bocca. E la tendenza ha successo. D'altra parte perché restare a Buenos Aires che sarà anche bella ma è sporca, pericolosa, caotica e dall'avvenire incerto? Molto meglio il piccolo Stato riformista di Pepe Mujica. Magari noioso, ma ben governato e accogliente dall'altra parte del Rio de la Plata. Chi non può, e sono naturalmente la stragrande maggioranza, attende intrepido. L'Argentina è sull’ottovolante del suo ennesimo tango monetario e nessuno può prevedere quando e soprattutto come scenderà.

© Escrito por Omero Ciai  el Sábado 1º de Febrero de 2014 y publicado por http://www.repubblica.it/


 

domingo, 26 de enero de 2014

Donde digo digo... De Alguna Manera...


Donde digo digo...


Fue un triunfo estrepitoso del sofisma. El viernes 24, cuando el jefe de Gabinete señor Capitanich, flanqueado calladito por el ministro de Economía señor Kicillof, anunció las nuevas medidas económicas –que, según la verba inflamada de la prensa, “aflojaban el cepo”– todos entendimos que los gastos de las tarjetas argentinas fuera de la Argentina dejarían de tributar el 35 por ciento y volverían al 20 por ciento que entregaban hasta el 3 de diciembre pasado.

Así lo explicaron, al unísono, todos los medios. Así lo consignaron en sus ediciones del sábado 26 Clarín, La Nación, Página/12, Perfil y compañía. Así, incluso, fue que yo pensé más de dos veces que me daría mucha vergüenza publicar un libro en diciembre y retirarlo de la circulación en enero; que era raro que un gobierno deshiciera una medida tan reciente, y que era otro signo de la imparable decadencia kirchnerista.

Por eso me sorprendí tanto esta mañana cuando vi el tuit de @IsmaelBermudez1 que decía que el señor Kicilof decía que las tarjetas seguirían tributando el 35. Busqué la fuente: era una larga entrevista, tapa de Página/12.

La empecé divertido. Me gustó cuando los periodistas contaban que, en medio de la peor crisis de la última década, el ministro de Economía estaba cuidando a sus hijos: nada mejor que la familia para dar la sensación de calma que la ciudadanía espera de sus líderes. Y me gustó cuando el ministro empezó a explicar que “ahora las personas podrán ir nuevamente a un banco y adquirir dólares” y que “su capacidad de compra va a estar asociada al nivel de ingreso normal que tengan”, y que “quien quiera acceder a la tenencia de dólares debe estar registrado en la AFIP y tener una capacidad proporcional a lo que quiere comprar”. Y que entonces los periodistas despiadados le preguntaran qué criterio se iba a utilizar con cada grupo de asalariados, y que el ministro, seguro, les contestase:

–El mecanismo tendrá un sesgo hacia los que menos tienen.

Haciendo del sonsonete acostumbrado un imposible lógico: aunque forma parte de un gobierno que trabaja para bancos, mineras, petroleras y cuentas propias proclamando siempre que favorece a “los que menos tienen”, no puede decir que un mecanismo de entrega de dólares a los que prueben que tienen la plata suficiente va a favorecer a los que no la tienen. Hasta ahí podíamos llegar en el avance de la idiocia, me reí. Me reía, pero topé con la parte del león:

“– ¿Cómo se implementará la reducción de 35 a 20 por ciento en la percepción a cuenta del pago del Impuesto a las Ganancias?

–La compra de dólares para tenencia pagará un anticipo del Impuesto a las Ganancias equivalente al 20 por ciento de la operación. En el caso de venta de divisas por turismo y para gastos con tarjeta en el exterior, el paso de 35 a 20 por ciento no será implementado este lunes.”

Putée, me dije que era increíble inverosímil delirante, que ahora sí tenía miedo, que un gobierno no puede proclamar una medida el viernes y negarla el sábado, que estábamos realmente en la trituradora. Y entonces decidí escribir este exabrupto y fui a buscar el anuncio del viernes para mostrar la flagrantísima contradicción. En el video, el señor Capitanich era lacónico:

–Hemos decidido autorizar la compra de dólares para tenencia de personas físicas de acuerdo al flujo de ingresos declarados. Y paralelamente se ha decidido disminuir el anticipo de impuesto a las ganancias del 35 por ciento al 20 por ciento para el comprador.

Dijo desde su púlpito, leyendo un papelito, y no dijo más sobre el asunto. Y todos leyeron –leímos– que se había bajado el impuesto para las tarjetas en el exterior. Pero, releyéndolo ahora con el cuidado del entomólogo tuberculoso, se ve que el señor Capitanich no precisó: que dijo que la baja era “para el comprador”, y que podría argüir que se refería al comprador de esos dólares que ahora se venderán, no al comprador de objetos o servicios en dólares vía tarjeta.

Aunque todos –incluidos sus medios propios– entendimos lo contrario y lo anunciamos y lo comentamos y ellos lo permitieron. Seguramente se la pasaron bomba. La única explicación es que hayan preparado con cuidado una frase que podía entenderse de las dos formas para especular con las reacciones antes de decidir qué medida aplicaban. O quizás hay otras, vaya a saber.

En todo caso: tienen razón, no dijeron lo que todos creímos que dijeron. Jugaron con las apariencias y las percepciones y ganaron –no se sabe qué. Pero mostraron, tan claro como nunca, el juego que juegan. Hablar de forma que puedan decir no dije esto, no, donde digo digo digo diego, ay qué pena vos te confundiste. No es lo que se espera de la comunicación de un gobernante. Es, sí, lo que estos hicieron.

Si querían enseñarnos algo, lo lograron: que hay que desconfiar de lo que parece que dicen y darlo vuelta para ver qué dicen y dónde está el gato encerrado o, peor: que no hay que dar por cierto nada que no sea una medida firma y refrendada y publicada -y aún así.

O, más en general: que lo lógico es no creerles un carajo.

Actualización, 10.10 hs.: me equivoqué. Mea culpa mea grandissima culpa. Una lectora atenta, @sofimills, me manda la grabación de una entrevista que el señor Kicilof concedió al señor Morales, viernes a media mañana, poco después del anuncio oficial. Allí, entre el minuto 07:55 y el 10:35, el ministro explica muy claramente que el anticipo de impuesto a las ganancias que se cargará a las tarjetas argentinas fuera de la Argentina será del 20 por ciento.

 
Creo que caí víctima del gusto argentino por las teorías conspirativas que, en general, intentan convertir en astucia malévola lo que no es más que incapacidad: la famosa inepcia. En este caso está claro que el viernes el gobierno -o por lo menos su ministro de Economía- pensaba reducir el impuesto del 35 al 20 por ciento. El sábado ese mismo ministro pensaba o dijo lo contrario. Lo que interpreté como ambigüedad era solo contradicción, decir y desdecirse, indecisión extrema: no sé ni lo que hago.

Por otras vías, la conclusión sigue siendo la misma: lo lógico es no creerles un carajo. 

© Escrito por Martín Caparrós el Domingo 26/01/2014 y publicado por el Diario El País de Madrid, España.


martes, 21 de enero de 2014

Juicio o Pacto… De Alguna Manera...


Juicio o Pacto…

Como en el ‘83. Juzgar los delitos de Estado requiere decisión. Foto: Cedoc

Poco antes de las elecciones de 1983, la dictadura promulgó una ley de autoamnistía, hipócritamente titulada de “pacificación nacional”. Establecía la imposibilidad de enjuiciar a los responsables de los delitos que hoy llamamos terrorismo de Estado. El candidato justicialista Italo Luder y su partido aceptaron esa ley y la dieron por buena.

Por el contrario, Raúl Alfonsín la rechazó y avisó que la derogaría. Cumplió con la palabra dada en campaña, que le valió el aplauso y, seguramente, una parte de su victoria. La democracia se inaugura cuando la rúbrica de Alfonsín, al promulgar la ley derogatoria, prevalece sobre el cálculo cobarde de la dirigencia justicialista.

En diciembre de 1983, el escenario era incierto: los jefes militares conservaban gran parte de su poder y muchos políticos pensaron que era prudente no irritarlos con juicios que afectarían (si se cumplía lo prometido por Alfonsín) a las tres Juntas que habían gobernado la Argentina. Sin embargo, sobre una lógica guiada por el cálculo y el miedo a las consecuencias, prevaleció una lógica de los principios. Las Juntas fueron condenadas, y tanto el alegato del fiscal Strassera como la sentencia de la Cámara Federal son textos fundadores de la transición democrática. Más aun, son textos que diferencian el caso argentino del uruguayo y del chileno. Por fin una originalidad argentina que tuvo signo positivo. Luego Alfonsín debió retroceder, pero el efecto “juicio a las Juntas” fue imborrable. 

Ni siquiera el indulto de Menem pudo cancelarlo. Aunque Kirchner pretendió ser un fundador, cualquiera que conozca la historia sabe que esa pretensión fue tardía, aunque los actos que realizó hayan sido necesarios.

Nada iguala el terrorismo de Estado. Quede dicho. Pero es posible pensar que la corrupción ha tenido consecuencias poco calculables (además de las que pueden cuantificarse y son cotidianamente enumeradas en el listado de penurias, accidentes y muertes de estos años). La corrupción deshace la confianza indispensable en los gobernantes. Sin ella, la democracia se reduce a un acto electoral de consecuencias burocráticas. La corrupción ataca las bases mismas de confiabilidad que la política necesita para la acción práctica. Pero también produce un efecto especular: allí donde se percibe a los políticos como corruptos y a la Justicia como lenta, impotente o de espaldas al crimen, allí donde para los gobernantes y sus amigos todo vale, ese todo vale comienza a regir para la sociedad. Si gobiernan corruptos, no hay motivo para cumplir con la ley, excepto la amenaza y la coerción. La transgresión se acepta en la vida cotidiana porque hombres y mujeres no se sienten atados por un pacto que violan los de arriba. Cuando se instala la corrupción, la herida moral nos atraviesa a todos.

Los políticos definen hoy el futuro. A partir de 2015, todos juran que gobernarán con transparencia, no robarán, no se apropiarán de los bienes públicos, no traficarán con influencias, no venderán servicios a capitalistas en quiebra ni les ofrecerán los mejores negocios a los amigos a cambio de un porcentaje. Todo el mundo está dispuesto a decir que no será Boudou. Así es fácil.

Hay una resolución difícil, aunque no más difícil ni más peligrosa que la tomada por Alfonsín cuando derogó la ley de autoamnistía. Y es sencilla de formular: no se garantizará impunidad a los funcionarios del gobierno saliente. Por supuesto, no espero este anuncio de Scioli ni de Capitanich. No creo que sea posible que salga de las filas del propio aparato político que ha gobernado en esta década. Pero los políticos de la llamada oposición, a quienes siempre se les reclama grandes gestos de acuerdo, podrían sentarse alrededor de una mesa para asegurar que aquellos que han cometido delitos en uso de prerrogativas que tienen que ver con sus funciones públicas serán juzgados. Soy escéptica respecto de este acuerdo.

Sin embargo, los políticos que se animen a suscribirlo podrían tomar en cuenta que interpelarán a un sector vasto de los ciudadanos, incluidos aquellos que, durante lapsos de estos diez años, prefirieron no pensar en la corrupción hasta que alguna de sus consecuencias pesó más que el cálculo económico individual.

Quien salga a decir que brindará su apoyo para que la Justicia tome a cargo las acusaciones que se han presentado en estos años y continúe con los procesos que estén abiertos dará el signo no de que todos seremos impolutos en el futuro, sino de que todos somos responsables de nuestros actos pasados. Y, en primer lugar, los gobernantes, porque sus actos definen campos más vastos que los delitos privados, son más deletéreos y dejan huellas más profundas.

El futuro no puede construirse sobre la amnesia. Pocos argentinos están dispuestos a afirmar que hay que olvidar a los terroristas de Estado o que los juicios no fueron necesarios. El caso Milani revivió, incluso en quienes más inclinados estaban al olvido, sucesos que se mantienen abiertos.

Por eso, aun quienes tengan una visión pacificada del futuro, donde todo será luz porque se comprometerían a gobernar obedeciendo principios éticos, caen bajo una ilusión si no afirman, con la misma fuerza, que aquellos que delinquieron deben ser juzgados. Esos juicios son las bases de la conducta futura. No se trata de quedar hundidos en el pasado, sino precisamente de lo contrario: afirmar que el presente y el futuro tienen condiciones. Y que los actos tienen consecuencias legales. Juicio a los corruptos o pacto de amnistía: no hay muchas otras posibilidades.

El caso de los votos en el Senado supuestamente comprados por alguien del gobierno de De la Rúa se cerró de manera miserable. Pocos políticos hablaron sobre los considerandos de la sentencia. Fue una oportunidad perdida para asegurar, en el presente, que el futuro no repetirá el pasado.

© Escrito por Beatriz Sarlo el Domingo 19/01/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.