La vida te da sorpresas...
El
voto de García-Mansilla en el Máximo Tribunal indigestó al Gobierno. Las
lecciones que ha dejado la historia.
© Escrito
por el Doctor Nelson Castro el domingo 09/03/2025 y publicado por el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Hay un concepto que debe quedar bien en claro: en una República en la
que rigen plenamente las instituciones, no es posible que haya jueces nombrados
en comisión, es decir, designados por fuera de los mecanismos ordinarios que
establece la Constitución Nacional. Por lo tanto, ni Manuel García-Mansilla ni
Ariel Lijo deberían llegar a sus cargos tras la aplicación de un artículo de
excepcionalidad. Esa excepcionalidad es la que hoy en día le permite al Dr.
García-Mansilla ser nada menos que ministro de la Corte Suprema. Mientras
tanto, la postulación del Dr. Lijo luce, al momento de escribir esta columna,
absolutamente vidriosa.
Cebado en el ejercicio del poder, el Gobierno vino asegurando que el jueves,
Lijo juraría como miembro del Alto Tribunal. Daba por descontado que, después
de la escandalosa y sorprendente convalidación del pedido de licencia
extraordinaria sin goce de sueldo del juez ante “la inestabilidad de su cargo”
otorgada por parte de la Cámara de Casación, lo de la Corte sería un simple
trámite de convalidación. Pero, “la vida te da sorpresas, sorpresas te la
vida”: el jueves en su sesión de acuerdo la Corte rechazó el pedido por mayoría
y en fallo dividido. Tres ministros votaron por la negativa: Carlos
Rosenkrantz, Horacio Rosatti y Manuel García-Mansilla. El voto a favor de
concedérsela fue de Ricardo Lorenzetti. La gran sorpresa –absolutamente
indigesta para el Gobierno– fue el voto negativo de García-Mansilla. Desde los
rincones del poder libertario esperaban que, al menos, se abstuviera.
A esta altura del partido el Presidente no debería insistir con Lijo y
Lijo, en un acto de aprecio de su propia dignidad, debería declinar su
candidatura ante tanto desgaste y manoseo. El prestigio es un valor que hace a
la función de un juez y, mucho más, cuando se trata de un ministro de la Corte
Suprema.
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Otro
enfrentamiento desafortunado: la pelea mezquina e infantil entre Jorge Macri y
Patricia Bullrich.
En la historia institucional de la Argentina hubo dos casos
relevantes en los que el Presidente tuvo un gesto clave destinado a asegurar la
independencia y, por ende, el prestigio de la Corte. Uno de ellos fue el caso
de Bartolomé Mitre quien, el 16 de octubre de 1862 –es decir, cuatro días
después de asumir la presidencia de la Nación, se dirigió al Senado para
solicitarle el correspondiente acuerdo a fin de nombrar a los integrantes de la
Suprema Corte. Consciente del delicado momento institucional que se vivía por
entonces, la Cámara Alta prestó su acuerdo en 24 horas, por lo cual los
postulados por Mitre fueron confirmados con una particularidad: entre los
propuestos por Mitre estaba su acérrimo adversario, Valentín Alsina –quien fue
nombrado presidente de la Corte– lo que aseguraba la independencia absoluta del
Alto Tribunal. Con ese gesto, el entonces presidente le dejó a la sociedad un
mensaje muy claro y contundente: la función de la Corte es resguardar los
valores de la República y no los intereses de los hombres y las mujeres que
forman parte de un gobierno.
Quien buscó emular a Mitre fue Raúl Ricardo Alfonsín quien, no bien electo
presidente el 30 de octubre de 1983–, con la misma intención de asegurar la
independencia del Poder Judicial, le ofreció el cargo de presidente de la Corte
a quien había sido su adversario en las elecciones, el Dr. Italo Argentino
Luder quien, lamentablemente no comprendió la dimensión política de aquel gesto
enorme, y no aceptó. ¡Qué lejos ha quedado todo aquello! Las lecciones que ha
dejado la historia deberían ser el faro que sirve de guía a los nuevos
funcionarios para sostener la institucionalidad –y su propia honorabilidad–,
pero en una clase política desprestigiada sumida en la lucha por el poder esto
resulta cada vez más difícil. Sobran ejemplos. Veamos pues, algunos de ellos.
La semana pasada tratamos en esta columna la disputa entre el Presidente Milei y el gobernador de la Provincia Axel Kicillof por la tremenda situación de inseguridad que atraviesa el Conurbano. Esta semana dejó un enfrentamiento similar igualmente incomprensible y desafortunado. Se trata de la pelea mezquina e infantil entre el jefe de Gobierno porteño Jorge Macri y la ministra de Seguridad Patricia Bullrich que escaló en las últimas horas hasta involucrar al propio Mauricio (Macri) líder del PRO.
El motivo no es otro que el traslado de presos de las comisarías porteñas
–absolutamente colapsadas– al Servicio Penitenciario Federal. Las fugas de
presos en la Ciudad son el telón de fondo que pone en riesgo la seguridad y la
vida de todos los porteños. Ni Macri ni Bullrich han estado a la altura de las
circunstancias y han convertido a los vecinos de la Ciudad en los rehenes de la
pelea electoral, entre el PRO y La Libertad Avanza. La disputa por el control
político del territorio porteño es lo único que los desvela. El problema, que
tuvo su origen en tiempos de la intervención del Servicio Penitenciario por la
exjueza y fundadora de la agrupación kirchnerista Justicia Legítima María Laura
Garrigós de Rebori, ha ido escalando y llevado al extremo en la actualidad por
funcionarios que supieron convivir durante años bajo el ala del partido
amarillo. Los actos públicos y la red social X han servido como canal para
declaraciones desmedidas y acusaciones cruzadas. Sin embargo, el 12 de
diciembre de 2024, hace tan solo tres meses atrás, el Gobierno porteño y el
Ministerio de Seguridad habían firmado un “Acta de entendimiento para la
transferencia de las competencias del Servicio Penitenciario” expresando
compromisos recíprocos orientados a transferir competencias del Servicio
Penitenciario Federal a la Ciudad. ¿En qué quedó dicho acuerdo? Hasta ahora, en
la nada. La pirotecnia verbal de las disputas políticas prevaleció otra vez.
La emergencia climática que desató la tragedia en la ciudad de Bahía Blanca, es
una muestra de que las tareas de coordinación entre rivales políticos no sólo
son posibles sino prioritarias. La clase dirigente argentina debería ponerse
los pantalones largos y alcanzar la madurez de una vez por todas sin olvidar
que la ciudadanía los votó para resolver sus problemas en lugar de hacer
papelones propios de los egos de un teatro de revista.