Alquimia…
La Argentina no participa de
ejercicios militares con –entre otras– las fuerzas aéreas de Estados Unidos,
Canadá, Brasil, Venezuela y Uruguay por temor a que le embarguen sus aviones,
como sucedió con la fragata Libertad en Ghana. Entretanto, Guillermo Moreno es
sólo una anécdota para Fernando Navarro, tenaz espadachín mediático del
Gobierno. Según Navarro, el kilo de pan que se vende a 24 pesos debe ser
entregado a 10 pesos. Dice que la diferencia deriva de la avidez de los
formadores de precios para meter la mano en los bolsillos del pueblo.
El mismo gobierno que confirma la
obsolescencia casi total de una Fuerza Aérea que fue orgullo del país y
combatió dignamente en 1982 durante la Guerra de Malvinas ahora encontró
polvorientas listas negras confeccionadas hace casi cuarenta años. Durante los
diez años y medio de gobierno, el kirchnerismo nunca se abocó a tamaña hazaña
arqueológica. Las gestiones de José Pampuro, Nilda Garré y Arturo Puricelli
precedieron a la actual de Agustín Rossi.
El vínculo enfermizo con un
pasado remoto es la clave del proceder oficial. Hace ya dos meses que un
pequeño grupo, que nunca supera las cuatro/seis personas, mantiene enrejado a
la fuerza el local de la Casa de Córdoba en Buenos Aires, en Callao y
Corrientes, con un “acampe” patético, debidamente custodiado y preservado por
la Policía Federal con varios patrulleros, por lo cual tres carriles de la
supercongestionada avenida están cerrados al tránsito. Los acampantes dicen ser
“asambleas del pueblo” y piden por la libertad de condenados por la Justicia
cordobesa por haber incendiado los tribunales de Corral de Bustos. No es el
único “acampe” protegido por fuerzas federales de seguridad. Hay otros en Plaza
de Mayo y en la Plaza del Congreso. El ciudadano anónimo resopla ante una
realidad laberíntica, pero la asume con resignada naturalidad: es lo que hay.
Nadie sabe bien por qué y, sobre todo, para qué, pero, tras una década de
“recuperación” del Estado, el espacio público está más privatizado que nunca en
la Argentina. Lo mismo sucede con el caos cotidiano de la avenida Dellepiane o
de la autopista Illia, sistemáticamente bloqueadas por los cortes de habitantes
de villas que exigen planes y otras facilidades.
No es la Argentina un país que se
sorprenda de la reiteración de los disparates cotidianos, como los paros
sorpresivos en las líneas de subte de Buenos Aires, que así como estallan se
evaporan y “arreglan”. Todo continúa normalmente, sin sanciones. También se
convalida el escándalo legal y moral de los extorsionadores callejeros
tiernamente llamados “trapitos”, actividad infractora grave y en la que es
imposible no ver la tolerancia o el visto bueno del Gobierno, abrazado a la
ideología de no “judicializar” la pobreza, como si esos “trapitos” no
estuviesen encuadrados y explotados por organizaciones con cobertura judicial
y/o policial. Días atrás, dos “trapitos” se cruzaron a cuchillazos junto al
Zoológico, y uno asesinó a su rival, esfumándose sin dejar rastro.
Gran parte de la vida cotidiana
del país permanece detenida en el tiempo y no se entiende bien por qué, como
tampoco se puede comprender la sucesión encadenada de bochornosas fugas
carcelarias, cada vez más comunes y reiteradas, años después de que el delirio
setentista de La Cámpora pusiera en pie de guerra santa a sus “vatayones” (sic)
militantes.
Suprimida la racionalidad más
obvia, la agenda cotidiana argentina se despliega como eterno zigzagueo de
vacíos de sentido y mentiras flagrantes que cortan la respiración. ¿Puede
convencer a alguien el argumento oficial de que los viejísimos aviones de
guerra argentinos serían embargados por Brasil? ¿Se puede alegar impávidamente
que no hay aumentos de precios y que por ende la inflación “no es un problema”?
¿Es capaz el grupo gobernante de hacer creer que su visceral “garantismo”
carcelario ha rendido buenos resultados? En suma, la sociedad, o al menos el
Gobierno, se muestran enemistados con el principio de la verdad inexorable.
Intoxicado tras haberse empachado de relatos, el país deglute uno detrás del
otro los atropellos más descarados a la verdad fehaciente. Si ha sido la década
de las estadísticas crudamente pulverizadas, ¿puede acaso haber otro sinónimo
más obvio y escandaloso de negación de la realidad?
Lo sucedido con el fallo de la
Corte por la Ley de Medios resume mejor que nada la espesa sopa de
semiverdades, semimentiras y argucias retóricas que cruzan el galimatías
argentino. Si el Gobierno libró tamaña batalla al solo efecto de herir de
muerte a un poderoso grupo privado, las oposiciones al oficialismo han estado
balbuceando desde hace años ante el caso. El discurso oficial fue curiosamente
eficaz con quienes deberían haber visto desde el primer día la naturaleza
esencialmente autoritaria de un mecanismo de control. Prevaleció, en cambio, la
ilusión óptica y se devoraron en gran medida durante la jerigonza de
“democratizar la palabra”. Es monumental la penetración del relato del grupo
gobernante, como ya se verificó con la patraña de la “comisión de la verdad”
con Irán, cuyos resultados están a la vista.
El grupo gobernante maneja con
maestría la alquimia política, ideológica y mediática. La leyenda medieval del
plomo convertido en oro y el veneno en pócima mágica tiene ahora mismo sabor
nacional y popular. La palabra es poderosa, la realidad es lo de menos.
© Escrito por Pepe Eliaschev el sábado 10/11/2013 y publicado por el
Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Alquimia:
En la historia de la ciencia, la alquimia (del árabe الخيمياء [al-khīmiyā]) es una
antigua práctica protocientífica y una disciplina filosófica que combina
elementos de la química, la metalurgia, la física, la medicina, la astrología,
la semiótica, el misticismo, el espiritualismo y el arte. La alquimia fue
practicada en Mesopotamia, el Antiguo Egipto, Persia, la India y China, en la
Antigua Grecia y el Imperio romano, en el Imperio islámico y después en Europa
hasta el siglo XIX, en una compleja red de escuelas y sistemas filosóficos que
abarca al menos 2.500 años.
La alquimia occidental ha estado siempre estrechamente
relacionada con el hermetismo, un sistema filosófico y espiritual que tiene sus
raíces en Hermes Trimegisto, una deidad sincrética grecoegipcia y legendario
alquimista. Estas dos disciplinas influyeron en el nacimiento del rosacrucismo,
un importante movimiento esotérico del siglo XVII. En el transcurso de los
comienzos de la época moderna, la alquimia dominante evolucionó en la actual
química.
Actualmente es de interés para los historiadores de la
ciencia y la filosofía, así como por sus aspectos místicos, esotéricos y
artísticos. La alquimia fue una de las principales precursoras de las ciencias
modernas, y muchas de las sustancias, herramientas y procesos de la antigua
alquimia han servido como pilares fundamentales de las modernas industrias
químicas y metalúrgicas.
Aunque la alquimia adopta muchas formas, en la cultura
popular es citada con mayor frecuencia en historias, películas, espectáculos y
juegos como el proceso usado para transformar plomo (u otros elementos) en oro.
Otra forma que adopta la alquimia es la de la búsqueda de la piedra filosofal,
con la que se era capaz de lograr la habilidad para transmutar oro o la vida
eterna.
En el plano espiritual de la alquimia, los alquimistas
debían transmutar su propia alma antes de transmutar los metales. Esto quiere
decir que debían purificarse, prepararse mediante la oración y el ayuno.