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domingo, 29 de agosto de 2021

Una Constitución progresista y laica… @dealgunamaneraok...

 Una Constitución progresista y laica…

Hace 100 años, en agosto de 1921, se sancionó una Constitución pionera en la provincia de Santa Fe. El proyecto, de avanzada en materia de derechos sociales y laicismo, quedó trunco por los avatares políticos de esos años. Oscar Blando reconstruye aquí su historia y rinde un homenaje a aquella propuesta progresista. 

© Escrito el martes 13/08/2012 por Oscar Blando y publicado en el Diario La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos. 

El 13 de agosto de 1921 se sanciona en Santa Fe un texto que es con justicia citado como referente de una de las reformas institucionales más progresistas de su época en la Argentina, avanzada en Latinoamérica y adscripta al constitucionalismo social como lo fueron la Constitución de México de 1917 y la de Weimar de 1919. Casi 28 años antes de la Constitución de 1949, aquel texto incorporaba por primera vez el reconocimiento de los derechos sociales estableciendo las transgresoras “Bases del régimen económico y del trabajo” y consagraba, entre otros logros institucionales, el régimen municipal autonómico permitiendo las formas semi directas de democracia (referéndum, plebiscito y revocatoria de mandatos) y el voto de los extranjeros y las mujeres (con derecho a elegir y ser elegidas a nivel local). También por primera vez, propuso un Estado laico, separando Iglesia y Estado. Esa Constitución que no pudo ser aplicada pese a su unánime sanción en 1921, fue puesta en vigencia en 1932 durante el Gobierno del Dr. Luciano Molinas. Una aviesa intervención federal en 1935 frustraría el gobierno santafesino y anularía esa Constitución. Hoy, a 100 años de su sanción, constituye un antecedente imprescindible para el derecho público provincial argentino y en especial para la Provincia de Santa Fe, que más temprano que tarde, reformará su actual Constitución de 1962 y seguramente incorporará a la nueva carta magna provincial, algunas de las sabias instituciones que aquella consagraba. 

LA CONSTITUCIÓN Y EL CONTEXTO HISTÓRICO POLÍTICO. 

En los comienzos del Siglo XX la crisis del capitalismo había conducido a la primera gran guerra europea. Frente a ello aparecieron experiencias que fueron parte de una respuesta política y social a “ese capitalismo desembridado de la belle èpoque”. La revolución alemana de noviembre de 1918, así como la instauración de la república de Weimar y su Constitución un año más tarde, fueron parte de ese intento superador: la alternativa republicana intentó proyectar su vocación democratizadora a todos los ámbitos, mostrando que la parlamentarización y la democratización de las anquilosadas estructuras políticas del Imperio eran inseparables de la parlamentarización y de la democratización radical de las estructuras económicas, comenzando por la gran empresa capitalista y por las concentraciones cuasi-feudales de la tierra. La conquista y defensa de la democracia política, en otras palabras, no podía entenderse al margen de la democracia económica, industrial y agraria. Y la profundización de ambas, a su vez, constituía el horizonte irrenunciable de un republicanismo socialista digno de ese nombre. 

Dos años antes, se dicta la Constitución Mexicana de 1917, que fue la primera Constitución que al epíteto de política agregó el de “social” y se proyectó a la humanidad. En una línea similar puede citarse a la Constitución soviética de 1918, constituyendo, ambas, “hijas de sendos intentos de republicanización revolucionaria, las que importaban el reconocimiento de derechos sociales dirigidos a asegurar las condiciones materiales para el ejercicio de la libertad”. 

Casi 28 años antes de la Constitución de 1949, aquel texto incorporaba por primera vez el reconocimiento de los derechos sociales estableciendo las transgresoras “Bases del régimen económico y del trabajo” y consagraba, entre otros logros institucionales, el régimen municipal autonómico. 

A su vez, el período delimitado por las dos guerras mundiales durante el siglo XX es para la Argentina un laboratorio de intensas transformaciones. Un pasaje entre dos Argentinas signado por tres grandes portales: el de 1912, con la ampliación de la ciudadanía política de la mano de la democracia electoral y la imposición de la obligatoriedad del sufragio; el de 1930, como epicentro de una crisis del modelo de acumulación y de la dominación política; y la coyuntura crítica alrededor del año 1945, de la que emergería un nuevo sujeto político, el peronismo. 

Fruto de aquellas reformas electorales, a partir de 1911, e impulsadas por el Presidente Roque Sáenz Peña -la ley de enrolamiento general, la de formación del padrón electoral y la de elecciones nacionales o ley “Sáenz Peña” propiamente dicha- se inicia el período del radicalismo en el poder entre 1916 y 1928. 

Uno de los primeros distritos en los que la reforma política de 1912 permite el acceso del partido radical al poder político es Santa Fe. Desde esa fecha inaugural para la democracia electoral y hasta 1930 el sistema de partidos en el espacio provincial se organiza sobre la base de la centralidad del radicalismo como partido de gobierno, con características de partido predominante y una alta conflictividad interna. Esa capacidad electoral del radicalismo potencia los enfrentamientos en el seno de la organización y termina por conformar dos fuerzas electorales diferenciadas y competitivas: la Unión Cívica Radical (UCR) Santa Fe, antipersonalista; y la UCR Comité Nacional yrigoyenista. Mientras tanto, el Partido Demócrata Progresista (PDP), se afirma como partido de oposición, con un fuerte peso en la zona sur de la provincia, una interesante participación parlamentaria y un alto protagonismo en el debate político ideológico que caracteriza a la política santafesina en los primeros años de la década del veinte. Uno de los puntos más álgidos de ese debate, que desdibuja las fronteras partidarias, se constituye a partir del reconocimiento de la necesidad de reformar la constitución provincial vigente desde comienzos del siglo. Esa reforma será impulsada sustancialmente por el partido de Lisandro de la Torre y durante el radicalismo en el gobierno, será sancionada en 1921, la Constitución. 

EL MALESTAR CON LA CONSTITUCIÓN. 

Como ha señalado el historiador Diego Roldán: «La Constitución de 1921 se convertiría en una bisagra en el pasado de la Provincia de Santa Fe donde competirían proyectos e identidades divergentes: la oposición entre la centralización y la descentralización, entre la laicización y el catolicismo, entre la modernización y el tradicionalismo». 

El texto se adscribe, como fue dicho, a las líneas conceptuales del llamado «constitucionalismo social», que inauguraron sólo unos años antes en el mundo las Cartas de México (1917) y la de Weimar (1919), pero, además, propone una reforma progresista de importancia: el cambio de relación entre Iglesia y Estado y, con él, introduce en el debate político ideológico la “cuestión religiosa”, recuperando la vieja tradición laicista inaugurada en la Provincia por Nicasio Oroño. Laicismo y cuestión social serían, en definitiva, las claves de la resistencia a la nueva Constitución y a los gobiernos que la impulsaron. 

El punto de partida de los reclamos reformistas de la Constitución de 1900 por entonces vigente en Santa Fe tiene como punto de referencia a la Liga del Sur fundada por Lisandro de la Torre en 1908. Esta agrupación representaba el reclamo de ciertas fracciones de la burguesía comercial, financiera y agraria sureñas de concluir con el marginamiento en las decisiones de poder. La Liga del Sur procuraba un doble objetivo: sacudirse el peso de la sujeción política de la burocracia instalada en la capital provincial y estimular un conjunto de transformaciones en las instituciones políticas -especialmente municipales- de la Provincia. 

En efecto, el programa de la Liga del Sur pretendía ensanchar las bases de legitimidad política: reformando la composición del cuerpo electoral; introduciendo la representación de las minorías a través del sistema de lista incompleta; reconociendo a cada distrito rural el derecho de elegir por el voto de los nacionales e incluso de los extranjeros a las autoridades policiales, a la Justicia de Paz, a las Comisiones de Fomento (que hasta entonces las elegía el Gobernador) y al Consejo Escolar. Pero sustancialmente la Liga pretendía “romper con la estructura monolítica del poder provincial” y para ello la propuesta reconocía por primera vez “la autonomía municipal para las ciudades de Rosario y Casilda” y el “Intendente municipal electivo”. Este reclamo de descentralización y de mayor participación política exigía para su formalización la reforma de la Constitución de 1900, temas todos que fueron incorporados luego a la Constitución de 1921. 

Es así que en el Capítulo III que se refiere al “Régimen Electoral” de la Constitución de 1921 se establece que la “representación política, tiene por base la población” y en el caso del Senado será elegido uno por departamento, salvo la ciudad capital que elegiría dos senadores y Rosario tres. También amplía la base electoral: se otorga el derecho al sufragio a los extranjeros y a las mujeres el de elegir y ser elegidas para los cargos locales. Pone límite a los grandes poderes del Gobernador: no sólo impide su reelección y la del Vice, sino incrementa las atribuciones del Poder Legislativo contemplando la facultad de las Cámaras de abrir por sí mismas y prorrogar sus sesiones, de autoconvocarse cuando un asunto de grave interés lo requiera y designar comisiones investigadoras con amplios poderes. 

Laicismo y cuestión social serían, en definitiva, las claves de la resistencia a la nueva Constitución y a los gobiernos que la impulsaron. 

El nuevo texto, que vino a suplantar la Constitución de comienzos del siglo XX en Santa Fe, consagró, antes que en la Nación, los derechos de los trabajadores y de los más necesitados y para evitar las “venganzas políticas” de los gobiernos, garantizó la estabilidad del empleado público. Estableció las “Bases de un Régimen Económico y del Trabajo” de vanguardia: fijaba la jornada máxima de labor y el salario mínimo; destinaba una parte de la renta fiscal para la construcción de casas para obreros; aseguraba la higiene en los lugares de trabajo y propendía al establecimiento de cámaras de arbitraje con participación patronal y obrera. Propuso una nueva concepción del rol del Estado como regulador de las políticas públicas en el ámbito económico y social. Garantizó la progresividad en materia tributaria, propendiendo a la eliminación de impuestos que pesasen sobre los artículos de primera necesidad. Esbozó, seguramente influido por el Grito de Alcorta, una reforma agraria que, entre otras cosas, gravaba la tenencia especulativa de la tierra. 

La Constitución de 1921 combatió la centralización del poder y reconoció (lo que para afrenta de los santafesinos, aún no hemos logrado) la autonomía municipal, y en 1933, estando en vigencia esa Constitución, las ciudades de Santa Fe y Rosario pudieron dictar sus propias Cartas Orgánicas. También la Constitución reconoció más de 70 años antes que en la Nación las formas semi directas de democracia: referéndum, iniciativa y revocatoria a nivel local. Asimismo garantizó la inamovilidad de los jueces mientras durase su buena conducta, creó la Corte Suprema compuesta por cinco jueces y un Procurador y estableció el jury de enjuiciamiento para magistrados. 

La nueva Constitución eliminó el Preámbulo y, en consecuencia, quitó toda invocación al origen divino, lo cual introdujo el concepto de laicidad y una nueva relación entre Estado e Iglesia, cuestión que traería el mayor tema de resistencia y conflicto, pese a que consagraba una sana combinación entre prescindencia religiosa del Estado y la expresa garantía para la libre profesión del culto, impidiendo leyes que lo restrinjan. 

El carácter laicista se afirmaba con otros dos preceptos: por un lado, suprimiendo para el Gobernador y Vice el requisito de pertenecer a la religión católica en cuanto al juramento para la asunción de los cargos, el que fue reemplazado por la promesa de cumplir con la Constitución, y por otro, estableciendo con más claridad que la Ley 1420 que le educación en la Provincia sería “gratuita, integral y laica” creando “el fondo de la educación común que estaría formado por el 25%, como mínimum, de las rentas generales de la Provincia”. 

Como diría Lisandro de la Torre, gran impulsor de ese texto: esa Constitución seguiría la gran tradición de reformas laicas introducidas en la Nación y en las provincias: “la secularización de los cementerios, el registro civil, el matrimonio civil, la enseñanza laica”. 

SANCIÓN Y DESCONOCIMIENTO DE LA CONSTITUCIÓN. 

La Constitución no pudo ponerse en vigencia en 1921 pese a la unánime sanción de los constituyentes electos por el voto popular (radicales y demócratas progresistas) porque fue desconocida por un simple decreto del Gobernador Enrique Mosca. 

El “argumento” justificatorio de esa decisión fue la prórroga del mandato de la Convención. Las verdaderas razones políticas fueron otras. La discusión sobre la legalidad del procedimiento que culminó con la promulgación de la Constitución esconde en realidad el temor que generó su contenido entre los más poderosos. Los dos núcleos de resistencia a su sanción, dirá Marta Bonaudo, pueden sintetizarse en el modo a través del cual la propuesta -intentando garantizar una práctica democrática amplia- atenúa las condiciones distorsionadas de representación, legitima el espacio fiscalizador de la oposición y rompe con los cánones de la “política criolla”. La segunda razón de la resistencia, sin dudas, es la llamada “cuestión religiosa”. 

El comienzo de los debates, se produjo el 18 de abril de 1921 y en la sesión del 1° de junio de ese año, ante la imposibilidad material de dar íntegro cumplimiento a la ley de reforma dentro del plazo fijado, la Convención resolvió, por unanimidad, prorrogar sus sesiones hasta el 15 de agosto. Sin embargo, las mismas culminaron dos días antes, el 13 de agosto de 1921, dándose por clausurada las sesiones y constituyéndose en la fecha de la sanción de la Constitución. La nueva Carta Provincial debía entrar en vigencia a partir del 1° de diciembre de 1921. 

El “argumento” justificatorio de esa decisión fue la prórroga del mandato de la Convención. Las verdaderas razones políticas fueron otras. La discusión sobre la legalidad del procedimiento que culminó con la promulgación de la Constitución esconde en realidad el temor que generó su contenido entre los más poderosos. 

Sin embargo, el Gobernador Enrique Mosca mediante un mero decreto del Poder Ejecutivo desconoció la Constitución instigado por un telegrama conminatorio enviado -al inicio de la sesiones de la Convención- por el Ministro del Interior Ramón Gómez al Gobernador de Santa Fe, en el que “por especial encargo del presidente de la República” (Hipólito Irigoyen), le advertía sobre los peligros del nuevo texto. En dicho telegrama, el Ministro le dirá al Gobernador: “las luchas religiosas, que dividieron a la humanidad pertenecen a una época remota…renovar su discusión podría parecer inusitado…”. Y culmina apelando a la “restauración de las bases esenciales de la nacionalidad” y al Gobernador Mosca le reclama “poner una vez más al servicio de tan elevados fines todos los justos prestigios de su acción ciudadana…”.

 El 27 de agosto de 1921, el Gobernador Mosca “cumple” con los deseos gubernamentales nacionales y mediante un decreto “Resuelve: no reconocer valor alguno a los actos realizados por la Convención con posterioridad a la fecha en la que, de acuerdo con el artículo tercero de la Ley 2003, terminó su mandato”. El Ejecutivo santafesino “se había convertido en abogado del desconocimiento”. 

La discusión política, pero especialmente jurídica y constitucional sobre la cuestión de la prórroga del mandato de la Convención Constituyente dio origen a un arduo debate doctrinario que duró más de una década. Este se reprodujo cuando el Gobernador demócrata progresista Luciano Molinas puso en vigencia, en 1933, la Constitución de 1921. 

VIGENCIA DE LA CONSTITUCIÓN E INTERVENCIÓN FEDERAL: RÉQUIEM PARA UN GOBIERNO Y UNA CONSTITUCIÓN PROGRESISTA.

El debate en torno a la Constitución de 1921 y su núcleo principal de disputa ideológica, el carácter laico de la misma, reconfigurará el alineamiento partidario e intrapartidario y también permitirá una modificación de actitudes y posicionamientos de otros actores sociales. 

La controversia trajo consecuencias políticas y conflictos en el seno de los partidos que disputaban el poder en Santa Fe. El radicalismo, que había apoyado la reforma constitucional y triunfado en las elecciones obteniendo la mayoría de los convencionales, sufre divisiones que repercutirán con posterioridad negativamente. Quien había sido presidente de la Convención, el ex gobernador radical Manual Menchaca, y que había defendido férreamente la Constitución, junto a un grupo de correligionarios se aleja del partido y conforma lo que se denominó “radicalismo opositor”. El PDP, en cambio, mantiene las consignas reformistas y ello se convierte en una importante bandera de lucha antagónica. La Constitución de 1921, abandonada por los conflictos del radicalismo, se constituirá en un verdadero programa de gobierno demoprogresista (pese a que no era su propuesta original) que mantendrá en cada contienda electoral y pondrá vigencia en 1932, al alcanzar el gobierno provincial Luciano Molinas. Lo dice Lisandro de la Torre en el prólogo al libro de Napoleón Pérez “La verdadera Constitución progresista de Santa Fe”: “estamos en vísperas de la asunción del gobierno por el partido que durante once años reclamó la vigencia de la Constitución de 1921 y su victoria permitirá implantarla”. 

El gobernador Molinas cumplió su palabra y el 4 de mayo de 1932 firmó el decreto de promulgación de la Constitución de 1921 iniciando una administración caracterizada por la transparencia, la honradez y por el marcado tono progresista de su gestión en lo político y social. 

Los avances institucionales políticos y sociales empezaron a ser vistos con preocupación por los conservadores y por el propio gobierno de Justo. Santa Fe era «un mal ejemplo» para el resto de las provincias asoladas por las políticas recesivas, el fraude y la escandalosa corrupción. Un gobierno honesto, que favorecía a los sectores populares, que impulsaba el desarrollo, iba absolutamente en contra de los principios de los fraudulentos gobernantes que ocupaban la Rosada y contra las «arraigadas» convicciones del poder real. Había que castigar además a Lisandro de la Torre por su «insolencia» al denunciar el negociado de las carnes que involucraba a ministros del gobierno, y había que hacerlo rápido porque faltaban meses para las elecciones en Santa Fe donde se descontaba el triunfo de la Torre, por su trayectoria y por el buen gobierno que había hecho su partido. Otro tema importante era que la Concordancia necesitaba garantizar su sucesión tras el final de mandato de Justo y, para eso, los votos de Santa Fe en el colegio electoral eran fundamentales frente a los seguros fracasos en la Capital, Córdoba y Entre Ríos. En efecto, los electores presidenciales demócratas progresistas de la provincia de Santa Fe unidos a los electores radicales de otros distritos (Capital Federal, Córdoba, Entre Ríos y Tucumán), aun sin contar con las minorías ya existentes, aniquilaban la continuidad de la Concordancia en la próxima renovación presidencial.

Como dirá Félix Luna: ¡Una simple suma condenaba a Santa Fe! 

El gobernador Molinas cumplió su palabra y el 4 de mayo de 1932 firmó el decreto de promulgación de la Constitución de 1921 iniciando una administración caracterizada por la transparencia, la honradez y por el marcado tono progresista de su gestión en lo político y social.

Entre las muchas armas políticas utilizadas por el gobierno conservador para sostenerse en el poder (junto al fraude y la violencia política) se encontraba la intervención federal a las provincias. En los últimos días de septiembre de 1935 entra sorpresivamente al Senado un proyecto de ley para intervenir Santa Fe bajo el pretexto de que allí se estaba aplicando la Constitución de 1921, que a juicio del Ejecutivo Nacional, era nula. 

En un hecho sin precedentes, el proyecto de intervención fue aprobado sobre tablas en el Senado Nacional ante las airadas protestas de varios senadores entre los que se destacaron Lisandro de la Torre[1] y Francisco Correa. La iniciativa girada a Diputados no pudo ser tratada ante la falta de quórum y la finalización de las sesiones ordinarias, por eso Justo decide la intervención por decreto. La hipocresía llegó a su punto culminante con el Ministro del Interior de Justo, el ex radical Leopoldo Melo, que había dicho que antes de intervenir Santa Fe “se cortaría la mano”, pero, como dijera luego con ironía Luciano Molinas, fue él quien redactó el decreto de intervención y “no murió manco”. 

El 3 de octubre de 1935, Justo envía la intervención a Santa Fe, destituyendo al gobierno de Molinas y anulando la Constitución de 1921. Concluía así una administración progresista legitimada por el mandato popular que cumplió su promesa de poner en vigencia la Constitución de 1921. 

Con ese acto intervencionista se expresaba lo peor de un período trágico para la República -la década infame- asentado sobre el irrespeto a las instituciones democráticas, la apelación al fraude y a la violencia. Como señaló Félix Luna refiriéndose a esa época: “El campeonato de la infamia lo ganaba la intervención en Santa Fe porque en ese episodio se reunieron todas las mañas del régimen gobernante: la duplicidad de Justo, la hipocresía que hacía cubrir con solemnes palabras los actos más injustificables, la frialdad en el cálculo de tiempo y oportunidad, el desprecio por la voluntad mayoritaria y la opinión pública. Fue el hecho más innoble, más irritante, más condenable de la década clausurada el 4 de junio de 1943”. 

EL HOMENAJE… 

Hoy, a 100 años de la sanción de la Constitución santafesina de 1921, es justo rendir homenaje a los Convencionales que la sancionaron, a los dirigentes políticos que la impulsaron y defendieron, y a los gobernantes que la pusieron en vigencia. También tener más que nunca presente este antecedente imprescindible para el derecho público provincial argentino y especialmente para la Provincia de Santa Fe que más temprano que tarde, reformará su actual Constitución de 1962 y seguramente incorporará a la nueva carta magna provincial, algunas de las sabias instituciones que aquella consagraba.



*El presente artículo es una versión sintética de lo expuesto en el libro «La Constitución de 1921. La verdadera Constitución progresista de Santa Fe» (Editorial Laborde) y, por razones de formato, hemos eliminado la mayoría de las referencias bibliográficas. 

[1]Lisandro de la Torre con su habitual elocuencia dijo en el debate del Senado: «Santa Fe debe ser avasallada porque su partido mayoritario me ha proclamado a mí candidato a gobernador de la provincia; Santa Fe debe ser avasallada en revancha del debate sobre la investigación del comercio de carnes. No bastaba con dejar en pie todos los vicios revelados por la investigación, más lozanos que nunca; no bastaba con que el monopolio mantenga su dominio imperturbable de detrimento de la riqueza del país; no bastaba con que la sangre de un senador por Santa Fe haya manchado este recinto, cobardemente asesinado; no bastaba con que se le niegue a la madre del muerto el derecho de querellar; no bastaba con que la Justicia no se interese en recibir los testimonios formidables que yo revelé en esta Cámara; no bastaba todo eso. ¡Era necesaria, todavía, la venganza!». El aludido senador por Santa Fe asesinado en el recinto el 23 de julio de 1935, fue Enzo Bordabehere.

OSCAR BLANDO 

DOCTOR EN DERECHO.
PROFESOR DE GRADO (DERECHO POLÍTICO) Y POSGRADO (DERECHO CONSTITUCIONAL PROFUNDIZADO, ELECTORAL Y PARLAMENTARIO) EN LA FACULTAD DE DERECHO DE LA UNR Y EN OTRAS UNIVERSIDADES. 

EX DIRECTOR DE REFORMA POLÍTICA Y CONSTITUCIONAL DEL GOBIERNO DE LA PROVINCIA DE santa fe.



sábado, 31 de julio de 2021

El sencillo acto de ser un héroe… @dealgunamaneraok...

El sencillo acto de ser un héroe… 


El último de los héroes nos propuso la redención a través del pecado. El último de los herejes nos dio felicidad y la abrazamos. Tomar es tomar entero. Los héroes se hacen de contradicciones. Como el Halcón Maltés, Diego estaba hecho del material con el que se fabrican los sueños. 

Escrito por Facundo Milman el miércoles 25/11/2020 y publicado por el Diario La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 

Vivir sin esperanza en el deseo de encontrar una voz

Leónidas Lamborghini

 

Se me complica hablar de Diego Armando Maradona, sobre todo, en este día. Un desgarramiento que va más allá del límite de lo imaginable, pero voy a hablar del Diego. No propongo leerlo en algún sentido en específico ni representarlo, no lo pienso volver a presentar, sino por el contrario mi ínfima idea era hablar del significado que tiene Él en mi vida.

 

Maradona: héroe y pecador; salvador y salvado; esperanza y esperanzador. El Héroe resguardó la felicidad no sólo mía, sino de todos. Maradona fue capaz de trascender el mismo campo al cual pertenecía.

 

El Diego es mi Héroe. Un Héroe que se encargó de proteger con su simple sonrisa, dar seguridad a través de ella y simbolizar lo que es Argentina en el mundo. Un Héroe que cargó en su espalda con todos sus pecados, un Héroe que trató de encargarse de sus errores, un Héroe que alcanzó la Redención como categoría teológica, histórica y universal: la Redención a través del pecado.

 

El Diego descansa sobre su símbolo: su sonrisa. Pero ella no se agota. Su sonrisa, su protección y su figura van más allá del límite, es decir, rompe la misma idolatría popular que Él supo encarnar. Diego Armando Maradona va más allá de su figura: su presencia se reafirma en su ausencia. Las huellas psíquicas, sensoriales e ideológicas que dejó al abandonar el mundo terrenal son testigo de la grandeza de su ser.

 

El Héroe llamado Diego Armando Maradona podrá abandonar la vida terrenal, podrá viajar a través del tiempo en la memoria construida por el pueblo y podrá no estar ahora con nosotros. Pero hay algo no podrá hacer el Héroe: volver a repetir los actos heroicos. Diego Armando Maradona es la esperanza que vive en el espíritu del pueblo, es la señal que supimos conseguir como pueblo y, en lo fundamental, es pueblo únicamente por el pueblo.

 

Maradona: héroe y pecador; salvador y salvado; esperanza y esperanzador. El Héroe resguardó la felicidad no sólo mía, sino de todos. Maradona fue capaz de trascender el mismo campo al cual pertenecía.

 

 

Maradona es mi Héroe, es D10S y también el anfibio. El Diego no sólo se quedó en el campo de juego generando su expresión. Fue más allá: surcó el campo de la política, de la soberanía, del comunismo y puedo seguir nombrando. Es la trascendencia maradoniana: ir más allá de su campo de especificidad. El ídolo popular, mi Héroe, el Dios, el anfibio solicita que abracen sus singularidades, su especificidad y, por lo tanto, sus contradicciones. Abrazar al Diego es no escindirlo. No es interesante recrear un personaje recortándolo porque, por un lado, le quitamos su característica emancipadora y, por otro lado, es hora de aceptarlo para habitar esas contradicciones que él supo suscitar.

 

Acaso, ¿no es más genuino habitar las contradicciones en vez de recortarlas? ¿No sucede un proceso similar con la angustia? ¿No es mejor habitarla que escindirla de uno? ¿Estamos creando un personaje? ¿Estamos creando un Diego que nos quede cómodos a todos? ¿Un Diego que sea soportado por nuestra moralidad?

 

No, no interesa para nada. Si algo así sucede, si recortamos así, si lo amputamos de esa manera, ya no es El Diego, sino un personaje de ficción. Preferible que la esperanza, el amor, la mesura, la cultura popular que vive en la esperanza del pueblo encarnada por Diego Armando Maradona sea con todas las contradicciones posibles, sea con la incomodidad suscitada y, por sobre todas las cosas, sea con todos.

 

Preferible que la esperanza, el amor, la mesura, la cultura popular que vive en la esperanza del pueblo encarnada por Diego Armando Maradona sea con todas las contradicciones posibles, sea con la incomodidad suscitada y, por sobre todas las cosas, sea con todos.

 

Un Héroe anfibio: un Héroe de la calaña de Diego Armando Maradona. Un Héroe que trasciende categorías, campos, pecados y dolores. Se hizo efectivo: la Redención a través del pecado. El último de los herejes. El Diego quizás es eso: una presencia que vive en la ausencia. Una posibilidad que radica más allá de su existencia. Una esperanza que sigue brillando interminablemente a través de los tiempos, a través de la trágica existencia que nos rodea y a través de la errancia de la historia humana. Diego Armando Maradona, mi Héroe.


Opus - Life Is Life | Maradona Calentamiento 1989 // Letra/Lyrics





jueves, 28 de septiembre de 2017

Optimismo de la inteligencia y pesimismo de la voluntad… @dealgunamanera...

Optimismo de la inteligencia y pesimismo de la voluntad…


¿Y si invertimos a Antonio Gramsci y, a la luz de las elecciones, pensamos desde el optimismo de la inteligencia pese al pesimismo de la voluntad? ¿Y si apostamos por opciones igualitarias y democráticas?

© Escrito por Américo Schvartzman director del diario, el viernes 11/08/2017 y publicado por el Diario La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Una conocida frase de Antonio Gramsci hablaba del “pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad”. El gran teórico la había tomado de una expresión de Romain Rolland en L’Humanité. El escritor pacifista lideró, pocos años después, una gran campaña internacional por la libertad de Gramsci. Pero ya en las páginas del Ordine Nuovo, mucho antes de los Cuadernos de la cárcel, Gramsci recurría con frecuencia a esa consigna que lo había atrapado. Con ella apelaba la actitud de la izquierda italiana para que se animara a impedir primero y a revertir después el avance fascista: había que apostar a la voluntad, aunque la razón mostrara que todo estaba muy mal, para no dejarse vencer por la adversidad.

Pero ¿qué pasa cuando pasa al revés? ¿Cuándo se enfrentan un “optimismo de la inteligencia” y un fuerte “pesimismo de la voluntad”?
¿Se puede proponer una fórmula inversa: una apelación al optimismo de la inteligencia frente al pesimismo de la voluntad?

Podría decirse que hay muchas personas cuya voluntad de aportar a la construcción de una herramienta política transformadora no se encuentra motivada en el contexto actual. ¿Sería útil, inspirador, encontrar razones para el optimismo?

¿Qué pasa cuando se enfrentan un “optimismo de la inteligencia” y un fuerte “pesimismo de la voluntad”?

En lo que sigue, intento marcar algunos puntos interesantes (y que, me parece, pueden ser descriptos con alguna pretensión de objetividad) para pensar que la compleja sociedad argentina ofrece algunas perspectivas alentadoras para la varias veces frustrada y cada vez más ardua construcción de una alternativa política que se sustente en valores sensiblemente diferentes a las opciones en pugna. Mal y pronto: una verdadera izquierda democrática, competitiva y solvente, como la que el país nunca tuvo.

Encuentro tres datos duros que abonan esa expectativa. Veamos.

La presidente, Cristina Fernández de Kirchner y el Jefe de Gobierno Mauricio Macri, en la inauguración de la Autopista Illia. Fotografía. Fabián Marelli (03-06-2014)

Primer dato: distintas encuestas muestran que casi dos tercios de la sociedad argentina, atravesando las diferencias socioeconómicas y culturales, no quieren saber nada –pero nada– con la última versión del peronismo que gobernó la Argentina. Es decir, con esa triple estafa (ideológica, política y ética) que fue el kirchnerismo. “Cuando se mide todo lo que tenga que ver con el gobierno anterior”, explica Mariel Fornoni, de Management & Fit, “las encuestas no dan más que 20% de imagen positiva. La gente dio vuelta la página. Puede volver el peronismo, pero no Cristina”, afirma la investigadora.

(Acá podría abrirse un paréntesis ante esta obviedad. ¿Qué tiene eso de positivo? Si por eso ganó Macri. Pero no nos apuremos).

Segundo dato: una enorme porción (que varía según los encuestadores, pero siempre es grande) no está satisfecha con el rumbo del actual Gobierno. Alrededor del 55% de los consultados en un trabajo de Gustavo Córdoba y asociados respondió que desde que asumió Macri el país está peor. En otras palabras, aunque la mayor parte de las personas no quiere saber nada con el kirchnerismo, una importante porción de ellas tampoco cree que el macrismo sea la salida que la Argentina necesita. Un trabajo de Management & Fit de junio de este año refleja que el 46% de las personas consultadas no se identifica ni con uno ni con otro. La grieta existe, pero le interesa a menos gente de lo que se percibe en los micromundos de las redes sociales o de los programas especializados en “¡Hay polémica!”.

Tercer dato: según todas las encuestas (y también según algunas reacciones sociales que han sido claras señales) no hay ninguna posibilidad de que éste o cualquier otro Gobierno vuelva atrás en aquellas políticas públicas que la sociedad mayoritariamente ha considerado positivas. De nuevo, datos de M&F, muestran que un 67% de las personas consultadas defienden políticas como la Asignación Universal por Hijo, la recuperación del sistema público de jubilaciones, el matrimonio igualitario o las políticas públicas de derechos humanos. La lista es más amplia (y seguramente si se consulta punto por punto los porcentajes muestren variaciones). Pero para tomar una dimensión de la profundidad de esta percepción social, basta recordar lo que pasó con el 2×1. También en este caso las encuestas fueron contundentes: un trabajo de D’Alessio Irol y Berensztein mostró al 85% de la población en contra de conceder ese beneficio a los condenados por delitos de lesa humanidad.

La grieta existe, pero le interesa a menos gente de lo que se percibe en los micromundos de las redes sociales o de los programas televisivos.

Las PASO de este domingo (y aun las elecciones de octubre), son casi anecdóticas, por más que los partidos chicos –como el Partido Socialista– se estén jugando mucho con la barrera absurda del 1,5% impuesta para complicarles la vida. Pero si los datos consignados son “episteme” (ciencia), habilitan a imaginar acciones sin detenerse en la coyuntura, por más riesgos que presenta. Quiero decir: si estos datos son correctos y la elección se polariza, parece razonable que convivan todas las miradas: quienes prefieren que gane el Gobierno, aunque les convence cada vez menos; quienes voten a las opciones opositoras que parezcan mejor posicionadas, para “enviar un mensaje”, e incluso que haya quienes ni siquiera voten, desalentados por el panorama coyuntural.

Bandera roja

Pero lo que parece claro también (siempre dentro de la doxa –opinión-, pero bien mezcladito con episteme) es que esas amplias capas de la población desconformes con uno y otro, están también desconformes con el resto de la oferta electoral: a Massa le desconfían; a la izquierda dura no la votarían más que como advertencia (no les parece opción por lo imprevisible, y en ese sentido el FIT se dispara a sus propios pies al votar “a favor” de De Vido); y a los sectores de centroizquierda ni siquiera los ven: están atomizados y sin rumbo claro.

¿Dónde está, entonces, el optimismo de la inteligencia? En la notoria falta de una izquierda democrática, seria pero no solemne, decente pero no pacata, defensora del ambiente y de los derechos individuales, de las instituciones pero con un firme compromiso con la igualdad, innovadora y audaz pero también para gobernar, no solo presentando proyectos en la oposición. Su ausencia en el panorama de la vida política argentina es un silencio atronador.

¿Dónde está, entonces, el optimismo de la inteligencia? En la notoria falta de una izquierda democrática, seria pero no solemne, decente pero no pacata, defensora del ambiente y de los derechos individuales, de las instituciones pero con un firme compromiso con la igualdad.

Faltan, de todos modos, muchos elementos, y uno de ellos es el destino inmediato del Gobierno de Santa Fe y del Frente Progresista que lo conduce, el cual viene sobreviviendo como puede a los vaivenes de las estrategias nacionales (o la falta de ellas) de las fuerzas que lo integran. Y que sigue siendo lo más cercano a algo que se proyecte y se proponga llenar esa ausencia que ensordece. Quizás es el mejor momento para que el pesimismo de la voluntad sea revisado desde el optimismo de la inteligencia.


martes, 26 de septiembre de 2017

Conspiraciones… @dealgunamanera...

 Conspiraciones…


Mientras la sociedad se pregunta dónde está Santiago Maldonado, sectores del oficialismo y algunos de los medios más poderosos inventan un nuevo enemigo interno: “los mapuches separatistas financiados desde el extranjero”. Esta teoría engrosa la lista de las teorías conspirativas presentes durante toda la historia argentina.…

© Escrito por Esteban Campos y publicado el jueves 20/09/2017 por el Diario La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

La multiplicación de las imágenes de Santiago Maldonado en las redes sociales y las movilizaciones que reclaman por su aparición han debilitado al gobierno de Mauricio Macri, inmerso en una coyuntura electoral decisiva, que esperaba sortear sin mayores problemas a partir de su buena performance en las PASO.

Si hasta el 1º de agosto la estrategia polarizadora del elenco gubernamental se había limitado a repartir las estampitas del buen gobierno lanceando a la bestia negra del populismo, la movilización de sentimientos que provocó en un sector de la población la desaparición de un joven militante en un operativo represivo planteó otra clase de desafío. El peligro para el gobierno era, hasta hace unos días, la universalización del reclamo, con la potencia de despolarizar la conflictividad política hasta sustituir el gran relato de la grieta por otros escenarios más incómodos, donde el Estado es presionado desde abajo.


Sin embargo, el gobierno recuperó la iniciativa y tuvo cierto éxito en instalar la idea de que el reclamo por la aparición con vida de Santiago Maldonado tiene una matriz impura, debido a su utilización política en tiempos electorales. El conflicto fue reubicado en la trama previsible del antagonismo entre el kirchnerismo y la administración del PRO, con sus desconfianzas recíprocas, con su catarata de insultos que reemplazan la política por la reafirmación de la propia identidad.

Es en este contexto de tire y afloje donde el gobierno, los medios amigos y la minoría intensa que constituye su base electoral más leal hicieron circular la versión de una densa trama conspirativa, una amenaza a la puesta en acto del Estado mismo, que se ve obligado a defenderse.

Desde la asunción de Mauricio Macri, el PRO ha configurado a un contendiente imaginario, denunciando constantemente el ataque del populismo a las instituciones democráticas. La tenebrosa vuelta de tuerca actual es que la construcción de esta amenaza está incorporando elementos cada vez más radicales, cada vez más “otros”, cada vez más amenazantes, lo que nos ubica en las coordenadas de la teoría del complot.

El PRO ha configurado a un contendiente imaginario denunciando el ataque del populismo a las instituciones democráticas. La teoría del complot se ha incorporado a su discurso.

El primer paso firme en la invención de un nuevo enemigo interno fue el informe del periodista Jorge Lanata, que denunció la existencia de una guerrilla mapuche en el sur, al mismo tiempo que las redes sociales se inundaban con la pregunta por Santiago Maldonado. A partir de ese momento, los periodistas oficialistas citaron declaraciones de funcionarios y boletines de inteligencia que destacaban las supuestas conexiones entre la Resistencia Ancestral Mapuche (RAM), las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, grupos armados del Kurdistán, La Cámpora y las Madres de Plaza de Mayo. Pero como la RAM es un colectivo demasiado pequeño y remoto como para calar hondo en la imaginación popular, la amenaza se traslado a las grandes ciudades y empezó a articular grupos e identidades cada vez más amplios, en coincidencia con la masiva manifestación por Santiago Maldonado el viernes 1º de septiembre, mientras el gobierno y los medios denunciaban una ola de atentados, ataques a las fuerzas de seguridad y amenazas contra la familia presidencial.


El sábado siguiente a la manifestación, el diario La Nación informó que -según el Ministerio de Seguridad- los mapuches tenían apoyo de corrientes anarquistas, trotskistas y kirchneristas, organismos de Derechos Humanos, sindicatos combativos y “manifestantes revolucionarios”. La palabra “extremista”, que no se utilizaba con regularidad desde las décadas de 1960 y 1970, cuando era parte del lenguaje de las dictaduras militares y los gobiernos civiles de matriz autoritaria, volvió a circular por los grandes medios de comunicación.

El domingo 3 de septiembre, el periodista Joaquín Morales Sola escribió en referencia a los incidentes posteriores a la desconcentración de la marcha: “A esa mezcla de mapuches desautorizados por los propios mapuches, de bordes políticos, de neonazis, de marxistas frívolos y de cristinistas resentidos se les unen a veces grupos anarquistas, que sólo aparecen de vez en cuando”. Un día después, el periodista Alfredo Leuco trató de elevar la moral de sus filas y dijo al aire con tono castrense: “Nos han declarado la guerra”, en referencia a esta virtual amenaza multiforme donde se confunden adrede las bombas molotov con pacíficas demostraciones de masas. Dando crédito a la existencia de un complot para derribar el gobierno, las estrellas del periodismo y la TV se convierten en voceros de los servicios de inteligencia, que viven de inflar o inventar amenazas para obtener mayor presupuesto, de ese que todos pagamos con nuestros impuestos. ¿Por qué deberíamos tomarnos en serio entonces a las teorías del complot?

La teoría del Complot. 


Mapuches apátridas, guerrilleros colombianos, separatistas kurdos, vascos terroristas, capitalistas británicos, anticapitalistas libertarios, kirchneristas radicalizados, trotskistas que cierran fábricas, docentes que amenazan con transformar a nuestros inocentes hijos en militantes barbudos, neonazis…¿¿También neonazis?? Que este juego de identidades intercambiables parezca una ensalada ridícula no debería hacernos olvidar la eficacia de las teorías conspirativas como mapas cognitivos de nuestras sociedades de masas. Como decía el crítico literario Frederic Jameson en La estética geopolítica: “Ante la general parálisis de lo imaginario colectivo o social, para el que «no pasa nada» cuando se enfrenta al ambicioso programa de imaginar un sistema económico a escala mundial, el viejo tema de la conspiración adquiere una nueva vitalidad en cuanto a estructura narrativa capaz de reunir los elementos básicos mínimos: una red potencialmente infinita, junto a una explicación plausible de su invisibilidad”. Dicho en otras palabras, para la mayoría de la gente es más fácil imaginar a un puñado de malvados preparando un golpe de estado en una alcantarilla, que pensar en los mecanismos de la ley del valor. Esto aplica no solo en la percepción de los sistemas económicos complejos como el capitalismo global, sino también en cómo son representadas cotidianamente la sociedad, el estado y la política.

La trama del complot, sigue diciendo Jameson, requiere la conciencia de su imperfección para poder funcionar como mapa cognitivo, por eso la mentalidad conspirativa siempre está dispuesta a creer en algo oculto que certifica la realidad de la amenaza. Por eso, la tentación iluminista de educar al fascista no alcanza para desnudar la falsedad ideológica del complot, porque la falta de evidencias no hace mella en su estructura (y así resulta paradójico que sean los defensores del gobierno y las fuerzas de seguridad quienes piden pruebas contundententes sobre la responsabilidad de la Gendarmería, como si la desaparición forzada de personas pudiera tener éxito sin borrar las huellas de su acto).

La creencia en la conspiración no se vincula solamente al nivel más ordenado y simbólico de la  ideología, ya que también apela a profundas fantasías colectivas, una realidad aumentada contínuamente por la literatura, el cine, la televisión y la industria del entretenimiento en general, desde los filmes de la saga de James Bond como Spectre a best-sellers como El Código Da Vinci, junto a video-juegos populares como Tomb Raider y Uncharted.


La falsificación más conocida de una conspiración en el siglo XX fue probablemente Los Protocolos de los sabios de Sión, un panfleto antisemita de la policía secreta zarista publicado por primera vez en 1903, para justificar los pogromos que se producían en el Imperio Ruso. El folleto consistía en la transcripción de una serie de protocolos o actas de un supuesto gobierno judío mundial, que se reunía para planificar el control del planeta. Básicamente, los temas principales del documento apócrifo eran la crítica del liberalismo y la democracia, la explicación de los métodos que los judíos debían utilizar para conquistar el mundo, junto a una descripción del nuevo orden mundial que emergería. Para que los sabios de Sión tomen el poder era necesario promover la agitación obrera, las insurrecciones populares, los regímenes democráticos, la formación de monopolios y la especulación financiera. Por eso, para el antisemitismo militante, los judíos, los revolucionarios bolcheviques, la banca internacional, los liberales y los masones eran extremos que se unían con el fin de destruir a la gente común. En consecuencia, Los Protocolos de los sabios de Sión le regalaron al fascismo décadas de prejuicios y odio, amparados en una fábula que hizo las veces de manual escolar de lectura obligatoria en la Alemania nazi.

En la Argentina tenemos nuestras propias teorías conspirativas, inspiradas en el modelo de los Protocolos. Como indica el historiador Ernesto Bohoslavsky, el Plan Andinia fue pergeñado en nuestro país a comienzos de la década de 1960 por Horst y Klaus Eichmann, los hijos del criminal de guerra nazi Adolf Eichmann. Sin embargo, la responsabilidad de su propaganda entre círculos más amplios como las Fuerzas Armadas a partir de 1971 corrió por cuenta del economista antisemita Walter Beveraggi Allende, autor de libros como La inflación argentina (1975), donde explicaba que la crisis económica argentina se debía al proyecto desestabilizador del judaísmo.

El Plan Andinia, según los hermanos Eichmann, sería un vasto complot de Israel para crear un segundo Estado judío en la Patagonia. De acuerdo a esta versión, en 1969 un rabino de apellido Gordon habría expuesto en una sinagoga de Buenos Aires un plan para corromper la moral y la economía de la Argentina, con el fin último de dividir el territorio nacional. Esta historia, que ha encontrado eco en grupos neonazis de Argentina y Chile alarmados por la presencia de turistas israelíes en el sur, responsabiliza a un grupo étnico local por actuar como quinta columna para entregar la Patagonia a intereses extranjeros. Cualquier semejanza con grupos mapuches separatistas financiados por Inglaterra no es una pura casualidad.

La teoría de los “mapuches separatistas financiados por Inglaterra” se suma a una larga lista de teorías conspirativas (de distinto tipo y color) presentes en la historia argentina.

Otra teoría que circuló en la derecha peronista en los años ’70 fue la teoría del complot sinárquico, elaborada por el profesor universitario Carlos Disandro, padrino intelectual de la Concentración Nacional Universitaria (CNU) que terminó siendo una de las patas de la Triple A. Desde la década anterior, Disandro afirmaba que había una conspiración en marcha para infiltrar al movimiento peronista, acusando a los curas renovadores inspirados por el Concilio Vaticano II de actuar digitados por la Iglesia católica para controlar al justicialismo. Más tarde, los Montoneros se convirtieron en su blanco predilecto, señalados como agentes del comunismo internacional. En resumen, detrás de las organizaciones armadas peronistas, los sacerdotes tercermundistas, el camporismo, el judaísmo y la masonería se escondían las fuerzas convergentes del Vaticano y la Unión Soviética. La idea del complot de la Sinarquía internacional fue utilizada por Perón y la derecha peronista como un insumo discursivo e ideológico en la depuración del movimiento de sus corrientes más izquierdistas.

Los demonios familiares de la Argentina.

Teniendo en cuenta estos antecedentes, que sectores del gobierno y los medios de comunicación vuelvan a la teoría del complot como parte de su estrategia de polarización de la sociedad argentina es como mínimo un acto de irresponsabilidad. Como hemos visto, la conspiranoia apela a profundas fantasías colectivas, desde los Protocolos de los Sabios de Sión pasando por la Sinarquía Internacional y el Plan Andinia a esta temible amenaza multiforme que parece representar el anarcokirchnerismo. En la presentación del otro indeseable se activan y entrelazan distintas sensibilidades sociales: el miedo a la contaminación y el desorden -la devaluación perversa del desparecido como un “hippie mugroso”-; la envidia encubierta en toda ética protestante del trabajo, la austeridad y la sobriedad  -el odio al kirchnerista corrupto y voluptuoso que se enriquece sin esfuerzo-; la xenofobia amparada en grandes mitos nacionales -los mapuches invasores, que vienen de Chile financiados por el oro británico para mutilar el suelo patrio como un deja vú de Malvinas-. Por último, la amenaza subversiva externa materializada en el enemigo interno al mejor estilo de la contrainsurgencia setentista -los “marxistas frívolos”, los trotskistas con los pies en el país y la cabeza en Moscú,  las “células” anarquistas de la internacional antiglobalización-. Todas las brujas y los demonios que invadieron el sueño de la Argentina liberal desde la Conquista del Desierto, pasando por el Centenario de 1910, el “aluvión zoológico” del peronismo y el trauma setentista hasta el presente.

Este discurso deja perplejo a más de uno; es como si desde cierto arco gubernamental, policial y periodístico se hubiera adoptado un setentismo contrainsurgente mal actuado, que se toma con demasiada seriedad las consignas donde el presidente se mimetiza con la última dictadura militar. Más allá de la pertinencia o no de semejante caracterización, jugar a la teoría del complot es un peligro latente en una sociedad que repite como un tic los prejuicios y las sospechas que antecedieron a la transición democrática:

“¿¿Que hacía un artesano con los mapuches??” ¿Por algo será? No seria muy temerario pensar que todo esto sirva para desacreditar cualquier reclamo popular como sospechoso de extremismo, justificando el giro autoritario del gobierno en nombre del combate a la violencia política.

Esteban Campos. Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires e Investigador del CONICET en el Instituto de de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani". Se especializa en historia de los movimientos armados en Argentina y América Latina, y en la historia de la izquierda peronista.