Optimismo de la inteligencia y pesimismo de la voluntad…
¿Y si invertimos
a Antonio Gramsci y, a la luz de las elecciones, pensamos desde el optimismo de
la inteligencia pese al pesimismo de la voluntad? ¿Y si apostamos por opciones
igualitarias y democráticas?
© Escrito por Américo
Schvartzman director del diario, el viernes 11/08/2017 y publicado por el
Diario La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Una conocida frase de Antonio
Gramsci hablaba del “pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la
voluntad”. El gran teórico la había tomado de una expresión de Romain Rolland
en L’Humanité. El escritor pacifista lideró, pocos años después, una gran
campaña internacional por la libertad de Gramsci. Pero ya en las páginas del
Ordine Nuovo, mucho antes de los Cuadernos de la cárcel, Gramsci recurría con
frecuencia a esa consigna que lo había atrapado. Con ella apelaba la actitud de
la izquierda italiana para que se animara a impedir primero y a revertir
después el avance fascista: había que apostar a la voluntad, aunque la razón
mostrara que todo estaba muy mal, para no dejarse vencer por la adversidad.
Pero ¿qué pasa cuando pasa al revés?
¿Cuándo se enfrentan un “optimismo de la inteligencia” y un fuerte “pesimismo
de la voluntad”?
¿Se puede proponer una fórmula
inversa: una apelación al optimismo de la inteligencia frente al pesimismo de
la voluntad?
Podría decirse que hay muchas
personas cuya voluntad de aportar a la construcción de una herramienta política
transformadora no se encuentra motivada en el contexto actual. ¿Sería útil,
inspirador, encontrar razones para el optimismo?
¿Qué pasa cuando se enfrentan un “optimismo de la
inteligencia” y un fuerte “pesimismo de la voluntad”?
En lo que sigue, intento marcar
algunos puntos interesantes (y que, me parece, pueden ser descriptos con alguna
pretensión de objetividad) para pensar que la compleja sociedad argentina
ofrece algunas perspectivas alentadoras para la varias veces frustrada y cada
vez más ardua construcción de una alternativa política que se sustente en
valores sensiblemente diferentes a las opciones en pugna. Mal y pronto: una
verdadera izquierda democrática, competitiva y solvente, como la que el país
nunca tuvo.
Encuentro tres datos duros que
abonan esa expectativa. Veamos.
La presidente,
Cristina Fernández de Kirchner y el Jefe de Gobierno Mauricio Macri, en la
inauguración de la Autopista Illia. Fotografía. Fabián Marelli (03-06-2014)
Primer dato: distintas encuestas muestran que
casi dos tercios de la sociedad argentina, atravesando las diferencias
socioeconómicas y culturales, no quieren saber nada –pero nada– con la última
versión del peronismo que gobernó la Argentina. Es decir, con esa triple estafa
(ideológica, política y ética) que fue el kirchnerismo. “Cuando se mide todo lo
que tenga que ver con el gobierno anterior”, explica Mariel Fornoni, de
Management & Fit, “las encuestas no dan más que 20% de imagen positiva. La
gente dio vuelta la página. Puede volver el peronismo, pero no Cristina”,
afirma la investigadora.
(Acá podría abrirse un paréntesis
ante esta obviedad. ¿Qué tiene eso de positivo? Si por eso ganó Macri. Pero no
nos apuremos).
Segundo dato: una enorme porción (que varía según
los encuestadores, pero siempre es grande) no está satisfecha con el rumbo del
actual Gobierno. Alrededor del 55% de los consultados en un trabajo de Gustavo
Córdoba y asociados respondió que desde que asumió Macri el país está peor. En
otras palabras, aunque la mayor parte de las personas no quiere saber nada con
el kirchnerismo, una importante porción de ellas tampoco cree que el macrismo
sea la salida que la Argentina necesita. Un trabajo de Management & Fit de
junio de este año refleja que el 46% de las personas consultadas no se
identifica ni con uno ni con otro. La grieta existe, pero le interesa a menos
gente de lo que se percibe en los micromundos de las redes sociales o de los
programas especializados en “¡Hay polémica!”.
Tercer dato: según todas las encuestas (y
también según algunas reacciones sociales que han sido claras señales) no hay
ninguna posibilidad de que éste o cualquier otro Gobierno vuelva atrás en
aquellas políticas públicas que la sociedad mayoritariamente ha considerado
positivas. De nuevo, datos de M&F, muestran que un 67% de las personas
consultadas defienden políticas como la Asignación Universal por Hijo, la
recuperación del sistema público de jubilaciones, el matrimonio igualitario o
las políticas públicas de derechos humanos. La lista es más amplia (y
seguramente si se consulta punto por punto los porcentajes muestren
variaciones). Pero para tomar una dimensión de la profundidad de esta
percepción social, basta recordar lo que pasó con el 2×1. También en este caso
las encuestas fueron contundentes: un trabajo de D’Alessio Irol y Berensztein
mostró al 85% de la población en contra de conceder ese beneficio a los
condenados por delitos de lesa humanidad.
La grieta existe, pero le interesa a menos gente de lo
que se percibe en los micromundos de las redes sociales o de los programas
televisivos.
Las PASO de este domingo (y aun las
elecciones de octubre), son casi anecdóticas, por más que los partidos chicos
–como el Partido Socialista– se estén jugando mucho con la barrera absurda del
1,5% impuesta para complicarles la vida. Pero si los datos consignados son
“episteme” (ciencia), habilitan a imaginar acciones sin detenerse en la
coyuntura, por más riesgos que presenta. Quiero decir: si estos datos son
correctos y la elección se polariza, parece razonable que convivan todas las
miradas: quienes prefieren que gane el Gobierno, aunque les convence cada vez
menos; quienes voten a las opciones opositoras que parezcan mejor posicionadas,
para “enviar un mensaje”, e incluso que haya quienes ni siquiera voten,
desalentados por el panorama coyuntural.
Bandera roja
Pero lo que parece claro también
(siempre dentro de la doxa –opinión-, pero bien mezcladito con episteme) es que
esas amplias capas de la población desconformes con uno y otro, están también
desconformes con el resto de la oferta electoral: a Massa le desconfían; a la
izquierda dura no la votarían más que como advertencia (no les parece opción
por lo imprevisible, y en ese sentido el FIT se dispara a sus propios pies al
votar “a favor” de De Vido); y a los sectores de centroizquierda ni siquiera
los ven: están atomizados y sin rumbo claro.
¿Dónde está, entonces, el optimismo
de la inteligencia? En la notoria falta de una izquierda democrática, seria
pero no solemne, decente pero no pacata, defensora del ambiente y de los
derechos individuales, de las instituciones pero con un firme compromiso con la
igualdad, innovadora y audaz pero también para gobernar, no solo presentando proyectos
en la oposición. Su ausencia en el panorama de la vida política argentina es un
silencio atronador.
¿Dónde está, entonces, el optimismo de la inteligencia?
En la notoria falta de una izquierda democrática, seria pero no solemne,
decente pero no pacata, defensora del ambiente y de los derechos individuales,
de las instituciones pero con un firme compromiso con la igualdad.
Faltan, de todos modos, muchos
elementos, y uno de ellos es el destino inmediato del Gobierno de Santa Fe y
del Frente Progresista que lo conduce, el cual viene sobreviviendo como puede a
los vaivenes de las estrategias nacionales (o la falta de ellas) de las fuerzas
que lo integran. Y que sigue siendo lo más cercano a algo que se proyecte y se
proponga llenar esa ausencia que ensordece. Quizás es el mejor momento para que
el pesimismo de la voluntad sea revisado desde el optimismo de la inteligencia.