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sábado, 3 de abril de 2021

Los malditos de nuestra historia… @dealgunamaneraok...

Los malditos de nuestra historia… 


Cuando está retomando la carga y se le suma la mutación viral de la pandemia, sus malas noticias son un cerco de peligro de nuestra geografía. 

© Escrito por Carlos Leyba el viernes 02/04/2021 y publicado por Diario El Economista de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.

La pobreza marca un récord que concentra indigencia en el conurbano, el territorio de miserables disputas políticas y de las mayores consecuencias nacionales.

 

El Departamento de Estado de EE.UU. informa, en voz alta al mundo, los elevados niveles nacionales de corrupción en el poder (político, judicial, seguridad) y la consagración de la impunidad que no distingue colores políticos ni tramos de la historia o categorías criminales.

 

Lo sabemos. Lo sufrimos. Todo ese agobio, incluye como doctrina, la justificación de la abolición de la pena, presuntamente “progre”, que logró imponer Raúl Zaffaroni, el juez al que ascendió la Dictadura y cuyo estatuto juró. Estamos tapados de contradicciones.

 

Estamos lejos de “estar bien”.

 

Pandemia, pobreza y un sistema de Justicia doloroso forman un triángulo de las Bermudas del que nos debemos alejar. No es lo único. Pero es lo que nos coloca en frente la noticia de la realidad.

 

No estamos bien porque la cuestión sanitaria nos encuentra relativamente indefensos. No es consuelo que no estemos más indefensos que lo que lo están lugares prósperos del planeta.

 

No estamos bien porque la cuestión social nos tiene acorralados y  en un lugar complejo en términos planetarios: abundancia en producción de alimentos y una ingeniería social perversa que hace difícil lograr la alimentación saludable de más de la mitad de los más pequeños de nuestros niños.

 

No estamos bien y sin seguridad que, en esta vida, la Justicia llegará a los extremos que nos asolan.

 

No llegará al motochorro que mata por una cartera flaca del suburbio. Y tampoco a las altas esferas de las que hablamos todos los días y de otras de las que hablamos poco. Con precisión quirúrgica, José Claudio Escribano, en reportaje de Carlos Pagni, a raíz de un comentario sobre Mauricio Macri, más o menos dijo que Macri era hijo de la corrupción estructural. Esa de la que en esta columna hemos hablado hasta el hartazgo: la nueva oligarquía de los concesionarios, los nuevos ricos que se apoderan de recursos de la comunidad para montar fortunas escandalosas y exhibicionistas, al tiempo que la pobreza se acelera.

 

Dinero a base de secretos de alfombras, generado sin olor ni de sudor industrioso ni de bosta rural.

 

Nombre y apellido de escandalosas fortunas de los últimos 30 años cuando estalló la pobreza.

 

Las viejas fortunas de la tierra y de la industria, se hicieron en la prosperidad del país y no como estas surgidas de la nada en las décadas de la decadencia.

 

¿Cómo? Deberíamos tenerlo en cuenta.

 

No estamos bien. Pero, acaso, ¿vamos bien?

 

La respuesta, como diría Julio Argentino Cobos, “no es positiva”. Cobos no fue, vaya paradoja, el único vicepresidente que le torció el brazo al Presidente.

 

El voto de Cobos fue un veto que inclinó la balanza de la historia y evitó una catástrofe a la que ciega, respecto de la realidad social, nos dirigía Cristina Kirchner alentada (¡que notable!) por el hoy opositor Martín Lousteau. 

Una lección que alguien debería imitar en los días que corren. Vetar el desbarranco. 

En nuestra Argentina hay impunidad ante la propia historia. Una deriva del galimatías que genera la capacidad idiomática del castellano en el que “ser” es distinto del “estar”. 

Digresión: algunos políticos dicen “ser” de un espacio (ahora así se llama) y se permiten “estar” en el espacio contrario. Ir y venir.  Alberto, ¡cuánta confusión! Alguna política no se preocupa por la coherencia del “ser” sino por las mieles del “estar”. Eso también enferma a la sociedad. 

Volvamos. 

La peste es una desgraciada importada. Casi nadie pudo evitarla. 

A pesar de las muchas fallas que cometimos, no la hemos enfrentado tan mal. 

Una reflexión de Semana Santa podría obrar el milagro que todos los que algo tienen que decir acerca de esto, puedan dialogar acerca de los modos de “tratar” y morigerar los efectos de la pandemia. 

Conversaciones apacibles sobre la mucha opinión fundada sobre tratamientos sólidos posibles, hasta que la vacuna genere esa inmunidad de rebaño que sería el principio del retorno a la normalidad. 

¿Serán también posibles conversaciones apacibles acerca de la solución de los males que nosotros hemos generado? ¿Acerca de la marea de pobreza o la tragedia de la impunidad (toda la impunidad) que ha mutilado los brazos de la Justicia? 

Ninguno de estos dos males gravísimos son la consecuencia de una invasión externa. Son consecuencia inexorable de nuestras decisiones políticas. Entonces, ¿Qué deberíamos cambiar? 

Pero mientras que, para la búsqueda de la inmunidad de rebaño, hay un consenso dominante que apuesta a las vacunas con el proviso de no abandonar sine die los cuidados y el distanciamiento social; para esos otros males, que, aclaremos, no son los únicos que nos hacen “estar mal”, no existe ni remotamente por ahora la posibilidad de un consenso y ni siquiera la disposición al diálogo verdadero. ¿Nada nos conmueve ante la inmensidad de las consecuencias nefastas posibles? 

No visualizamos propuestas para transitar, con alguna certeza, una vía que nos lleve a buen puerto. Un puerto en el que todos podamos embarcarnos sin exclusiones.

La renuncia de Marcela Losardo fue la manifestación de la renuncia de Alberto Fernández a sostener una mirada distinta sobre la Justicia a la de Cristina Kirchner o el Instituto Patria. 

Cristina procura obtener cambios en el sistema o en las personas, que permitan la definición de su inocencia en todas las causas en la que la Justicia la persigue desde que ella ejercía la presidencia. En aquél entonces se iniciaron los procesos, se realizaron las denuncias y acumularon las pruebas. 

Las decisiones dependen de la virtud de los jueces. La virtud se alimenta de imparcialidad y capacidad de resistir a las presiones ajenas a las pruebas. 

Claro que si los jueces son mis abogados o mis correligionarios, la imparcialidad no está garantizada. Y si quienes deben juzgar esas decisiones judiciales, a su vez, tienen posición tomada, la resistencia será de corta duración. 

El Instituto Patria aspira a instalar una Justicia que procura el abolicionismo tanto para el motochorro como para, en la práctica, el mega chorro. 

El fundamento ideológico es que el capitalismo es insanablemente inmoral y debe ser “saqueado” por arriba y por abajo, para poder ser vencido. 

Néstor sostenía de manera transparente que era necesaria una nueva “burguesía rica y progresista”. Los métodos para lograrlo pasaban por apropiarse, sin costo, de recursos abundantes. Así surgieron los Eskenazi comprando YPF, con utilidades de YPF y los planes de la AFIP para garantizar el flujo de dinero gratuito para acumular capitales “liberadores”. Eso ocurrió gracias a Néstor. 

Siempre hay “otro lado de la luna”, aquel que creemos o queremos, no ver. 

Por ejemplo la inseguridad es la contra cara de la ausencia de Justicia. Toda la cuestión de la Justicia es parte del dilema de la “inseguridad” y es consecuencia de la “debilidad del Estado”. 

Esa “debilidad” que nos enferma, es consecuencia de la ausencia de un “consenso de Nación”. 

La ausencia de un nosotros común, es lo que construye a “los otros” como el enemigo necesario. 

Sin Nación, sin idea de trayectoria común, no hay Estado. Puede haber gobierno, una manda transitoria. 

Sin Estado, o Estado débil, el gobierno transcurre a la defensiva. El gobierno como combate es al que, en combate, se le procura su reemplazo. 

Toda la cuestión de la Justicia, el mensaje en alta voz del Departamento de Estado, no dice nada nuevo. 

Es la consecuencia de la debilidad del Estado que es la deriva de la ausencia de Nación. Nada más difícil de resolver. 

Porque en la lógica del problema, que ausenta la solución, está la aniquilación del adversario. La supresión de la alternativa. ¿En eso estamos? ¿Somos conscientes? 

Toda la temática de la inseguridad y de la justicia, es la contra cara de esa debilidad de la existencia del Estado y de la ausencia de Nación. 

Detrás de la pobreza que nos consume, la exclusión activa de una manera de vivir que reconocemos como propia, está el proceso siniestro de concentración de las últimas décadas, construido sin producción y sólo con apropiación, que no es lo mismo. 

La exclusión  de más de la mitad de los niños y casi la mitad de los argentinos, es hija de la debilidad del Estado y de la cooptación saqueadora de los gobiernos y sus políticas. 

¿Cómo procurar el bien común presente y de largo plazo, con un Estado existencialmente débil? 

La pobreza no ocurrió de golpe. El proceso se arrastra desde hace más de cuatro décadas. Partimos de 800.000 pobres, el 4% de la población. La acumulación sistemática la llevó a casi 20 millones. Y 42% de la población. 

No nos llegó de golpe.  Fue una enfermedad silenciada que se acumuló sin pausa, al mismo tiempo que se generaban fortunas súbitas del estancamiento mediante el saqueo del Estado, como señaló Escribano. 

Esa concentración responde a un pensamiento que procura demostrar que el modelo económico que había logrado incluir al 96% de los argentinos estaba equivocado. 

Aquel modelo había comenzado, con los conservadores, como respuesta a la inviabilidad de la especialización en las materias primas para financiar el crecimiento. Un modelo cuyo éxito quedó demostrado en 30 años de Estado de Bienestar con crecimiento económico, diversificación productiva e inclusión social. 

Primero, con las armas, lo atacaron los guerrilleros que querían instaurar el socialismo y, en la práctica, lo liquidó la Dictadura con el pretexto de terminar con la guerrilla. Se instaló el Estado de Malestar en el que la pobreza y el extravío de la Justicia son consecuencias. 

Sembraron la muerte, el estancamiento y la exclusión, al tiempo que se formaban condiciones para forjar fortunas súbitas en la decadencia colectiva. 

La pandemia agrava las cosas, pero si no empezamos a resolver la pobreza y la justicia, seremos parte de las generaciones que perdieron una Nación de progreso heredada de los mayores. Seremos los malditos de la historia.


 

lunes, 17 de febrero de 2020

Perder-perder… @dealgunamanera...

Perder-perder…

Pesadumbre. Mental y física de Cristina en Cuba. Fotografía: CEDOC

Envejecer es un arte difícil, en muchos sentidos. Para Cristina también. Ella tampoco es ejemplo de la promesa de “volver mejores”. No puede superar el estigma de crecer en silencio y expulsar afectos cuando habla. Lo mismo que pasaba en su primera campaña nacional, en 2007, cuando el por entonces jefe de Gabinete Alberto Fernández se esforzaba por explicar que con Cristina el kirchnerismo entraría en la fase superior, la republicana a lo Ángela Merkel. Cuando Alberto Fernández explicaba lo que ella era, crecía. Cuando ella mostraba lo que era, producía rechazo en un sector. Quizá también por eso produce amor en otro sector.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el domingo 16/02/2020 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires., República de los Argentinos.

En la polémica a favor de la existencia de presos políticos, los alineados con Cristina utilizaron el ejemplo de Nelson Mandela para desarmar el argumento de Alberto Fernández sobre que solo lo son los detenidos a disposición del Poder Ejecutivo. En la columna de ayer se explicaron las diferencias jurídicas (Si hay lawfare, hay presos políticos) pero lo más importante ahora son las diferencias de actitud. Mandela, tras estar 27 años preso, se dijo al recuperar su libertad: “Mientras salía por la puerta que conducía a mi libertad, pensé: ‘Si no dejás atrás la amargura y el odio, aún estarás en prisión’”.

Cruel hasta con ella misma, antropofágica y resentida, esa Cristina es una de las caras de Jano argentinas

Asumiendo que Cristina Kirchner hubiera sentido estos cuatro años de Macri haber sufrido una prisión simbólica, su triunfo electoral y la recuperación de gran parte del poder público deberían resultarle un abrazo sanador de gran parte de la sociedad. Sin embargo, a diferencia de Mandela, ella prefiere continuar en la prisión simbólica de la amargura y el odio.

Transmitió el resentimiento que no puede superar y la hace prisionera del pasado al presentar su libro Sinceramente y decir: “El componente mafioso del lawfare se tradujo en la persecución a mis hijos, pero especialmente a Florencia. Debe ser ese componente mafioso, los ancestros de quien fuera... como denunció un conocido periodista de Página/12 cuando habló de la ‘Ndrangheta’. Deben ser esos ancestros”, refiriéndose a la mafia de Calabria, lugar de origen de la familia Macri.

Pero Macri es in-significante y no podría ser principal sujeto de su inquina algo a lo que le asigna tanta mediocridad. Su problema es que, lejos de disfrutar este nuevo ciclo de su existencia, su rostro denota disgusto con la vida confirmando que, si fuera cierto lo que cuentan quienes tienen algún contacto con ella, hasta llora al transmitir ese sentimiento en la intimidad.

Macri también mostró en su rostro huellas de disconformidad con la vida. En las fotos de su cumpleaños 61, el sábado 8 de febrero, le aparecen bolsas en los ojos de alguien bastante mayor. En el caso de Macri, su sufrimiento no debería ser a causa de resentimiento sino de haber comprobado al ejercer la presidencia cuántos atributos menos tiene respecto de los que presuponía.

Pero esas dos caras de tristeza, la del resentimiento y la de la impotencia, son dos metáforas del rostro del país que hace 45 años fracasa sin cesar. En gran medida por la irreconciliable relación entre unos y otros.

Entre los que se quedan, no son pocos los que se van al exterior, escucho a macristas consolarse tontamente pensando que Alberto Fernández no tiene plan de crecimiento y que, cuando se evidencie, la presión social insatisfecha sumada a la interna con los cristinistas hará que todo explote, creándose las condiciones para el regreso del no peronismo. El mismo consuelo mediocre del kirchnerismo cuando perdió en 2015 pensando que, más tarde o más temprano, Macri terminaría yéndose en un helicóptero y regresaría triunfante el kirchnerismo.

Aun cumpliéndose estas profecías, cada sector se hace cargo de una pesadilla cada vez peor, comenzando desde más abajo, un juego perder-perder donde pierden todos.

En la primera presentación de su libro Sinceramente, Cristina Kirchner expuso como ejemplo de éxito el pacto social que el último ministro de Economía de Juan Domingo Perón, José Ber Gelbard, instrumentó en 1973. Cuando Cristina lo recordó no se sabía que Alberto Fernández sería el candidato, pero luego él mismo rescató el ejemplo de aquel pacto social al promover la creación de un Consejo Económico y Social, más las suposiciones de que Roberto Lavagna sería su conductor, cuya inspiración tiene reminiscencias con el de 1973 que permitió a Gelbard instrumentar su política económica.

Hace cuarenta y tres años que José Ber Gelbard falleció (1917-1977) pero queda activo quien fue su mano derecha en el ministerio, el economista Carlos Leyba, protagonista del reportaje largo de esta edición (página 38), quien él mismo dice: “Usted me sacó del sarcófago”.

Escuchar los testimonios de aquella Argentina donde había solo un 4% de pobreza y nuestra tasa de crecimiento se había mantenido durante todo el siglo XX al mismo nivel que las de Canadá y Australia, pero sin embargo el país estaba violentamente dividido dando origen a dictaduras y guerrillas, resulta una lectura obligatoria para todos aquellos interesados en entender por qué llevamos 45 años (y no 75 años) de fracasos. Destrucción que pergeñó la última dictadura, sin que fuera inocente la guerrilla.

Presumido, banal, contradictorio y estéril, Mauricio Macri es metáfora de la otra cara de Jano argentina

Carlos Leyba es un desconocido para el público contemporáneo porque su época fue otra. Fue quien nombró director de Precios en el Ministerio de Economía al joven Roberto Lavagna, quien entonces tenía 31 años. Pero como actor de aquella Argentina que se perdió, es una voz autorizada para hacernos reflexionar sobre el presente. Nos falta la grandeza de Mandela, de la que Cristina Fernández carece, y la inteligencia de Mandela, que Mauricio Macri nunca tuvo y desgraciadamente una parte de la sociedad le asignó ante el espanto que le despertaba (y le despierta) Cristina Kirchner.

La palabra suave de Carlos Leyba es un grito que interpela a las generaciones que lo sucedieron por lo que se hizo con aquel país cuya economía, todavía hasta 1983, cuando Alfonsín asumió la presidencia, era igual a la de Corea, y hoy es tres veces menor con la misma cantidad de habitantes y treinta veces más territorio.

Es hora de seguir el consejo de Mandela, dejando atrás la amargura y el odio, para no continuar en la misma prisión mental.