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domingo, 28 de junio de 2020

Chau Hermes, chau… @dealgunamanera...

Chau Hermes, chau…

Hermes Binner

No puedo hablar de Hermes Binner sin referir sus pasos a los de toda una generación que, sobre 1960, irrumpió en la vida universitaria y después, por obvia decantación, en la vida política Argentina.

© Escrito por Raúl Emilio Acosta “Bigote Acosta” el viernes 26/06/2020 y publicado en su página web Bigote Acosta Periodismo de Autor de la Ciudad de Rosario, Provincia de Santa Fe.

Es inevitable la referencia. Estudios secundarios en la década ’50 a ’60 pone a todos en este sitio. Herederos de una educación  laica, gratuita y obligatoria, en la que la clase obrera soñaba con hijos que fuesen más que obreros. Muchos de los que allí nos encontramos formamos parte de un sueño familiar que igualaba.

Sus años son los de muchos. Su militancia la de todos. La primera imagen que guardo de “el alemán Binner” es la de un flaquito, rubio, con el mechón sobre la frente llevando el largo tubo (como de dentífrico) con la tinta para los rodillos del mimeógrafo (Gestetner) en la casa del Centro de Estudiantes de la Facultad de Medicina. Militancia elemental.

Llegué a Rosario siendo un peronista que se juntaba con los de “la Fede”, el flaco Leonhardt y otros, de Santa Fe, mi ciudad El  “alemán” empezaba a reunirse con los del APRI. Asociación Pueblo y Reforma Indoamericana. Demasiado para una agrupación de Medicina en una Facultad que era parte de una Universidad muy potente. UNL. La desmembrarían en 1966 los militares. El APRI era el brazo socialista en aquella Universidad. Yo, mínimo, estaba en Humanismo Renovador, cueva de peronistas.

Hermes cumplía dos rituales particulares. Era de más allá del Río Salado. Era callado. Nunca fue de discursos, sino de opiniones sencillas pero rotundas. Entendía las dos provincias de Santa Fe.

Lo acompañé en muchos viajes por el país y sólo puedo imaginar algo parecido a lo que sucedía con “el viejito” Illía. Don Arturo Umberto tenía la misma particularidad, el mismo imán. Un paso tranquilo y un suceso:” como le va doctor…” Con Hermes pasaba eso. Saludos y reconocimiento.

Pocas veces me dijo…” ustedes los peronistas”… y trataba de encontrar un punto de unión entre mis disparates y su solidez para gestionar, porque de eso se trataba.

Binner siempre supo cómo gestionar… y cómo manejar un partido infiltrado de teóricos y cismáticos. Para ambas cuestiones era cortante, serio, sin gritos y sin dudas. Ante la pregunta de los “porqué” su respuesta deslumbraba, atravesaba la cohetería y decidía, o había decidido, según lo conveniente para el día y para el mañana.

Compartíamos una risa socarrona ante los disparates de la Carrió o del “loco” Chávez y no creo traicionarlo al contar que no creía ni en esta ni en aquel. El tiempo estuvo de su lado.

“Alemán, estás yendo contra Cristina…”… – Si, fíjate, nos quedamos con los que de ningún modo la aceptarán…y que, además, quieren un pensamiento progresista. No sé cuántos seremos, pero no habrá insultos ni enojos….-

…”tampoco habrá plata Alemán, poca gente apoyará una campaña contra esa mujer…”- Todos los dineros tendrán un recibo, eso es la almohada para dormir bien todas las noches…

Ahora sí que lo voy a delatar. En su casa, mientras él preparaba el mate que tomaríamos, amargo y en calabaza grande, espié muchas veces su cajón de los cubiertos. De diversos colores el mango de los cuchillos, de diversos tamaños los tenedores. Los platos limpios y pocos. La heladera común. La pava sobre el borde del fuego, para seguir tomando con agua caliente, pero sin hervir.

Cuando alguno, en algún sitio, habla de los dineros públicos y los hombres públicos queda la frase de Don Arturo…” quien va a pagar todo esto…” (Cuando lo llevaban a internar y él, como médico, sabía los costos de la salud, porque – además – sabía que no tenía los dineros para pagar esa internación) y queda, junto a esa frase, al menos para mí, una de Binner cuando asumió la derrota contra CFK: “Bueno, tenemos una agenda llena de buenos militantes por todo el país… habrá que recorrerlo otra vez… de a poco… porque cuesta plata viajar tanto y tan seguido…”

Sorprendía esa honestidad. Si esto fuese un partido de truco diría un canto de los que se corresponden con el juego: falta envido… y tal vez sea un canto contra el silencio.





domingo, 4 de agosto de 2019

Memoria e historia. A 53 años de la noche más oscura… @dealgunamanera…

A 53 años de la noche más oscura…

Fotografía: Archivo Diario Perfil

La universidad argentina tuvo en La Noche de los Bastones Largos uno de los acontecimientos que más repercutió negativamente en el desarrollo de la investigación y la ciencia. El 29 de julio pasado se cumplieron 53 años de aquel funesto episodio que irrumpió brutalmente en nuestras aulas.

© Publicado el domingo 03/08/2019 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Tras intervenir todas las universidades del país, la dictadura liderada por Juan Carlos Onganía ordenó durante la noche del 29 de julio de 1966 el desalojo por la fuerza de cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Los palos con los que la policía reprimió brutalmente a estudiantes, profesores y autoridades permanecen aún hoy en nuestra memoria como uno de los hechos más tristes y oscuros que vivió la universidad argentina.

Más conocido como La Noche de los Bastones Largos, el funesto episodio marcó uno de los retrocesos más importante de la educación pública, dado que anuló violentamente la aplicación del conocimiento científico a los problemas del desarrollo nacional.

El hecho fue parte del plan represivo ideado desde el golpe de Estado del 28 de junio de ese mismo año, que derrocó al entonces presidente Arturo Illía. El mismo día del golpe, las autoridades de la UBA realizaron una declaración y un “llamado a los claustros universitarios en el sentido de que se siga defendiendo como hasta ahora la autonomía universitaria (…) y que se comprometan a mantener vivo el espíritu que haga posible el restablecimiento de la democracia”.

Docentes de la Facultad de Ciencias Exactas firmaron, además, una declaración manifestando su “irrevocable decisión de no reconocer otras autoridades de la Facultad y de la Universidad de Buenos Aires, que las que legítimamente emanan del cumplimiento del Estatuto Universitario, así como de las leyes y de la Constitución Nacional”.

Pero Onganía tenía otros planes. A un mes del golpe de Estado sancionó el decreto-Ley Nº 16.912 que establecía la intervención de las universidades y ponía fin a la autonomía, con el propósito de “eliminar las causas de acción subversiva”.

Por primera vez, las ocho universidades nacionales que existían en aquel entonces se subordinaban al Ministerio de Educación de la Nación, al tiempo que se prohibía toda actividad política en las instituciones de educación superior.

Ante este hecho, las autoridades universitarias de Buenos Aires, Córdoba, La Plata, Tucumán y Litoral decidieron renunciar, y nueve decanos de la UBA dimitieron junto con el Rector Hilario Fernández Long, entre ellos, Rolando García, decano de la Facultad de Ciencias Exactas, quien además decidió resistir la intervención junto a cientos de estudiantes, profesores y graduados.

La respuesta no tardó en llegar y a las diez de la noche del viernes 29 de julio de 1966 las tropas de Infantería comandadas por el comisario Alberto Villar reprimieron violentamente. El ataque a la Facultad de Ciencias Exactas no fue azaroso, dado que la institución se erigía como emblema de las ideas progresistas que se impulsaron en esos años.

La brutal represión, que culminó con más de 400 detenidos, cortó abruptamente la llamada “década de oro” de la universidad argentina, iniciada con la gestión del rector Risieri Frondizi durante la presidencia de su hermano Arturo. Aquel proyecto interrumpido en la feroz noche del 29 de julio se destacaba, entre otras características, por impulsar una universidad crítica y reflexiva, donde la investigación era parte fundamental de la actividad de los docentes.

Como consecuencia del ataque de Onganía a la universidad, se inició un vaciamiento de los mejores exponentes del pensamiento argentino. Durante los meses siguientes a la represión, unos 1500 docentes e investigadores fueron despedidos o renunciaron a sus cátedras, y una importante cantidad de ellos se exiliaron y fueron contratados por otras universidades del mundo.

Así, la Noche de los Bastones Largos inició una política de persecución, violencia e intolerancia al pensamiento y a la reflexión, que traería enormes consecuencias negativas al desarrollo científico y a las instituciones universitarias.

A 53 años de ese acontecimiento aciago, es fundamental reafirmar los pilares indiscutibles de nuestro sistema universitario: los principios de autonomía y cogobierno, la convivencia democrática, el respeto por la diversidad, el espíritu crítico y la rebeldía reformista.





jueves, 25 de febrero de 2010

De Eva a Cristina... El odio... De Alguna Manera...

El Odio...


Sí, el tema de estas líneas es el odio. Planteado así, de manera tan seca y contundente, quizás y ante todo deba reconocerse que es más propio de cientistas sociales que de un simple periodista u opinólogo. Pero, precisamente porque uno es esto último, registra que su razonamiento respecto del clima político y social de la Argentina desemboca en algo que ya excede a la mera observación periodística.

© Escrito por Eduardo Aliverti y publicado en el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el lunes 22 de Febrero de 2010.

Hay –es probable– una única cosa con la que muy difícilmente no nos pongamos todos de acuerdo, si se parte de una básica honestidad intelectual. Con cuantos méritos y deficiencias quieran reconocérsele e imputarle, desde 2003 el kirchnerismo reintrodujo el valor de la política, como ámbito en el que decidir la economía y como herramienta para poner en discusión los dogmas impuestos por el neoliberalismo. Ambos dispositivos habían desaparecido casi desde el mismo comienzo del menemismo, continuaron evaporados durante la gestión de la Alianza y, obviamente, el interregno del Padrino no estaba en actitud ni aptitud para alterarlos.

Fueron trece años o más (si se toman los últimos del gobierno de Alfonsín, cuando quedó al arbitrio de las “fuerzas del mercado”) de un vaciamiento político portentoso. El país fue rematado bajo las leyes del Consenso de Washington y la rata, con una audacia que es menester admitirle, se limitó a aplicar el ordenamiento que, por cierto, estaba en línea con la corriente mundial.

También de la mano con algunos aires de cambio en ese estándar, y así se concediera que no quedaba otra chance tras la devastación, la etapa arrancada hace siete años volvió a familiarizarnos con algunos de los significados que se creían prehistóricos: intervención del Estado en la economía a efectos de ciertas reparaciones sociales; apuesta al mercado interno como motor o batería de los negocios; reactivación industrial; firmeza en las relaciones con varios de los núcleos duros del establishment. Y a esa suma hay que agregar algo a lo cual, como adelanto de alguna hipótesis, parecería que debe dársele una relevancia enorme.

Son las acciones y gestos en el escenario definido como estrictamente político, desde un lugar de recategorización simbólica: impulso de los juicios a los genocidas; transformación de la Corte Suprema; enfriamiento subrayado con la cúpula de la Iglesia Católica; Madres y Abuelas resaltadas como orgullo nacional y entrando a la Casa Rosada antes que los CEO de las multinacionales; militancia de los ’70 en posiciones de poder.

En definitiva, y –para ampliar– aun cuando se otorgara que este bagaje provino de circunstancias de época, sobreactuaciones, conciencia culposa o cuanto quisiera argüirse para restarles cualidades a sus ejecutores, nadie, con sinceridad, puede refutar que se trató de un “reingreso” de la política. Las grandes patronales de la economía ya no eran lo único habilitado para decir y mandar.

Hasta acá llegamos. Adelante de esta coincidencia que a derecha e izquierda podría presumirse generalizada, no hay ninguna otra. Se pudre todo. Pero se pudre de dos formas diferentes. Una que podría considerarse “natural”. Y otra que es el motivo de nuestros desvelos. O bien, de una ratificación que no quisiéramos encontrar.

La primera nace en el entendimiento de la política como un espacio de disputa de intereses y necesidades de clase y sector. Por lo tanto, es un terreno de conflicto permanente, que ondula entre la crispación y la tranquilidad relativa según sean el volumen y la calidad de los actores que forcejean.

Este Gobierno, está claro, afectó algunos intereses muy importantes. Seguramente menos que los aspirables desde una perspectiva de izquierda clásica, pero eso no invalida lo anterior. Tres de esos enfrentamientos en particular, debido al tamaño de los bandos conmovidos, representan un quiebre fatal en el modo con que la clase  dominante visualiza al oficialismo.

Las retenciones agropecuarias, la reestatización del sistema jubilatorio y la ley de medios audiovisuales. Ese combo aunó la furia. Una mano en el bolsillo del “campo”; otra en uno de los negociados públicos más espeluznantes que sobrevivían de los ’90, y otra en el del grupo comunicacional más grande del país, con el bonus track de haberle quitado la televisación del fútbol. De vuelta: no vienen al caso las motivaciones que el kirchnerismo tenga o haya tenido y no por no ser apasionante y hasta necesario discutirlas, sino porque no son aquí el objeto de estudio. Es irrebatible que ese trío de medidas –y algunas acompañantes– desató sobre el Gobierno el ataque más fanático de que se tenga memoria.

Hay que retroceder hasta el segundo mandato de Perón, o al de Illía, para encontrar –tal vez– algo semejante. Potenciados por el papel aplastante que adquirieron, los medios de comunicación son un vehículo primordial de esa ira. El firmante confiesa que sólo la obligación profesional lo mueve a continuar prestando atención puntillosa a la mayoría de los diarios, programas radiofónicos, noticieros televisivos.
No es ya una cuestión de intolerancia ideológica sino de repugnancia, literalmente, por la impudicia con que se tergiversa la información, con que se inventa, con que se apela a cualquier recurso, con que se bastardea a la actividad periodística hasta el punto de sentir vergüenza ajena. Todo abonado, claro está, por el hecho de que uno pertenece a este ambiente hace ya muchos años, y entonces conoce los bueyes y no puede creer, no quiere creer, que caigan tan bajo colegas que hasta ayer nomás abrevaban en el ideario de la rigurosidad profesional.

Ni siquiera hablamos de que eran progresistas. La semana pasada se pudo leer que los K son susceptibles de ser comparados con Galtieri. Se pudo escuchar que hay olor a 2001. Hay un límite, carajo, para seguir afirmando lo que el interés del medio requiere. Gente de renombre, además, que no se va a quedar sin trabajo. Gente –no toda, desde ya– de la que uno sabe que no piensa políticamente lo que está diciendo, a menos que haya mentido toda su vida.

Sin embargo, más allá de estas disquisiciones, todavía estamos en el campo de batalla “natural” de la lucha política; es decir, aquel en el que la profundidad o percepción de unas medidas gubernamentales, y del tono oficialista en general, dividieron las aguas con virulencia. Son colisiones con saña entre factores de poder, los grandes medios forman parte implícita de la oposición (como alternativamente ocurre en casi todo el mundo) y no habría de qué asombrarse ni temer.

Pero las cosas se complican cuando nos salimos de la esfera de esos tanques chocadores, y pasamos a lo que el convencionalismo denomina “la gente” común. Y específicamente la clase media, no sólo de Buenos Aires, cuyas vastas porciones –junto con muchas populares del conurbano bonaerense– fueron las que el 28-J produjeron la derrota electoral del kirchnerismo. ¿Hay sincronía entre la situación económica de los sectores medios y su bronca ya pareciera que crónica?

Por fuera de la escalada inflacionaria de las últimas semanas, tanto en  el repaso del total de la gestión como de la coyuntura, los números dan a favor. En cotejo con lo que ocurría en 2003, cuando calculado en ingresos de bolsillo pasó a ser pobre el 50 por ciento del país, o con las marquesinas de esta temporada veraniega, en la que se batieron todos los records de movimiento turístico y consumo, suena inconcebible que el grueso de la clase media pueda decir que está peor o que le va decididamente mal. Pero eso sería lo que en buena medida expresaron las urnas, y lo que en forma monotemática señalan los medios.

Veamos las graduaciones con que se manifiesta ese disconformismo. Porque podría conferirse la licencia de que, justamente por ir mejor las cosas en lo económico, la “gente” se permite atender otros aspectos en los que el oficialismo queda muy mal parado, o apto para las acusaciones. Ya se sabe: autoritarismo, sospechas de corrupción, desprecio por el consenso, ausencia de vocación federalista, capitalismo de amigotes y tanto más por el estilo.

Nada distinto, sin ir más lejos, a lo que recién sobre su final se le endilgó a Menem y su harén de mafiosos. ¿Qué habrá sucedido para que, de aquel tiempo a hoy, y a escalas tan similares de bonanza económica real o presunta, éstos sean el Gobierno montonero, la puta guerrillera, la grasa que se enchastra de maquillaje, los blogs rebosantes de felicidad por la carótida de Kirchner, los ladrones de Santa Cruz, la degenerada que usa carteras de 5 mil dólares, la instalación mediática de que no llegan al 2011, el olor al 2001, el uso del avión presidencial para viajes particulares? ¿Cómo es que la avispa de uno sirvió para que se cagaran todos de la risa y las cirugías de la otra son el símbolo de a qué se dedica esta yegua mientras el campo se nos muere? ¿Cómo es que cuando perpetraron el desfalco de la jubilación privada nos habíamos alineado con la modernidad, y cuando se volvió al Estado es para que estos chorros sigan comprándose El Calafate? Pero sobre todo, ¿cómo es que todo eso lo dice tanta gente a la que en plata le va mejor?

Uno sospecharía principalmente de los medios. De sus maniobras. De que es un escenario que montan. Pues no. Por mucho que haya de eso, de lo que en verdad sospecha es de que el odio generado en las clases altas, por la afectación de algunos de sus símbolos intocables, ha reinstalado entre la media el temor de que todo se vaya al diablo y pueda perder algunas de las parcelas pequebú que se le terminaron yendo irremediablemente ahí, al diablo, cada vez que gobernaron los tipos a los que les hace el coro.

Debería ser increíble, pero más de 50 años después parece que volvió el “Viva el Cáncer” con que los antepasados de estos miserables festejaron la muerte de Eva.