Mauricio, el cuco de Alberto Fernández…
Por la vuelta. Gustavo
Beliz. Dibujo: Pablo Temes
El presidente electo les pidió prudencia y trabajo en
equipo a quienes serán sus ministros y les recordó qué pasa si fracasan: “Viene
Macri”.
© Escrito por Nelson Castro el domingo 08/09/2019 y publicado por el
Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
"Habemus gabinete”. Los rumores dieron paso a los hechos y desde el martes le tocará a cada uno de los ministros acompañar a Alberto Fernández en la difícil y titánica tarea de gobernar la Argentina.
El presidente
electo decidió tener un gabinete numeroso. Mauricio Macri hizo lo mismo al
comienzo de su gestión. No le sirvió de nada. El éxito de un gobierno no
depende de la cantidad de ministerios.
El elenco
ministerial es heterogéneo, en su mayoría moderado e integrado por personas que
no tienen prontuario.
Economía. El área económica quedó
–una vez más– dividida: el ministro de Hacienda, Martín Guzmán, se encargará
principalmente del tema de la deuda; y el de Producción, Matías Kulfas, de la
economía de todos los días.
El tema de la
deuda es, sin duda, un asunto capital. Si no se resuelve de una manera
inteligente y realista, será imposible la implementación de cualquier plan
económico con aspiraciones de éxito. Es una verdad de Perogrullo.
Alberto Fernández se inclinó por
un ministro de Economía de un muy buen nivel académico, pero sin peso político
propio.
He ahí un
desafío, porque siempre ha resultado ser un problema la presencia en ese cargo
de alguien sin poder propio. A Guzmán le pertenece la idea que cautivó a
Alberto Fernández de no pedirle más plata prestada al Fondo Monetario
Internacional. El poder político en el área económica lo tiene Kulfas, amigo de
Guzmán. El Ministerio de la Producción va a manejar las áreas de Producción,
Minería y Comercio, es decir, del corazón de la economía del país.
Relegado quedó
Guillermo Nielsen. Sus críticas a Axel Kicillof fueron letales para sus
posibilidades ministeriales. Es verdad que a él le interesaba el área de energía,
pero su proyección –hasta hace tres semanas– era otra.
A mediados de
noviembre, en ocasión de una conferencia que dio en Miami, Nielsen se encontró
con Alejandro Werner –uno de los hombres del FMI que tiene a su cargo el caso
argentino–, quien bajó desde Washington, para conocer sus ideas para la
renegociación de la deuda. Relegados fueron también Emanuel Álvarez Agis y
Martín Redrado.
Bien y mal. La inclusión de
Gustavo Beliz es elogiable. La de Carlos Zannini, no. El argumento que dio AF
para explicar su designación fue decididamente malo: “No me lo impuso nadie”,
dijo, y agregó que era una reivindicación por los 107 días que estuvo
injustamente preso.
Más allá de lo
criticable de la prisión preventiva que padeció, Zannini está procesado en la
sensible causa por la firma del memorándum de acuerdo entre la Argentina e Irán
que Alberto Fernández supo criticar severamente.
Massa. En el reparto de cargos
y cuotas de poder, a Sergio Massa le tocó el Ministerio de Transporte y AySA. A
Transporte va el ex intendente de Junín Mario Meoni, amigo personal de Massa.
Meoni es un hombre honesto proveniente del radicalismo, que se fue con Julio
Cobos para luego recalar en el Frente Renovador. Persona de buen diálogo con
todos y muy crítico del matrimonio Kirchner. No le será fácil lidiar con Moyano
y otros.
A AySA va Malena
Galmarini. Su designación causó sorpresa. AySA es una empresa estatal que, a
través de los planes de construcción de la red de agua corriente y de cloacas,
tiene una profunda penetración en el conurbano bonaerense. Galmarini aspira a
repetir ahí la experiencia de su esposo en la Anses, el trampolín que le
permitió salir del anonimato.
Kirchnerismo. La Anses y el
PAMI han quedado bajo el ala del kirchnerismo. En la jerga del poder se los
conoce como “la caja”. Manejan plata –mucha– y territorio. Tienen un valor
estratégico.
Al PAMI va la
hasta ahora diputada Laura Volnovich, especialista en temas de seguridad social
que pertenece a La Cámpora. A la ANSES va Alejandro Vanoli, ex presidente del
Banco Central, que durante su gestión representó exactamente lo contrario de la
actitud de diálogo que pregona Alberto Fernández.
Prudencia. El presidente electo
les pidió a sus funcionarios prudencia y un trabajo en equipo y sin
cortocircuitos “porque si no, ya saben lo que viene: Macri”.
Esa afirmación
refleja con exactitud la ecuación política de los últimos años de la Argentina.
Macri fue producto del autoritarismo y de la intolerancia del matrimonio
Kirchner, que dividió al peronismo y al país.
Viceversa, la
vuelta al poder del peronismo y del kirchnerismo es producto de los graves
errores cometidos por el actual gobierno y del efecto paradojal que produjo su
actitud de fomentar la grieta que desembocó en la reunificación del peronismo
disperso.
Mal discurso. El discurso de
fin de mandato de Mauricio Macri fue en líneas generales, malo. Le faltó una
autocrítica verdadera –decir que no se está satisfecho por los resultados
económicos no es una autocrítica– y se ató al nuevo eslogan –“dejamos una vara
alta”– con el que pretende darle a su gobierno un vuelo que no tuvo.
Eso no significa
desconocerle el mérito de haber normalizado el Indec y restituido su
credibilidad o la obra pública de calidad y sin sobreprecios. Pero decir que se
“deja una vara alta”, que las bases de la economía están mejores con el 40% de
pobreza, con récord de inflación, con empresas suspendiendo personal,
cerrando y/o entrando en default es no tener idea de la gravedad de la
situación económica y social del país.
La alocución cayó
mal, incluso, en muchos sectores de Cambiemos. “¿De qué país está hablando?;
¿dónde vive?”, se preguntaban muchos de sus dirigentes al escucharlo.
Macri termina su
mandato con más del 60% de imagen negativa. Tan alto es el rechazo que genera
que hasta puede perder hoy la elección en Boca, en la que equivocadamente se
involucró, como reveló Juan Román Riquelme en la entrevista con Jorge
Rial.
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