Lavagnomics: la economía según Lavagna…
Lavagna apoya
la desregulación del mercado aéreo y lo hecho en Vaca Muerta. Dibujo:
Pablo Temes
Roberto Lavagna no
da entrevistas, no va a actos, no recorre el país. Ni siquiera acepta que está
en campaña. Pero que lo está, lo
está, aunque aún no decidió si será candidato.
Su centro de operaciones está en el barrio de Saavedra,
en su casa más exactamente.
Lo custodia un gato, el perro de su hijo menor y Claudine Marechal, su inseparable esposa desde hace casi medio siglo. Y, como un Perón en Puerta de Hierro, en el living de su
elegante residencia recibe a los dirigentes que le piden audiencia, tratando de
decodificar qué quiere cada uno y por qué le dicen lo que le dicen.
En cualquier caso, lo que él les dice es más o menos lo
que viene diciendo siempre. Por lo menos en materia económica.
Clave dólar. Lo
que piensa de lo que se debería hacer con la economía se lo contó varias veces
a Macri. Al principio el Presidente parecía
acordar y le mostraba un retrato de Frondizi, el
padre del desarrollismo, pero Lavagna
cree que hoy Macri ya está jugado a una política opuesta a sus recomendaciones.
Su debate con los economistas macristas gira en torno al
rol de la inversión. Mientras que para éstos la inversión es la que hace girar
el círculo virtuoso de la economía, para
el ex ministro es una consecuencia de un círculo que antes fue puesto a girar
por otros motivos. Explica que las inversiones se hacen
para ganar dinero, y que no hay inversiones que vayan a un país con caída del
empleo, crisis de consumo y dificultad para exportar. Por mejor buena cara que
se le muestre al mundo.
Su palabra clave es dólar. Cree que la recomposición de los
precios relativos es la que pone en marcha la economía y que nada existe con un
dólar atrasado que le hace perder competitividad a los
productos y al trabajo argentino. Le parece un suicidio que el Gobierno lo haya
dejado atrasar tanto y celebra que, aunque brutalmente, el mercado haya
obligado a la devaluación, “porque de lo contrario hoy estaríamos peor”.
Para los asalariados que vieron devaluar sus ingresos y
para los empresarios acosados por no poder trasladar el aumento del dólar a los
precios (o que lo hicieron y perdieron ventas), el 100% de devaluación quizás
no sea buena noticia. El
ex ministro se lo achaca a un gobierno que no supo manejar una devaluación
controlada.
Cree que el dólar alto pone en marcha el círculo virtuoso
de la economía y culpa a Macri de haberlo retrasado y de pensar que la habrá
inversión en un país sin demanda ni mercado.
Los sindicalistas que lo escuchan son sensibles a este
punto de su teoría económica por las quejas y angustias de sus afiliados en los
períodos de devaluación. Pero él entiende que la devaluación tiene mala prensa
porque se la asocia a la baja inmediata de salarios. Incluso acepta que ése es
el objetivo último de una devaluación: bajar el costo argentino y ganar en
competitividad para vender más al mundo, aunque aclara que eso es en términos
de dólar. El porcentaje de devaluación en dólares no tiene que implicar,
asegura, la pérdida del mismo porcentaje de poder adquisitivo en pesos. Igual reconoce que una parte de la
devaluación sí se traslada a los precios.
El problema es que en 2018, a una devaluación del 100% le
siguió una inflación del 50% y la consiguiente pérdida del poder de consumo. Pero está convencido de que no todo fue
culpa del dólar, sino de un gobierno que azuzó la inflación con constantes
tarifazos.
La rueda del crecimiento. Se
le dirá que desde afuera todo parece sencillo, pero responde que la situación
que él recibió en 2002 era infinitamente más compleja que la actual. Saca pecho por lo que consiguió en sus
años como ministro de Economía (2002-2005) con un PBI
creciendo a más del 8% anual, los célebres superávit gemelos y la baja de la
inflación y la pobreza.
Afirma a quienes lo visitan que en su caso no es difícil
imaginar lo que haría con la economía, porque ya lo hizo antes. Y vuelve a su
teoría del círculo virtuoso, que es el que aseguraría que el déficit baje, y no
las políticas monetaristas. Se
jacta de haberlo hecho.
Muestra que el reciente superávit comercial es producto
de aquélla y, según él, tardía devaluación del peso: el aumento del dólar
genera automáticamente una disminución de las importaciones, como sucede ahora,
y eso implica girar menos dólares al exterior y el reemplazo de bienes
importados por otros que se fabrican en el país. Con el tiempo, los precios
locales más competitivos en dólares abrirán nuevos mercados para exportar y
habrá un ingreso genuino de divisas.
Cree que el dólar no se debe retrasar, sino ubicar en un
lugar intermedio entre alcanzar la máxima competitividad posible del peso sin
caer en el peligro de encarecer en extremo los insumos importados.
Macri: ¿nada bien? Lavagna
se reúne con dirigentes de casi todas las corrientes. Los
macristas le recuerdan que, buena o malamente, las variables se van acomodando.
El les responde que eso es esencial, pero solo el principio, que luego hay que
hacer ingeniería de foco, sintonía fina para tomar medidas puntuales que
controlen la inflación, incentiven el consumo y eviten distorsiones económicas.
Un ejemplo que suele mencionar de sintonía fina es el de los préstamos UVA. Entiende que así como están, atados a la inflación, no sirven y frenan el
crédito, la construcción y el consumo: las cuotas deberían estar atadas solo a
los incrementos salariales.
Hay cosas que sí cree que Macri hace bien, como la desregulación del mercado
aéreo. La presenta como muestra de que cuando se aplica su
teoría el círculo virtuoso funciona: había una demanda de viajes baratos y
nuevas rutas que una medida oficial hizo explotar, vienen inversiones para
saciar esa demanda y se crean nuevos empleos que generan un aumento del consumo
que producirá nuevas inversiones.
También festeja la fórmula del sindicato único
por empresa que agiliza las relaciones laborales y
haría más sustentables los negocios.
En especial señala el caso aéreo, en el que las empresas
deben convivir con múltiples gremios. Los sindicalistas con los que habla
aparecen, por lo menos ante él, flexibles a pensar nuevas formas de regulación
laboral. Así como están, pierden aportantes y crece el empleo informal y los
movimientos sociales.
A esos sindicalistas les explica que una reforma es
imprescindible y que debe producir beneficios para empleadores y empleados,
porque si son solo para los primeros –los tranquiliza– habría un incremento de
rentabilidad, pero no de empleo.
El otro tema que elogia del Gobierno es Vaca Muerta. Lo
usa como ejemplo de círculo virtuoso: el Estado genera condiciones para que los
privados hagan negocios, los negocios producen exportaciones e ingreso de
divisas y, además, mano de obra y consumo.
En operaciones. Hablar
de economía frente a sus visitas no le cuesta nada, pero piensa que la economía
de un país no es para dejarla en manos de técnicos, sino de líderes con
sensibilidad política.
También se queja de una parte de la sociedad y de la
“derecha” que, por distintos motivos, no quieren reformas económicas de fondo.
Llama derecha al sector financiero que, estima, gana mucho dinero y se
opondría a un cambio de la estructura productiva del país.
Lavagna está en operaciones, terminando de tantear las
condiciones para lanzar su candidatura.
Mientras, espera que sus glorias del
pasado y las necesidades del presente se unan para que un hombre de 77 años
termine gobernando el país. Y hace como que no quiere,
pero quiere.
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