Viejismo 2…
Descorbatados (en lugar de descamisados) es hoy un significante. Foto: Cedoc
Análisis con perspectiva
política y cultural en el marco de la embestida contra el ministro de la Corte
Carlos Fayt.
A partir de la embestida contra Fayt, en la
contratapa de ayer se analizó el viejismo con el enfoque de la psicología social. En esta continuación se lo profundiza con una
perspectiva política y cultural.
Ayer concluyó diciendo que el mensaje de
rebeldía de Fayt contra el viejismo y sus prejuicios no tiene como destinatario
sólo al kirchnerismo y a La Cámpora, sino también al macrismo, que es
especialmente viejista.
La antropóloga Margaret Mead –en su libro
Cultura y compromiso– explicó el funcionamiento de las sociedades a partir de
la relación intergeneracional y las categorías resultantes como causa y
consecuencia de la política:
Posfigurativas: el
saber y el poder se les asignan a los modelos de conocimiento estipulados por
los predecesores. Gran valoración de lo producido en el pasado. Los más viejos
enseñan a los más jóvenes.
Cofigurativas: el saber y el poder se les asignan a los modelos de
conocimiento producidos en el presente. Los padres y los hijos aprenden entre
sí y buscan guías en pares de su misma edad.
Prefigurativas: tras
una crisis social se produce una pérdida de referentes; el saber y el poder se
colocan en lo que vendrá, con una inversión de roles, los jóvenes cumplen el
papel de guía que antes se les asignaba a los ancianos.
Hoy el
proselitismo del PRO es anti PJ, pero su estética festiva y hedonista es muy
peronista.
Nietos, padres, abuelos y, en algunos
casos, bisabuelos comparten un período de tiempo en promedio de ochenta años,
que en el caso de Argentina coincide con la seguidilla de crisis que,
arrancando en 1930 (independientemente de períodos de crecimiento), nos
llevaron de ser la 7ª economía del planeta a la 24ª.
Las continuas devaluaciones de nuestra
economía también devaluaron el valor de la memoria y del pasado. Y, en la lucha
política por la significación, por imponer saberes y consolidar estereotipos de
poder, los “partidos políticos de la onda”, aquellos para quienes lo primero es
ganar las elecciones, hicieron del viejismo una herramienta electoral.
El recambio de poder requiere un recambio
de saberes. Y no es casual que tanto desde La Cámpora con Kicillof, el más
fotografiado de sus referentes, como desde el PRO con Macri, el look de traje
sin corbata se transforme en un mensaje no sólo de renovación generacional (al
igual que Scioli, Macri se convertiría en sexagenario en la presidencia si
fuera electo en 2015), sino de renovación de ideas: La Cámpora frente al
pejotismo, los tecnócratas cipayos y los garcas; y en el PRO, contra la vieja
política. Edípicamente, uno se distancia así de la ortodoxia de la política; y
el otro, de la ortodoxia económica.
Descorbatados se convirtió, como en los
años 40 lo fue descamisados, en un significante de otros significados.
Pero lo nuevo y lo viejo no pasa por la
estética, que apenas maquilla renovación, sino por tener realmente ideas
nuevas. Exacerbando el vestido como lenguaje, en la televisión primero les
sacaron las corbatas a los periodistas y luego les pusieron camisas a cuadros
fuera del pantalón (parados para que se vea) para al menos disimular si no hay
ideas nuevas. Pero no hay que echarles la culpa a los medios porque siempre son
reforzadores y propaladores de tendencias sociales, pero casi nunca son la
causa de ellas.
Las edades son una construcción social;
hace un siglo no existía prácticamente la adolescencia porque a los 13 años,
terminado el colegio primario, la enorme mayoría de los habitantes del planeta
iba directamente a trabajar, y hace tres siglos casi tampoco existía la niñez
porque se comenzaba a trabajar a la edad de la educación primaria. Cada época transforma
el significado del tiempo y en la nuestra lo que llamamos “el presente” tiene
cada vez menos duración porque lo actual ya no son los temas que duran semanas
o días, sino apenas horas.
El peronismo, que siempre ha tenido una
vocación de poder mayor que el radicalismo, y ahora el PRO, por la relación
deportiva de Macri con el éxito, detectan y responden a esa tendencia para
satisfacer a los clientes/votantes. A una sociedad viejista le dan signos de
juventud (no hay que olvidar que las representaciones no necesariamente tienen
que coincidir con la realidad para poder ser efectivas).
Y a pesar de que el discurso electoral
actual del PRO es antiperonista, en la Ciudad el candidato a vicejefe de
Gobierno, Diego Santilli, y un dirigente clave como Cristian Ritondo provienen
del peronismo, y la estética de fiesta, globo, baile y hasta alguna cumbia
remite a la cultura peronista, que siempre ha sido consumidora de futuro en el
presente y su lema podría sintetizarse en “después vemos”.
Los
partidos ponen a los jóvenes delante para que no se note la acumulación de
fracasos pasados.
Corrido por el tiempo, el viejismo tiene
una doble faceta, desvaloriza el pasado pero también el futuro, como no podría
ser de otra manera si para vivir más intensamente el presente hay que olvidarse
de que este presente será el pasado en el futuro. “El futuro es ahora”, propio
del natural y lógico hedonismo juvenil, contagia a los adultos.
En política esto se percibe en lo que
podría sintetizarse como “pongamos a los jóvenes para que no se note nuestro
fracaso”. Y se muestra a los jóvenes en primer plano para no tener que hablar
del pasado, controvertido para muchos.
La misma categorización que se utiliza en
semiótica sobre medios de comunicación para diferenciar Género (algo permanente:
serie, noticiero, talk show, etc.) de Estilo (lo que se adapta a los códigos
discursivos del lugar y el momento) vale para la política. El PRO y La Cámpora
comparten el estilo “moderno”, y el PRO y el PJ practican el estilo hedonista,
con Del Sel como la más acabada reencarnación. No sólo Fayt es viejo, también
lo son Reutemann y hasta Pinedo.
Después de tantas crisis, los nuevos
enunciadores de fundamentos corren el riesgo de confundir edad con ideas.
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