Pescado podrido...
La Presidenta transita por laberintos insólitos para compararse con el pasado. Datos falsos. Hay que estudiar con atención la relación maternal que Cristina estableció con los muchachos de La Cámpora. Utiliza ese espacio de diálogo que se establece en los patios internos de la Casa Rosada como una suerte de terapia que le permite reflexionar con más serenidad sobre su propio liderazgo.
Uno
de los pibes para la liberación la notó apenas altanera, con pocas pilas, y la
arengó: “Vamos por todo, Cristina”. Ella se detuvo y lo contradijo: “No, no.
Eso fue utilizado en contra nuestro. ‘Nunca menos’ me gusta más”. Segundos
antes les había pedido que salieran a predicar las bondades del modelo casa por
casa con palabras sencillas para que todo el mundo entendiera y ella clavó
varias veces “semiótica y semiología” metida en un berenjenal similar al que
ingresó al comparar “paradojas con parábolas” o al confundir a Jauretche con
Scalabrini Ortiz.
Revisitó
dos temas calientes de todos los debates entre los que se ofrecen como
vanguardias de su pueblo: cuando Perón echó a los Montoneros de la Plaza de
Mayo al grito de “imberbes” y “estúpidos” y la experiencia clasista y combativa
del Sitrac Sitram.
Casi
no tuvo repercusión porque lo dijo en voz baja, como reculando, pero su mirada
de aquel 1º de Mayo histórico fue muy similar a la de los peronistas que
rompieron en su momento con Montoneros o que hoy fustigan sin eufemismos su
militarismo ultraizquierdista e irresponsable. Cristina dijo que “se le quiso
enseñar peronismo a Perón y se le discutió su conducción. Muchos de los que ya
no están desde nuestras propias filas cuestionaban por burgués al plan
económico de Gelbard, que era revolucionario”. Se ubicó en el mismo centro del
altar del fundador del movimiento y aclaró que “cuando nos corren por izquierda
porque vamos despacio, y por derecha porque somos demasiado intervencionistas,
quiere decir que estamos en donde tenemos que estar. Es un termómetro, una
fórmula que no falla nunca”.
Recalculó
la vieja consigna de “ni yanquis ni marxistas”. Justificó sus pecados de todo
tipo hacia su propio relato, como el ajuste ortodoxo liberal y antipopular por
un lado y el respaldo a un general que manchó los derechos humanos como César
Milani, por el otro. Pero, cuando recordó con tristeza que Néstor Kirchner
nunca había ganado una elección nacional en la que él encabezara la boleta,
concluyó que “la historia fue injusta con Néstor”, aunque no pudo con su genio
de la épica millonario guevarista: “Si él no hubiera descolgado el retrato de
Videla, yo no hubiera podido colgar el del Che Guevara”. Ese es un nudo
gordiano de sus neuronas.
Le cuesta explicarse a sí misma la magnitud y la
procedencia de su fortuna.
Y
eso la deja pedaleando en el aire cuando arremete contra los empresarios
codiciosos que “cuanto más tienen, más quieren”. ¿Y Boston, Cristina”, diría
Aníbal Fernández. Una especie de culpa de ser ricos que pretenden pagar con
paternalismo hacia los más humildes, a quienes “perdonan” si cometen delitos
“porque el castigo es irracional”. Eso dijeron dos fiscales que militan en el
victorhuguismo judicial, una sobreactuación engolada que, como Eugenio
Zaffaroni, se conduele con los que menos tienen mientras nadan en sus océanos
de euros.
Dificultó
que los camporistas hayan comprendido la anécdota gremial cordobesa que Carlos
Zannini le contó a Cristina. Una exageración bizarra que Cristina creyó y
repitió a pié juntillas. Dijo que los del Sitrac Sitram habían hecho paro
porque les habían servido congrio tres días seguidos en el comedor de la planta
fabril. Aclaró que el congrio es un pescado riquísimo y quiso caricaturizar a
los trabajadores que hoy hacen medidas de fuerza. No lo dijo, pero fue como
decir: “Se quejan de llenos”. Doble falta.
Hoy, más de la mitad de la fuerza
laboral gana menos de 4 mil pesos; hay 35% de trabajo en negro; hace dos años
que no se crean empleos privados y, en blanco, ya comenzó la destrucción de
puestos laborales en las automotrices, por ejemplo. El nivel de pobreza y
desigualdad es el mismo que en los 90, y un millón y medio de jóvenes no
trabajan ni estudian. Primer error. Muchísimos no están llenos y se quejan.
Segundo:
más que congrio, a Cristina le dieron pescado podrido. Con data floja de
papeles de Zannini, fue ofensiva hacia una de las experiencia legendarias de la
izquierda más intransigente. El Cordobazo, que hirió de muerte a la dictadura
patricia de Onganía, también fue protagonizado por los operarios mejor pagos
del país. Eso se llamaba conciencia de clase, señora. Estos eran los gremios de
las fábricas MaterFer y ConCord, que le jugaban por izquierda incluso a Agustín
Tosco y seguían a dirigentes históricos del trotskismo como Gregorio Flores o
René Salamanca, un líder mecánico ícono que se apoyaba tanto en el maoísta
Partido Comunista Revolucionario como en la Vanguardia Comunista, que
simpatizaba con Albania y en el que militaba el Chino Zannini antes de ser
detenido por la dictadura.
Este
espacio de poco rebote periodístico que intento iluminar mostró a Cristina
modificando su caracterización (por lo menos momentáneamente) de lo que fue la
batalla entre el campo y el Gobierno por la 125. No se trató de “la oligarquía
que quería destituir a Cristina”, como se dijo hasta ahora, sino que “fue un
momento donde nos agarramos a patadas entre todos”. Lo dijo esta semana.
Coincidió
con el discurso de Carlos Zannini en el Mercado Central. No en la ubicación
escatológica del grano que le salió al establishment con Néstor, sino en
remarcar quiénes son las miles de flores que florecieron: “Ustedes son las
únicas caras nuevas que hay. Los demás, y me incluyo, somos figuritas
repetidas”. Más que autocrítica y esperanzada en las nuevas generaciones de La
Cámpora, la Presidenta pareció interesada en llevarse puestos a todos sus pares
el día que abandone el poder en el 2015.
Luces para algunas sombras de
Cristina.
© Escrito por Alfredo Leuco el Sábado
03/05/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.
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