Modelo cambiado…
¡Aguante
la ficción! Cristina Fernández. Dibujo: Pablo Temes.
Ni
Australia ni Canadá: el país estaba mejor cuando Duhalde le pasó la posta a
Kirchner. La responsable.
Investigación
exclusiva: el plan del Gobierno para perder las elecciones. Autoatentados en
Twitter, nombramiento de un jefe militar sospechado de delitos de lesa
humanidad, regreso de un director del servicio penitenciario experto en mano
dura, festejos por triunfos electorales en la Antártida y la comunidad qom,
conferencias de prensa falsas, llantos en cámara y candidatos opas. Cómo es la
estrategia del oficialismo para dilapidar en dos meses lo ‘ganado’ en una
década”.
La
tapa de la revista Barcelona editorializó así, por el absurdo, como una manera
de reír para no llorar. Tal vez sea la única forma de comprender lo
incomprensible de un gobierno que no deja de atentar contra sí mismo. Se podría
sumar al plan de Cristina como jefa de campaña del Frente para la Derrota la
comparación que hizo con Australia, Canadá y el aporte obsecuente de Débora
Giorgi, que sumó a Estados Unidos a ese insólito torneo donde ganamos en
algunos rubros y nos golean en los más importantes.
Si
Cristina necesita medir su gestión, no es necesario que vaya a otras latitudes.
Puede poner sobre la mesa de análisis los números actuales y colocar al lado
los que recibieron de Eduardo Duhalde/ Roberto Lavagna, aunque no soporte a “el
Padrino”, como ella bautizó al ex presidente para vincularlo a la mafia de Don
Corleone pero que dio en la tecla porque fue Duhalde el que “apadrinó” la
candidatura de Néstor Kirchner.
En
esas planillas podría ver que recibieron un país que ya no estaba en llamas.
Cuando
asumió Néstor encontró 16.500 millones de superávit comercial y crecíamos al
7%, con apenas el 4% de inflación.
Este
año, y gracias a la incapacidad de Cristina, con suerte vamos a llegar a los
8.500 millones de superávit comercial, al 2% del PBI y con una inflación que
los más prudentes ubican en el 25%. Duhalde se hizo cargo con los bancos
cerrados y tapiados y con 18 cuasimonedas, después del default más importante
de la historia de la humanidad (triplicó al de Rusia) y en medio de una
anarquía social que sembró de muertos la Plaza de Mayo y que reclamaba “que se
vayan todos”, con cinco presidentes y después de 42 meses consecutivos de caída
del producto bruto y antes de que explotara la convertibilidad y huyera
Fernando de la Rúa.
Ese
gobierno de transición de 15 meses se retiró sin una sola denuncia de
corrupción y le transfirió a Kirchner cuatro ministros (Lavagna, Pampuro,
Aníbal Fernández y Ginés) y alrededor de treinta secretarios de Estado.
La
mayor parte de lo que la década ganó se dio hasta 2007. Desde que se hizo cargo
Cristina “cambió el modelo sin avisar”, como definió Jorge Remes Lenicov, otro
de los padres del esquema productivo y virtuoso. Ese equipo que apagó el
incendio, en su mayoría, hoy está con Sergio Massa, que en aquellos tiempos
manejó la Anses: Lavagna, José Ignacio de Mendiguren, Jorge Sarghini, Miguel
Peirano, Martín Redrado, entre otros, y hasta Alberto Fernández, que era jefe
de Gabinete y un lado del triángulo del poder político.
Por
eso es contraproducente para los K que, en la desesperación por satanizar a quien
puede firmar el certificado de defunción del ciclo, lo acusen de neoliberal y
de querer volver a los 90. Los colaboradores que eligió parecen querer volver
al modelo de Néstor que a Cristina se le fue entre los dedos.
Tal
como dice Roberto Gargarella, la segunda mitad del proceso kirchnerista se
parece más a la máxima derecha posible que a la izquierda. ¿Cómo se pueden
caracterizar la ley antiterrorista, el Proyecto X, la designación de Milani, el
pacto con Irán, el abandono del Estado antes, durante y después de las víctimas
de la masacre de Once –cuya responsabilidad fue de funcionarios, empresarios y
sindicalistas kirchneristas–, el acuerdo secreto con Chevron, la alianza con
empresarios de medios menemistas de tiempo completo y dudosa moral, la sociedad
con gremialistas burócratas o espías de la dictadura, su obsesión
discriminatoria con los pueblos originarios como los qom sólo para mantener su
transa con señores feudales como Gildo Insfrán, los intentos de voltear las
medidas cautelares –que son un verdadero escudo para los más desprotegidos–,
las trabas a los juicios jubilatorios o cobrarle impuesto al salario de los
trabajadores? Y es sólo una lista provisoria.
Juan
José Campanella, conmovido en el acto por la tragedia del tren Sarmiento, en la
que la corrupción de Estado asesinó a 52 personas, fue en el mismo sentido. En
su discurso dijo: “Si está mal indignarse cuando alguien dice que la corrupción
es abstracta, entonces soy culpable. Si eso es ilegal, soy más que culpable,
soy reo confeso. Es más, me ofendería si me absolvieran”.
Esta
Argentina bajo emoción violenta emite señales cruzadas. Daniel Scioli, que
hasta hace un par de meses era “la gran esperanza blanca de la derecha y las
corporaciones”, hoy es la última tabla de salvación a la que se aferran hasta
los que se cansaron de fustigarlo, como Martín Sabbatella. Alberto Pérez,
siempre tan prudente, acusó a Sergio Massa de “tener un pacto con Magnetto para
socavar la gobernabilidad”. ¿No será mucho acuerdo para dos personas que no se
conocen? Hasta hace 15 minutos, el niño mimado del Grupo Clarín era Scioli,
quien no faltaba a ninguno de sus eventos institucionales.
El
gobierno nacional no sale de su confusión porque no entiende o no quiere
entender lo que pasó. Cristina dice que no van a cambiar nada y Daniel Scioli
que se van a hacer todas las correcciones necesarias. ¿A quién hay que creerle?
¿En nombre de qué proyecto habla Scioli cuando dice que hay que cuidar que este
gobierno termine lo mejor posible? ¿Está hablando de Cristina o de su propia
provincia? La tozudez y el aislamiento de la Presidenta llevaron a su gobierno
a esta situación de debilidad, que puede potenciarse en octubre. Ni la
oposición ni los medios la obligaron a cometer torpezas seriales. El
kirchnerismo llegó al poder sin el apoyo del periodismo, y ahora sufre fuertes
turbulencias pese al respaldo de un amigopolio tan ineficiente como subsidiado
por todos. Como dice Julio Bárbaro, “nunca tantos fondos públicos se
transformaron en ganancias privadas”. Es la confirmación de que la historia la
construyen los pueblos y no las operaciones de prensa.
Ella
fue y sigue siendo la responsable principal de cuidar las instituciones, la paz
social y la República. Todos debemos ayudar. Ojalá se deje ayudar.
© Escrito por Alfredo Leuco el domingo 25/08/2013 y
publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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