El dilema que la acosa…
Mary
Poppins Fernández. Dibujo: Pablo Temes.
Más que la re-re, Cristina evalúa cómo
concluirá su mandato. Scioli, Massa y la sucesión. Problemas urgentes con Irán
y Gran Bretaña.
Cuando Cristina, en
jornadas como este fin de semana, decide descansar, ver las florcitas, algún
film, comentar el embarazo de su nuera, olvidarse de los tacos y copiar a su
marido difunto (que utilizaba los mocasines como chancletas), quizás se
interrogue sobre el sentido de una profesión que la enciende pero la extingue
y, al revés de lo que desean unos y detestan otros, el dilema que la acosa –más
que continuar en un nuevo ciclo presidencial sobre el que tanto se conjetura–
se reduce a la forma en que concluirá su mandato. Drama que acecha a otros
mandatarios, a perder o prestar la batuta, a desintegrarse antes de tiempo,
pasar de la tapa a la página 27 de los diarios, empalidecer en suma como diva
mientras asoman otras que se prueban su casi nunca repetido vestuario. Y ni
siquiera, en su caso, dispone hasta ahora de la garantía de un sucesor
verosímil que defienda o proteja su modelo, según sus palabras, mientras sus
opositores sostienen que la búsqueda de perpetuidad personal o de la herencia a
dedo obedece a otras razones menos ideológicas.
En materia sucesoria,
Daniel Scioli –quien ayer reapareció luego de su periplo italiano para
agradecer a su equipo por la pertinacia en defender su gestión–, además de
indeseado, se ha vuelto una astilla lacerante. Hasta pronunció declaraciones
que la irritaron en lo personal, inolvidables (“Yo no hice la plata con la
política”, sostuvo antes de viajar teledirigiendo el mensaje). Nunca antes se
había expresado tan críticamente. Como si hubiera llegado a un límite, luego de
que Ella y El lo fastidiaran, lo disminuyeran y jibarizaran durante años. En
parte de ese ciclo de destrato, Scioli se tapaba los oídos ante quienes le
insinuaban la posibilidad de apartarse del kirchnerismo, de tomar otra vía, de
que podía ensayar aspiraciones por su cuenta sin necesidad de Cristina, incluso
enfrentándola. Se negó, pero escuchaba. Y ahora, esa duda cambió de bando, se
revirtió: es Cristina la atribulada, quien discurre sobre la conveniencia de
mantener a disgusto en su grey al gobernador o apartarlo como la Iglesia hace
con sus disidentes. Cuidadosa, mientras piensa ante las plantitas, reclama que
no lo insulten o agredan; pero todos aquellos que le rinden culto a Cristina,
que la acompañan en las convocatorias con banderas y cánticos, a quienes Ella
les habla en particular al finalizar los actos, sólo aguardan un guiño para
lanzarse contra Scioli. En verdad, parece una cuestión de tiempo esta
definición cristinista. ¿O acaso alguien imagina que esa muchachada creyente
del “proyecto” acompañará a Scioli, hará como los Montoneros que seguían con fe
en Perón cuando sabían que éste los había mandado liquidar?
Para colmo, además, nadie
ignora que el gobernador y el intendente de Tigre, Sergio Massa, los más
odiados dentro de la pureza étnica del oficialismo, mantienen entre ellos línea
directa y cordial, frecuente y defensiva. No usan celulares, tampoco teléfonos
fijos, menos internet –a nadie habría que explicarle la razón–, se reúnen
presuntamente en secreto de vez en vez y disponen de un correveidile hasta
ahora insospechado por la Casa Rosada. Se supone. Una astilla doble, entonces,
casi conspirativa si la interpreta un Mefisto del círculo, un edificio en
construcción con entrega una parte en octubre de este año y final de obra en
2015. Siempre y cuando no haya una cautelar, por decirlo de algún modo, que
paralice el emprendimiento.
Mientras deambula por
esta prioridad, la Presidenta este lunes lidiará con dos cuestiones de política
exterior: Irán por un lado, Gran Bretaña por el otro. Habrá quien acepte que,
si hasta ahora nada se pudo hacer por las acusaciones a funcionarios iraníes
por los atentados a la embajada israelí y a la AMIA, que países involucrados en
la guerra como Israel, EE.UU. y parte de Europa se desentendieron ya de esos
asesinatos, una alternativa de real politik podría ser este juicio sin valor de
sentencia a realizarse en la propia tierra de los imputados. Al margen de las
objeciones de ciertos expertos, habrá que recordar la habitual contumacia iraní
para dilatar cualquier problema. En Naciones Unidas, cuando George Bush
condenaba a Irán como “eje del mal” con pretensiones de invasión, las
autoridades de ese país le pidieron al canciller Carlos Ruckauf que les enviara
una carta para que el gobierno de Teherán atendiera los reclamos judiciales
argentinos. Irán luego sostuvo que Ruckauf había pedido perdón por las
imputaciones de la Justicia argentina, episodio que hubo de aclararse en dos
ocasiones: una, cuando se mostró la carta y, dos, cuando a través de distintos
testimonios se desmintió que había una segunda carta secreta. En el medio,
alboroto, pérdida de tiempo y cambio de líderes.
Quizás Cristina, con su
real politik, logre algún resultado, aun a riesgo de que en las declaraciones
futuras Irán demuestre –siempre aludió a los autoatentados– que la
investigación argentina fue incorrecta, falsa, desviada adrede. Sería un golpe
tremendo para el Gobierno: el país ha consagrado y consagra ingentes gastos en
las dos pesquisas en todos estos años transcurridos.
Menos real politik se
observa, en cambio, en la cuestión de los kelpers con Malvinas. Por el
razonable temor de perder un gramo de soberanía, el país no acepta a los
habitantes de las islas en ningún tipo de negociación. Así lo desea Gran Bretaña,
tan experta como los iraníes en dilatar y embarrar conflictos, particularmente
interesada en continuar la porfía por los intereses pesqueros en el
archipiélago y por las desavenencias futuras sobre la Antártida.
La Cancillería, como en
el caso actual del debate con Irán, debería mostrar un rasgo de imaginación al
respecto, ya que la posición actual es idéntica a la de un canciller del
Proceso militar, quien orondo un día declaró: “Los kelpers no interesan porque
entran todos en el cine Opera”. No sólo el pensamiento es el mismo a pesar del
transcurso de las décadas, lo que inquieta es la falta de iniciativa para
modificar esa sepultura diplomática.
© Escrito por Roberto García el sábado
02/02/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.
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