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sábado, 2 de febrero de 2013

El dilema que la acosa… De Alguna Manera...


El dilema que la acosa…

Mary Poppins Fernández. Dibujo: Pablo Temes.


Más que la re-re, Cristina evalúa cómo concluirá su mandato. Scioli, Massa y la sucesión. Problemas urgentes con Irán y Gran Bretaña.

Cuando Cristina, en jornadas como este fin de semana, decide descansar, ver las florcitas, algún film, comentar el embarazo de su nuera, olvidarse de los tacos y copiar a su marido difunto (que utilizaba los mocasines como chancletas), quizás se interrogue sobre el sentido de una profesión que la enciende pero la extingue y, al revés de lo que desean unos y detestan otros, el dilema que la acosa –más que continuar en un nuevo ciclo presidencial sobre el que tanto se conjetura– se reduce a la forma en que concluirá su mandato. Drama que acecha a otros mandatarios, a perder o prestar la batuta, a desintegrarse antes de tiempo, pasar de la tapa a la página 27 de los diarios, empalidecer en suma como diva mientras asoman otras que se prueban su casi nunca repetido vestuario. Y ni siquiera, en su caso, dispone hasta ahora de la garantía de un sucesor verosímil que defienda o proteja su modelo, según sus palabras, mientras sus opositores sostienen que la búsqueda de perpetuidad personal o de la herencia a dedo obedece a otras razones menos ideológicas.

En materia sucesoria, Daniel Scioli –quien ayer reapareció luego de su periplo italiano para agradecer a su equipo por la pertinacia en defender su gestión–, además de indeseado, se ha vuelto una astilla lacerante. Hasta pronunció declaraciones que la irritaron en lo personal, inolvidables (“Yo no hice la plata con la política”, sostuvo antes de viajar teledirigiendo el mensaje). Nunca antes se había expresado tan críticamente. Como si hubiera llegado a un límite, luego de que Ella y El lo fastidiaran, lo disminuyeran y jibarizaran durante años. En parte de ese ciclo de destrato, Scioli se tapaba los oídos ante quienes le insinuaban la posibilidad de apartarse del kirchnerismo, de tomar otra vía, de que podía ensayar aspiraciones por su cuenta sin necesidad de Cristina, incluso enfrentándola. Se negó, pero escuchaba. Y ahora, esa duda cambió de bando, se revirtió: es Cristina la atribulada, quien discurre sobre la conveniencia de mantener a disgusto en su grey al gobernador o apartarlo como la Iglesia hace con sus disidentes. Cuidadosa, mientras piensa ante las plantitas, reclama que no lo insulten o agredan; pero todos aquellos que le rinden culto a Cristina, que la acompañan en las convocatorias con banderas y cánticos, a quienes Ella les habla en particular al finalizar los actos, sólo aguardan un guiño para lanzarse contra Scioli. En verdad, parece una cuestión de tiempo esta definición cristinista. ¿O acaso alguien imagina que esa muchachada creyente del “proyecto” acompañará a Scioli, hará como los Montoneros que seguían con fe en Perón cuando sabían que éste los había mandado liquidar?

Para colmo, además, nadie ignora que el gobernador y el intendente de Tigre, Sergio Massa, los más odiados dentro de la pureza étnica del oficialismo, mantienen entre ellos línea directa y cordial, frecuente y defensiva. No usan celulares, tampoco teléfonos fijos, menos internet –a nadie habría que explicarle la razón–, se reúnen presuntamente en secreto de vez en vez y disponen de un correveidile hasta ahora insospechado por la Casa Rosada. Se supone. Una astilla doble, entonces, casi conspirativa si la interpreta un Mefisto del círculo, un edificio en construcción con entrega una parte en octubre de este año y final de obra en 2015. Siempre y cuando no haya una cautelar, por decirlo de algún modo, que paralice el emprendimiento.

Mientras deambula por esta prioridad, la Presidenta este lunes lidiará con dos cuestiones de política exterior: Irán por un lado, Gran Bretaña por el otro. Habrá quien acepte que, si hasta ahora nada se pudo hacer por las acusaciones a funcionarios iraníes por los atentados a la embajada israelí y a la AMIA, que países involucrados en la guerra como Israel, EE.UU. y parte de Europa se desentendieron ya de esos asesinatos, una alternativa de real politik podría ser este juicio sin valor de sentencia a realizarse en la propia tierra de los imputados. Al margen de las objeciones de ciertos expertos, habrá que recordar la habitual contumacia iraní para dilatar cualquier problema. En Naciones Unidas, cuando George Bush condenaba a Irán como “eje del mal” con pretensiones de invasión, las autoridades de ese país le pidieron al canciller Carlos Ruckauf que les enviara una carta para que el gobierno de Teherán atendiera los reclamos judiciales argentinos. Irán luego sostuvo que Ruckauf había pedido perdón por las imputaciones de la Justicia argentina, episodio que hubo de aclararse en dos ocasiones: una, cuando se mostró la carta y, dos, cuando a través de distintos testimonios se desmintió que había una segunda carta secreta. En el medio, alboroto, pérdida de tiempo y cambio de líderes.

Quizás Cristina, con su real politik, logre algún resultado, aun a riesgo de que en las declaraciones futuras Irán demuestre –siempre aludió a los autoatentados– que la investigación argentina fue incorrecta, falsa, desviada adrede. Sería un golpe tremendo para el Gobierno: el país ha consagrado y consagra ingentes gastos en las dos pesquisas en todos estos años transcurridos.

Menos real politik se observa, en cambio, en la cuestión de los kelpers con Malvinas. Por el razonable temor de perder un gramo de soberanía, el país no acepta a los habitantes de las islas en ningún tipo de negociación. Así lo desea Gran Bretaña, tan experta como los iraníes en dilatar y embarrar conflictos, particularmente interesada en continuar la porfía por los intereses pesqueros en el archipiélago y por las desavenencias futuras sobre la Antártida.

La Cancillería, como en el caso actual del debate con Irán, debería mostrar un rasgo de imaginación al respecto, ya que la posición actual es idéntica a la de un canciller del Proceso militar, quien orondo un día declaró: “Los kelpers no interesan porque entran todos en el cine Opera”. No sólo el pensamiento es el mismo a pesar del transcurso de las décadas, lo que inquieta es la falta de iniciativa para modificar esa sepultura diplomática.

© Escrito por Roberto García el sábado 02/02/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



viernes, 9 de noviembre de 2012

8N, contra el relato, De Alguna Manera...


Contra el relato...

8N. El jueves, frente al Obelisco, miles de banderas argentinas reclaman inclusión emocional y pertenencia al pueblo para todos aquellos que no son kirchneristas.

“¿Y usted por qué está acá?”, preguntaba sin cesar la periodista Cynthia García, del programa 6, 7, 8, a cada uno de los manifestantes del 8N que alcanzaba con su micrófono. Un intento de explicación racional por parte de la TV Pública tan loable como infructuoso, porque no hay palabras que resuman los sentimientos. Sería igualmente inasible preguntarles a los manifestantes de un acto peronista por qué están allí y qué medidas concretas apoyan. Todas las respuestas serían parciales, incompletas. Pero esa imposibilidad de sintetizar en palabras no quita mérito –es más, se lo amplía– a la corriente de afecto que los convoca. Wittgenstein, el gran filósofo del lenguaje, sostuvo que lo más valioso de su Tractatus era lo que no se podía explicar con palabras, pero igualmente emergía de su libro.

El malestar y el bienestar son subjetivos y tienen causales inconscientes, como todo saber no sabido. Lo que no impide al malestar y el bienestar existir objetivamente.

Para leer bien el mensaje que dejaron los manifestantes del 8N hace falta trascender la relación figurativa entre el lenguaje y el mundo. Hay que apelar a la hermenéutica –ese arte de interpretar y traducir– más que a la epistemología, con sus requisitos de razón. Es extraño que justo el kirchnerismo, que es tan afecto al mito para sí mismo, quiera aplicarles a los otros sólo lógica. La ideología siempre se pareció más a la religión que a la ciencia.

Con sentido crítico, la multitud del 8N repitió en sus individuos palabras como “inseguridad”, “cepo”, “Moreno”, “re-reelección” y hasta “fragata Libertad”. Pero la suma de esas palabras no explica la emoción que los movilizaba. Freud, en El malestar en la cultura, escribió que “un sentimiento sólo puede ser fuente de energía si a su vez es expresión de una necesidad imperiosa”.

Más allá de todas sus diferencias (Multitud abstracta se tituló la columna de Horacio González en Página/12 tras el 8N), los aglutinó una necesidad imperiosa que es existencial: sienten que el relato les quita la condición de pueblo y reclaman para sí también esa pertenencia.

El relato oficial estigmatiza a todos aquellos que no son kirchneristas, quienes pasan a ser ignorantes o garcas. Gente que no comprende porque está alienada por los medios o egoístas que se niegan a compartir sus privilegios. Si el amor engendra amor, el desprecio y –peor aun– el asco también cosechan su siembra.

El relato tiene un gran defecto. Al pretender exculpar al pueblo de nuestra decadencia, precisa crear un antipueblo dentro de la propia población condenando a una parte importante de la sociedad a un exilio interno, como si se le quitara su ciudadanía. La que pretende recobrar en actos como el 8N con sintomáticas apelaciones a la bandera y al estribillo de “si éste no es el pueblo, el pueblo dónde está”.

Hay una angustia con objeto; por ejemplo, el temor a que otro colapso económico vuelva a empobrecerlos o a padecer un hecho de inseguridad. Pero hay una angustia sin objeto que es aun más dolorosa, y que en este caso es la del efecto canónico del relato, que estupidiza o maligniza a quien no lo comparte.

Para el relato hay un afuera que se robó la prosperidad argentina y necesariamente unos colaboracionistas internos que son traidores a la patria. ¿Qué ciudadano puede resignarse tanto tiempo a una condición tan penosa?

Para Hegel, la necesidad más básica era la del reconocimiento, algo que no precisarían los animales, la que nos hace humanos y dependientes de la consideración de los otros. Eso reclamó el 8N.

Para leerlo bien, el Gobierno tendría que superar su habitual análisis materialista. Molesta tanto la mentira del Indec como la inflación. La soberbia, el autoritarismo, el goce y el maltrato generan tanta aversión como los errores concretos que pretenden ocultar detrás de su prepotencia.

El relato creció hasta el punto de hacerse insoportable y ocupar todos los espacios. La omnisciencia de un relato que sabe todo y explica todo crea una sensación de opresión que permite traducir qué quieren decir los manifestantes cuando hablan de dictadura. La misma movilización del 8N demuestra que no existe una dictadura política, pero existe una presión psicológica que genera esa sensación en la mente de muchos argentinos.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el vienes 9 de Noviembre de 2012.



domingo, 30 de septiembre de 2012

Una tesis incómoda para el relato… De Alguna Manera…


Cómo actuaron los Kirchner en los días de la “re-reelección” de Menem...


Tal vez los libros de historia digan en un futuro que hubo una vez una fuerte protesta en las calles un 13 de septiembre de 2012, que logró desactivar los esbozos de impulsar una reforma constitucional que habilitara una nueva reelección para Cristina Fernández de Kirchner. Pero lo más probable es que lo que haya conseguido esa movilización haya sido más moderado: tan solo poner en el freezer el tema hasta tiempos mejores.

Si esta movida re-reeleccionista fracasa, lo más probable es que en el futuro se afirme que CFK nunca habló de extender su mandato. Y por ahora es cierto: para eso están otros.

Por más que les disguste a los kirchneristas, la situación remite a lo más parecido que presenta la historia reciente de nuestro país: la experiencia menemista. Nunca de la boca del riojano se escuchó confesar públicamente su deseo reeleccionista, pero el mismo siempre estuvo claro. Las movidas en ese sentido quedaron escritas en artículos periodísticos de esa época y pueden ser corroboradas hoy por sus protagonistas, muchos de ellos todavía en actividad.

La experiencia menemista vale como un espejo de lo que podría suceder hoy. Veamos entonces que el último y desesperado intento concreto de un tercer mandato tuvo lugar en marzo de 1999, cuando el menemismo ofreció al entonces gobernador santafesino Carlos Reutemann ser compañero de fórmula para las elecciones internas presidenciales del PJ. Era la tercera vez que se lo ofrecían al entonces gobernador, y la tercera en la que el hoy senador lo rechazaba. Participaron de esa negociación el entonces ministro del Interior, Carlos Corach, y el jefe de Gabinete, Jorge Rodríguez, quienes le ofrecieron alternativas diversas para ser compañero de fórmula, a lo que Lole respondió: “No voy a ser segundo de nadie. En ese caso, seré candidato a gobernador en Santa Fe”.

¿A qué venía semejante embestida? A las puertas abiertas a la “re-re” por parte del juez cordobés Ricardo Bustos Fierro, que acababa de dar el visto bueno a una cautelar solicitada por el apoderado del PJ mediterráneo, a fin de que no se le impidiera al ciudadano Carlos Menem participar de la interna peronista prevista para el 9 de mayo venidero.

Los libros de historia recordarán tanto esa actitud de Bustos Fierro como la acción conjunta que acabó con esa movida. Fue la sesión especial de la Cámara de Diputados en la que el 10 de marzo de 1999 se aprobó una declaración que instaba a todos los funcionarios a respetar la Constitución, en su artículo 90 y su cláusula transitoria.

Fue un hecho político relevante alcanzado en medio de un acuerdo entre los bloques de diputados de la Alianza, fuerzas provinciales, sectores que respondían a precandidatos del PJ y los controlados por Eduardo Duhale y Ramón Ortega, enfrentados con el menemismo.

Con un quórum de 133 legisladores arrancó esa sesión especial pedida por los diputados Graciela Fernández Meijide, Federico Storani, Carlos Alvarez, Alfredo Bravo, Rodolfo Rodil, Melchor Cruchaga, Rafael Flores, Guillermo Estévez Boero, Darío Alessandro, Nilda Garré y Mario Negri, y fue su primer orador el hoy fallecido Carlos Soria.

El diputado rionegrino, alineado entonces con Eduardo Duhalde, confió al iniciar su discurso sus dudas respecto de si legisladores oficialistas debían concurrir a una sesión convocada por fuerzas de la oposición. “¿Existen precedentes parlamentarios a favor de una conjunción de fuerzas políticas en una sesión especial? —se preguntó—. Los temores se fueron disipando a medida que en la charla que mano a mano manteníamos con cada uno de los señores diputados que nos encontramos aquí, nos preguntábamos y cuestionábamos mutuamente cuál era el sentido y el alcance de esta sesión y adónde se apuntaba con ella”. Dejó claro que sus dudas habían sido despejadas al expresar, contundente: “Estoy convencido de que hacemos muy bien en estar presentes esta tarde, pues se trata nada más y nada menos que de dar un debate a favor de la Constitución nacional”.

“Doy por sentado que el intento reeleccionista de hecho constituye una violación a la Constitución”, diría en esa misma sesión el hoy funcionario Carlos “Chacho Alvarez, para quien “muchos de los peores males y golpes de Estado que sufrimos estuvieron fundamentados por el escaso o nulo valor del texto constitucional”.

Al cabo, por 159 votos a favor, quedó aprobado un proyecto que estableció en su primer artículo que “todos los funcionarios que integran en la actualidad los poderes del Estado que han jurado respetar y hacer respetar la Constitución nacional, están obligados al cumplimiento de todas sus normas”, en tanto que a continuación puntualizaba que “el artículo 90 y la cláusula transitoria novena de la Constitución Nacional, reformada en 1994, no admiten ningún tipo de interpretación contraria a la letra y el espíritu de la Ley 24.309 que declaró la necesidad de la reforma, habiendo quedado establecido que a la fecha de la sanción el mandato presidencial en curso debía considerarse como primer período”.

“Cualquier interpretación que fuerce o desnaturalice el claro texto constitucional implica desconocer la vigencia de la ley fundamental, su supremacía y, en especial, la violación de sus disposiciones al modificar su contenido a través de mecanismos distintos a los especialmente previstos en el artículo 30, e incriminaría a sus autores en la conducta contemplada en el artículo 36 de la Constitución nacional”, expresaba también el proyecto, que a continuación le apuntaba directamente al juez cordobés generador de la controversia: “habiéndose violado gravemente por parte de un juez federal la letra y el espíritu de la Constitución nacional al haberse el mismo declarado competente para juzgar la constitucionalidad de una cláusula constitucional, llegando al extremo de dictar una medida precautoria que implica suspender momentáneamente la vigencia de la cláusula transitoria novena que es operativa, corresponde en resguardo de la Constitución nacional, y la seguridad jurídica, desde esta Honorable Cámara de Diputados de la Nación el pedido de remoción al Dr. Ricardo Bustos Fierro, titular del Juzgado Federal N° 1 de la provincia de Córdoba por ante el Consejo de la Magistratura, por las causales de mal desempeño y probable comisión de delitos”.

No prosperó el intento de impulsar una declaración en el mismo sentido en el Senado, donde el menemismo era más fuerte, pero entre los que votaron esa declaración en Diputados figura la entonces diputada Cristina Fernández de Kirchner.

La consulta popular como recurso

Hay un video que evoca una visita de Carlos Menem a Santa Cruz, en la que el entonces gobernador Kirchner lo elogia vivamente. Es la muestra que recurrentemente exponen los sectores anti K para recordar la ligazón del santacruceño con el riojano. En rigor, no hay que escarbar mucho para encontrar una buena relación entre las partes. De hecho, dos veces llevó Néstor Kirchner a Carlos Menem al tope de sus boletas. Pero siempre tuvo claro el riojano que ese gobernador patagónico no le guardaba fidelidad absoluta, ni mucho menos.

Con el tiempo, NK alternó críticas con elogios. Sobre el final de la década menemista, dijo sobre su presidente: “Tuvo aciertos importantes como consolidar la estabilidad económica y pagar viejas deudas a las provincias. Pero en cambio fueron lamentables la corrupción y la idea del pensamiento único”.

Para quienes suponen apresurado el afán reformista del kirchnerismo, vale mencionar que ni bien Menem logró la reelección, priorizó la idea de perpetuarse en el poder por sobre las necesidades reales del país, desatando así una interna despiadada en el peronismo, en la que confrontó con Eduardo Duhalde, que albergaba para sí el deseo de convertirse en el heredero natural del poder.

Para 1997, la guerra era abierta y se desarrollaba a través de las fuerzas de cada contendor, manteniendo al margen a sus máximos representantes, cuestión de guardar las formas. El terreno en el que más claramente se podían contemplar esas batallas era el Congreso, donde el kirchnerismo no era parte del duhaldismo, pero sí un aliado táctico e independiente.

El menemismo se negaba a reconocer a Duhalde como candidato natural del PJ y el entonces gobernador bonaerense intentaba a su vez diferenciarse cada vez más del primer mandatario, por cuanto a su juicio la bandera de la estabilidad ya no alcanzaba para cumplir su deseo de ocupar el sillón de Rivadavia.

El senador Jorge Yoma, que en un futuro todavía lejano se convertiría en soldado del kirchnerismo, pero que de momento integraba las huestes del bloque justicialista que confrontaba con la rebelde Cristina, hacía por entonces honor a su condición de riojano oficialista y presentaba a principios del 97 el proyecto para reglamentar la Consulta Popular, que si bien era una de las leyes pendientes de la reforma constitucional, en la práctica significaba un intento por habilitar subrepticiamente una nueva reelección de Carlos Menem. No sería esa la única muestra de fidelidad menemista del senador Yoma, ya que cuando finalmente Menem se resignó a renunciar a la re-reelección, puso su banca del Senado a disposición del entonces primer mandatario, y en algún momento incluso hasta llegó a sugerir el nombre de Eduardo Menem para suceder a su hermano en la presidencia. Tiempo después se convertiría en acérrimo opositor a los Menem, pero esa ya es otra cuestión. De momento, lo suyo pasaba por la consulta popular y la sugerencia había sido suficiente para que los diputados alineados con Duhalde pusieran el grito en el cielo y hasta amenazaran con romper el bloque si Yoma insistía con su propuesta.

Tal fue el grado de tensión alcanzada a principios de 1997 que en pleno período extraordinario se paralizó la labor legislativa y ninguna de las leyes que le urgían al PEN —Aeropuertos, Hielos Continentales y privatización del Correo, entre otras— pudieron ser aprobadas.

El proyecto de la discordia había sido firmado por Yoma y tenía la adhesión de Eduardo Bauzá, José Figueroa, Deolindo Bittel, Angel Pardo, Alberto Tell, Omar Vaquir, Emilio Cantarero, Horacio Salazar, Julio Miranda, Olijela del Valle Rivas, José Luis Gioja, Carlos Manfredotti y César MacKarthy, y no sólo alentaba reglamentar la Consulta Popular, sino también incluía la re-reelección presidencial dentro de los temas a ser sometidos a la votación de los ciudadanos.

Dos que no se sumaron a esa movida fueron nada menos que Augusto Alasino y el propio hermano del presidente, Eduardo Menem, quienes preferían mantener las formas. No por nada uno había presidido el bloque justicialista de los constituyentes y el otro la propia Convención; así las cosas, esgrimieron la posición tomada inmediatamente después de la reforma constitucional del 94, que sostenía que una nueva modificación sólo podía hacerse por el mecanismo que prevé el artículo 30 de la Carta Magna.

El Premio Parlamentario

Las posturas claras de Cristina Kirchner, su alto perfil mediático, la campaña sobre Hielos Continentales y sus posiciones adversas al Gobierno le valieron en las postrimerías de su mandato como senadora un reconocimiento de sus pares, que la distinguieron en 1997 —el año que fue separada del bloque justicialista del Senado— con el Premio Parlamentario que anualmente se entrega a los legisladores más laboriosos de cada Cámara. El justicialismo acababa de perder el 26 de octubre de ese año las elecciones con la Alianza y el duhaldismo en particular había recibido un fuerte revés en la propia provincia de Buenos Aires.

La senadora Fernández tomó ese resultado como una ratificación de las críticas que desde Santa Cruz elevaban contra el modelo menemista. Con el premio en las manos no dejaría pasar la oportunidad para opinar del resultado electoral. “Creo que después del 26 de octubre se ha abierto un espacio de reflexión dentro del peronismo que algunos llevan adelante con mayor ahínco y otros queriendo ignorar las cosas que pasaron. Pero en definitiva, el proceso de discusión y debate es indetenible”.

Era la primera vez que uno de esos galardones otorgados por Semanario Parlamentario era recibido por una mujer. Los dos años anteriores había ganado en el Senado Antonio Cafiero, quien en esa oportunidad quedó en segundo lugar, y al recibir su galardón dio un discurso con permanentes alusiones a la zaga reeleccionista que a nivel nacional se percibía en el ambiente. En tono de humor y con su clásica oratoria, recordó que había recibido el máximo premio en 1995 y entonces se había propuesto ir por la reelección, para lo cual había contratado “los servicios de un maestro que me instruyó teórica y prácticamente, me dio clases, ejemplos y gracias a él pude conseguir mi primera reelección en 1996. Me aprestaba yo, por consejo de mi maestro a una segunda reelección —continuó—, cuando las autoridades me dijeron que no, que si bien no había una Constitución escrita, no era muy satisfactorio que un mismo legislador sea reelegido dos veces. Yo protesté, e inclusive dije que iba a presentar un recurso ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos”, continuó, ante la hilaridad general, advirtiendo que no aceptaba ser proscripto y que pretendía luchar por su segunda reelección.

“Estaba en eso cuando me dijeron: ‘si usted no es reelecto por segunda vez, lo va a sustituir una dama, que además de su belleza física, es una eminente legisladora y gran peleadora’. Bueno, cuando me dijeron de quién se trataba, renuncié a la segunda reelección, esperando que después de un período pueda volver a recibir el galardón máximo”, concluyó en medio de aplausos.

Cafiero no había hecho más que detallar con humor e ironía la desenfrenada búsqueda de Carlos Menem por torcer la letra escrita. Instantes después, Cristina recibiría el máximo premio y no pudo obviar referirse a los dichos que la habían antecedido, mandando “un mensaje con un sentido de respuesta hacia ese buen sentido del humor que tiene mi compañero Antonio Cafiero, a todos los compañeros que integran el Partido Justicialista y el peronismo, para que al maestro de Antonio no le pase lo mismo y que lo sustituya una dama...”.

La referencia de Cristina era para quien por entonces aparecía como una fulgurante estrella electoral y acababa de derrotar al poderoso peronismo bonaerense: Graciela Fernández Meijide.

Precisamente esa victoria aliancista de 1997 lejos estuvo de horadar los deseos de perpetuación de Menem. No tomó la derrota como propia. “Yo nunca perdí una elección”, dijo una y otra vez públicamente entonces, como dos años después también lo haría tras la derrota de su partido a manos de la Alianza en las presidenciales. Y con esa convicción, lejos de comenzar a imaginar la conveniencia de dejarle el paso a otros, Menem aceleró en su ambición de seguir en la Casa de Gobierno.

Consideró que el resultado de las legislativas había despejado el camino del escollo que podría representar Eduardo Duhalde, y junto a su entorno comenzaron a imaginar la posibilidad de que la ciudadanía lo reconociera como el hombre providencial capaz de llevar al país a un destino de grandeza cada vez más esquivo. Desentendiéndose del resultado de las elecciones legislativas siguieron pergeñando las más alocadas ideas para volver a reformar la Constitución y candidatear una vez más a su líder; o bien encontrar algún vericueto jurídico que le permitiera a Carlos Menem intentar una re-reelección en el 99.

Los intentos recurrentes

Los Kirchner fueron aliados tácticos de Eduardo Duhalde, conforme este bregaba por cerrarle los caminos a Menem en sus deseos de perpetuidad. Cristina Fernández alternaba entonces sus recorridas por el interior para hablar sobre los Hielos Continentales, con intervenciones políticas y académicas. Invitada por la entonces joven intendenta de Las Talitas, Tucumán, la hoy diputada nacional Stella Maris Córdoba, embistió a mediados del 98 directamente contra el presidente Menem y sus intentos reeleccionistas: “Menem no tiene legitimidad social, la ha perdido, sólo le queda el liderazgo formal de la estructura justicialista. Es evidente que la Alianza triunfó con muchos votos peronistas, porque la mayoría de la gente sigue siendo peronista”.

El hipermenemismo trabajaba afanosamente por forzar la Constitución de manera tal de habilitar a su líder para un tercer mandato. Habida cuenta de la imposibilidad de implementar otra reforma constitucional, albergaba peregrinas esperanzas de que una Corte Suprema adicta llegara a considerar que ese mandato de Menem era en realidad el primero... El canciller Guido Di Tella, con quien Cristina se peleaba en esos días por los Hielos Continentales y Malvinas, le hacía un guiño público a esa pirueta judicial argumentando que había que “hacer abracadabra” para que Menem pudiera ser presidente en 1999.

“La Argentina ya conoció épocas de brujos —le respondió Cristina—. Pero si la Corte decide que éste es el primer mandato de Menem y no el segundo, eso más que abracadabra sería un mamarracho”.

Eduardo Duhalde, que había sufrido como propio —y lo era— el duro impacto de la derrota de su esposa en las legislativas de 1997, encontraba en la lucha abierta contra la re-reelección la fuente de su resurrección. Y en julio de 1998 encontró la bala de plata para matar las aspiraciones del riojano, al convocar en la provincia de Buenos Aires a un plebiscito para que la ciudadanía opinara sobre la posibilidad de que Menem fuera habilitado para competir por un tercer mandato.

“Si se hace una consulta popular, no creo que la gente apoye un nuevo mandato de Menem, pero si la sociedad lo respalda, querrá decir que la equivocada soy yo. Eso sí, si tengo que equivocarme, prefiero hacerlo con la mayoría, y no con cuatro iluminados, porque esa historia ya la conocemos”, señalaba al respecto Cristina, que junto a su esposo azuzaban al Gobierno nacional con la posibilidad de que convocara a una consulta nacional para reformar nuevamente la Constitución. “Si desea consultar a la gente, que lo haga definitivamente y que sea la gente la que resuelva como corresponde”, desafiaba Néstor Kirchner, quien precisamente eso se aprestaba a hacer en su provincia para ir por la segunda reelección.

Cristina diferenciaba el caso de Santa Cruz con el de la Nación, por cuanto la Constitución provincial preveía la consulta popular vinculante únicamente para temas de raigambre constitucional. “Pero la consulta no reforma la Constitución, sólo sanciona una ley, o sea que después de la consulta viene la elección de la Convención Constituyente y, finalmente, una tercera elección para la persona que estaría habilitada —explicaba la diputada—. Si alguien puede sortear tres resultados electorales, testeando permanentemente sus políticas, será hora de replantearse las cosas para los que dicen que no, porque los equivocados son ellos. Como dije antes, no podemos tener miedo a que la gente se pronuncie”.

Y el plebiscito bonaerense logró torcerle el brazo al presidente. Consciente finalmente de que era una batalla perdida, Menem no la libró, tal cual haría cinco años más tarde frente al balotaje con Kirchner. Al anunciar en julio de 1998 su decisión de abstenerse de intentar ir por un nuevo mandato, Menem dejó el camino expedito para una sucesión en la que primero se anotaron Duhalde, Ramón “Palito” Ortega, Reutemann, Eduardo Menem, Antonio Cafiero, Adolfo Rodríguez Saá y Erman González, y para la cual sólo quedó finalmente el entonces gobernador bonaerense.

Pero el golpe de KO no fue sólo por la amenaza de plebiscito. También se dio en el marco del lugar donde el peronismo suele definir sus cuestiones internas: Parque Norte. Allí el presidente intentó dar una muestra de poder interno que resultó abortada nada menos que por el gobernador Reutemann.

Sucede que las ausencias de los delegados de Buenos Aires y Santa Cruz, más —en menor medida— los de Entre Ríos, Formosa y Mendoza, eran previsibles y manejables, ya que el número que representaban no ponía en peligro la legitimidad del Congreso. Pero la retirada de los congresales santafesinos de Reutemann fue la estocada final para acelerar lo que después sería bautizado como el renunciamiento histórico de Menem.

Sabían los menemistas que las deliberaciones con la mitad de los congresales habilitados (800) era una derrota política, pues reunir apenas 400 delegados de un origen dudoso después de diez años en el poder y tras un uso y abuso de los ATN que el ministro Carlos Corach había distribuido con generosidad las últimas semanas para alentar la concurrencia a Parque Norte, ponían a Menem en un callejón sin salida.

Duhalde logró así su victoria gracias a los santafesinos, e intentaría pagarle a Reutemann con la candidatura oficial en 2003, topándose entonces con otro rechazo del Lole. Hasta entonces, el gobernador bonaerense había mantenido una conducta errática en su enfrentamiento con el menemismo, la cual recién fue dejada atrás cuando se le plantó con el plebiscito. Por primera vez asomaba como alguien dispuesto a pelear por el poder y a poner en marcha su fenomenal aparato partidario para lograr su cometido.

Por esos días fue que se concretó la alianza táctica con el entonces vicepresidente Carlos Ruckauf, cuyo comportamiento le valió quedar incluido en la lista de deslealtades de Menem, valiéndole además no ser invitado más a las reuniones de gabinete.

Si bien el plebiscito había sido la bala de plata del proyecto reeleccionista, todavía faltaba para dar por muertas las aspiraciones de Menem. Lo demostró la irrupción del fallo del juez Bustos Fierro, liquidado en esa sesión especial pedida por la Alianza y apoyada por el peronismo no menemista. Fue una demostración de fuerza que terminó de inclinar el fiel de la balanza en contra del menemismo, que desde entonces le hizo la cruz al todavía gobernador bonaerense. Y si bien el riojano no hizo campaña en su contra en las presidenciales, tampoco movió un dedo para que Duhalde, convertido finalmente en el candidato presidencial del justicialismo, pudiera sucederlo.

Por el contrario, debe haberse prometido a sí mismo no entregarle la banda presidencial. Soñaba seguramente con un retiro por cuatro años durante los cuales el país se convenciera de lo indispensable que era él como presidente y dejara en el olvido los reproches que había acumulado durante su década de mandato. Y para que eso fuera más factible aún, le convenía que su sucesor no fuera justicialista.

Una de las medidas alentadas por la Rosada esmeriló claramente las posibilidades del candidato presidencial justicialista: el megadesdoblamiento electoral que desperdigó las elecciones del 99 en un racimo de llamados a las urnas que, a la luz de los hechos, terminó perjudicando a Duhalde.

Será imposible determinar qué hubiera sucedido si todas las provincias argentinas hubieran llamado a elecciones al mismo tiempo que la presidencial, pero difícilmente se hubiera recreado la relación que a la postre se registró: en provincias donde habían ganado gobernadores peronistas, Fernando de la Rúa aventajó claramente después a Duhalde.

Los diputados justicialistas que frenaron a Menem

Estos fueron los 46 legisladores que el 10 de marzo de 1999 participaron en la sesión especial que rechazó la posibilidad de que Carlos Menem pudiera participar de una nueva elección presidencial consecutiva:

Sergio Acevedo, Orlando Aguirre, Leticia Bianculli, Oraldo Britos, Eduardo Camaño, Marta D’Errico, Mario Das Neves, Julio Díaz Lozano, Rita Drisaldi, Norma Godoy, Lorenzo Domínguez, Carmen Dragicevich, Herminia Escalante, Cristina Fernández de Kirchner, Mario Ferreyra, María Luisa González, Hilda González de Duhalde, Diego Gorvein, Diana Gutiérrez, Carlos Haquim, Vicente Joga, Sara Amavet, Elsa López, Silvia Martínez, Emilio Martínez Garbino, Fernando Maurette, Lidia Mondelo, Eduardo Mondino, Mabel Müller, Norberto Nicotra, Luis Obarrio, Lorenzo Pepe, Juan Carlos Olima, Telmo Pérez, Juan Carlos Pezoa, Jorge Remes Lenicov, Eduardo Rollano, Carlos Soria, Rosa Tulio, Saúl Ubaldini, Arnaldo Valdovinos, Juan Veramendi, Juan Zacarías, Juan Silva Casanova, Amalia Isequilla y María Merlo de Ruiz.

La Convención Constituyente

Antes de hacerse conocida en el Senado, Cristina Kirchner pasó junto a su esposo por la Convención Constituyente que reformó la Constitución en 1994. Allí ambos fueron ferreos opositores al Núcleo de Coincidencias Básicas (NCB) establecido por Carlos Menem y Raúl Alfonsín en el marco del Pacto de Olivos. Esto es, más allá de la defensa regional basada en buscar que la nueva Constitución estableciera beneficios para Santa Cruz, cosa que cada convencional repitió en favor de sus respectivos distritos, el elemento distintivo de los Kirchner, con el que comenzaron a marcar la cancha para su confrontación con Carlos Menem, fue el rechazo a ese paquete armado por las principales espadas de Menem y Alfonsín en el que se estableció qué cosas se iban a modificar de la futura Constitución.

En su mensaje ante los constituyentes, Cristina levantó las banderas del peronismo y básicamente se centró en la necesidad de establecer un nuevo federalismo y una mejor distribución de los recursos. Pero no con todo el NCB estaba en desacuerdo ella. Coincidía por ejemplo en la elección directa de los senadores, de la que saldría beneficiada siete años después. Y no se oponía a la reelección presidencial, así estuviera hablándose de Menem.

Hacerlo hubiera sido una total hipocresía, por cuanto un año más tarde su propio esposo reformaría la Constitución provincial para poder ser reelecto. El argumento que utilizaba para justificar la reelección presidencial era que tener la posibilidad de ser reelegido por su pueblo es un derecho que le corresponde a cualquier gobernante.

La re-re de Néstor Kirchner

Cuando el 7 de septiembre de 1987 Kirchner ganó la intendencia de Río Gallegos, ese día su alegría no fue completa. Es que ya entonces el matrimonio K hacía cálculos políticos a largo plazo y en ese marco deseaban que para la gobernación ganara la candidata radical, Angela Sureda. No era políticamente correcto pensar en la victoria del partido opositor, pero una derrota de Ricardo Del Val dejaría malparado a quien lo auspiciaba, el gobernador Arturo Puricelli. Y de paso, sacaba del medio para la futura elección al dirigente peronista Rafael Flores, ya que éste era sobrino de la postulante radical.

Y una cláusula de la Constitución provincial, a la que Kirchner se encargaría luego de modificar una y otra vez, establecía no sólo la no reelección, sino también la imposibilidad de que el gobernador fuera sucedido por un pariente, para evitar el nepotismo.

No hubo suerte, ya que lo que anticipaban las encuestas se revirtió a último momento y el candidato Del Val logró imponerse por escaso margen. Ese gobernador terminaría siendo removido a través de un juicio político que manejaría desde la Legislatura provincial la entonces presidenta de la Comisión de Asuntos Constitucionales, Cristina Fernández de Kirchner.

Néstor Kirchner logró la reelección indefinida a través del sistema de la consulta popular que sirvió para modificar la Constitución provincial. Tenía asegurado el favor de los santacruceños para ganar tres o más elecciones, y de hecho, cuando se impuso en la consulta popular vinculante su esposa lo celebró proclamando que por primera vez en la Argentina “es la gente la que sancionó una ley”.

Desafiado por Duhalde con un plebiscito, Carlos Menem en cambio no podía desafiar el malhumor social yendo a una elección en la que no tuviera que confrontar con nadie.

Además, a la hora de diferenciar las elecciones sucesivas de su esposo como gobernador con la que le negaba al presidente, Cristina ponía el ejemplo de la democracia norteamericana, donde Bill Clinton había sido tres veces gobernador de Arkansas antes de alcanzar la presidencia. “Los límites son para el presidente, pero no para el gobernador”, diferenciaba.

© Escrito por José Ángel Di Mauro, Parlamentario y publicado por Tribuna dePeriodistas el domingo 30 de Septiembre de 2012.