viernes, 1 de febrero de 2013

La refundación de Obama en su segundo mandato... De Alguna Manera...

La refundación de Obama...


El mensaje que envió el presidente de los Estados Unidos al relanzar su gobierno. La referencia a la “igualdad” en una sociedad individualista. El sensible debate sobre el uso de las armas. No escuchó las encuestas, sino a su sociedad.

En su discurso de asunción, el presidente Barack Obama fijó las grandes metas de su administración en los Estados Unidos. No prometió ni enumeró medidas. Tampoco incursionó en el azaroso territorio de la teoría. Usó un estilo en el que pudo transmitir los principios políticos en los que basará su acción como gobernante sin adoptar una forma declamatoria, sino, más bien, práctica.

Al ingresar en los grandes principios que guiarían su segundo gobierno, Obama se internó en las zonas profundas y complejas de la cultura (por lo tanto, de la historia y de la política) de su nación.

En el corazón de su mensaje colocó la cuestión de la igualdad, la que introdujo con una cita del preámbulo de la Declaración de la Independencia de 1776: “Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

Planteó así la idea, central para los pensadores del siglo XVIII, de que los individuos son portadores de derechos inalienables y que el sistema político, en este caso la república democrática, tiene como objetivo hacerlos universales y efectivos. Sostuvo que “ninguna unión fundada en los principios de libertad e igualdad puede sobrevivir con una mitad de individuos esclavos y la otra de individuos libres”.

En torno a esta cuestión, se abre un debate sobre el objetivo del sistema democrático, renovado una y otra vez en los dos siglos que transcurrieron desde la independencia de los Estados Unidos. Para unos, una democracia que no garantice en la práctica esos derechos de manera universal se contradice con su propia existencia. Para otros, votar alcanza y luego que cada uno encuentre el modo de ejercer sus derechos.

Para Obama, la organización política de la sociedad debe hacer efectivos los derechos ya que de otra manera nadie podría hacerlo. Por tanto, la democracia no debe ser reducida a la expresión de la voluntad popular para elegir un gobernante. Esta es una condición necesaria, pero que nada dice de la utilidad del sistema.

La democracia es la manera de organizar la acción de los individuos para que sus derechos sean efectivamente vividos, realizados. De esa manera, afirma: “Preservar nuestras libertades individuales, en última instancia, requiere la acción colectiva”.

La realización colectiva de los derechos individuales solía despertar en los Estados Unidos fuertes reacciones negativas. El credo generalizado era más bien lo contrario. Son los individuos, que mediante sus acciones libres y sin la interferencia del Estado, los que preservan sus libertades y hacen efectivos sus derechos.

La igualdad era una condición de inicio, no de fin. Dios creó a los hombres iguales, después ellos – los hombres– verán. El planteo de Obama es distinto: un objetivo de la sociedad es asegurar los mismos derechos igualitariamente para todos, y esa tarea sólo se logra colectivamente. En este caso, la condición de inicio se convierte en el fin del sistema político norteamericano.

La unión en los Estados Unidos no está dada por la historia de la nación, sino por un credo común. Los estadounidenses están más unidos por la ideología que por la historia, como describió Seymour Lipset. Lo notable es que la historia de la segunda mitad del siglo XX parece a menudo contradecir las bases de ese credo que fundó al “americanismo”.

Curiosamente, Obama, lejos de ser un renegado de la tradición fundadora de los Estados Unidos, retoma –en los términos del mundo que le toca vivir– la necesidad de relanzar el credo que generó la unión. Si este razonamiento es correcto, es probable que el regreso a las fuentes sea también el retorno a las fuerzas que construyeron el imperio estadounidense.

Me permito, lector,  hacer dos referencias históricas para ilustrar este  razonamiento.

Hace más de un siglo la idea de igualdad parecía condenable. William Summer, sociólogo que murió a comienzos del siglo XX y que tuvo una enorme influencia en la formación de las elites políticas y sociales en los Estados Unidos, escribía: “El dogma de que los hombres son iguales no es sólo una superstición. Es la más flagrante falsedad y la doctrina más inmoral en la que los hombres hayan creído jamás”.

En una sociedad que se molestaba por la palabra “igualdad” hasta hace muy poco, la evidencia de la realidad desplazó la fuerza de los prejuicios.

En 2011, el Pew Research Center realizó un estudio sobre la percepción de la desigualdad. En un país donde el tema era tabú, resultó que el 66% de los encuestados en todo el territorio creía que existen conflictos “fuertes” y “muy fuertes” entre pobres y ricos; un 62% entre inmigrantes y estadounidenses nativos, y el 65% afirmaba que también hay conflictos “fuertes” o “muy fuertes” entre blancos y negros.

Por lo tanto, parece lógico pensar que la idea de desigualdad está implícita en el reconocimiento de esos conflictos y que aceptar su existencia implica un cambio en la manera de percibir la realidad por parte de los estadounidenses. Si se observa una serie más larga de datos, se concluye que el reconocimiento del conflicto creció notablemente en los últimos años, cuando en realidad no hay razón para suponer que ese conflicto en sí haya aumentado.

Obama, al centrar su política en la idea de un gobierno que ejecute políticas para igualar el ejercicio de los derechos individuales, más que la vanguardia de su sociedad, parece ser su eco. Los Estados Unidos están cambiando, y parece ser que su presidente está interpretando ese cambio.

Otra cuestión, muy polémica en su país, a la que aludió Obama, es la portación de armas. Lo hizo con cuidado (no olvide, lector, que la tenencia de armas es un derecho constitucional), haciendo mención a la obligación de garantizar la seguridad de los niños, en referencia a la masacre reciente en una escuela de Connecticut.

En el estrecho límite que exigía el respeto de la Constitución, el presidente estadounidense afirmó: “No podemos confundir absolutismo con principios”. Esto no era otra cosa que un llamado a la racionalidad en la aplicación de una norma que conduce al país a la reiteración de esos dramas.

La máxima autoridad de la Asociación Nacional del Rifle reaccionó vivamente: “El absolutismo no es un vicio, sino una virtud”, afirmó, calificando de manera inesperada a la que es conocida como una forma de ejercicio del poder sin límites ni control.

El presidente Obama no siguió las encuestas de coyuntura para redactar su texto. Sí escuchó a su sociedad. Lo primero habría sido una forma vulgar de oportunismo, lo segundo  es un ejercicio de la representación popular.

© Escrito por Dante Caputo y publicado el sábado 26/01/2013 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



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