1º de julio de 1974 - Muere Juan Domingo Perón...
En sus probables últimos días de lucidez, Perón se sintió en
la necesidad de alertar a sus seguidores sobre la pesada herencia que les
dejaban. En la tarde del 12 de junio de 1974, antes de despedirse de su pueblo,
advirtió sobre las consecuencias del incumplimiento del Pacto Social y el
desabastecimiento, y aconsejó a la militancia que se mantuviera vigilante de
“las circunstancias que puedan producirse”. Dijo: “Yo sé que hay muchos que
quieren desviarnos en una o en otra dirección, pero nosotros conocemos
perfectamente nuestros objetivos y marcharemos directamente a ellos, sin
influenciarnos ni por los que tiran desde la derecha ni por los que tiran desde
la izquierda. El gobierno del pueblo es manso y es tolerante, pero nuestros
enemigos deben saber que tampoco somos tontos”. Y terminó con un tono
inconfundible de despedida: “Les agradezco profundamente el que se hayan
llegado hasta esta histórica Plaza de Mayo. Yo llevo en mis oídos la más
maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”.
El 1º de julio de 1974 amaneció nublado, no era un día
peronista. Los partes médicos alertaban sobre el inminente final de la vida del
hombre que había manejado la política argentina a su antojo desde 1945. Para
muchos era quien había transformado la Argentina de país agrario en industrial,
y en paraíso de la justicia social. Para otros, menos, pero no pocos, era un
dictador y demagogo que terminó con la disciplina social y les dio poder a los
“cabecitas negras”. Lo cierto era que la política nacional llevaba su sello y
como decía él mismo, en la Argentina todos eran peronistas, pro o anti, todos
tenían ese componente.
A las 13.15 de ese primer día de julio, Isabel, custodiada
por el superministro López Rega, dio la infausta noticia: “Con gran dolor debo
transmitir al pueblo de la Nación Argentina el fallecimiento de este verdadero
apóstol de la paz y la no violencia”. La palabra del pueblo argentina, la
maravillosa música, enmudeció.
La Argentina fue un país de colas. Los ricos las hacían para
comprar dólares; los pobres, para comprar fideos y para darle el último saludo
a su líder. Había algo distinto al entierro de Evita. No era tan evidente la
división entre las dos Argentinas, la que brindaba con champán porque se había
muerto la “yegua” y la que lloraba a su abanderada. El peronismo había ampliado
su base electoral por izquierda y por derecha. No eran pocos los conservadores
que le habían confiado la misión de pacificar la Argentina, última carta para
frenar al “comunismo”.
Entre lágrimas, flores y caras preocupadas, la frase más
escuchada era “qué va a ser de nosotros”. La sensación de vacío político era
proporcional al tamaño de la figura desaparecida. Isabel, la heredera efectiva
del legado dejado simbólicamente al pueblo, no estaba a la altura de las
circunstancias y sólo tenía de Perón su apellido. Nadie ignoraba que López Rega
ocuparía el lugar central en la política, por el que había venido luchando
desde su puesto de mucamo en Puerta de Hierro, que ofrendaría a lo peor del
poder político militar. Flotaba una pregunta: ¿Por qué el último Perón nos dejó
aquella terrible herencia, antesala del infierno tan temido?
© Escrito Felipe Pigna, en “Mitos argentinos” y publicado en
el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el miércoles 27 de junio
de 2007.
Fuente: El Historiador
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