Los caudillos y los Ambiciosos...
Enemigos del pueblo son también los ambiciosos. Muchas veces los he visto llegar hasta Perón, primero como amigos mansos y leales y yo misma me engañé con ellos, proclamando una lealtad que después tuve que desmentir.
Los ambiciosos son fríos como
culebras; pero saben disimular demasiado bien.
Son enemigos del pueblo
porque ellos no servirán jamás al pueblo sino a sus intereses personales.
Yo los he perseguido en el
Movimiento Peronista y los seguiré persiguiendo implacablemente en defensa del
pueblo.
Son los caudillos.
Tienen el alma cerrada a todo
lo que no sean ellos.
No trabajan para una doctrina
ni les interesa el ideal.
La Doctrina y el Ideal son
ellos.
La hora de los pueblos no
llegará con ningún caudillo porque los caudillos mueren y los pueblos son
eternos.
Por eso es grande Perón;
porque no tiene otra ambición que la felicidad de su pueblo y la grandeza de su
Patria… y porque ha creado una doctrina – una doctrina es un ideal – para que
su pueblo siga su doctrina y no su nombre.
Yo pienso en cambio que los
pueblos cuando encuentran un hombre digno de ellos no siguen su doctrina sino
su nombre, porque en el hombre y en el nombre ven encaramarse a la doctrina
misma; y no pueden concebir la doctrina sin su creador.
Por eso yo no puedo concebir
al Justicialismo sin Perón; y por eso he declarado tantas veces que soy
peronista y no justicialista, porque el justicialismo es la doctrina; en cambio
el peronismo es Perón y la Doctrina…
¡La realidad viva que nos
hizo y que nos hace felices!
Los caudillos en cambio, los
ambiciosos, no tienen doctrina porque no tienen otra conducta que su egoísmo.
Hay que buscarlos y marcarlos
a fuego para que nunca se conviertan en dueños de vida y haciendas del pueblo.
Yo los he conocido de cerca y
de frente; y algunas veces incluso me han engañado, por lo menos
momentáneamente.
Hay que identificarlos… Hay
que destruirlos.
La causa del pueblo exige
nada más que hombres del pueblo que trabajan para el pueblo, no para ellos.
En esto se distinguen los
ambiciosos; en que trabajan para ellos; nada más que para ellos.
Nunca buscan la felicidad del
pueblo; siempre buscan más bien su propia vanidad y enriquecerse pronto.
El dinero, el poder y los
honores son las tres grandes “causas” los tres “ideales” de todos los
ambiciosos.
No he conocido ningún
ambicioso que no buscase alguna de estas tres cosas…
O las tres al mismo tiempo.
Los pueblos deben cuidar a
los hombres que eligen para hacer sus destinos…
Y deben rechazarlos y
destruirlos cuando los vean sedientos de riqueza, de poder o de honores.
La sed de riquezas es fácil
de ver.
Es lo primero que aparece a
la vista de todos.
Sobre todo a los dirigentes
sindicales hay que cuidarlos mucho.
Se marean también ellos y no
hay que olvidar que cuando un político se deja dominar por la ambición es nada
más que un ambicioso; pero cuando un dirigente sindical se entrega al deseo de
dinero, de poder o de honores, es un traidor y merece ser castigado como un
traidor.
El poder y los honores
seducen también intensamente a los hombres y los hacen ambiciosos…
Empiezan a trabajar para
ellos y se olvidan del pueblo.
Esta es la única manera de
identificarlos… y el pueblo tiene que conocerlos y destruirlos.
Solamente así, los pueblos
serán libres… porque todo ambicioso es un prepotente capaz de convertirse en un
tirano.
¡Hay
que cuidarse de ellos como del diablo!
© Eva Perón. www.galeon.com