jueves, 21 de marzo de 2013

El cielo y el barro… De Alguna Manera...

Él es la revolución…


Un maestro y un cartonero argentinos están más cerca de Francisco que cualquier otro dignatario. El cardenal Jorge Bergoglio se transformó en el papa Francisco el día de San José. No fue casualidad. El sintió el llamado de Dios al pasar frente a la parroquia de San José de Flores, en su barrio. José fue el esposo de la virgen María, la madre de Jesús de Nazaret. “José” viene de justo, del sentido de justicia que guarda fidelidad a la ley. Además, por su oficio, fue convertido en el santo del Trabajo. Dice Jairo con letra de Daniel Salzano: “Cuando José el carpintero/ supo que iba a ser papá/ levantó a María en brazos/ para ponerse a bailar”. José fue el padre terrenal de Jesús, el que lo protegió huyendo a Egipto cuando Herodes había decretado la mano dura. Por eso José es el patrono de la familia y también de la Iglesia.

Pero yo quiero hablarle de otro José, que no es santo pero que merecería serlo aunque fue un demonio. De José del Corral, el maestro de los chicos más frágiles que estaba a pocos metros del trono de Pedro. José y su amigo, el cartonero Sergio Sánchez, fueron los argentinos que más cerca estuvieron del flamante Papa. Más cerca que todos los reyes, príncipes y jefes de Estado más poderosos del planeta.

José dijo que supo ser “un ateo terrible” al que habían echado de siete colegios. Pero todo cambió cuando conoció al padre Jorge, que lo primero que hizo fue crear la Vicaría de la Educación. Un día en la Plaza de Mayo, delante de siete mil estudiantes, se puso el guardapolvo blanco que le regaló el maestro José. El mismo que vistió José ayer, casi al lado del Papa ante la extrañeza y, por qué no decirlo, la envidia de muchos que se creen mucho.

El maestro José contó que cuando el padre Jorge lo llamó por teléfono para despedirse porque se iba al Vaticano, como siempre le hizo una broma: “¿Voy preparando el bolso?”. Ambos rieron. Pero el docente José del Corral lloró cuando le avisaron que estaba invitado a la ceremonia de entronización de su amigo. Dicen que el abrazo que se dieron frente al altar movió los cimientos de la mismísima Capilla Sixtina.

El siguiente terremoto lo produjo el cartonero Sergio Sánchez, que estaba vestido con su uniforme de reciclador. La emoción volvió y fue millones de lágrimas. Sergio le recordó la última misa, rodeado de cartoneros, mujeres pobres y morochas de la Patria Grande arrancadas de la trata y la puta explotación. Muchachos renacidos del trabajo esclavo y costureras condenadas a la cama caliente y a un plato de lentejas que les pagan diseñadores vip. En esos tres argentinos, en Jorge el cura, José el maestro y Sergio el cartonero se podría resumir la Argentina de la esperanza, la Iglesia de los pobres para los pobres.

José del Corral y del pesebre, además, fue iluminado por la palabra justa como su antepasado de Belén, y dijo frente a un micrófono: “La revolución es él. Su vida es la revolución”.

Tuvo la sabiduría de decir todo en pocas palabras. Lo que hizo hasta acá y lo que tiene la misión de hacer de ahora en más son una tarea titánica. Un desafío que es como una gigantesca cruz sobre los hombros.

Deberá expulsar del templo a los mercaderes de la banca vaticana, a los inmorales que violan chicos y a los cómplices que los protegieron, a los jerarcas colaboracionistas de las dictaduras y los sacerdotes que asistieron a las torturas, y a los que abandonaron a los pobres como último orejón del tarro y prefirieron el lujo frívolo a la austeridad franciscana y republicana y al amor por los grasitas y los descamisados.

Si Francisco lo logra, habrá concretado una revolución, que es el nombre que los laicos damos a los milagros. En lo personal, y con su sola presencia, ya empezó a reconstruir esa Iglesia desfigurada en el rostro de Dios. Ya logró el milagro de tocar el cielo con las manos sin despegar los pies del barro.

Hoy Francisco está apenas un escalón abajo del reino de los cielos. Es el mismo que en el año 2009 dijo que “los derechos humanos se violan no sólo por el terrorismo, la represión o los asesinatos, sino también por las condiciones de extrema pobreza y las estructuras económicas injustas que originan las grandes desigualdades”.

Vox populi, vox Dei. La única verdad revelada es la realidad: el pueblo está con el Papa porque el Papa está con su pueblo. El milagro de la revolución parió una esperanza. Este país ya tiene Papa. Ojalá que el mundo tenga cura.

© Escrito por Alfredo Leuco el jueves 21 de Marzo de 2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 



miércoles, 20 de marzo de 2013

"No fuimos denunciados por Bergoglio"… De Alguna Manera...


Uno de los jesuitas secuestrados: "No fuimos denunciados por Bergoglio"…

El jesuita quitó responsabilidad a Francisco. AFP

Francisco Jalics dijo que el papa Francisco no tuvo nada que ver con su detención. "Estos son los hechos: Orlando Yorio y yo no fuimos denunciados por Bergoglio". La frase pertenece nada menos que a uno de los jesuitas secuestrados durante la última dictadura militar, Francisco Jalics.

El testimonio es trascendental luego de que surgieran informaciones que apuntaban a que el papa Francisco no ayudó lo suficiente a Jalics y Yorio, que formaban parte de su congregación y que fueron secuestrados y torturados en 1976.

Según Jalics, es falso suponer que su secuestro y el de Yorio "se produjeron por iniciativa del padre Bergoglio". "Antes me inclinaba por la idea de que habíamos sido víctimas de una denuncia. Pero a fines de los 90, después de numerosas conversaciones, me quedó claro que esa suposición era infundada", añadió el jesuita.

Jalics agregó además que fueron secuestrados por su conexión con una catequista que primero trabajó junto a ellos y "luego ingresó en la guerrilla". "Durante nueve meses no la vimos más, pero dos o tres días después de su detención también fuimos detenidos. El oficial que me interrogó me pidió los documentos. Cuando vio que había nacido en Budapest creyó que era un espía ruso", indicó.

"No puedo juzgar el papel de Bergoglio en estos sucesos", escribió en un comunicado de la orden de los jesuitas. Por último, contó que años más tarde habló con Francisco sobre el hecho: "Después celebramos juntos una misa y nos abrazamos solemnemente. Yo me he reconciliado con lo sucedido y considero, por lo menos por mi parte, el asunto cerrado", aseguró sobre su secuestro en 1976.

© Publicado el miércoles 20 de Marzo de 2013 por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


Despechados... De Alguna Manera...


Despechados...


Tras el ruido y las humaredas, los hechos. Esos hechos se atrincheran en palabras. Esas palabras no son vanas ni vacías. Expresan, como es habitual, la emoción primordial del gobierno de la Argentina, que desde 2003 a hoy vive sumergido bajo un manantial de despecho y enojo. La elección de Jorge Bergoglio como nuevo papa no escapó al guión de hierro del Gobierno y sus seguidores: enojados, molestos, irritados, les acontece lo que siempre caracteriza a los despechados: no son capaces de contener ni de maquillar sus contratiempos.

Para el libreto que abarrota a la Argentina desde el comienzo del siglo XXI, el papa Francisco es, por lo menos, un fastidio importante. Ellos han santificado desde el ejercicio del poder la supremacía de la dialéctica bélica y se han cansado de elogiar las supuestas bondades de la confrontación permanente. ¿Cómo sería buena para ellos una noticia que no sólo traslada el eje autorreferencial de los actuales gobernantes, sino que deposita esta nueva centralidad en un hombre y en una institución que, al menos actualmente, predican convergencia versus divergencia, acuerdo en vez de desacuerdo, armonías en desmedro de crispaciones?

En muchas ocasiones del pasado, la Iglesia Católica ha sido una estructura de poder abroquelada en la intolerancia, la crueldad y el privilegio. Siglos después de consolidarse como religión primordial de Europa, el cristianismo se despeñó en la barbarie nefasta de la Inquisición y esposó el funesto cargo de deicidio para con los judíos. Fueron tiempos oscuros y de complicidad con poderosos intereses terrenales. A medida que pasaba el tiempo, la alianza entre jerarquía y poder secular era más evidente. Pero todo cambia. ¿Hay algo más retrógrado que postular la inexistencia de los cambios?

En el último medio siglo, desde Juan XXIII, la Iglesia dio varios aunque zigzagueantes pasos hacia una positiva evolución. Juan Pablo II se abocó a la empresa de aventar y superar la herencia del comunismo en Europa. La historia fue coherente con ese propósito y desde 1980 el imperio soviético, con sus muros de concreto y sus cortinas de hierro, se sumergió en un ocaso irreversible. No hace falta ninguna sabiduría especial para advertir que los legítimos apetitos espirituales y libertarios, a los que se abocaba ese cristianismo recargado de Karol Wojtyla, fueron atendidos.

En la Argentina, la áspera reacción oficial para con el ascenso del papa Francisco se explica. Nada exaspera e irrita más al Gobierno que la activa existencia de sensibilidades y movilizaciones sociales autónomas del colosal poder de este Estado colonizado, reacio a compartir el escenario de la realidad con nada ni con nadie que no se le someta. En este punto, Bergoglio era un “competidor” y un incordio, espina clavada en las huestes oficialistas, incapaces de darse cuenta de que ni la propia Cristina Kirchner tuvo la valentía de avalar la despenalización del aborto.

Bergoglio es un obispo septuagenario que no simpatiza nada con rupturistas reclamos culturales de época formulados por diversos sectores. El problema es que, siendo adversario ideológico de esas reivindicaciones que el dogma por él profesado no admite, es igualmente un pastor sensible y, sobre todo, muy enérgico en el combate a la pobreza, la desigualdad y los crímenes sociales más perversos, como la trata de personas y el tráfico de drogas.

Convertir a Bergoglio en “cómplice” de la dictadura que se instaló en el país hace treinta y siete años es la confesión de un cinismo político todo terreno. Así procede la misma prole airada que acepta sin vacilar el currículum neoliberal de Amado Boudou, cuya (¿ex?) novia, la aguerrida militante revolucionaria Agustina Kämpfer, tuiteó que el papa Francisco era un argentino “al mando de una institución que encubrió y encubre el abuso sexual de curas a miles de niños en todo el mundo. Y bueno”.

Los crímenes cometidos por sacerdotes católicos en todo el mundo son horribles e inaceptables. Imputar por ellos a toda la Iglesia como institución es una escandalosa manipulación de aliento pequeño. En todo caso, debe decirse que si Bergoglio no hubiese sido decisivo en el fuerte compromiso para con sus curas villeros en las barriadas más castigadas por la indemne pobreza argentina, el tratamiento oficial hubiese sido mucho más benévolo con él. La hostia a Videla nunca existió, pero igualmente un cura da la comunión a quien lo pida y no tiene autoridad para negársela a nadie. Hasta los judíos lo sabemos.

El despecho motoriza la gélida y taciturna impotencia oficial. Podrá discutirse largamente sobre celibato, anticoncepción, casamiento homosexual y aborto, pero en las fauces del Gobierno estos argumentos “progresistas” son especiosos y oblicuos, esencialmente hipócritas. No es eso lo que molesta en la Casa Rosada. El despecho proviene de dos cuestiones determinantes. La más importante es que, tras diez años de soliviantar artificialmente las confrontaciones, al punto de haber convertido “la pelea” en una religión, se les aparece un vecino de Flores e hincha de San Lorenzo que predica el acuerdo y descarta la descalificación. No vivía en El Calafate ni en Puerto Madero, tampoco se movilizaba en helicóptero, sino que viajaba en subte y colectivo; Satanás hecho Papa. A este cura tradicionalista y prudente lo angustia la pobreza y su vida respira austeridad. Corta la figura de un perfecto destituyente. Por eso el despecho oficial, emoción tóxica que tal vez preanuncie el advenimiento de otra época en la Argentina.

© Escrito por Pepe Eliaschev el domingo 17/03/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



martes, 19 de marzo de 2013

Asombro Rosado… De Alguna Manera...


Asombro rosado…


Kirchnerismo papal. Alto impacto en el Gobierno por la unción de Bergoglio. Debates y grietas internas. La reacción en la Casa Rosada fue de azoro. Los funcionarios que componen el núcleo duro del cristinismo no salían de su asombro. Nada hacían para ocultar su malhumor. Cuando desde el balcón de los apartamentos pontificios, el cardenal decano Jean-Louis Tauran anunció al mundo que el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Begoglio, había sido elegido nuevo Papa, no fue alegría lo que hubo en la Babel de Olivos. Le llevó dos horas a Cristina Fernández de Kirchner reponerse del impacto y difundir la carta de felicitación que le envió al nuevo Sumo Pontífice.

La carta es una muestra de ese descontento. Fue una carta inexpresiva, protocolar e impersonal que bien hubiera cabido en el caso de que el cardenal elegido hubiera sido de una nacionalidad distinta a la Argentina. No fue la carta que se espera del presidente de un país del cual el nuevo Papa es oriundo. Y mucho menos la carta de alguien que, como Fernández de Kirchner, exhibe frecuentemente actitudes que van en el sentido opuesto al formalismo de lo protocolar. Cuando la carta se hizo pública, hacía ya una hora que se conocía la nota de felicitación al cardenal Bergoglio enviada por Dilma Roussef, la presidenta de Brasil. Si alguna duda había de esa falta de contento de la jefa de Estado, estuvo luego su “Aló Presidenta”, desde Tecnópolis, en el que la alusión al nuevo Papa fue también distante. La cara de CFK lo decía todo. La andanada de “ninguneos” al nuevo pontífice siguió con la decisión del oficialismo de negarse a conceder un cuarto intermedio, para homenajearlo, en Diputados.

Tras ello vino el reflotamiento de las acusaciones contra el cardenal Bergoglio por su supuesta complicidad con la dictadura. Ahí también el oficialismo fracasó. La calidad de los testimonios que respaldaron la conducta del entonces superior de los jesuitas fue contundente.

Para oponer a estas actitudes, el Papa ha ofrecido como respuesta la grandeza. Y así, entonces, en un notable gesto, al primer jefe de Estado que recibirá es a Fernández de Kirchner. Los memoriosos recordarán lo dificultoso que le fue al entonces cardenal Bergoglio, en su condición de presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, conseguir que la Presidenta lo recibiera.

Hay en estos momentos dentro del Gobierno un debate de cómo pararse frente a este hecho conmocionante. Algunos genuinamente han recibido con alegría la elección de Bergoglio. Hay otros que no, pero que, ante el impacto mundial tan positivo que han despertado los gestos y las actitudes del nuevo Papa, han comenzado a modificar su postura.

Quien pasó facturas fue Daniel Scioli. El gobernador de la provincia de Buenos Aires, metido en un brete dramático para su gestión como consecuencia de la decisión de la Presidenta de no darle más un peso, no se calló e hizo público el escarnio al que fue sometido por el Gobierno cada vez que se entrevistó con el hoy Papa. La ausencia de Scioli en la misa de inauguración del nuevo pontífice no es un dato menor. Algo muy fuerte –de índole político– debe haberlo llevado a renunciar a una foto con el Santo Padre que hubiera recorrido la Argentina y el mundo, algo por lo que el gobernador muere. “No se olviden de Bergoglio; tiene chances de ser elegido” es algo que –palabras más, palabras menos– varios dirigentes le escucharon decir a Scioli, a cuyo pálpito respondieron con un gesto de incredulidad.

La situación de Scioli es incierta. La Provincia está atravesada por una crisis económica de la que sólo podrá salir con ayuda de la Nación. El conflicto con los docentes puede ser la punta del iceberg de una crisis mayor. La situación de los estatales es también difícil. Hay inconvenientes en los hospitales bonaerenses y con las prestaciones en el IOMA. Los pagos a proveedores están retrasados. A todo ello hay que agregarle el dramático tema de la inseguridad. La pueblada del fin de semana pasado en Junín fue grave. Las duras acusaciones que realizó su intendente, Mario Meoni (sobre la participación en esos hechos de personas vinculadas al kirchnerismo) son un alerta. El Gobierno está jugando con fuego.

El otro conflicto fuerte de la semana fue el originado por la decisión de la empresa Vale de abandonar el proyecto de exploración y explotación de potasio en Mendoza. La verdadera dimensión de la cuestión obliga a hacer una lectura política de semejante determinación. Hay que recordar, entonces, que en mayo pasado, Brasil suspendió las licencias automáticas de importación que afectaron a nuestro país. Eso fue una represalia a causa del cepo cambiario y de las limitaciones a las importaciones impuestas a instancias de Guillermo Moreno. El caso emblemático fue el de la empresa Nucete, que vio limitada la exportación de sus productos (aceitunas y aceite de oliva).

El episodio de Vale hay que sumarlo al de Petrobras que había padecido la suspensión de un proyecto en Neuquén. A ninguna de esas situaciones es ajeno el gobierno de Dilma Roussef. Si la Presidenta no lo ve así, está haciendo una lectura equivocada de esta situación, sobre todo porque la relación comercial con Brasil es fundamental para el mantenimiento de muchos otros emprendimientos industriales de nuestro país. Algunos se ilusionan con un encuentro en Roma entre las dos jefas de Estado como vía de solución a este conflicto que tiene un enorme impacto social: más de seis mil personas quedarán en la calle.

Este es el contexto en el que la Presidenta emprenderá hoy su viaje a Roma. En su hermético mundo, nadie sabe a ciencia cierta si tendrá la sabiduría para capitalizar este momento único e irrepetible de la Argentina: no habrá otro Papa argentino en los siglos por venir. La elección del cardenal Bergoglio ha producido un estado de alegría y unidad como no se vivía desde hacía años en nuestro país. Tal vez, la última vivencia de este tipo se tuvo en el campeonato mundial de fútbol de 1986. ¿Lo aprovecharán el Gobierno y la oposición para cambiar el clima de división e intolerancia que hoy reina en la sociedad?

Por primera vez, en muchísimos años, la Argentina es noticia a nivel mundial, no por sus descalabros (crisis económica, crisis política, corrupción, tragedias y catástrofes), sino por la elección de un Papa que, por la inmanencia de su cargo, impone un liderazgo moral que se extiende a todo el mundo. ¿Lo aprovecharán las dirigencias argentinas para trabajar en pos de un país más decente e igual? ¿O será Francisco una muestra más de la inacabable paradoja de la Argentina, el país del mañana mejor que nunca llega?

Producción periodística: Guido Baistrocchi.

© Escrito por Nelson Castro el domingo 17/03/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.