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martes, 29 de abril de 2025

La Iglesia de hoy es mejor... @dealgunamanera...

Un Papa cercano a la gente. La Iglesia de hoy es mejor…

Dibujo: Pablo Temes

En Roma hay mucho lío... lío del bueno. Los libros recordarán a Francisco como un Papa excepcional.

© Escrito por el Doctor Nelson Castro el sábado 26/04/2025 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina. 

El pontificado del papa Francisco comenzó pocos días después de su elección el 13 de marzo de 2013, tras la renuncia de Benedicto XVI. Jorge Mario Bergoglio fue elegido durante un cónclave cargado de intrigas y emociones.

Todo, desde el primer momento, fue extraordinario. La primera votación en la tarde del 12 de marzo en la Capilla Sixtina tuvo un resultado llamativo: el arzobispo de Milán, Angelo Scola –señalado como favorito– había sido el más votado con treinta sufragios. Sin embargo, ese número fue menor al que efectivamente se esperaba. El segundo lugar, con 26 votos, resultó para Jorge Bergoglio. El resto de la historia ya es conocida. La fumata blanca sorprendió a los miles de asistentes que aguardaban con paciencia en la Plaza de San Pedro hasta que el cardenal Jean Louis Tauran anunció desde el balcón de la basílica homónima la decisión final con la clásica fórmula en latín: “Annuntio vobis Gaudium Magnum: Habemus Papam”. Como todos sabemos ya, el papado de Francisco duró hasta su fallecimiento el pasado 21 de abril, fecha que quedará grabada para siempre en mi carrera periodística y en mi vida.

Los libros recordarán a Francisco como un papa excepcional, muy lejos de la frialdad de los datos clásicos del párrafo precedente y las efemérides. Bergoglio –el hombre– se ha ganado a pulso y con acciones concretas el corazón de sus fieles, el de personas agnósticas y el respeto de los líderes religiosos de distintos credos alrededor del mundo. Será por mucho tiempo, el argentino más importante de la historia.

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El ejercicio de la profesión periodística señala la necesidad de tomar distancia de los hechos para alcanzar la tan declamada objetividad; ejercicio que –en la columna de este domingo– me pone un una verdadera encrucijada como periodista, como católico y como amigo de Francisco. Apelaré entonces a mi honestidad intelectual para narrarles lo que estoy viviendo aquí, desde Roma, en un entorno convulsionado. El pontificado de Francisco es y será mucho más grande de lo que podemos imaginar. Toda la ciudad está de cabeza. Hay lío, mucho lío… y del bueno. Es que Jorge Bergoglio ejerció su rol como conductor de la Iglesia de forma muy cercana a la gente. Se mezcló entre todos para predicar con el ejemplo. Supo guiar a su rebaño y enfrentar las presiones terribles del ala conservadora de la Iglesia. Dios sabe bien que no fueron pocas. Nadie debe olvidar que el Vaticano es un Estado y Francisco se condujo como un verdadero estadista. He visto a varios presidentes desfilando estos días para despedirlo, incluyendo diplomáticos y grandes comitivas. A Francisco no le sorprendería pero tampoco le quitaría el sueño ninguna ausencia de renombre.

Confieso que me llamó la atención la gran cantidad de jóvenes que han venido a darle su último adiós. Tuve la oportunidad de hablar con ellos y de muy variadas nacionalidades. La opinión y los motivos fueron unánimes; todos señalaron prácticamente lo mismo: su humildad, su honestidad, su preocupación y acción por los pobres, su interés y desvelo por los inmigrantes y su prédica a favor del cuidado del medio ambiente. Francisco también se interesó por los niños y adolescentes, les encomendó que salgan a la calle a revolucionar las diócesis y hoy ellos están aquí devolviéndole el mismo cariño.Todos aquí tienen una anécdota con su santidad. Enfermeros, ópticos, zapateros, mozos, dueños de pequeños y grandes comercios, habitantes de la ciudad y turistas que lo conocieron de paso y por casualidad en alguna de sus recorridas. El Papa no quería vivir ni predicar entre cuatro paredes. Su alma seguirá en estas calles para siempre.

Francisco llevó la Iglesia al mundo y, aunque todavía muchos le reprochan su visita trunca a la Argentina, su tarea está cumplida. Bergoglio –el hombre– ha cometido errores como cualquiera de nosotros. No quiso ser utilizado políticamente pero, al mismo tiempo, no lo evitó por completo. Lo dije públicamente en mis editoriales, y él –a pesar de escuchar mis críticas algunas veces muy duras– jamás me hizo un comentario al respecto en las más de veinte cartas que intercambiamos a lo largo de estos años.

El libro La salud de los papas ha catapultado mi nombre en estos días de duelo a lo largo del mundo. Muchos colegas han querido hablar conmigo por la singular entrevista que versa sobre su propia salud y que ha estado en boca de todos. El propio Francisco fue quien me pidió que todos los detalles se conserven en esas páginas y que no haga pública la grabación por radio o televisión hasta después de su muerte. Conocedor del medio, no quería que fuese editada. Así lo he hecho. Parte de lo que hoy soy como profesional y como persona se lo debo a él.

Estoy seguro de que el tiempo se encargará de darle su justo lugar en la historia. Es difícil saber si el futuro pontífice será un continuador de la labor de Francisco pero una cosa es indiscutible: la Iglesia de hoy es mejor que la de hace 12 años. Nuestra tarea será continuar su legado en cada metro cuadrado que pisemos. En casa, en la oficina, en nuestras familias. Su amor y su entrega nos guiarán a la eternidad.



jueves, 21 de marzo de 2013

El cielo y el barro… De Alguna Manera...

Él es la revolución…


Un maestro y un cartonero argentinos están más cerca de Francisco que cualquier otro dignatario. El cardenal Jorge Bergoglio se transformó en el papa Francisco el día de San José. No fue casualidad. El sintió el llamado de Dios al pasar frente a la parroquia de San José de Flores, en su barrio. José fue el esposo de la virgen María, la madre de Jesús de Nazaret. “José” viene de justo, del sentido de justicia que guarda fidelidad a la ley. Además, por su oficio, fue convertido en el santo del Trabajo. Dice Jairo con letra de Daniel Salzano: “Cuando José el carpintero/ supo que iba a ser papá/ levantó a María en brazos/ para ponerse a bailar”. José fue el padre terrenal de Jesús, el que lo protegió huyendo a Egipto cuando Herodes había decretado la mano dura. Por eso José es el patrono de la familia y también de la Iglesia.

Pero yo quiero hablarle de otro José, que no es santo pero que merecería serlo aunque fue un demonio. De José del Corral, el maestro de los chicos más frágiles que estaba a pocos metros del trono de Pedro. José y su amigo, el cartonero Sergio Sánchez, fueron los argentinos que más cerca estuvieron del flamante Papa. Más cerca que todos los reyes, príncipes y jefes de Estado más poderosos del planeta.

José dijo que supo ser “un ateo terrible” al que habían echado de siete colegios. Pero todo cambió cuando conoció al padre Jorge, que lo primero que hizo fue crear la Vicaría de la Educación. Un día en la Plaza de Mayo, delante de siete mil estudiantes, se puso el guardapolvo blanco que le regaló el maestro José. El mismo que vistió José ayer, casi al lado del Papa ante la extrañeza y, por qué no decirlo, la envidia de muchos que se creen mucho.

El maestro José contó que cuando el padre Jorge lo llamó por teléfono para despedirse porque se iba al Vaticano, como siempre le hizo una broma: “¿Voy preparando el bolso?”. Ambos rieron. Pero el docente José del Corral lloró cuando le avisaron que estaba invitado a la ceremonia de entronización de su amigo. Dicen que el abrazo que se dieron frente al altar movió los cimientos de la mismísima Capilla Sixtina.

El siguiente terremoto lo produjo el cartonero Sergio Sánchez, que estaba vestido con su uniforme de reciclador. La emoción volvió y fue millones de lágrimas. Sergio le recordó la última misa, rodeado de cartoneros, mujeres pobres y morochas de la Patria Grande arrancadas de la trata y la puta explotación. Muchachos renacidos del trabajo esclavo y costureras condenadas a la cama caliente y a un plato de lentejas que les pagan diseñadores vip. En esos tres argentinos, en Jorge el cura, José el maestro y Sergio el cartonero se podría resumir la Argentina de la esperanza, la Iglesia de los pobres para los pobres.

José del Corral y del pesebre, además, fue iluminado por la palabra justa como su antepasado de Belén, y dijo frente a un micrófono: “La revolución es él. Su vida es la revolución”.

Tuvo la sabiduría de decir todo en pocas palabras. Lo que hizo hasta acá y lo que tiene la misión de hacer de ahora en más son una tarea titánica. Un desafío que es como una gigantesca cruz sobre los hombros.

Deberá expulsar del templo a los mercaderes de la banca vaticana, a los inmorales que violan chicos y a los cómplices que los protegieron, a los jerarcas colaboracionistas de las dictaduras y los sacerdotes que asistieron a las torturas, y a los que abandonaron a los pobres como último orejón del tarro y prefirieron el lujo frívolo a la austeridad franciscana y republicana y al amor por los grasitas y los descamisados.

Si Francisco lo logra, habrá concretado una revolución, que es el nombre que los laicos damos a los milagros. En lo personal, y con su sola presencia, ya empezó a reconstruir esa Iglesia desfigurada en el rostro de Dios. Ya logró el milagro de tocar el cielo con las manos sin despegar los pies del barro.

Hoy Francisco está apenas un escalón abajo del reino de los cielos. Es el mismo que en el año 2009 dijo que “los derechos humanos se violan no sólo por el terrorismo, la represión o los asesinatos, sino también por las condiciones de extrema pobreza y las estructuras económicas injustas que originan las grandes desigualdades”.

Vox populi, vox Dei. La única verdad revelada es la realidad: el pueblo está con el Papa porque el Papa está con su pueblo. El milagro de la revolución parió una esperanza. Este país ya tiene Papa. Ojalá que el mundo tenga cura.

© Escrito por Alfredo Leuco el jueves 21 de Marzo de 2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.