domingo, 30 de septiembre de 2012

All Blacks, los mejores del mundo... De Alguna Manera...


All Blacks, los mejores del mundo...


No vinieron a ver el Museo Dardo Rocha. No descubro nada diciendo que muchas de nuestras costumbres y convicciones tienen tanto más que ver con lo que mamamos de chiquitos que con cómo nos va condicionando el paso del tiempo. Desde ese lugar, sólo concibo ir a ver a Los Pumas, como un ritual entrañable lleno de emociones que no siempre tienen que ver con el partido en sí, y mucho menos con un resultado.

Antes de este presente tan federal como politizado, Los Pumas pasaron por emblemáticos escenarios futboleros. Si bien hay registros de partidos entre argentinos y sudafricanos en una cancha de Ferro tan vieja que ni siquiera salían las torres de Morixe en la foto –por los años 30–, la primera auténtica “casa Puma” fue la famosa cancha de Gimnasia y Esgrima sección Maldonado, muy ligada al atletismo y nada al fútbol.

Para las profundidades de mi recuerdo, Ferro es “el” lugar. Acepto a los que claman por Vélez, algunos más jóvenes hablarán de River y hoy no faltará quien diga que el Ciudad de La Plata le da más brillo a estos tiempos de por si brillantes de nuestro rugby.

Pero mi bondi vuelve siempre a Caballito.

Ferro es el templo de mis emociones rugbísticas. Ansiedades que en este momento soy capaz de sentir. La de conseguir estacionamiento. La de cerciorarme de tener esa entrada que mi viejo escondía casi hasta el momento de mostrársela al control del acceso sobre Avellaneda. La de esperar que Diego se cruzara con la menor cantidad de conocidos posibles –sus previas duraban tanto como el partido en sí aunque no tanto como el post– porque sólo llegar al asiento relajaba mis nervios. Si hasta creo haberme salteado varias veces el increíble flan mixto que ofrecían de postre en el bodegón a tres cuadras de la cancha, uno de esos en los que la baranda a estofado duraba en la bufanda hasta el miércoles.

Eran tiempos en los que las únicas camisetas que se veían en las tribunas eran las de los pibes de los clubes que venían en colectivo con sus entrenadores, se instalaban en la popular y exhibían su orgullo de ser jugadores de las inferiores de Lomas y de San José, de Matreros y de Los Tilos, de Sitas y de Mariano Moreno. Algo de esto aún sobrevive en estos tiempos de entradas caras y costumbres diferentes. Tal vez no en el Cuatro Naciones, pero aún es posible detectar estas nubecitas de ilusión rugbística en test matches de convocatoria menos impactante.

No recuerdo que en aquellos tiempos uno pudiese comprar la camiseta de Los Pumas en las casas de deporte. Sospecho que, en realidad, cuando yo era chico la celeste y blanca no era una pieza comercial sino que, como también me decía Diego, para tener una de esas había que ganársela. Está claro que, si para tener una había que ser Puma, jamás llené ese hueco en mi ropero.

Lo autorreferencial –tan poco aconsejable como inevitable para mí en estos días de reblandecimiento– y la nostalgia ocupan en esta columna el espacio reservado para la crónica de un partido en el que, finalmente, los All Blacks le explicaron a los Pumas que, sin ignorar todo lo bueno que hicieron desde aquel debut en Ciudad del Cabo, lo que sucedió en La Plata fue lo que muchos imaginábamos que ocurriría desde el mismísimo debut.

La Argentina perdió todos sus partidos ante los All Blacks menos uno, que se empató a centímetros de poder ganarlo. Perdió casi siempre de manera justificada, varias veces por paliza y hasta estuvieron cerca de recibir 100 puntos en contra. Los neozelandeses, además de ser los campeones del mundo y de este primer Cuatro Naciones, suelen jugar al rugby sustancialmente mejor en estos torneos que en el Mundial mismo.

Y después de haberse visto sorprendidos y desordenados por Los Pumas en sus dos últimos choques –cuartos de final del Mundial y el 21-5 de hace un mes en Wellington– decidieron que era tiempo de mostrarse en plenitud.

La traducción de enfrentar a los All Blacks en plenitud sería algo así: sabés que vas a perder y, si no cometés errores, te irás a las duchas frustrado con una derrota razonablemente categórica. Eso corre, hoy por hoy, para Los Pumas tanto como para Australia, Sudáfrica, Inglaterra o Francia.

La tarde noche platense empezó para fiesta pero pronto quedó claro que los All Blacks no vinieron hasta aquí para visitar el Museo de Dardo Rocha sino para, cuando no les bastara con el mérito propio, cobrarse cada error que cometiese el rival. Nueva Zelanda le dio una cátedra a la Argentina y a puro try se impuso 54-15 en La Plata y se coronó campeón del Rugby Championship.

Fueron cuarenta minutos lapidarios a los que sólo el enorme corazón Puma evitó que se cayera en el desánimo. Aún así, en un segundo tiempo más terrenal de los visitantes, tuvieron respuestas contundentes ante cada acierto argentino. Y un poco más también.

Los Pumas crecieron de manera descomunal en este mes y medio de competencia. Y al de anoche no se lo debe considerár como un retroceso en un camino que debería llevar, dentro de pocos días, al primer triunfo en este torneo.

De todos modos, en honor a la imponencia del rival y a la dureza de la derrota, prefiero replegarme nuevamente en los recuerdos. Ya que no pude llorar un triunfo abrazado a mi Fermín de cuatro meses, me voy a la cama abrazado al recuerdo de aquel llanto compartido con Diego, cuando Los Pumas le ganaron a los franceses por primera vez. En Ferro, claro. Hace casi treinta años.

© Escrito por Gonzalo Bonadeo y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 30 de Septiembre de 2012.


Una tesis incómoda para el relato… De Alguna Manera…


Cómo actuaron los Kirchner en los días de la “re-reelección” de Menem...


Tal vez los libros de historia digan en un futuro que hubo una vez una fuerte protesta en las calles un 13 de septiembre de 2012, que logró desactivar los esbozos de impulsar una reforma constitucional que habilitara una nueva reelección para Cristina Fernández de Kirchner. Pero lo más probable es que lo que haya conseguido esa movilización haya sido más moderado: tan solo poner en el freezer el tema hasta tiempos mejores.

Si esta movida re-reeleccionista fracasa, lo más probable es que en el futuro se afirme que CFK nunca habló de extender su mandato. Y por ahora es cierto: para eso están otros.

Por más que les disguste a los kirchneristas, la situación remite a lo más parecido que presenta la historia reciente de nuestro país: la experiencia menemista. Nunca de la boca del riojano se escuchó confesar públicamente su deseo reeleccionista, pero el mismo siempre estuvo claro. Las movidas en ese sentido quedaron escritas en artículos periodísticos de esa época y pueden ser corroboradas hoy por sus protagonistas, muchos de ellos todavía en actividad.

La experiencia menemista vale como un espejo de lo que podría suceder hoy. Veamos entonces que el último y desesperado intento concreto de un tercer mandato tuvo lugar en marzo de 1999, cuando el menemismo ofreció al entonces gobernador santafesino Carlos Reutemann ser compañero de fórmula para las elecciones internas presidenciales del PJ. Era la tercera vez que se lo ofrecían al entonces gobernador, y la tercera en la que el hoy senador lo rechazaba. Participaron de esa negociación el entonces ministro del Interior, Carlos Corach, y el jefe de Gabinete, Jorge Rodríguez, quienes le ofrecieron alternativas diversas para ser compañero de fórmula, a lo que Lole respondió: “No voy a ser segundo de nadie. En ese caso, seré candidato a gobernador en Santa Fe”.

¿A qué venía semejante embestida? A las puertas abiertas a la “re-re” por parte del juez cordobés Ricardo Bustos Fierro, que acababa de dar el visto bueno a una cautelar solicitada por el apoderado del PJ mediterráneo, a fin de que no se le impidiera al ciudadano Carlos Menem participar de la interna peronista prevista para el 9 de mayo venidero.

Los libros de historia recordarán tanto esa actitud de Bustos Fierro como la acción conjunta que acabó con esa movida. Fue la sesión especial de la Cámara de Diputados en la que el 10 de marzo de 1999 se aprobó una declaración que instaba a todos los funcionarios a respetar la Constitución, en su artículo 90 y su cláusula transitoria.

Fue un hecho político relevante alcanzado en medio de un acuerdo entre los bloques de diputados de la Alianza, fuerzas provinciales, sectores que respondían a precandidatos del PJ y los controlados por Eduardo Duhale y Ramón Ortega, enfrentados con el menemismo.

Con un quórum de 133 legisladores arrancó esa sesión especial pedida por los diputados Graciela Fernández Meijide, Federico Storani, Carlos Alvarez, Alfredo Bravo, Rodolfo Rodil, Melchor Cruchaga, Rafael Flores, Guillermo Estévez Boero, Darío Alessandro, Nilda Garré y Mario Negri, y fue su primer orador el hoy fallecido Carlos Soria.

El diputado rionegrino, alineado entonces con Eduardo Duhalde, confió al iniciar su discurso sus dudas respecto de si legisladores oficialistas debían concurrir a una sesión convocada por fuerzas de la oposición. “¿Existen precedentes parlamentarios a favor de una conjunción de fuerzas políticas en una sesión especial? —se preguntó—. Los temores se fueron disipando a medida que en la charla que mano a mano manteníamos con cada uno de los señores diputados que nos encontramos aquí, nos preguntábamos y cuestionábamos mutuamente cuál era el sentido y el alcance de esta sesión y adónde se apuntaba con ella”. Dejó claro que sus dudas habían sido despejadas al expresar, contundente: “Estoy convencido de que hacemos muy bien en estar presentes esta tarde, pues se trata nada más y nada menos que de dar un debate a favor de la Constitución nacional”.

“Doy por sentado que el intento reeleccionista de hecho constituye una violación a la Constitución”, diría en esa misma sesión el hoy funcionario Carlos “Chacho Alvarez, para quien “muchos de los peores males y golpes de Estado que sufrimos estuvieron fundamentados por el escaso o nulo valor del texto constitucional”.

Al cabo, por 159 votos a favor, quedó aprobado un proyecto que estableció en su primer artículo que “todos los funcionarios que integran en la actualidad los poderes del Estado que han jurado respetar y hacer respetar la Constitución nacional, están obligados al cumplimiento de todas sus normas”, en tanto que a continuación puntualizaba que “el artículo 90 y la cláusula transitoria novena de la Constitución Nacional, reformada en 1994, no admiten ningún tipo de interpretación contraria a la letra y el espíritu de la Ley 24.309 que declaró la necesidad de la reforma, habiendo quedado establecido que a la fecha de la sanción el mandato presidencial en curso debía considerarse como primer período”.

“Cualquier interpretación que fuerce o desnaturalice el claro texto constitucional implica desconocer la vigencia de la ley fundamental, su supremacía y, en especial, la violación de sus disposiciones al modificar su contenido a través de mecanismos distintos a los especialmente previstos en el artículo 30, e incriminaría a sus autores en la conducta contemplada en el artículo 36 de la Constitución nacional”, expresaba también el proyecto, que a continuación le apuntaba directamente al juez cordobés generador de la controversia: “habiéndose violado gravemente por parte de un juez federal la letra y el espíritu de la Constitución nacional al haberse el mismo declarado competente para juzgar la constitucionalidad de una cláusula constitucional, llegando al extremo de dictar una medida precautoria que implica suspender momentáneamente la vigencia de la cláusula transitoria novena que es operativa, corresponde en resguardo de la Constitución nacional, y la seguridad jurídica, desde esta Honorable Cámara de Diputados de la Nación el pedido de remoción al Dr. Ricardo Bustos Fierro, titular del Juzgado Federal N° 1 de la provincia de Córdoba por ante el Consejo de la Magistratura, por las causales de mal desempeño y probable comisión de delitos”.

No prosperó el intento de impulsar una declaración en el mismo sentido en el Senado, donde el menemismo era más fuerte, pero entre los que votaron esa declaración en Diputados figura la entonces diputada Cristina Fernández de Kirchner.

La consulta popular como recurso

Hay un video que evoca una visita de Carlos Menem a Santa Cruz, en la que el entonces gobernador Kirchner lo elogia vivamente. Es la muestra que recurrentemente exponen los sectores anti K para recordar la ligazón del santacruceño con el riojano. En rigor, no hay que escarbar mucho para encontrar una buena relación entre las partes. De hecho, dos veces llevó Néstor Kirchner a Carlos Menem al tope de sus boletas. Pero siempre tuvo claro el riojano que ese gobernador patagónico no le guardaba fidelidad absoluta, ni mucho menos.

Con el tiempo, NK alternó críticas con elogios. Sobre el final de la década menemista, dijo sobre su presidente: “Tuvo aciertos importantes como consolidar la estabilidad económica y pagar viejas deudas a las provincias. Pero en cambio fueron lamentables la corrupción y la idea del pensamiento único”.

Para quienes suponen apresurado el afán reformista del kirchnerismo, vale mencionar que ni bien Menem logró la reelección, priorizó la idea de perpetuarse en el poder por sobre las necesidades reales del país, desatando así una interna despiadada en el peronismo, en la que confrontó con Eduardo Duhalde, que albergaba para sí el deseo de convertirse en el heredero natural del poder.

Para 1997, la guerra era abierta y se desarrollaba a través de las fuerzas de cada contendor, manteniendo al margen a sus máximos representantes, cuestión de guardar las formas. El terreno en el que más claramente se podían contemplar esas batallas era el Congreso, donde el kirchnerismo no era parte del duhaldismo, pero sí un aliado táctico e independiente.

El menemismo se negaba a reconocer a Duhalde como candidato natural del PJ y el entonces gobernador bonaerense intentaba a su vez diferenciarse cada vez más del primer mandatario, por cuanto a su juicio la bandera de la estabilidad ya no alcanzaba para cumplir su deseo de ocupar el sillón de Rivadavia.

El senador Jorge Yoma, que en un futuro todavía lejano se convertiría en soldado del kirchnerismo, pero que de momento integraba las huestes del bloque justicialista que confrontaba con la rebelde Cristina, hacía por entonces honor a su condición de riojano oficialista y presentaba a principios del 97 el proyecto para reglamentar la Consulta Popular, que si bien era una de las leyes pendientes de la reforma constitucional, en la práctica significaba un intento por habilitar subrepticiamente una nueva reelección de Carlos Menem. No sería esa la única muestra de fidelidad menemista del senador Yoma, ya que cuando finalmente Menem se resignó a renunciar a la re-reelección, puso su banca del Senado a disposición del entonces primer mandatario, y en algún momento incluso hasta llegó a sugerir el nombre de Eduardo Menem para suceder a su hermano en la presidencia. Tiempo después se convertiría en acérrimo opositor a los Menem, pero esa ya es otra cuestión. De momento, lo suyo pasaba por la consulta popular y la sugerencia había sido suficiente para que los diputados alineados con Duhalde pusieran el grito en el cielo y hasta amenazaran con romper el bloque si Yoma insistía con su propuesta.

Tal fue el grado de tensión alcanzada a principios de 1997 que en pleno período extraordinario se paralizó la labor legislativa y ninguna de las leyes que le urgían al PEN —Aeropuertos, Hielos Continentales y privatización del Correo, entre otras— pudieron ser aprobadas.

El proyecto de la discordia había sido firmado por Yoma y tenía la adhesión de Eduardo Bauzá, José Figueroa, Deolindo Bittel, Angel Pardo, Alberto Tell, Omar Vaquir, Emilio Cantarero, Horacio Salazar, Julio Miranda, Olijela del Valle Rivas, José Luis Gioja, Carlos Manfredotti y César MacKarthy, y no sólo alentaba reglamentar la Consulta Popular, sino también incluía la re-reelección presidencial dentro de los temas a ser sometidos a la votación de los ciudadanos.

Dos que no se sumaron a esa movida fueron nada menos que Augusto Alasino y el propio hermano del presidente, Eduardo Menem, quienes preferían mantener las formas. No por nada uno había presidido el bloque justicialista de los constituyentes y el otro la propia Convención; así las cosas, esgrimieron la posición tomada inmediatamente después de la reforma constitucional del 94, que sostenía que una nueva modificación sólo podía hacerse por el mecanismo que prevé el artículo 30 de la Carta Magna.

El Premio Parlamentario

Las posturas claras de Cristina Kirchner, su alto perfil mediático, la campaña sobre Hielos Continentales y sus posiciones adversas al Gobierno le valieron en las postrimerías de su mandato como senadora un reconocimiento de sus pares, que la distinguieron en 1997 —el año que fue separada del bloque justicialista del Senado— con el Premio Parlamentario que anualmente se entrega a los legisladores más laboriosos de cada Cámara. El justicialismo acababa de perder el 26 de octubre de ese año las elecciones con la Alianza y el duhaldismo en particular había recibido un fuerte revés en la propia provincia de Buenos Aires.

La senadora Fernández tomó ese resultado como una ratificación de las críticas que desde Santa Cruz elevaban contra el modelo menemista. Con el premio en las manos no dejaría pasar la oportunidad para opinar del resultado electoral. “Creo que después del 26 de octubre se ha abierto un espacio de reflexión dentro del peronismo que algunos llevan adelante con mayor ahínco y otros queriendo ignorar las cosas que pasaron. Pero en definitiva, el proceso de discusión y debate es indetenible”.

Era la primera vez que uno de esos galardones otorgados por Semanario Parlamentario era recibido por una mujer. Los dos años anteriores había ganado en el Senado Antonio Cafiero, quien en esa oportunidad quedó en segundo lugar, y al recibir su galardón dio un discurso con permanentes alusiones a la zaga reeleccionista que a nivel nacional se percibía en el ambiente. En tono de humor y con su clásica oratoria, recordó que había recibido el máximo premio en 1995 y entonces se había propuesto ir por la reelección, para lo cual había contratado “los servicios de un maestro que me instruyó teórica y prácticamente, me dio clases, ejemplos y gracias a él pude conseguir mi primera reelección en 1996. Me aprestaba yo, por consejo de mi maestro a una segunda reelección —continuó—, cuando las autoridades me dijeron que no, que si bien no había una Constitución escrita, no era muy satisfactorio que un mismo legislador sea reelegido dos veces. Yo protesté, e inclusive dije que iba a presentar un recurso ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos”, continuó, ante la hilaridad general, advirtiendo que no aceptaba ser proscripto y que pretendía luchar por su segunda reelección.

“Estaba en eso cuando me dijeron: ‘si usted no es reelecto por segunda vez, lo va a sustituir una dama, que además de su belleza física, es una eminente legisladora y gran peleadora’. Bueno, cuando me dijeron de quién se trataba, renuncié a la segunda reelección, esperando que después de un período pueda volver a recibir el galardón máximo”, concluyó en medio de aplausos.

Cafiero no había hecho más que detallar con humor e ironía la desenfrenada búsqueda de Carlos Menem por torcer la letra escrita. Instantes después, Cristina recibiría el máximo premio y no pudo obviar referirse a los dichos que la habían antecedido, mandando “un mensaje con un sentido de respuesta hacia ese buen sentido del humor que tiene mi compañero Antonio Cafiero, a todos los compañeros que integran el Partido Justicialista y el peronismo, para que al maestro de Antonio no le pase lo mismo y que lo sustituya una dama...”.

La referencia de Cristina era para quien por entonces aparecía como una fulgurante estrella electoral y acababa de derrotar al poderoso peronismo bonaerense: Graciela Fernández Meijide.

Precisamente esa victoria aliancista de 1997 lejos estuvo de horadar los deseos de perpetuación de Menem. No tomó la derrota como propia. “Yo nunca perdí una elección”, dijo una y otra vez públicamente entonces, como dos años después también lo haría tras la derrota de su partido a manos de la Alianza en las presidenciales. Y con esa convicción, lejos de comenzar a imaginar la conveniencia de dejarle el paso a otros, Menem aceleró en su ambición de seguir en la Casa de Gobierno.

Consideró que el resultado de las legislativas había despejado el camino del escollo que podría representar Eduardo Duhalde, y junto a su entorno comenzaron a imaginar la posibilidad de que la ciudadanía lo reconociera como el hombre providencial capaz de llevar al país a un destino de grandeza cada vez más esquivo. Desentendiéndose del resultado de las elecciones legislativas siguieron pergeñando las más alocadas ideas para volver a reformar la Constitución y candidatear una vez más a su líder; o bien encontrar algún vericueto jurídico que le permitiera a Carlos Menem intentar una re-reelección en el 99.

Los intentos recurrentes

Los Kirchner fueron aliados tácticos de Eduardo Duhalde, conforme este bregaba por cerrarle los caminos a Menem en sus deseos de perpetuidad. Cristina Fernández alternaba entonces sus recorridas por el interior para hablar sobre los Hielos Continentales, con intervenciones políticas y académicas. Invitada por la entonces joven intendenta de Las Talitas, Tucumán, la hoy diputada nacional Stella Maris Córdoba, embistió a mediados del 98 directamente contra el presidente Menem y sus intentos reeleccionistas: “Menem no tiene legitimidad social, la ha perdido, sólo le queda el liderazgo formal de la estructura justicialista. Es evidente que la Alianza triunfó con muchos votos peronistas, porque la mayoría de la gente sigue siendo peronista”.

El hipermenemismo trabajaba afanosamente por forzar la Constitución de manera tal de habilitar a su líder para un tercer mandato. Habida cuenta de la imposibilidad de implementar otra reforma constitucional, albergaba peregrinas esperanzas de que una Corte Suprema adicta llegara a considerar que ese mandato de Menem era en realidad el primero... El canciller Guido Di Tella, con quien Cristina se peleaba en esos días por los Hielos Continentales y Malvinas, le hacía un guiño público a esa pirueta judicial argumentando que había que “hacer abracadabra” para que Menem pudiera ser presidente en 1999.

“La Argentina ya conoció épocas de brujos —le respondió Cristina—. Pero si la Corte decide que éste es el primer mandato de Menem y no el segundo, eso más que abracadabra sería un mamarracho”.

Eduardo Duhalde, que había sufrido como propio —y lo era— el duro impacto de la derrota de su esposa en las legislativas de 1997, encontraba en la lucha abierta contra la re-reelección la fuente de su resurrección. Y en julio de 1998 encontró la bala de plata para matar las aspiraciones del riojano, al convocar en la provincia de Buenos Aires a un plebiscito para que la ciudadanía opinara sobre la posibilidad de que Menem fuera habilitado para competir por un tercer mandato.

“Si se hace una consulta popular, no creo que la gente apoye un nuevo mandato de Menem, pero si la sociedad lo respalda, querrá decir que la equivocada soy yo. Eso sí, si tengo que equivocarme, prefiero hacerlo con la mayoría, y no con cuatro iluminados, porque esa historia ya la conocemos”, señalaba al respecto Cristina, que junto a su esposo azuzaban al Gobierno nacional con la posibilidad de que convocara a una consulta nacional para reformar nuevamente la Constitución. “Si desea consultar a la gente, que lo haga definitivamente y que sea la gente la que resuelva como corresponde”, desafiaba Néstor Kirchner, quien precisamente eso se aprestaba a hacer en su provincia para ir por la segunda reelección.

Cristina diferenciaba el caso de Santa Cruz con el de la Nación, por cuanto la Constitución provincial preveía la consulta popular vinculante únicamente para temas de raigambre constitucional. “Pero la consulta no reforma la Constitución, sólo sanciona una ley, o sea que después de la consulta viene la elección de la Convención Constituyente y, finalmente, una tercera elección para la persona que estaría habilitada —explicaba la diputada—. Si alguien puede sortear tres resultados electorales, testeando permanentemente sus políticas, será hora de replantearse las cosas para los que dicen que no, porque los equivocados son ellos. Como dije antes, no podemos tener miedo a que la gente se pronuncie”.

Y el plebiscito bonaerense logró torcerle el brazo al presidente. Consciente finalmente de que era una batalla perdida, Menem no la libró, tal cual haría cinco años más tarde frente al balotaje con Kirchner. Al anunciar en julio de 1998 su decisión de abstenerse de intentar ir por un nuevo mandato, Menem dejó el camino expedito para una sucesión en la que primero se anotaron Duhalde, Ramón “Palito” Ortega, Reutemann, Eduardo Menem, Antonio Cafiero, Adolfo Rodríguez Saá y Erman González, y para la cual sólo quedó finalmente el entonces gobernador bonaerense.

Pero el golpe de KO no fue sólo por la amenaza de plebiscito. También se dio en el marco del lugar donde el peronismo suele definir sus cuestiones internas: Parque Norte. Allí el presidente intentó dar una muestra de poder interno que resultó abortada nada menos que por el gobernador Reutemann.

Sucede que las ausencias de los delegados de Buenos Aires y Santa Cruz, más —en menor medida— los de Entre Ríos, Formosa y Mendoza, eran previsibles y manejables, ya que el número que representaban no ponía en peligro la legitimidad del Congreso. Pero la retirada de los congresales santafesinos de Reutemann fue la estocada final para acelerar lo que después sería bautizado como el renunciamiento histórico de Menem.

Sabían los menemistas que las deliberaciones con la mitad de los congresales habilitados (800) era una derrota política, pues reunir apenas 400 delegados de un origen dudoso después de diez años en el poder y tras un uso y abuso de los ATN que el ministro Carlos Corach había distribuido con generosidad las últimas semanas para alentar la concurrencia a Parque Norte, ponían a Menem en un callejón sin salida.

Duhalde logró así su victoria gracias a los santafesinos, e intentaría pagarle a Reutemann con la candidatura oficial en 2003, topándose entonces con otro rechazo del Lole. Hasta entonces, el gobernador bonaerense había mantenido una conducta errática en su enfrentamiento con el menemismo, la cual recién fue dejada atrás cuando se le plantó con el plebiscito. Por primera vez asomaba como alguien dispuesto a pelear por el poder y a poner en marcha su fenomenal aparato partidario para lograr su cometido.

Por esos días fue que se concretó la alianza táctica con el entonces vicepresidente Carlos Ruckauf, cuyo comportamiento le valió quedar incluido en la lista de deslealtades de Menem, valiéndole además no ser invitado más a las reuniones de gabinete.

Si bien el plebiscito había sido la bala de plata del proyecto reeleccionista, todavía faltaba para dar por muertas las aspiraciones de Menem. Lo demostró la irrupción del fallo del juez Bustos Fierro, liquidado en esa sesión especial pedida por la Alianza y apoyada por el peronismo no menemista. Fue una demostración de fuerza que terminó de inclinar el fiel de la balanza en contra del menemismo, que desde entonces le hizo la cruz al todavía gobernador bonaerense. Y si bien el riojano no hizo campaña en su contra en las presidenciales, tampoco movió un dedo para que Duhalde, convertido finalmente en el candidato presidencial del justicialismo, pudiera sucederlo.

Por el contrario, debe haberse prometido a sí mismo no entregarle la banda presidencial. Soñaba seguramente con un retiro por cuatro años durante los cuales el país se convenciera de lo indispensable que era él como presidente y dejara en el olvido los reproches que había acumulado durante su década de mandato. Y para que eso fuera más factible aún, le convenía que su sucesor no fuera justicialista.

Una de las medidas alentadas por la Rosada esmeriló claramente las posibilidades del candidato presidencial justicialista: el megadesdoblamiento electoral que desperdigó las elecciones del 99 en un racimo de llamados a las urnas que, a la luz de los hechos, terminó perjudicando a Duhalde.

Será imposible determinar qué hubiera sucedido si todas las provincias argentinas hubieran llamado a elecciones al mismo tiempo que la presidencial, pero difícilmente se hubiera recreado la relación que a la postre se registró: en provincias donde habían ganado gobernadores peronistas, Fernando de la Rúa aventajó claramente después a Duhalde.

Los diputados justicialistas que frenaron a Menem

Estos fueron los 46 legisladores que el 10 de marzo de 1999 participaron en la sesión especial que rechazó la posibilidad de que Carlos Menem pudiera participar de una nueva elección presidencial consecutiva:

Sergio Acevedo, Orlando Aguirre, Leticia Bianculli, Oraldo Britos, Eduardo Camaño, Marta D’Errico, Mario Das Neves, Julio Díaz Lozano, Rita Drisaldi, Norma Godoy, Lorenzo Domínguez, Carmen Dragicevich, Herminia Escalante, Cristina Fernández de Kirchner, Mario Ferreyra, María Luisa González, Hilda González de Duhalde, Diego Gorvein, Diana Gutiérrez, Carlos Haquim, Vicente Joga, Sara Amavet, Elsa López, Silvia Martínez, Emilio Martínez Garbino, Fernando Maurette, Lidia Mondelo, Eduardo Mondino, Mabel Müller, Norberto Nicotra, Luis Obarrio, Lorenzo Pepe, Juan Carlos Olima, Telmo Pérez, Juan Carlos Pezoa, Jorge Remes Lenicov, Eduardo Rollano, Carlos Soria, Rosa Tulio, Saúl Ubaldini, Arnaldo Valdovinos, Juan Veramendi, Juan Zacarías, Juan Silva Casanova, Amalia Isequilla y María Merlo de Ruiz.

La Convención Constituyente

Antes de hacerse conocida en el Senado, Cristina Kirchner pasó junto a su esposo por la Convención Constituyente que reformó la Constitución en 1994. Allí ambos fueron ferreos opositores al Núcleo de Coincidencias Básicas (NCB) establecido por Carlos Menem y Raúl Alfonsín en el marco del Pacto de Olivos. Esto es, más allá de la defensa regional basada en buscar que la nueva Constitución estableciera beneficios para Santa Cruz, cosa que cada convencional repitió en favor de sus respectivos distritos, el elemento distintivo de los Kirchner, con el que comenzaron a marcar la cancha para su confrontación con Carlos Menem, fue el rechazo a ese paquete armado por las principales espadas de Menem y Alfonsín en el que se estableció qué cosas se iban a modificar de la futura Constitución.

En su mensaje ante los constituyentes, Cristina levantó las banderas del peronismo y básicamente se centró en la necesidad de establecer un nuevo federalismo y una mejor distribución de los recursos. Pero no con todo el NCB estaba en desacuerdo ella. Coincidía por ejemplo en la elección directa de los senadores, de la que saldría beneficiada siete años después. Y no se oponía a la reelección presidencial, así estuviera hablándose de Menem.

Hacerlo hubiera sido una total hipocresía, por cuanto un año más tarde su propio esposo reformaría la Constitución provincial para poder ser reelecto. El argumento que utilizaba para justificar la reelección presidencial era que tener la posibilidad de ser reelegido por su pueblo es un derecho que le corresponde a cualquier gobernante.

La re-re de Néstor Kirchner

Cuando el 7 de septiembre de 1987 Kirchner ganó la intendencia de Río Gallegos, ese día su alegría no fue completa. Es que ya entonces el matrimonio K hacía cálculos políticos a largo plazo y en ese marco deseaban que para la gobernación ganara la candidata radical, Angela Sureda. No era políticamente correcto pensar en la victoria del partido opositor, pero una derrota de Ricardo Del Val dejaría malparado a quien lo auspiciaba, el gobernador Arturo Puricelli. Y de paso, sacaba del medio para la futura elección al dirigente peronista Rafael Flores, ya que éste era sobrino de la postulante radical.

Y una cláusula de la Constitución provincial, a la que Kirchner se encargaría luego de modificar una y otra vez, establecía no sólo la no reelección, sino también la imposibilidad de que el gobernador fuera sucedido por un pariente, para evitar el nepotismo.

No hubo suerte, ya que lo que anticipaban las encuestas se revirtió a último momento y el candidato Del Val logró imponerse por escaso margen. Ese gobernador terminaría siendo removido a través de un juicio político que manejaría desde la Legislatura provincial la entonces presidenta de la Comisión de Asuntos Constitucionales, Cristina Fernández de Kirchner.

Néstor Kirchner logró la reelección indefinida a través del sistema de la consulta popular que sirvió para modificar la Constitución provincial. Tenía asegurado el favor de los santacruceños para ganar tres o más elecciones, y de hecho, cuando se impuso en la consulta popular vinculante su esposa lo celebró proclamando que por primera vez en la Argentina “es la gente la que sancionó una ley”.

Desafiado por Duhalde con un plebiscito, Carlos Menem en cambio no podía desafiar el malhumor social yendo a una elección en la que no tuviera que confrontar con nadie.

Además, a la hora de diferenciar las elecciones sucesivas de su esposo como gobernador con la que le negaba al presidente, Cristina ponía el ejemplo de la democracia norteamericana, donde Bill Clinton había sido tres veces gobernador de Arkansas antes de alcanzar la presidencia. “Los límites son para el presidente, pero no para el gobernador”, diferenciaba.

© Escrito por José Ángel Di Mauro, Parlamentario y publicado por Tribuna dePeriodistas el domingo 30 de Septiembre de 2012.



7D y Ley de Medios...De Alguna Manera...


Qué grupos deberían desinvertir con el 7D…

Los dueños de los principales grupos complicados por la ley de medios piensan cómo ajustarse a la nueva legislación.  Foto: Cedoc

La Ley de Medios establece plazos y formas de desinversión para aquellos que, por ejemplo, tengan más licencias que las permitidas. Cuáles serían los cambios societarios a los que deberían ajustarse la radio y la TV.

La discusión en torno a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual está centrada en la aplicación de dos artículos: el 161 y el 45. El primero de ellos es el que indica que los titulares de licencia tienen el plazo de un año para adecuarse a los límites que impone la ley. El Grupo Clarín interpuso una medida cautelar, que la Corte Suprema aceptó pero que limitó hasta el 7 de diciembre. Para el Gobierno, ese día debe aplicarse la ley. Pero para el Grupo, en cambio, a partir de allí empieza a correr el año (excepto que se extienda la cautelar).

Mientras tanto, la Justicia debe expedirse sobre la cuestión de fondo, que son los límites que establece el artículo 45, sobre la “multiplicidad de licencias”. Clarín impugnó judicialmente ese apartado, al sostener que es un “régimen arbitrario y discriminatorio de licencias”. Ese régimen fija que ningún grupo empresario puede tener más de 24 licencias de TV por cable (Clarín tiene más de 240), ni más de diez licencias abiertas (incluye radios AM, FM y canales de TV). Además, en ningún caso se puede prestar servicio a más del 35% de habitantes o abonados (Cablevisión tiene el 47%). A nivel local, se puede tener una AM, hasta dos FM (en las grandes ciudades) y una licencia de TV por cable o de canal de aire, por eso Clarín debe decidir entre Cablevisión o Canal 13.

Aparte de Clarín, otros grupos –muchos aliados al Gobierno– también están en una situación irregular y deberán ajustarse a la ley.

© Escrito por  Gabriel Ziblat y publicado por  el Diario Perfil  de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 28 de Septiembre de 2012.

Las fotos

Ernestia Herrera de Noble, una de las principales accionistas del Grupo Clarín. Foto: Cedoc 

Cristóbal López, amplió en los últimos meses se cartera de medios. Foto: Cedoc 

 Daniel Vilá, dueño del grupo Uno. Foto: Cedoc

Raúl Moneta, junto con Matías Garfunkel también deberán ajustarse a la nueva ley. Foto: Cedoc

 Matías Garfunkel. Foto: Cedoc

 Alberto Pierri, dueño de Telecentro. Foto: Cedoc