Violencia
Social y Hostilidades…
Los
linchamientos son hijos de una cultura de la confrontación que impulsó el
Gobierno.
La
actual descomposición social fue parida por Cristina, quien, sin embargo, mira
sorprendida sin comprender bien qué pasó. Como si fuera una hippie de los años
60, ahora proclama la paz y el amor con los dos dedos en “V” y mezcla palabras
del lenguaje papal como “misericordia” o “periferia”, pero no reconoce que,
durante su gobierno y el de su marido, se inoculó el veneno del odio en las
venas abiertas de la Argentina. Semejante nivel de intolerancia por estas horas
sólo se explica con una década de descalificaciones y beligerancia desde la
cima del poder.
Ese
discurso autoritario del “vamos por todo” fue permeando y muchos decodificaron
que sólo se pueden establecer relaciones de dominación y de prepotencia. ¿O
antes de 2003, pese al infierno de 2001, hubo casos de injusticia por mano
propia? Y eso que estábamos en el horno, merodeando la anarquía. Los medios ya
existían antes del desembarco kirchnerista en el poder y, sin embargo, nunca
habíamos llegado a semejante tragedia social, con excepción de los crímenes de
lesa humanidad.
Es
que en la era K los que desataron las hostilidades obtuvieron patente de
progres. Radicado en Londres, Ernesto Laclau se enorgullecía mientras sus
cachorros de Carta Abierta proclamaban que los que no dan las batallas por la
emancipación son tibios que como mínimo se rindieron, o directamente, que se
pasaron a las filas del enemigo golpista y oligárquico. Pusieron todas sus
fichas a confrontar para construir. Jugaron con fuego en un país que fue
devorado por las llamas del terrorismo de Estado.
Los
Kirchner se cansaron de fogonear linchamientos desde el Estado. Ametrallaron
desde sus medios con estigmatizaciones a diestra y siniestra. Fueron los
autores intelectuales y, en algunos casos, también los materiales. Convocaron a
sus mejores cuadros para que ejecutaran con frialdad revolucionaria las
amenazas a todo tipo de disidencia.
Acá
hubo una Hebe que humilló a jueces e incitó a tomar los Tribunales. Un D’Elía
que llamó a fusilar a la disidencia en Venezuela. Un Víctor Hugo que acusó a
Ernestina de Noble de tener las manos manchadas en sangre por haberse apropiado
de hijos de desaparecidos, cosa que luego se demostró como absolutamente falsa,
casi una expresión de deseo del relator militante. Un Zaffaroni que
responsabilizó a los periodistas no adictos de fomentar los crímenes. Y hasta
un Verbitsky que levantó su dedito moral pese a que participó de dos guerras,
una armada y otra simbólica, como continuidad de la política por otros medios.
Eso no es gratis en ningún país del mundo, y menos en Argentina. ¿Qué esperaban
cosechar a la hora de su retirada?
Este
es el verdadero debate que debe dar la dirigencia política para no repetir esta
experiencia nefasta. ¿Cómo fue que llegamos hasta aquí?
A
Cristina habría que darle chocolate por la noticia. Sostuvo que todo nace de la
más brutal inequidad social. De la marginación de hermanos argentinos cuya vida
no vale dos pesos y que, por lo tanto, no podemos exigirles que le den más
valor a la vida de los demás. Otra vez las malditas preguntas sobre el origen
de las cosas. ¿Quién tiene la culpa de que eso ocurra en esta tierra después de
una década de crecimiento a tasas chinas? ¿Quién es responsable de que pese a
haber tenido el máximo poder político concentrado desde 1983, todavía hoy las
cifras de la desigualdad y la indigencia sean similares a las de los malditos
años 90? ¿Son capaces de mentirse tanto a sí mismos para autoconvencerse de que
la culpa la tiene Menem o Magnetto? ¿Cómo se llama eso? Masturbación
ideológica.
El
patético episodio de la conquista de Angola con Guillermo Moreno como
vanguardia funciona casi como una metáfora del fin de ciclo. Cartón pintado,
escenografía, puro maquillaje industrial para una cosechadora estratosférica
(como el cohete de Menem que nos iba a llevar a China en cinco minutos) que se
cayó a pedazos en el medio de una quiebra y una estafa. Y arriba de ese
mastodonte, como tripulando la campaña hacia el futuro de la patria, la
comandante quijotesca Cristina y su más fiel seguidor, el Sancho Panza y
gobernador Sergio Urribarri. El cacique de La Salada, Jorge Castillo, que
también fue a vender sus productos en la excursión morenista, reveló que los
angoleños le dijeron que llevara un barco lleno de ojotas y jeans y que, una
vez que llegara, le iban a pagar en el puerto. El representante de la naciente
burguesía nac and pop confesó que no exportó ni un pañuelo, y ante la pregunta
sobre si iba a aceptar la propuesta de Angola de llevar una suerte de Salada
flotante hasta África dijo, gramsciano: “Ni en pedo”.
Si
no fuera por lo dramático de las muertes, la injusticia por mano propia y el
ojo por ojo, se podría decir que estamos protagonizando una novela del querido
Osvaldo Soriano. Parece No habrá más penas ni olvido pero en realidad es Una
sombra ya pronto serás.
© Escrito por Alfredo Leuco el Sábado
05/04/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.