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lunes, 1 de julio de 2019

¿Cuándo fue que se jodió el socialismo?... @dealgunamanera...

¿Cuándo fue que se jodió el socialismo?... 



Cómo si los socialistas fuéramos Zavalita y el proceso electoral de 2019 la Avenida Tacna, flota en el aire la pregunta que Mario Vargas Llosa plantea en “Conversación en la Catedral”, pero reformulada a nuestra realidad: ¿Cuándo fue que se jodió el socialismo argentino?

© Escrito por Federico Treguer, del Partido Socialista de CABA, el sábado 13/06/2019 y publicado en la Página Oficial del Partido Socialista en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

¿Por qué el progresismo (de aquí en más, sinónimo de socialismo y socialdemocracia) terminó desgranado, vencido por la realidad y diseminado en frentes políticos que lo subordinaron a líderes conservadores o, cuanto menos, de otras extracciones políticas?

¿Cuándo fue que la identidad política que legó legisladores como Alfredo Palacios, militantes como Alicia Moreau y estadistas como Raúl Alfonsín (entendido como líder socialdemócrata) dejó de representar efectivamente a una parte de la ciudadanía? ¿Qué hizo que no se pudiera sostener a nivel nacional una alternativa, siendo que el contexto regional favorecía y daba ejemplos exitosos de acuerdos, tanto en versiones más centristas (la Concertación en Chile) como izquierdistas (el Frente Amplio en Uruguay), e incluso provinciales (el FPCyS de Santa Fe)?

Para dar respuestas, poco sentido tendría hacer una genealogía electoral, o volver sobre el Frepaso o el FAP, o autoflagelarse con ucronías que no son ni serán. La verdad es la realidad y, eminentemente, ésta nos dice que la izquierda democrática argentina no tendrá en 2019 un candidato natural y propio, por primera vez desde que se implementó la Ley Saénz Peña en 1916. Roto, el progresismo argentino concurrirá a las urnas habiendo explotado y con sus restos penando en listas diferentes, sin una brújula ni un destino claro.

Entonces, no solamente los progresistas tenemos que dilucidar cuándo fue que nos jodimos, sino también preguntarnos cómo hacemos para volver a construir un espacio de centroizquierda en el país.

Es un debate que merece (nos merecemos) tiempo y forma. Sin embargo, en el fragor de la batalla, me permito imaginar algunas pautas urgentes que se jodieron y que es necesario poner sobre la mesa para trabajar.

Algunos ejes olvidados que explican el pantano, pero que también nos sirven de línea de flotación, con la esperanza de rehacer un espacio que, sin lugar a dudas, es sano en la democracia argentina.

I-  Nacional y federal: la estrategia 23+1
Ante todo el contexto condiciona y Argentina es un país federal. En ese sentido, sería poco sensato creer que todo el territorio está cruzado por la misma experiencia y el mismo clivaje. Aún al interior de las provincias existen grandes diferencias entre metrópolis y periferias, que hacen muy difícil tener una directiva integral en materia de programas políticos.

En los últimos años, al seno del progresismo no se ha saldado esta discusión. Una de las cosas que más daño han hecho es la imposibilidad de coordinar estrategias nacionales capaces de replicarse a lo largo y a lo ancho de Argentina. La hipótesis es simple: no hay forma de consolidar un espacio progresista si este no está dispuesto a acordar de base estrategias en todos lados.

En 2005, el gobernador de Vermont, Howard Dean, asumió como autoridad máxima del Partido Demócrata en los Estados Unidos. Desde ese lugar, Dean aplicó lo que se conoció como “estrategia de los 50 estados”.

La premisa de Dean era que los demócratas se habían resignado a perder con el Partido Republicano en muchas partes del país, y que eso había resultado en quitarle recursos a esos estados. Eso habría resultado en la configuración de fortalezas republicanas al seno de esos lugares.

Para Dean, era necesario cambiar de manera rotunda esta visión y destinar recursos (económicos, pero sobre todo capital humano) a todas partes. El Partido Demócrata entonces comenzó a fortalecer sus posiciones con un fuerte liderazgo centralizado, que si bien respetaba las realidades territoriales, no dejaba de ser un movimiento nacional con vocación de poder y convicciones claras.

El resultado inmediato fue la victoria en 2008 de Barack Obama con más del 10% (39/365) de sus votos electorales provenientes de Virginia, Indiana y Carolina del Norte, tres estados que no votaban un presidente demócrata desde 1964 (los dos primeros) y 1976 (el último).

Por otro lado, a largo plazo la estrategia de Dean se corporizó también con la irrupción de nuevos cuadros jóvenes al seno del Partido, también en lugares otrora irreductiblemente republicanos, como Beto O’Rourke en Texas o Stacey Abrams en Georgia.

La enseñanza que nos deja esta experiencia es que la construcción de un movimiento progresista capaz de articular distintas realidades nacionales no es una tarea imposible, e incluso es una tarea imperiosa.

Encerrarse en pequeños reductos solamente profundiza la fragilidad del progresismo. Desentenderse de lo que se hace en nombre del progresismo en donde el progresismo no ha hecho pie es un error que sale caro si queremos apuntar a una construcción duradera y con vocación de poder.

El desarrollo de una estrategia nacional y federal, una suerte de “estrategia de 23 provincias y una ciudad autónoma”, es una pieza clave para poder desarrollarnos como espacio político con peso en la realidad. Lograr un equilibrio superador y una coherencia práctica en las alianzas y políticas que se llevan a cabo debe ser una prioridad en la reconstrucción de nuestro espacio.

II- Las demandas del siglo XXI: Las olas verdes y otras más
En un contexto global donde la exageración es masiva, la moderación es revolucionaria. El siglo XXI dista mucho de la máxima que Francis Fukuyama exclamó en el auge neoliberal de los 90’. El fin de la historia y de las ideologías quedó sepultado bajo los escombros de las Torres Gemelas y los fantasmas del pasado volvieron a resurgir con otros nombres y apellidos.

Frente a esta realidad que nos presentan estas dos primeras décadas del nuevo milenio, el progresismo se encuentra aún falto de cintura para dilucidar cuáles son las nuevas demandas que exigen las sociedades y las amenazas que se ciernen sobre ellas. 

¿Por qué es importante descubrirlas?

Porque la vocación de poder solamente se construye dando respuestas efectivas a problemas reales. Es por ello que el progresismo debe reconciliarse con su pertenencia histórica y adaptarla a la realidad actual. 

A modo simple de enumeración, y sin la pretensión de profundizar en cada punto más que con una breve descripción, me parece necesario puntualizar algunos ejes (y sus amenazas) sobre los cuales el progresismo debería comenzar a trabajar de manera consciente y seria.

1. Feminismo:
La irrupción del movimiento de mujeres es la mayor desde el regreso de la democracia en 1983. La experiencia por la legalización del aborto en el país, sumada a las movilizaciones #NiUnaMenos dan a cuenta de una organización de base que pronto barrerá de manera transversal con viejas prácticas. El progresismo no puede quedar inmerso en estas prácticas y deberá asumir sus responsabilidades históricas con las mujeres, poniéndolas al frente de la lucha por sus derechos y comprometiéndose a desterrar todo resabio de machismo.

2. Ambientalismo:
Los movimientos verdes vienen creciendo a pasos agigantados en la agenda global, especialmente en las nuevas generaciones. Ejemplos como el Green New Deal en Estados Unidos o el crecimiento electoral de Die Grünen en Alemania son una muestra de esto. El progresismo no puede quedar divorciado de la pelea por el medio ambiente y por el cambio del paradigma entre desarrollo tecnológico y recursos naturales.

3. El futuro del trabajo y la ética de la ciencia:
Los avances científicos y tecnológicos afectan de manera profunda la forma en la que conocemos al trabajo. Muchas tareas pronto desaparecerán como actividad remunerada y el riesgo de excluir a las no capacitadas crece a medida que pasa el tiempo. Si el progresismo no se ocupa de pensar políticas públicas capaces de articular las demandas de estas personas al borde del camino y las de una industria científico-tecnológica que resulta clave para mejorar sustancialmente la calidad de vida, esa bandera quedará huérfana y el capital, otra vez, se llevará todo puesto.

4. El nuevo capitalismo:
Como bien lo señala Thomas Piketty en su libro El Capital en el Siglo XXI, la desigualdad está en aumento y no parece tener un límite a la vista. Cada vez son menos los que más tienen y nuestro país no es la excepción. Es por eso que los progresistas debemos tener un programa de acción que sea capaz de atacar este tema en todas sus dimensiones. La bandera de la igualdad ha sido un faro histórico y debe seguir siéndolo.

5. La democracia social
Retomando la frase con la que comencé esta sección, el siglo XXI sorprendió con un debate que parecía saldado, y es que el desarrollo sustentable es posible en el marco de una democracia plena, en donde los derechos civiles sean respetados, y principalmente, todos seamos iguales ante la ley. Sin embargo, la aparición de movimientos iliberales en todas partes del mundo, incluso en democracias consolidadas como Brasil, Estados Unidos, Israel o Europa oriental, han echado por tierra la fe que el gran grueso de la población tenía por este paradigma. Es por eso que el progresismo debe reencontrarse con la democracia, aun sabiendo que es un sistema falible, y defenderla como el único sistema capaz de mejorar de manera estructural y duradera la calidad de vida de las personas.

Obviamente, estos cinco puntos, que se entremezclan y se potencian, son mucho más que esa breve descripción y no son los únicos. La idea es entender que una visión integral de los problemas, las demandas y las amenazas es realmente importante si queremos construir un espacio político claro y con peso. No sirven las soluciones mágicas ni las parciales, sino que se trata de repensar el programa del movimiento progresista argentino para el siglo XXI, así como en los albores del siglo XX el Partido Socialista desarrolló sus Programas Máximo y Mínimo que sirvieron de hoja de ruta para la práctica política.

III- La trampa de Sarmiento:
Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte. Cuando Domingo Sarmiento escribió su obra máxima, pensaba en Facundo Quiroga como ese ejemplo de la barbarie, decretando para siempre en las clases dominantes la existencia de un mal mayor, emisario del atraso y causante de la miseria.

Enfundados en una tradición liberal, el socialismo criollo y el progresismo posterior se paró en una incómoda posición respecto a esos movimientos que lograron, mejor que el propio progresismo, representar irrupciones potentes en la realidad argentina.

Sea Hipólito Yrigoyen, Juan Perón o Cristina Fernández, el progresismo nunca ha podido construir una oposición a esos proyectos heterogéneos sin caer en la trampa magistral de Sarmiento, la trampa de la distancia insalvable, Civilización o Barbarie, nosotros o ellos.

Los procesos políticos mencionados no fueron, de ninguna manera, procesos progresistas en su propuesta y práctica. A pesar de ello, no se les puede negar su legado inclusivo y de ampliación de derechos. La deuda histórica del progresismo en este campo es clara, y peor aún, repetitiva.

El gran desafío de la izquierda democrática es poder superar la trampa sarmientina. Se trata de ser capaces de no quedar atrapados en polos totalizantes, inmovilizados por un tironeo entre élites. La construcción de un polo progresista en Argentina debe necesariamente abrevar de las distintas identidades políticas que han poblado la nación, como así de la sociedad civil y los movimientos de derechos humanos.

Superar la trampa sarmientina implica el reconocimiento y la reconciliación con un pasado que debe servir de recordatorio pero no de lastre. El progresismo no puede volver a caer en ese pantano que divide la sociedad en dos mitades irreconciliables y solamente le ha traído miseria a Argentina.

La centroizquierda que debemos construir debe aspirar a posicionarse como alternativa independiente de cualquier tipo de remake futuro de la película que viene proyectándose desde 1820 en todos los cines de las Provincias Unidas.

IV- La pertenencia: tenemos símbolos y modelos
El progresismo tiene una ventaja fundamental, y es que tiene a dónde mirar. Desde políticas públicas hasta ideas comunicativas, existen sobrados ejemplos en Argentina y alrededor del mundo para ejemplificar. El progresismo debe nuevamente revalorizar estas experiencias y estos símbolos si quiere cohesionar a sus adherentes.
No estamos diciendo nada nuevo si decimos que todo movimiento político necesita construir su propia historia, su relato. El progresismo argentino, en los últimos años, ha escondido a veces esa pertenencia histórica global, o peor aún, directamente ignorado.

No se trata solamente de Alfredo Palacios, Alicia Moreau o Raúl Alfonsín, mencionados previamente, sino también de modelos teóricos y prácticos existentes y exitosos alrededor del mundo. Un progresista debe reconocerse en las múltiples luchas que se han desarrollado alrededor del mundo, en América Latina y en nuestro país.

De la nada, nada viene, y por esa razón el progresismo debe volver a abrazar sin complejos su historia y su presente.

A modo de punteo, retomo algunos ejemplos claros que sirven de guía para repensar esta identidad progresista.

1. Santa Fe:
Los gobiernos encabezados por el Partido Socialista en Rosario y Santa Fe han sido modelo en salud pública, acceso libre a la cultura y educación.

Tenemos experiencia de gestión en una de las provincias más importantes del país, una que tiene ciudades importantes y un sector agrícola extremadamente preponderante. Sabemos qué significa gobernar y gestionar. Se han llevado a cabo importantísimos programas de inclusión que deberían ser estudiados y defendidos por todo militante progresista.

2. Movimiento de derechos humanos en Argentina:
Alfredo Bravo y Alicia Moreau, entre otras importantes figuras, fueron miembros fundadores de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos en nuestro país. No podemos divorciar al progresismo de la defensa irrestricta de los derechos humanos y debemos recomponer esta relación con los movimientos de derechos humanos.

3. Modelos de Estado de Bienestar Nórdicos:
Fuera de todo cliché, las experiencias de las socialdemocracias de Europa del Norte están repletas de políticas públicas que todo progresista debería conocer. Entre los ejemplos, están la educación finlandesa, 100% estatal y prioritaria; la soberanía que construyó Noruega sobre sus recursos naturales y cómo se puso al servicio de la población las ganancias; y el sistema impositivo progresivo que utiliza Suecia, entre otras cosas.

4. Experiencias rupturistas en la tradición progresista:
Así como el siglo XXI consigo nuevos formatos a la derecha, también produjo importantes novedades en el campo izquierdista occidental. Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez en Estados Unidos, Sadiq Khan y Jeremy Corbyn en el laborismo británico, la reconversión y la llegada al poder del socialismo en la península ibérica son algunos hitos progresistas en el mundo que dan cuenta de la posibilidad de construcciones atractivas al seno del progresismo.

5. Uruguay y Chile:
Como dije en la introducción, nuestros países vecinos también han sabido construir bloques de poder progresistas exitosos y coherentes. Las experiencias del Frente Amplio en Uruguay, que cumplirá 15 años al mando, o la Concertación (hoy Nueva Mayoría) en Chile con los gobiernos liderados por Ricardo Lagos y Michelle Bachelet en dos oportunidades son construcciones de las que se pueden aprender muchas cosas.

Todas estas experiencias, y muchas más que quedan injustamente fuera del punteo nos dicen que existe de donde aferrarse. Se trata de dar el debate y tomar lo que sirve para poder poner sobre la mesa qué tipo de progresismo queremos en Argentina y cómo construirlo.
La falta de identidad y simbología (¿Cuántos socialistas conocen la letra de La Internacional?) ha vaciado de contenido y de épica al progresismo. Recuperar el orgullo progresista es otra de las tareas que debemos emprender en este camino.

V- Conclusión
El socialismo se jodió en Argentina. Se jodió cuando no desarrolló una estrategia nacional coherente de La Quiaca a Ushuaia, se jodió cuando no supo desarrollar propuestas para responder las nuevas demandas, se jodió cuando se dejó arrastrar por la trampa sarmientina y se jodió cuando se olvidó de su pertenencia histórica y abdicó de sus símbolos.

Este documento no tiene otro fin que el de ser un disparador para reconstruir el espacio socialista democrático y popular en Argentina. Un espacio plural con vocación de poder, pero con convicciones férreas. No tiene pretensiones iluministas ni vanguardistas. Su única pretensión es servir a un fin mayor, que es el de la articulación y la organización de un progresismo pujante que tenga el lugar que nunca llegó a consolidar en la sociedad argentina.

Vivimos en un país que fue sistemáticamente rapiñado por su clase dirigente. Un país con una desigualdad que quema y duele, que ha perdido oportunidades y que se ha enfrascado en encendidas y vanas discusiones que han quitado el foco de la gente que necesita respuestas para sus problemas cotidianos. Un país con una pobreza estructural y una decadencia que se ha sostenido por décadas. 

Creo que el progresismo tiene y puede crecer por el bien de la Argentina.

El esfuerzo vale la pena y la militancia tiene su razón de ser, a pesar de un contexto difícil y de una realidad que asfixia. Nadie dice que esto es fácil, ni que será placentero. Ocupará tiempo, debates, cafés y voluntad. Serán tiempos de intemperie y llano, de recomposición y reconstrucción.

Si abrí este documento con Vargas Llosa, bien puedo cerrarlo con Gabriel García Márquez. En 2013, el gran prosista latinoamericano escribió en una carta una definición que bien podría caberle al socialismo en su totalidad. Así, ser socialista es saber que una persona “sólo tiene derecho a mirar a otra hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse”.

Es tiempo de mirarnos y ayudar a levantarnos.