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lunes, 1 de julio de 2019

¿Cuándo fue que se jodió el socialismo?... @dealgunamanera...

¿Cuándo fue que se jodió el socialismo?... 



Cómo si los socialistas fuéramos Zavalita y el proceso electoral de 2019 la Avenida Tacna, flota en el aire la pregunta que Mario Vargas Llosa plantea en “Conversación en la Catedral”, pero reformulada a nuestra realidad: ¿Cuándo fue que se jodió el socialismo argentino?

© Escrito por Federico Treguer, del Partido Socialista de CABA, el sábado 13/06/2019 y publicado en la Página Oficial del Partido Socialista en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

¿Por qué el progresismo (de aquí en más, sinónimo de socialismo y socialdemocracia) terminó desgranado, vencido por la realidad y diseminado en frentes políticos que lo subordinaron a líderes conservadores o, cuanto menos, de otras extracciones políticas?

¿Cuándo fue que la identidad política que legó legisladores como Alfredo Palacios, militantes como Alicia Moreau y estadistas como Raúl Alfonsín (entendido como líder socialdemócrata) dejó de representar efectivamente a una parte de la ciudadanía? ¿Qué hizo que no se pudiera sostener a nivel nacional una alternativa, siendo que el contexto regional favorecía y daba ejemplos exitosos de acuerdos, tanto en versiones más centristas (la Concertación en Chile) como izquierdistas (el Frente Amplio en Uruguay), e incluso provinciales (el FPCyS de Santa Fe)?

Para dar respuestas, poco sentido tendría hacer una genealogía electoral, o volver sobre el Frepaso o el FAP, o autoflagelarse con ucronías que no son ni serán. La verdad es la realidad y, eminentemente, ésta nos dice que la izquierda democrática argentina no tendrá en 2019 un candidato natural y propio, por primera vez desde que se implementó la Ley Saénz Peña en 1916. Roto, el progresismo argentino concurrirá a las urnas habiendo explotado y con sus restos penando en listas diferentes, sin una brújula ni un destino claro.

Entonces, no solamente los progresistas tenemos que dilucidar cuándo fue que nos jodimos, sino también preguntarnos cómo hacemos para volver a construir un espacio de centroizquierda en el país.

Es un debate que merece (nos merecemos) tiempo y forma. Sin embargo, en el fragor de la batalla, me permito imaginar algunas pautas urgentes que se jodieron y que es necesario poner sobre la mesa para trabajar.

Algunos ejes olvidados que explican el pantano, pero que también nos sirven de línea de flotación, con la esperanza de rehacer un espacio que, sin lugar a dudas, es sano en la democracia argentina.

I-  Nacional y federal: la estrategia 23+1
Ante todo el contexto condiciona y Argentina es un país federal. En ese sentido, sería poco sensato creer que todo el territorio está cruzado por la misma experiencia y el mismo clivaje. Aún al interior de las provincias existen grandes diferencias entre metrópolis y periferias, que hacen muy difícil tener una directiva integral en materia de programas políticos.

En los últimos años, al seno del progresismo no se ha saldado esta discusión. Una de las cosas que más daño han hecho es la imposibilidad de coordinar estrategias nacionales capaces de replicarse a lo largo y a lo ancho de Argentina. La hipótesis es simple: no hay forma de consolidar un espacio progresista si este no está dispuesto a acordar de base estrategias en todos lados.

En 2005, el gobernador de Vermont, Howard Dean, asumió como autoridad máxima del Partido Demócrata en los Estados Unidos. Desde ese lugar, Dean aplicó lo que se conoció como “estrategia de los 50 estados”.

La premisa de Dean era que los demócratas se habían resignado a perder con el Partido Republicano en muchas partes del país, y que eso había resultado en quitarle recursos a esos estados. Eso habría resultado en la configuración de fortalezas republicanas al seno de esos lugares.

Para Dean, era necesario cambiar de manera rotunda esta visión y destinar recursos (económicos, pero sobre todo capital humano) a todas partes. El Partido Demócrata entonces comenzó a fortalecer sus posiciones con un fuerte liderazgo centralizado, que si bien respetaba las realidades territoriales, no dejaba de ser un movimiento nacional con vocación de poder y convicciones claras.

El resultado inmediato fue la victoria en 2008 de Barack Obama con más del 10% (39/365) de sus votos electorales provenientes de Virginia, Indiana y Carolina del Norte, tres estados que no votaban un presidente demócrata desde 1964 (los dos primeros) y 1976 (el último).

Por otro lado, a largo plazo la estrategia de Dean se corporizó también con la irrupción de nuevos cuadros jóvenes al seno del Partido, también en lugares otrora irreductiblemente republicanos, como Beto O’Rourke en Texas o Stacey Abrams en Georgia.

La enseñanza que nos deja esta experiencia es que la construcción de un movimiento progresista capaz de articular distintas realidades nacionales no es una tarea imposible, e incluso es una tarea imperiosa.

Encerrarse en pequeños reductos solamente profundiza la fragilidad del progresismo. Desentenderse de lo que se hace en nombre del progresismo en donde el progresismo no ha hecho pie es un error que sale caro si queremos apuntar a una construcción duradera y con vocación de poder.

El desarrollo de una estrategia nacional y federal, una suerte de “estrategia de 23 provincias y una ciudad autónoma”, es una pieza clave para poder desarrollarnos como espacio político con peso en la realidad. Lograr un equilibrio superador y una coherencia práctica en las alianzas y políticas que se llevan a cabo debe ser una prioridad en la reconstrucción de nuestro espacio.

II- Las demandas del siglo XXI: Las olas verdes y otras más
En un contexto global donde la exageración es masiva, la moderación es revolucionaria. El siglo XXI dista mucho de la máxima que Francis Fukuyama exclamó en el auge neoliberal de los 90’. El fin de la historia y de las ideologías quedó sepultado bajo los escombros de las Torres Gemelas y los fantasmas del pasado volvieron a resurgir con otros nombres y apellidos.

Frente a esta realidad que nos presentan estas dos primeras décadas del nuevo milenio, el progresismo se encuentra aún falto de cintura para dilucidar cuáles son las nuevas demandas que exigen las sociedades y las amenazas que se ciernen sobre ellas. 

¿Por qué es importante descubrirlas?

Porque la vocación de poder solamente se construye dando respuestas efectivas a problemas reales. Es por ello que el progresismo debe reconciliarse con su pertenencia histórica y adaptarla a la realidad actual. 

A modo simple de enumeración, y sin la pretensión de profundizar en cada punto más que con una breve descripción, me parece necesario puntualizar algunos ejes (y sus amenazas) sobre los cuales el progresismo debería comenzar a trabajar de manera consciente y seria.

1. Feminismo:
La irrupción del movimiento de mujeres es la mayor desde el regreso de la democracia en 1983. La experiencia por la legalización del aborto en el país, sumada a las movilizaciones #NiUnaMenos dan a cuenta de una organización de base que pronto barrerá de manera transversal con viejas prácticas. El progresismo no puede quedar inmerso en estas prácticas y deberá asumir sus responsabilidades históricas con las mujeres, poniéndolas al frente de la lucha por sus derechos y comprometiéndose a desterrar todo resabio de machismo.

2. Ambientalismo:
Los movimientos verdes vienen creciendo a pasos agigantados en la agenda global, especialmente en las nuevas generaciones. Ejemplos como el Green New Deal en Estados Unidos o el crecimiento electoral de Die Grünen en Alemania son una muestra de esto. El progresismo no puede quedar divorciado de la pelea por el medio ambiente y por el cambio del paradigma entre desarrollo tecnológico y recursos naturales.

3. El futuro del trabajo y la ética de la ciencia:
Los avances científicos y tecnológicos afectan de manera profunda la forma en la que conocemos al trabajo. Muchas tareas pronto desaparecerán como actividad remunerada y el riesgo de excluir a las no capacitadas crece a medida que pasa el tiempo. Si el progresismo no se ocupa de pensar políticas públicas capaces de articular las demandas de estas personas al borde del camino y las de una industria científico-tecnológica que resulta clave para mejorar sustancialmente la calidad de vida, esa bandera quedará huérfana y el capital, otra vez, se llevará todo puesto.

4. El nuevo capitalismo:
Como bien lo señala Thomas Piketty en su libro El Capital en el Siglo XXI, la desigualdad está en aumento y no parece tener un límite a la vista. Cada vez son menos los que más tienen y nuestro país no es la excepción. Es por eso que los progresistas debemos tener un programa de acción que sea capaz de atacar este tema en todas sus dimensiones. La bandera de la igualdad ha sido un faro histórico y debe seguir siéndolo.

5. La democracia social
Retomando la frase con la que comencé esta sección, el siglo XXI sorprendió con un debate que parecía saldado, y es que el desarrollo sustentable es posible en el marco de una democracia plena, en donde los derechos civiles sean respetados, y principalmente, todos seamos iguales ante la ley. Sin embargo, la aparición de movimientos iliberales en todas partes del mundo, incluso en democracias consolidadas como Brasil, Estados Unidos, Israel o Europa oriental, han echado por tierra la fe que el gran grueso de la población tenía por este paradigma. Es por eso que el progresismo debe reencontrarse con la democracia, aun sabiendo que es un sistema falible, y defenderla como el único sistema capaz de mejorar de manera estructural y duradera la calidad de vida de las personas.

Obviamente, estos cinco puntos, que se entremezclan y se potencian, son mucho más que esa breve descripción y no son los únicos. La idea es entender que una visión integral de los problemas, las demandas y las amenazas es realmente importante si queremos construir un espacio político claro y con peso. No sirven las soluciones mágicas ni las parciales, sino que se trata de repensar el programa del movimiento progresista argentino para el siglo XXI, así como en los albores del siglo XX el Partido Socialista desarrolló sus Programas Máximo y Mínimo que sirvieron de hoja de ruta para la práctica política.

III- La trampa de Sarmiento:
Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte. Cuando Domingo Sarmiento escribió su obra máxima, pensaba en Facundo Quiroga como ese ejemplo de la barbarie, decretando para siempre en las clases dominantes la existencia de un mal mayor, emisario del atraso y causante de la miseria.

Enfundados en una tradición liberal, el socialismo criollo y el progresismo posterior se paró en una incómoda posición respecto a esos movimientos que lograron, mejor que el propio progresismo, representar irrupciones potentes en la realidad argentina.

Sea Hipólito Yrigoyen, Juan Perón o Cristina Fernández, el progresismo nunca ha podido construir una oposición a esos proyectos heterogéneos sin caer en la trampa magistral de Sarmiento, la trampa de la distancia insalvable, Civilización o Barbarie, nosotros o ellos.

Los procesos políticos mencionados no fueron, de ninguna manera, procesos progresistas en su propuesta y práctica. A pesar de ello, no se les puede negar su legado inclusivo y de ampliación de derechos. La deuda histórica del progresismo en este campo es clara, y peor aún, repetitiva.

El gran desafío de la izquierda democrática es poder superar la trampa sarmientina. Se trata de ser capaces de no quedar atrapados en polos totalizantes, inmovilizados por un tironeo entre élites. La construcción de un polo progresista en Argentina debe necesariamente abrevar de las distintas identidades políticas que han poblado la nación, como así de la sociedad civil y los movimientos de derechos humanos.

Superar la trampa sarmientina implica el reconocimiento y la reconciliación con un pasado que debe servir de recordatorio pero no de lastre. El progresismo no puede volver a caer en ese pantano que divide la sociedad en dos mitades irreconciliables y solamente le ha traído miseria a Argentina.

La centroizquierda que debemos construir debe aspirar a posicionarse como alternativa independiente de cualquier tipo de remake futuro de la película que viene proyectándose desde 1820 en todos los cines de las Provincias Unidas.

IV- La pertenencia: tenemos símbolos y modelos
El progresismo tiene una ventaja fundamental, y es que tiene a dónde mirar. Desde políticas públicas hasta ideas comunicativas, existen sobrados ejemplos en Argentina y alrededor del mundo para ejemplificar. El progresismo debe nuevamente revalorizar estas experiencias y estos símbolos si quiere cohesionar a sus adherentes.
No estamos diciendo nada nuevo si decimos que todo movimiento político necesita construir su propia historia, su relato. El progresismo argentino, en los últimos años, ha escondido a veces esa pertenencia histórica global, o peor aún, directamente ignorado.

No se trata solamente de Alfredo Palacios, Alicia Moreau o Raúl Alfonsín, mencionados previamente, sino también de modelos teóricos y prácticos existentes y exitosos alrededor del mundo. Un progresista debe reconocerse en las múltiples luchas que se han desarrollado alrededor del mundo, en América Latina y en nuestro país.

De la nada, nada viene, y por esa razón el progresismo debe volver a abrazar sin complejos su historia y su presente.

A modo de punteo, retomo algunos ejemplos claros que sirven de guía para repensar esta identidad progresista.

1. Santa Fe:
Los gobiernos encabezados por el Partido Socialista en Rosario y Santa Fe han sido modelo en salud pública, acceso libre a la cultura y educación.

Tenemos experiencia de gestión en una de las provincias más importantes del país, una que tiene ciudades importantes y un sector agrícola extremadamente preponderante. Sabemos qué significa gobernar y gestionar. Se han llevado a cabo importantísimos programas de inclusión que deberían ser estudiados y defendidos por todo militante progresista.

2. Movimiento de derechos humanos en Argentina:
Alfredo Bravo y Alicia Moreau, entre otras importantes figuras, fueron miembros fundadores de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos en nuestro país. No podemos divorciar al progresismo de la defensa irrestricta de los derechos humanos y debemos recomponer esta relación con los movimientos de derechos humanos.

3. Modelos de Estado de Bienestar Nórdicos:
Fuera de todo cliché, las experiencias de las socialdemocracias de Europa del Norte están repletas de políticas públicas que todo progresista debería conocer. Entre los ejemplos, están la educación finlandesa, 100% estatal y prioritaria; la soberanía que construyó Noruega sobre sus recursos naturales y cómo se puso al servicio de la población las ganancias; y el sistema impositivo progresivo que utiliza Suecia, entre otras cosas.

4. Experiencias rupturistas en la tradición progresista:
Así como el siglo XXI consigo nuevos formatos a la derecha, también produjo importantes novedades en el campo izquierdista occidental. Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez en Estados Unidos, Sadiq Khan y Jeremy Corbyn en el laborismo británico, la reconversión y la llegada al poder del socialismo en la península ibérica son algunos hitos progresistas en el mundo que dan cuenta de la posibilidad de construcciones atractivas al seno del progresismo.

5. Uruguay y Chile:
Como dije en la introducción, nuestros países vecinos también han sabido construir bloques de poder progresistas exitosos y coherentes. Las experiencias del Frente Amplio en Uruguay, que cumplirá 15 años al mando, o la Concertación (hoy Nueva Mayoría) en Chile con los gobiernos liderados por Ricardo Lagos y Michelle Bachelet en dos oportunidades son construcciones de las que se pueden aprender muchas cosas.

Todas estas experiencias, y muchas más que quedan injustamente fuera del punteo nos dicen que existe de donde aferrarse. Se trata de dar el debate y tomar lo que sirve para poder poner sobre la mesa qué tipo de progresismo queremos en Argentina y cómo construirlo.
La falta de identidad y simbología (¿Cuántos socialistas conocen la letra de La Internacional?) ha vaciado de contenido y de épica al progresismo. Recuperar el orgullo progresista es otra de las tareas que debemos emprender en este camino.

V- Conclusión
El socialismo se jodió en Argentina. Se jodió cuando no desarrolló una estrategia nacional coherente de La Quiaca a Ushuaia, se jodió cuando no supo desarrollar propuestas para responder las nuevas demandas, se jodió cuando se dejó arrastrar por la trampa sarmientina y se jodió cuando se olvidó de su pertenencia histórica y abdicó de sus símbolos.

Este documento no tiene otro fin que el de ser un disparador para reconstruir el espacio socialista democrático y popular en Argentina. Un espacio plural con vocación de poder, pero con convicciones férreas. No tiene pretensiones iluministas ni vanguardistas. Su única pretensión es servir a un fin mayor, que es el de la articulación y la organización de un progresismo pujante que tenga el lugar que nunca llegó a consolidar en la sociedad argentina.

Vivimos en un país que fue sistemáticamente rapiñado por su clase dirigente. Un país con una desigualdad que quema y duele, que ha perdido oportunidades y que se ha enfrascado en encendidas y vanas discusiones que han quitado el foco de la gente que necesita respuestas para sus problemas cotidianos. Un país con una pobreza estructural y una decadencia que se ha sostenido por décadas. 

Creo que el progresismo tiene y puede crecer por el bien de la Argentina.

El esfuerzo vale la pena y la militancia tiene su razón de ser, a pesar de un contexto difícil y de una realidad que asfixia. Nadie dice que esto es fácil, ni que será placentero. Ocupará tiempo, debates, cafés y voluntad. Serán tiempos de intemperie y llano, de recomposición y reconstrucción.

Si abrí este documento con Vargas Llosa, bien puedo cerrarlo con Gabriel García Márquez. En 2013, el gran prosista latinoamericano escribió en una carta una definición que bien podría caberle al socialismo en su totalidad. Así, ser socialista es saber que una persona “sólo tiene derecho a mirar a otra hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse”.

Es tiempo de mirarnos y ayudar a levantarnos.





domingo, 18 de enero de 2015

Entrevista a Thomas Piketty... De Alguna Manera...

“Nadie conoce en realidad los niveles de inflación y pobreza en la Argentina”...


Thomas Piketty, el economista francés cree que la falta de transparencia en las estadísticas no afecta sólo la economía sino también la democracia.

Thomas Piketty es un economistas francés, hoy considerado el principal experto mundial en temas de distribución del ingreso. Su libro, ‘El Capital en el Siglo XXI’ (publicado en 2013), ahora también en castellano, cuenta una historia de por qué los ricos se volvieron cada vez más ricos y los pobres quedaron relegados durante los últimos tres siglos. 'El Capital' ya es un best seller y llegó a ser número uno en ventas en Amazon.

El francés logró lo que muchos de sus colegas anhelan y no siempre consiguen: llegar al gran público. Piketty se hizo conocido primero en EE.UU. y ese fue el trampolín que lo llevó a convertirse en una celebridad a nivel mundial. Muchas de las estadísticas de su obra fueron citadas en Washington para debatir por qué la sociedad estadounidense se volvió más desigual pese a su crecimiento durante las últimas décadas.

Pese a la fama, Piketty es un académico y basta pasar cinco minutos con él para darse cuenta que no se siente cómodo con la etiqueta de ‘gurú’. Hoy, todos los presidentes del mundo buscan hablar con él para pedirle consejos. “Soy una persona cortés y cuando me invitan acepto ir. Pero no me gusta reunirme con ellos. Los presidentes son esclavos de lo que la opinión pública quiere oír y ese no es mi trabajo”.

Piketty conversó con Clarín el sábado al mediodía en la confitería Rond Point. La charla duró cerca de una hora. Luego, el economista se subió a una combi que lo llevó a eso mismo que él dice menos disfruta: en Olivos lo esperaba la Presidenta Cristina Kirchner. A continuación, la entrevista.

- Tanto hablar de la riqueza, ¿con su éxito ya está entre el 0,1% más rico del mundo?
No lo creo. Por supuesto que pertenezco a una minoría privilegiada. Soy académico, profesor universitario y vivo de ello. Gano suficiente como para llevar a mis hijos de vacaciones y poder conocer el mundo. Claro que también pago muchos impuestos. Y tendré que pagar aún más por mi libro.

-Usted señala que la distribución del ingreso mejoró en la Argentina. Pero también sucedió lo mismo en otros países de la región. ¿Cómo le fue a la Argentina versus sus vecinos?
Es difícil hacer una comparación adecuada entre la Argentina y otros países debido a la falta de transparencia de los datos fiscales y la falta de credibilidad acerca de los números macroeconómicos de los últimos diez años.

-¿Cuáles son esos límites?
Con Facundo Alvaredo, un economista argentino, hemos tratado de hacer lo máximo posible para utilizar los datos históricos para la Argentina desde 1932, cuando se creo el impuesto a las ganancias, hasta el día de hoy. Pero hay períodos donde faltan datos y tampoco hay tanta información sobre el impuesto a las ganancias. Por ejemplo en los últimos 15 años hay información tabulada del impuesto a las ganancias pero no información individual sobre los contribuyentes. Esto limita nuestro trabajo para poder corregir la información que nos falta. Todo esto hace que nuestras estimaciones sobre la evolución de la desigualdad en la Argentina en los últimos diez años sugieran una mejora en la distribución del ingreso pero no confío en cual ha sido su cuantía. Además, también hay incertidumbre en las cuentas nacionales durante ese período como por ejemplo la evolución de la inflación. En conclusión, por todo esto que señalo, los límites al acceso a las bases tributarias en la Argentina, más la falta de credibilidad en las estadísticas que elabora el Gobierno, genera incertidumbre en nuestra medición sobre la caída de la desigualdad en la Argentina durante los últimos diez años.

-Usted prevé que los precios de las commodities no serán tan beneficiosos para la región como en el pasado, ¿qué deberían hacer los gobiernos para mejorar la distribución de aquí en adelante?
No alcanza con recostarse en las condiciones externas para mejorar la distribución del ingreso. Es verdad que estos países se beneficiaron de los precios de los commodities en los últimos 12 años y ahora en más se beneficiarán menos. Por eso es importante que los gobiernos inviertan en nuevas formas de acumulación del capital, en sectores que no necesariamente sean los asociados a la producción de commodities. Por ejemplo, un sector debería ser el de la educación porque esa inversión generará más inclusión y más crecimiento en el largo plazo.

-¿Cuáles son las fórmulas para mejorar la distribución del ingreso?
La primera es la convergencia de los ingresos de los países emergentes y de los más ricos. La convergencia entre países como China, o incluso los latinoamericanos, con los más ricos es un factor clave y que aún hoy continúa. Otra fórmula es la difusión del conocimiento y el empleo que puede ocurría a través de las empresas y las escuelas. Estas vías son muy poderosas para reducir la desigualdad. Claro que requiere de pagar impuestos porque la educación hay que financiarla y el problema radica en qué podemos financiar dado el sistema tributario que tenemos. En América Latina, en países como Chile, la recaudación ha sido históricamente baja como para financiar a la educación y ahora se llevó a cabo una reforma tributaria y eso me parece bien. En cambio, en países como Argentina o Brasil, donde la recaudación es más alta los sistemas tributarios son regresivos con impuestos indirectos y un alto impuesto al consumo. Finalmente, el tercer factor que juega en la baja de la desigualdad es una política de salario mínimo.

- Muchos critican la globalización. Pero la Argentina y la región se benefició de ella en la última década. ¿Qué opina?
Estoy de acuerdo. Personalmente, y como economista, creo en la globalización y en las fuerzas de mercado. Son parte de la solución para mejorar la distribución del ingreso. Pero también advierto que no son suficientes y que necesitamos instituciones democráticas muy fuertes. El Estado debe mostrar instituciones sólidas en las áreas fiscal y de educación, que deben garantizar que vayan en la dirección correcta.

- ¿Por qué se etiqueta de progresistas a los gobiernos que hablan de distribución del ingreso?
Porque está aceptado que los partidos políticos de derecha son quienes están más cerca de los intereses comerciales y financieros, mientras que los de izquierda se acercan a los trabajadores. Pero la Historia muestra que el poder de las circunstancias es mayor que la afiliación que expresan los partidos políticos. En Argentina hoy gobierna un partido que se define progresista y a favor de políticas de redistribución del ingreso. Pero es un gobierno que no introdujo una reforma en la alícuota del impuesto a las ganancias que es la misma que hace 10 años. Es un gobierno que dejó que la inflación dejara ascender a los trabajadores a las categorías impositivas que pagan alícuotas de impuestos más altas. Parece razonable que un Gobierno desee incorporar más contribuyentes a la categoría del 35% de Ganancias. Pero si pretende ello, debe dar explicaciones y argumentar por qué lo hace en vez de instrumentarlo a través de la inflación. Hoy en la Argentina, una porción elevada de sus asalariados paga la alícuota más elevada de Ganancias y creo que sería adecuado hacer una diferencia entre aquellos que ganan más. Por lo tanto, volviendo a su pregunta, me importan más los hechos y las políticas que los discursos.

- ¿Qué incentivos tienen los gobiernos para no cobrar más impuestos gracias a la inflación? Pareciera que en la Argentina el Gobierno así lo hizo y sacó provecho de ello. ¿Por qué no habría de hacerlo?
Es cierto que en la Historia uno encuentra muchos ejemplos de gobiernos que descansaron en la inflación para incorporar más contribuyentes a sus bases imponibles del impuesto a las ganancias y así aumentar al máximo la presión tributaria. Pero hay límites en esa estrategia porque en algún momento puede generar un movimiento contra el gobierno. Muchas de las revueltas en los países comenzaron por aumentos en los impuestos o la suba de la inflación que hace que las personas paguen más impuestos. En mi opinión es más transparente hacerlo de la otra manera. En Chile se hizo recientemente una reforma tributaria. El Gobierno anunció que el objetivo era aumentar la recaudación 3% del PBI para aumentar el financiamiento de la educación. Creo que es mejor explicar lo que uno quiere hacer con el dinero que dejar ello a la tasa de inflación.

-¿Cómo impacta la inflación en la distribución del ingreso?
Genera un impacto caótico sobre la desigualdad. Históricamente ha sido un recurso al que los gobiernos recurrieron para reducir el peso de la deuda pública pero también, muchas veces, la gente pobre perdió un montón en esos procesos. ¿Cuál es entonces el impacto de la inflación? También depende de si los salarios mínimos le ganan o no la suba de los precios. Pero sí sabemos que crear inflación no constituye un método transparente para combatir la desigualdad.

-El viernes en una presentación dijo que uno de los problemas de la alta inflación es que resulta difícil medir, ¿qué quiso decir?
En Argentina existe una gran controversia con las cifras oficiales de inflación. Y esto genera una dificultad adicional en la economía porque cada sector tiene miedo de perder respecto a lo que ganan otros sectores y sus ingresos queden así relegados. Es importante solucionar este tipo de situaciones cuanto antes porque de lo contrario se torna muy difícil construir confianza en un gobierno, en el gasto público que hace ese gobierno y en el sistema tributario que administra.

-¿Qué otro gobierno o país divulga estadísticas manipuladas y existe una controversia como aquí?
Nosotros trabajamos con las estadísticas chinas y creo que las estadísticas de China son peor que las de la Argentina

-Pero China no es una democracia...
Es verdad. Una de las razones por las cuales no tenemos datos históricos para medir la evolución de la brecha entre pobres y ricos de la Argentina es que en este país no siempre hubo democracia. Por ejemplo, para las estadísticas del impuesto a las ganancias se observa un bache significativo en las décadas de los 60 y los 70, durante los períodos de los regímenes militares. Por eso me parece que hoy podríamos tener algo más de transparencia a la hora de acceder a los datos estadísticos para la Argentina. Nadie conoce en realidad cual es el nivel real de pobreza y de inflación en este país. Incluso nadie sabe cuál es el nivel real del PBI en dólares corrientes, o sea el PBI nominal. Cuando veo un incremento tan importante en la relación entre la recaudación y el PBI me parece demasiado. ¿No será que el PBI en dólares no es tan alto como en las estadísticas oficiales? Son preguntas que me hago.

-Usted recopiló cifras de más de 20 países que van a lo largo de un período de 300 años, ¿qué conclusión saca sobre la importancia de las estadísticas?
Las estadísticas son absolutamente claves para una conversación democrática formada. En la Historia uno ve ejemplos de líderes que creyeron que es mejor guardar la información, o incluso no difundirla. Pero eso es un error. Es muy dificil combatir la desigualdad sin estadísticas adecuadas. Además, la falta de transparencia de información genera conflictos políticos muy tensos, ni es buena para el desarrollo ni para las instituciones estables. Mejorar la transparencia, además, es un gran paso para luchar contra la corrupción.

-Casi siempre se menciona que los empresarios integran la porción más rica de las sociedades pero no los políticos. ¿Qué consecuencias ve al respecto?
La desigualdad extrema viene muchas veces con intentos de los grupos más poderosos de capturar los proceso políticos. A veces esos poderosos son exitosos en su plan y otras veces son neutralizados por las fuerzas democráticas. Por supuesto que una forma de limitar estas prácticas es bajar la desigualdad. Pero también puede ser estableciendo reglas para financiar los partidos políticos y los medios más concentrados.

-¿La tesis central de su libro, el retorno del capital crece a una tasa mayor a la expansión de la economía mundial, se inspira en la obra de Karl Marx?
No. Mi libro es muy distinto a El Capital de Marx. El mío tiene que ver con la historia de la distribución del ingreso. En el siglo XIX, cuando Marx escribió su obra, los economistas contaban con muy pocos datos. Yo trato de estudiar el capital a lo largo de la Historia y llevarlo al siglo XXI. Los economistas como Marx y David Ricardo tenían pocos datos y hacían las preguntas correctas. Pero no siempre llegaron a las respuestas correctas como resultado de que no contaban con los datos que sí hoy tenemos. Es cierto que actualmente los economistas modernos hacen modelos matemáticos muy complicados para impresionarse entre sí y se olvidan de las dimensiones sociales, políticas y económicas de estos fenómenos. Personalmente me siento más cercano a la manera de trabajar que tienen los historiadores que los economistas. Esto se acerca mucho más a cómo se hacía economía en el siglo XIX.

-Pero su fórmula respeta la tradición de Hegel: una explicación que vale para todo
La fórmula es uno de los mecanismos que juega un papel en la historia que cuento. Pero como le comenté antes, hay muchos otros mecanismos que juegan un rol importante en la distribución del ingreso como la educación y el desempleo. El aumento de la desigualdad en EE.UU., durante los últimos años, no tiene nada que ver con r>g, tiene que ver con la desigualdad en la educación, en la salud y el mercado laboral. La brecha entre la tasa de retorno del capital y el crecimiento global es uno de los mecanismos importantes para la concentración de la riqueza en todas las sociedades hasta la Primera Guerra Mundial. Llegué a la conclusión que r>g era una parte importante que explicaba la desigualdad hasta entonces y creo que también lo será en el futuro porque el crecimiento de la población y de la población serán más bajos que lo que fue después de la Segunda Guerra Mundial. En mi opinión, r>g jugará un papel importante en el futuro.

-En su libro desarrolló grandes leyes para el capitalismo, ¿pero qué margen espera para otros escenarios? ¿por ejemplo qué sucedería si la población no creciera al ritmo que usted supone?
No creo en las leyes económicas determinísticas. Todo depende de las instituciones y de las políticas que apliquemos. Marx y Kuznets se equivocaron. Marx creía en la desigualdad eterna y Kuznets en la caída natural de la desigualdad. Hay fuerzas poderosas que van en ambas direcciones.
Hay varios futuros posibles. Por ejemplo el tema de la población que menciona, si hay políticas que ayudan a los jóvenes a conciliar la vida profesional, la carrera con la crianza de sus hijos y la igualdad de género, entonces evitaremos el estancamiento de la población. Por otro lado, si queremos tener más crecimiento en los próximos años también hay que aumentar la inversión en la educación. Europa vuelca hoy más dinero en el pago de la deuda que en la educación y eso no es bueno.

-¿Qué quieren saber los presidentes de usted?
Soy una persona cortés y cuando me invitan acepto ir. Pero no me gusta reunirme con los presidentes. Cuando uno escribe un libro no lo hace para los presidentes, lo hace para el público en general. Para mi lo más importante es contribuir a transformar el debate democrático. Los políticos en cambio son esclavos de lo que creen que el consenso público quiere. Para mi, más importante que desayunar con un ministro o un presidente, es reunirme con personas que no tienen formación económica y dicen haber entendido mi libro.

-Ahora que es famoso, ¿tiene tiempo libre?
Sí, claro. Más del que la gente cree. Me tomo vacaciones y paso tiempo con mis hijos. Sigo siendo un profesor de universidad.

-¿Por qué cree que su libro fue un éxito?
Básicamente por dos motivos. Primero, refleja una fuerte demanda de conocimiento económico. Segundo, es de fácil lectura.

-Con su libro, ¿se propuso llegar a los especialistas o a la gran audiencia?
El objetivo era presentar un material histórico de fácil acceso para todos y que cada uno saque sus conclusiones. Los temas de desigualdad, ingresos y riqueza, capital y deuda pública, inflación e imposición fiscal, son muy importantes para dejarlos en manos de un pequeño grupo de economistas.

© Escrito por Ezequiel Burgos con la colaboración de Francisco de Zárate el domingo 18/01/2015 y publicado por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


Piketty advirtió por la inflación y la transparencia de las cifras.


El célebre economista francés en Buenos Aires.Dijo que la suba de los precios “hace que cada vez más gente pague la alícuota máxima”. Vio a Kicillof y Vanoli.

“En países con desigualdad es importante tener mucha transparencia sobre la forma en que se obtienen los datos económicos”. Fue lo más cerca a una crítica de las estadísticas oficiales que estuvo ayer Thomas Piketty. También tuvo una reflexión sobre el pago del impuesto a las ganancias. “La inflación está haciendo que cada vez más gente pague la alícuota máxima”.

El célebre economista francés venía de almorzar con Axel Kicillof y Alejandro Vanoli en el Banco Central, de donde salió con una promesa: los funcionarios lo ayudarán con la información histórica de los impuestos en Argentina que Piketty necesita para incluir al país en su estudio mundial sobre la distribución de la riqueza. Antes de presentar en la Fundación OSDE la versión en castellano de El Capital en el Siglo XXI, su best seller sobre la tendencia a la desigualdad del capitalismo, Piketty habló con periodistas sobre inflación, estadísticas, impuesto a las Ganancias, y  deuda extranjera.

Estadísticas oficiales

“Necesitamos más transparencia sobre la forma en que se construyen los datos económicos. Para mí, este encuentro fue una gran oportunidad para conocer el punto de vista del Gobierno en estos temas (...) Creo que son conscientes de la necesidad de transparencia”.

Inflación

“Por supuesto que la inflación tiene consecuencias enormes en la redistribución y en la desigualdad. A veces el efecto va en el sentido correcto, hacia menor desigualdad, pero muy a menudo la inflación empeora la redistribución de riqueza”.

Deuda pública

“No tuvimos tiempo de hablar de este tema pero no creo que Argentina vaya a meterse de nuevo en una fase de mucho endeudamiento externo (…) Los casos de desarrollo más exitosos del mundo están basados en ahorro interno (...) No digo que no haya que usar la financiación de fuera, sino que hay que hacerlo con moderación. Crea inestabilidad cuando se va”.

Impuesto a las Ganancias

“Creo que en un país como Argentina hay espacio para una reforma impositiva hacia impuestos más progresivos (…) La inflación está haciendo que cada vez más gente pague la alícuota máxima. No sé mucho sobre el caso pero si gravás a personas con muy diferentes ingresos con la misma tasa máxima, no es un impuesto progresivo”.

“No se puede dejar que la decisión sobre cuánta gente debe contribuir dependa de la inflación. No es transparente. Creo que es mejor que el Gobierno admita que hay inflación y que decida qué hacer con los mínimos imponibles. Si querés que más gente  pague, deberías explicarlo, y no dejar que sencillamente sea la inflación la que lo provoque”.

Globalización

“La desigualdad creció más en Estados Unidos que en Europa o en Japón. En EE.UU. tienden a culpar a la globalización de esa suba. Sin embargo en Europa y en Japón no creció tanto la desigualdad y también sufrieron el fenómeno de la globalización”.

© Escrito por Francisco de Zárate el sábado 17/01/2015 y publicado por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

sábado, 18 de octubre de 2014

Facetas de la economía global... De Alguna Manera...


La desigualdad en el país es la mayor en un siglo, afirma su banco central…


Janet Yellen, jefa de la Fed, advirtió en un discurso que la concentración de la riqueza es cada vez mayor. Y que ello atenta contra los ideales democráticos.

A menos de tres semanas de las elecciones legislativas en EE.UU., la presidenta de la Reserva Federal (Fed) puso en palabras lo que el estadounidense medio siente en la calle: la economía se reactiva pero los beneficios van para unos pocos y no se registran en el bolsillo de la gente. En un discurso en Boston, Janet Yellen dijo ayer que estaba “muy preocupada” por el aumento constante de las desigualdades en el país y advirtió que la inequidad de ingresos y riqueza alcanzó su pico más dramático en un siglo.

La jefa del banco central dijo que la desigualdad, que “se incrementó nuevamente durante la reactivación” de la economía del país, casi “alcanzó su punto más alto en un siglo”. Y señaló que, luego de la crisis financiera e inmobiliaria de 2008, “el mercado financiero se recuperó, pero el incremento de los salarios (...) fue bajo y el alza de los precios de las viviendas no restableció el patrimonio perdido por gran parte de los hogares”.

Con datos de la Fed, Yellen explicó que los ingresos del 5% de los hogares más ricos treparon un 38% entre 1989 y 2013. En comparación, los del 95% de los hogares restantes subieron sólo un 10%. “La distribución de la riqueza es aún más desigual que la del ingresos”, explicó: el 5% más rico poseía 54% de toda la riqueza en 1989 y “esa parte trepó a 63% en 2013”.

El tema de la desigualdad es clave en la campaña para las elecciones legislativas del 4 de noviembre, cuando los demócratas corren serios riesgos de perder también el Senado. En medio de la crisis del ébola y del terrorismo internacional, Barack Obama hace malabares para mostrar que la economía funciona bien. De hecho, las cifras macro lo respaldan: EE.UU. crece a un ritmo del 3%, el desempleo cayó a niveles históricos del 5,9% y el déficit fiscal, que tanto preocupa a la oposición republicana, está en el punto más bajo en décadas.

Pero Obama y los demócratas se enfrentan a un problema: la gente aún no siente que la economía esté mejor. Para la clases medias y de menores ingresos es como si la torta creciera, pero las porciones se las llevaran otros.

Un ejemplo es la proliferación de negocios que ofrecen productos en cuotas a tasas altísimas a gente que no tiene efectivo ni posibilidad de acceder a préstamos. Allí se puede comprar un juego de sillones a 1.500 dólares, en cuotas semanales, que al final se termina pagando 4.500. O un viejo iPad, que puede terminar costando 1.700. Esto es algo común en los países latinoamericanos, pero no en Estados Unidos. Hasta ahora.

Los economistas señalan algunas razones para el crecimiento de la desigualdad. En ciertas industrias, los trabajadores estadounidenses han sido reemplazados por asiáticos, como los centros de atención al cliente. En otras, la robotización crece. Aunque el desempleo esté en niveles bajos, los empleados de escasa calificación ven amenazados sus salarios, que no aumenta desde hace años. Sin embargo, las utilidades de las empresas crecen y los ejecutivos sí se aumentan los sueldos.

Desde Europa, el economista de moda, Thomas Piketty, puso a la desigualdad de EE.UU. en el centro de la escena. En la tesis central del libro “El capital en el siglo XXI”, señala que el rendimiento del capital ha sido siempre más alto que el crecimiento económico, lo que lleva a una concentración de la riqueza que puede terminar amenazando la democracia si el Estado no toma medidas drásticas contra esa tendencia.

Obama asume que la desigualdad es un problema. “Millones de estadounidenses aún no sienten lo suficiente los beneficios” de la recuperación económica, dijo. En el caso de la clase media, explicó, aún hay “muchos que trabajan muchas horas con pocos ingresos”, y afirmó que resolver ese estancamiento salarial “es el reto más importante de nuestro tiempo”.

Obama impulsa entonces la suba del salario mínimo, de US$ 7,10 por hora a 10,10, una medida que está paralizada en el Congreso por la oposición republicana. También busca lograr la igualdad de sueldos entre hombres y mujeres, reformar el sistema educativo preescolar y de secundaria, facilitar préstamos a quienes compran su primer hogar y también a los universitarios.

Pero toda buena intención puede esfumarse: si los demócratas pierden las elecciones de noviembre, será casi imposible aprobar en el Congreso esas medidas.

© Escrito por Paula Lugones el Sábado 18/10/2014 y publicado por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.