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domingo, 30 de septiembre de 2012

Su papelón más grande... De Alguna Manera...


Su papelón más grande...

Asi no. La Presidenta "patinó" ante preguntas incómodas.

Ultimo momento: se confirmó la operación orquestada por Harvard contra Cristina. Los espías argentinos aseguran que la cúpula de esa universidad integra la cadena del miedo (del fear, en realidad). El comando de preguntadores destituyentes y bilingües utilizó en el sorteo el mismo bolillero que en Comodoro Py suele favorecer al juez Norberto Oyarbide. Fue una exportación no tradicional con valor agregado.

Perón decía que “de todos lados se puede volver, menos del ridículo”. Y ése es el lugar, ridiculous, in english, que frecuentaron funcionarios y paraperiodistas que intentaron encubrir el papelón más grande de la historia política de Cristina Fernández.

Nadie quiere estar en los zapatos del responsable de esta excursión a las universidades norteamericanas. Algunos se lo atribuyen a Héctor Timerman y otros a Juan Manuel Abal Medina (uno estudió en Columbia y el otro en Georgetown) que, al igual que el resto de los ministros, se quedaron mudos, casi congelados, por lo que sucedió. Otros sospechan de un quintacolumnista que encima es profesor en la potencia imperial: Ricardo Forster. El siempre condenó los golpes de Estado y sabe que allá no hay embajada norteamericana.

Las excusas de los escuderos mediáticos de Cristina fueron tan frágiles como la actuación de la Presidenta. Pocas veces se la vio tan confundida. Si fuera cierto, como dijo ella, que las preguntas fueron de bajo nivel académico, debería haberlas respondido de taquito, sin que se le moviera un músculo. Si fuera cierto que Harvard ya no es lo que era y su excelencia educativa es un invento de The New York Times, la pregunta es: ¿Para qué fue? Si c se cae a pedazos y es una farsa como la inflación norteamericana del 2%, ¿para qué abrir una cátedra argentina en semejante lugar decadente?

Alguien sometió a Cristina a la tortura de hablar sobre arenas movedizas: mientras más se esforzaba por salir, más se enterraba. El culpable debería pagarlo con la renuncia. Nunca se la vio a Cristina tan expuesta. Es difícil ceder a la tentación chicanera de cambiar de posición y pedir: “Señora Presidenta, por favor, ni se le ocurra dar conferencias de prensa”. Ya entendimos todo y debemos cuidar la sagrada investidura presidencial. Es que “el mejor cuadro político de los últimos cincuenta años” siempre apareció en la tele como una boxeadora demoledora, una especie de Maravilla Fernández.

Claro que siempre lanzó sus mandobles a una bolsa de arena. Como en un gimnasio, desde el rincón, recibía las ovaciones de sus segundos. En Estados Unidos alguien tuvo la nefasta idea de colocarle al frente a estudiantes que acusaban poco peso en la balanza, jóvenes de otra categoría intelectual pero que preguntaron mejor que la bolsa de arena. Y eso fue lo que descolocó a Cristina. Ella está entrenada en el monólogo, que es un viaje de ida. Nunca en el diálogo y mucho menos en algún cuestionamiento, que es el ADN del sistema democrático. Desde el atril-altar, Cristina baja línea, hace chistes, y se mueve con soltura. Todo el ring es para ella en Argentina. En EE.UU., alguien le sacó el banquito (como decía Bonavena) y ella quedó sola. Nunca la pusieron tan contra las cuerdas.

Es que Cristina está acostumbrada a controlar todo y que nadie la controle a ella. Allí radica su odio visceral al periodismo como oficio. Y ése es el denominador común que unifica a los caceroleros con los chicos de Harvard: hacen lo que quieren. Nadie los manda. Son libres. No pertenecen a un partido político que se puede injuriar por la TV chupamedias. No son representantes de los gobernadores a los que se les puede cerrar el grifo de los fondos y promoverles juicios políticos. Ni siquiera son medios de comunicación para arrancarles la pauta publicitaria. Ni empresarios cobardes que tienen los placares llenos de cadáveres y por eso no pueden abrir la boca como una sencilla mujer despachante de aduana. Los métodos de domesticación que tan útiles le fueron a Cristina, en estos casos no le sirven.

¿Qué hacer frente a los caceroleros y los Harvard Boys? Decir que son ricachones y golpistas. Ensuciar la cancha con los blogueros K y llamar a mil movilizaciones para confundir y, si se puede, aprovechar su falta de experiencia política y darles manija a los más salvajes y fascistas como Cecilia Pando. Ella no apareció por ahora. Pero los K le ponen una vela a San Videla para que vaya al próximo cacerolazo o se anote en un curso en Harvard. Allí cerraría todo. Por ahora, la explicación conspirativa para cualquier problema sólo desnuda los prejuicios y la falta de grandes cuadros en el kirchnerismo.

Si todo lo hace Cristina, cuando falla Cristina, es gol. Encima dentro de diez días se vienen los morochos de la CGT, CTA y FAA; son las siglas de la lucha en la calle contra el neoliberalismo. Moyano, Micheli y Buzzi tienen pergaminos. Hay que ir a los archivos y comprobarlo. ¿Y si prueban con poner en la primera fila a Gerardo Martínez que fue buchón de los servicios en el terrorismo de Estado? ¿O acaso no es un sindicalista? Ah, no se puede porque Gerardo, y los más gordos de bolsillo, integran la CGT kirchnerista que reporta a la calle Balcarce. Por eso les cuesta tanto encontrar un jefe. Porque la verdadera jefa vive en Olivos y en Calafafate, su lugar en el mundo que está muy lejos, en todo sentido, de Puerto Madero y La Matanza donde la Presidenta tiene su corazón pero no su domicilio.

Los simpatizantes de la Presidenta más poderosa desde 1983 deberían estar preocupados porque al tapar las críticas y ahogar las autocríticas, Cristina sospecha que todo marcha muy bien en la Argentina. Y algún problemita hay. Pero confían en que en el 7D se terminen todos los inconvenientes. Vamos a ver qué hacen esos de Harvard cuando se dinamite la cadena del fear. Es too much.

© Escrito por Alfredo Leuco y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 30 de Septiembre de 2012.


sábado, 29 de septiembre de 2012

¿Quién la asesora?... De Alguna Manera...


¿Quién la asesora?...

Where is Crovara Avenue? Presidenta Cristina Fernández. Dibujo: Pablo Temes.

Cristina enfrenta las acechanzas críticas con falsos relatos, lugares comunes y frases oxidadas. ¿Por qué y para qué?.

La sintonía fina –también uno repite tonterías– llegó al lenguaje local; se cambia ahora “todos y todas” por “la mayoría”. No es la única gran transformación epistemológica del “modelo” ante las nuevas acechanzas críticas, las manifestaciones en la calle y la obvia pérdida de credibilidad del Gobierno y su titular. También se incorporan frases y bromas al mensaje presidencial como si fueran logrados descubrimientos y, en rigor, son lugares comunes que han sido transitados hasta el hartazgo desde hace medio siglo en los colegios secundarios, desde “laica y libre” por ejemplo. Como el latiguillo de que “no hay golpes en los países que no tienen embajada norteamericana”, ironía de aquellos tiempos en que Washington confesaba tener sus propios hijos de puta en los gobiernos de Iberoamérica. La referencia aludía a los Somoza, pero también les cabía a otros nacionales, populares, demagogos. Entonces endulzaba a militares que reemplazaban a otros militares, Centroamérica era un campeonato de golpes de Estado, y personal que se creía propio instalaba en Cuba misiles soviéticos al tiempo que se confesaba marxista. Tan lejos está esa evidencia que, ahora, las apelaciones humorísticas de la mandataria son un chiste viejo, más cuando las embajadas de Estados Unidos al sur del río Bravo –para seguir con las recurrencias de los 60– son sinecuras para aportantes en las campañas o destinos bucólicos para algún representante de minorías. Afortunadamente.

Pero no sólo algo cambió en el país; también mudaron opiniones en el exterior. Al menos Ella. Ya no sale de la suite hotelera altivamente para desfilar, con boina ad hoc, look Juliette Greco, en una marcha humanitaria por las calles de París, registrada por la TV Pública y privada. Al contrario; ahora no puede exponerse, provoca agravios e insultos, le hacen cacerolazos en la Gran Manzana; hasta pasear por el Central Park puede ser más peligroso que antes de Giuliani. Una vejación injusta, como si fuera un dictador africano. Quizás sea una campaña promovida por los intereses del monopolio Clarín, como denuncia el oficialismo. Pero Ella se anonada, sanciona –envía mensajes en ese sentido a sus huestes del Sur– y se enoja como el personaje de Qué he hecho yo para merecer esto. No hay respuesta, pero sí un tema musical nuevo de Los Súper Ratones (el grupo que más interesaba al ex jefe de Gabinete Alberto Fernández, como Mancha de Rolando con Amado Boudou) que se expresa metafóricamente al respecto. Sutilezas de la vida, exageraciones del periodismo por enlazar la vida con el amor, el odio y la política, sin duda.

Debe haber un motivo existencial y evasor en la burocracia del Estado, por lo tanto, para enviarla a Cristina como protagonista de una campaña retro, hacia un túnel del tiempo con citas de lo que otros viejos leyeron sólo en titulares, suponiendo que pasados best sellers de universidades –Huntington o el japonesito que Gustavo Beliz, ministro de Kirchner, traía a la Argentina– son letra viva hoy. Como si respiraran y se movieran los ejércitos de terracota. Fueron esos nombres, apenas, una referencia de sobaco, laterales, sectarias expresiones, como suponer que Guy Sorman es un pensador del liberalismo. Otra vez lugares comunes, decrépitos además por culpa e influencia de internet y las redes sociales, y su pavorosa instantaneidad. Es sorprendente cómo se ganan la vida ciertos asesores de la Casa Rosada, casi como los periodistas en extinción, sin ver lo que ocurre en el aire, en el lenguaje espacial, buscando impresiones en libros escondidos de la biblioteca, amarronados y malolientes, sabiendo que hay un cliente que siempre compra esa mercadería creyendo que es de culto, incunable.

Fascinante ejercicio de librero, para incluir en los discursos conceptos de Franz Fanon sin dar su nombre ni recordar que, para él, entonces conservar el velo en las musulmanas era un acto revolucionario para la independencia mientras que esa obligada conservación del atuendo y tal vez otras costumbres que Occidente no entiende –la lapidación de las que engañan al marido o el ahogo en un balde de las chinitas a las que les toca nacer como segunda hermana– en la sopa de letras de Cristina representan culturas que no deben modificarse. Como la de que los indios no vayan al dentista ni al médico, se hacinen y contraigan alegremente enfermedades. Seguro que no piensa así, pero se expresa con demasiada velocidad o urgencia en su canal Volver (¿seguirá después del 7 de diciembre?) y cuesta entender su pensamiento global, como los requiebros a Francia y a los distintos ocupantes del Elíseo como defensores de los derechos humanos cuando, en esas mismas décadas a las que recurre Cristina en sus alocuciones, esos galos malhumorados perfeccionaron brutales tecnologías represivas en Argelia e Indochina, y sus agentes de inteligencia las desplegaron por el mundo, no evitaron relaciones con los militares argentinos, más bien los adoctrinaron y hasta casi con seguridad participaron en secuestros y desapariciones como los ocurridos en la iglesia Santa Cruz. ¿Ningún asesor le cursa esta información?

Tampoco le agregan un gramo de imaginación o talento para responder a las previsibles preguntas sobre el cepo cambiario, las conferencias de prensa, su ascendente patrimonio personal o la re-reelección. Demasiada improvisación, demasiado nerviosismo y, sobre todo, lamentable desprecio por ciertos sectores (lo de la Universidad de La Matanza resulta inexplicable). Visto a la distancia, Carlos Menem parecía más ducho al hablar de estos temas molestos, incómodos, menos aficionado por lo menos. Es que aun una travesía por el mundo estudiantil y superficial de la conservadora Georgetown o la neoliberal Harvard requiere de una mínima elaboración. Una abogada exitosa, como seguramente ha sido Cristina si se atienden sus palabras, debe saber que para estas instancias debería proponerle a su cliente no tanto expresar la verdad, cuya certeza siempre es controvertida, sino organizarlo para que se convierta en un hábil declarante. Curioso: a veces, lo que se vende en el mercado no es lo que se consume en la casa.

© Publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 28 de Septiembre de 2012.

La reina está desnuda... De Alguna Manera...


La reina está desnuda...

Foto: http://www.embelezzia.com

Florencia estudió Dirección de Cine en la New York Film Academy. Y a sus padres les costó la friolera de 42 mil dólares A.d.C. (que no significa “antes de Cristo” sino “antes del cepo o del corralito verde”, como usted prefiera).

Juan Ignacio Maquieyra tuvo que pagar 40 mil dólares para hacer una maestría en la Escuela de Gobierno de Harvard. En este caso, fue becado en 26 mil, gracias a que se recibió como licenciado en Ciencias Políticas con medalla de oro (9,19 de promedio). Los restantes 14 mil los pudo afrontar sumando la venta de su autito, un préstamo de un amigo y los ahorros de su trabajo con Esteban Bullrich en el gobierno macrista.

Florencia dejó las filmaciones en la Gran Manzana el día que murió su padre y después no volvió porque se quedó a acompañar a su madre, ambos presidentes de la Nación con un patrimonio compartido superior a los 79 millones de pesos.
Apenas tiene 22 años cumplidos y en 2008 se quedó libre y tuvo que rendir todas las materias en diciembre para poder terminar el secundario. La propia Presidenta, Cristina, tuvo que cortarle el acceso a internet para que se ocupara más de sus estudios. Pasó fugazmente por la militancia camporista y hoy tiene un perfil mucho más que bajo.

Juan Ignacio tiene 25 años, nació en General Pico, La Pampa, y tuvo los 15 minutos de fama que proclama Andy Warhol cuando le preguntó a la Presidenta sobre si pensaba buscar una nueva reelección. Disfrutó porque junto a sus compañeros lograron su objetivo de alentar a través del debate y la polémica el pensamiento diverso. También con Sebastián Piñera y Dilma Rousseff se había levantado polvareda por las consultas críticas de los alumnos. Pero nadie se había enojado tanto como Cristina, según contó Federico Sturzenegger, presidente del Banco Ciudad y profesor de esa prestigiosa universidad durante tres años.

Juan Ignacio no se ofuscó. Pero pudo palpar el malestar de sus compañeros, sobre todo de otros países, por la manera agria y altanera con que Cristina los maltrató. Sobre todo con sus referencias a lo caro que estaba Harvard y esa actitud chicanera de mirarlos con sospecha por estar estudiando en ese lugar de “ricos”. Entre los varios sincericidios que cometió la Presidenta en Estados Unidos, los más impactantes fueron los relacionados con el dinero. Es un tema que no logra procesar. Sus juicios son variables y antagónicos según de qué lado de los billetes esté ella. Por eso, no solamente se olvidó de lo que les costó Florencia en su abortado desembarco en el cine. También dijo que su fortuna se debía a su exitosa carrera como abogada y generó respuestas de todos los colores recordando la forma en que el matrimonio hizo sus primeros millones y cómo los multiplicó luego desde la función pública. 

El recuerdo más amargo, sin duda, es aquel famoso diálogo con el ex diputado Rafael Flores, defensor de los derechos humanos y de presos políticos. El estudio Kirchner facturaba muy bien ejecutando deudas. Gente sencilla que no podía pagar la cuota del televisor o del auto o de su casa (por la tristemente célebre 1.050, una ley de la dictadura). Flores defendía a la madre de un futuro diputado y abogado que fue primero amigo y luego enemigo íntimo de los Kirchner. Flores y Cristina eran compañeros de militancia en el peronismo y en la juventud universitaria de La Plata. Flores creía que el intento de quitarle la casa a su clienta era un despojo inhumano y usurero y se extralimitó en sus palabras en un escrito. Un día en tribunales se cruzó a Cristina y le preguntó si era necesario caer en ese tipo de legalidades no dignas de un militante popular.

—Mirá, Rafa, nosotros queremos hacer política en serio y para eso necesitamos platita.

Hoy, ese concepto egoísta, más cercano a dos abogados de la abundancia que a dar la vida por el socialismo nacional, generaría rechazo. ¿Se imaginan lo que significaba esa posición mercantilista y mezquina en aquella época de utopías? Los jóvenes peronistas se dividían en cuatro, igual que Eduardo Galeano etiquetó a los argentinos: enterrados, encerrados, desterrados y aterrados. Los izquierdistas en muchos casos se proletarizaban. Jóvenes de clase media iban a trabajar a las fábricas o al campo para vivir en carne propia lo que habían aprendido en los libros de Cooke y Lenin. “Hacer plata” era una actividad reservada para burgueses y enemigos.

En ese choque de realidad y fantasía que Cristina tiene con el dinero, siempre tuvo una actitud distinta que Néstor. El jamás gastó un peso en sus pilchas ni le gustaba aparentar con una casa lujosa. Ella se tiraba la plata encima en carteras, zapatos y accesorios de alta sofisticación internacional. Tal vez por eso no termina de entender qué es lo que está pasando con el dólar. Primero dijo que el cepo era un invento de los medios. Más o menos la misma mentira que decir que habla con los periodistas (algo que comentaremos mañana) o que Perón era un radical que nació en Inglaterra. Después atribuyó a la codicia y la especulación la fiebre por el dólar de los argentinos, sin tener en cuenta dos cosas:

1) Con Lavagna ministro, Prat-Gay titular del Banco Central y Néstor presidente, la gente ahorraba en pesos. No había inflación que obligara a todos a refugiarse en otra moneda.

2) Fue Néstor quien compró dos millones de dólares, algo inédito para un presidente, mientras Martín Redrado mandaba en el Central y sospechaba de cierto tráfico de información privilegiada.

Cristina mostró su verdadera cara en EE.UU. Francisco Quevedo podría haber dicho que don dinero es un poderoso caballero. Un niño de un cuento de Andersen podría denunciar: “La reina está desnuda”.

© Escrito por Alfredo Leuco y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el vienes 28 de Septiembre de 2012.

 Expuesta. Durante su periplo estadounidense, la Presidenta mostró varias de sus peores caras.