Cristina invita al acuerdo pero el que tiene que pagar es Alberto…
Entre
el 9 de Julio y el 27 de octubre, algo pasó.
En vísperas del aniversario de la muerte de Néstor Kirchner, Cristina Fernández decidió
jugar una carta que
no estaba en sus planes hace unos meses y convocar a un acuerdo con todos los
sectores para resolver el grave problema de la economía bimonetaria. Así
desandó el camino que había insinuado cuando llamó a no confundirse y recomendó
la nota de Alfredo Zaiat que apuntaba contra la derecha empresaria de Clarín y Techint, dos días después
de aquel acto de Alberto
Fernández en Olivos.
Cristina ya había invitado a la confección de un contrato social en la presentación de “Sinceramente”, en campaña y hace más de un año. Pero esta carta no puede ser leída como un regreso a esos postulados porque lo que cambia es el lugar de enunciación: la vicepresidenta ya no habla como alternativa a un macrismo decadente sino desde la debilidad de la propia crisis que atraviesa a su gobierno. Aunque pueda argumentar que, buenas o malas, las decisiones las toma Fernández, el proyecto del Frente de Todos es el que empieza a ver comprometidas sus chances de prolongarse en el tiempo y tiene por delante meses de alta incertidumbre. Por eso, CFK dice que el problema que no pudo saldar durante su gestión y Mauricio Macri agravó con un endeudamiento suicida y la eliminación de todo tipo de controles no es ideológico, ni de izquierda ni de derecha. Ahora es el peronismo el que lo sufre.
Difícil de ejecutar en una Argentina desigual que tiene un océano de perdedores y pocos actores dispuestos a ceder algo, el gran acuerdo que Cristina propuso en público puso a todo el país político a girar una vez en torno a su palabra y a su figura. Pero llega unos días después de otro movimiento, más discreto, que cerca de Fernández se encargan de destacar. El almuerzo que el Presidente mantuvo en la residencia de Olivos con Paolo Rocca y Luis Betnaza, escoltado por Martín Guzmán y Eduardo De Pedro. La presencia del ministro del Interior en el encuentro que pareció iniciar un acercamiento con el establishment es exhibida en Casa Rosada como prueba de que Cristina avala el entendimiento con los miserables de ayer, según la definición que el propio Alberto prefiere desligar ahora de los atributos del dueño de Techint. Sin embargo, Rocca no fue a plantear consensos trascendentales para eludir el precipicio sino a reclamar por la deuda que Macri no le pagó desde el Estado después de beneficiarlo como a nadie en Vaca Muerta, con la resolución 46.
Abierta a interpretaciones de todo tipo, la convocatoria de la expresidenta parte del reconocimiento de una situación en la que el oficialismo no puede resolver la crisis y los optimistas de ayer ahora dicen que la corrida se estaba llevando puesto al gobierno.
Se piense como se piense, algo parece evidente: CFK no está nada conforme con el balance ejecutivo de su criatura electoral y busca evitar que la fragilidad se acentúe junto con la brecha. Quiere preservar el poder que le costó recuperar y no le sirve ver como la presión devaluatoria y la evaporación del peso erosionan cada día la legitimidad del gobierno. Su suerte política y personal también está en juego.
La carta del 27 de octubre llega en un momento en el que la inestabilidad persiste, los peores pronósticos se propagan y se discute -dentro y fuera del peronismo- hacia dónde y con quién intentará el pancristinismo salir de la postura defensiva. Los disconformes con el funcionamiento del gobierno se quejan de que el loteo de cargos estratégicos entre distintas facciones agrava la debilidad porque no son pocos los que “están pensando en su baldosa y en cómo quedar bien con el del frente”.
Con
intervenciones y la licitación de un bono atado al dólar,
Martín Guzmán empieza a desplegar su juego y a lograr resultados de corto plazo
no exentos de riesgo, camino a un sendero de
menos emisión y más ajuste fiscal. El ministro precisa de un rebote fuerte
en una economía que la pandemia hundió en su tercer año de recesión, pero la
eliminación del IFE y la reducción del alcance del ATP se inserta en un mapa
donde la caída de ingresos se conjuga con el aumento de la desocupación y la
pobreza. Mientras tanto, en el sindicalismo que ayer avaló el reformismo
permanente de Macri hoy resurgen propuestas de crear empleo flexible al
estilo de la UOCRA como única vía para recuperar puestos de trabajo. Pura
austeridad, ese repertorio debería discutirse en un acuerdo social a mediano
plazo si no fuera porque la urgencia sigue mandando y la mayoría ya no
tiene margen para ceder. No es el mejor ambiente para llegar a
diciembre.
La oposición se juega a un escenario de mayor volatilidad y dice que el gobierno ya perdió las riendas de una situación delicada. Afirman que los anuncios no tienen impacto duradero y no alcanzan para moldear las conductas de nadie porque está en cuestión la capacidad oficial para enfrentar la corrida. Sólo en ese punto se unen los diagnósticos de Cristina con la de sus detractores más rabiosos, que no quieren ningún acuerdo. A los dos lados de la polarización, convergen en que la falla está en el vértice del Poder Ejecutivo. “Alberto le dice a todos los que quieren escuchar y para gobernar la Argentina hay que decirle al 75% de la gente lo que no quiere escuchar”. Raro eslabón perdido entre el kirchnerismo y el peronismo, Fernández lidera un gabinete que parece en las antípodas del cristinismo que se llevaba todo por delante y, aún equivocado, insistía hasta el final. Ahora las señales confunden a casi todos y la camiseta pesa como nunca.
Empoderado para un acuerdo sin garantía de éxito, el Presidente debe entenderse con factores de poder que creyeron en Macri, lo sostuvieron hasta el final y lo abandonaron sólo por la ineficacia probada para lograr sus objetivos. El establishment le va pedir a Fernández que pague el costo político del pacto que su socia acaba de estimular, con un giro más concreto que el del género epistolar.
“Tiene que poner la seña, dejar algo para que le crean”, dicen. A Guzmán le quedan dos semanas largas por delante hasta que, el 10 de noviembre, aterrice la nueva misión del Fondo y comience a borronearse el primer acuerdo de todos, a firmarse con los soldados de Kristalina. Mientras algunos se juegan a que el organismo de crédito se ofrezca como salvoconducto del peronismo para llegar a marzo, otros recuerdan que Macri lo tuvo todo y le duró nada, frente a una corrida que le arruinó su futuro. En el gobierno afirman que es posible firmar un nuevo programa en diciembre y acordar un cronograma de desembolsos que le de aire al Presidente.
Pero
los patriotas del mercado dicen que el FMI no tiene margen para prestar mucho,
salvo que el pancristinismo se decida avanzar por el camino de una ortodoxia
sin culpa. La encrucijada sigue sobre la mesa: sólo que ahora Cristina
le puso su firma, en busca de evitar otro desenlace traumático.