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domingo, 4 de septiembre de 2022

El Odio (II) ... @dealgunamaneraok...

 Continúa de ayer: “El odio”


Fotografía: Noticias Argentinas.

Leo a la mañana a un importante colega remarcar que la CNN tituló “La vicepresidente argentina sobrevive a un aparente intento de asesinato” connotándolo con versiones que circulan por las redes sociales sobre que no se trató de un atentado verdadero sino de un montaje para favorecer al Frente de Todos y perjudicar a la oposición.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 03/09/2022 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de las/os Argentinas/os.


Voy al mediodía a un comercio de un barrio acomodado de la Ciudad de Buenos Aires y varias clientas me preguntan –con ganas de que responda afirmativamente– si es cierto que fue un montaje y no un atentado. 

Lo patológico tiene un nombre: inconciliabilidad. Hay polarización complementaria.

Creer en un otro (el kirchnerista, el peronista, el comunista) capaz de fraguar algo así es un síntoma en parte producto del odio sobre el que reflexionamos en la columna de ayer con la ayuda de Baruj Spinoza y su Tratado teológico-político, que comienza así: “Si los hombres pudieran conducir todos sus asuntos según un criterio firme, o si la fortuna les fuera siempre favorable, nunca serían víctimas de la superstición. Pero, como la urgencia de las circunstancias les impide muchas veces emitir opinión alguna y como su ansia desmedida de los bienes inciertos de la fortuna les hace fluctuar, de forma lamentable y casi sin cesar, entre la esperanza y el miedo, la mayor parte de ellos se muestran sumamente propensos a creer cualquier cosa”.

Desde estas páginas venimos bregando siempre por una oposición convergente y no divergente. Por un periodismo constructivo y no destructivo. Como es imprescindible el disenso para enriquecernos mutuamente con la razón del otro, es también imprescindible ejercitarlo con modos que no promuevan la violencia. Para Cornelius Castoriadis, la cortesía fue una herramienta imprescindible de la civilización, para poder reunir en ciudades a los solitarios habitantes de la ruralidad primigenia, habitada por salvajes atrapados en su mera supervivencia. Sin cortesía no habría ciudad ni civilización.

Disenso, ensayos sobre estética y política
 es el título de uno de los libros de Jacques Rancière. Allí se dice: “El tipo específico de conflicto que trae consigo el disenso político no tiene nada que ver con las formas de lucha asociadas a la supuesta separación entre amigo y enemigo”. Continua Rancière: “Cuando la política se identifica con el ejercicio del poder y la lucha por conseguirlo, se prescinde de ella desde el principio. Más aún, cuando se la concibe como una teoría del poder –o como una investigación de los terrenos de su legitimidad– también se prescinde de su forma de pensamiento”, haciendo referencia a Aristóteles, para quien el dominio político se distinguía de otros tipos de dominio por ser un dominio entre iguales y no vencidos.

La obsesión con Cristina Kirchner de una parte de la oposición no hace más que colocarla en el altar de primus inter pares: “La democracia –escribe Rancière– se inicia con el asesinato del rey, cuando lo simbólico se derrumba para producir una presencia social incorpórea”.

Argentina precisa desarrollar formas más avanzadas de un estado consensual, con la escenificación de un nosotros y de un otro más hospitalario.

Argumentos que pretenden escindir por completo el atentado de 
Fernando Sabag Montiel del clima de época atravesado por el discurso del odio apelando a que Alfonsín padeció tres atentados cuando, por entonces, no había grieta omiten que sí había un clima de época violento por entonces, encarnado en una dictadura que no se resignaba a fenecer y una democracia que recién estaba naciendo. Claramente, Fernando Sabag Montiel parece más un border line que un militante o un sicario a sueldo de alguna organización. Pero eso no quita que el discurso del odio está presente.

La inconciliabilidad de los sectores extremos de las coaliciones oficialista y opositora es lo patológico que hay que curar. Dado que el ser es conflictividad, la función de la política es venir a resolver o minimizar la conflictividad pero no a disolverla aniquilando al otro. La polaridad indica la inclusión del otro y no su extinción. Las aposiciones polares pueden no ser necesariamente conflictivas ni de mutua exclusión sino que, también, pueden resultar complementarias como la clásica armonía de los contrarios de Heráclito. 

El papel del periodismo como “perro guardián” garante del control de gobierno no implica ser un periodismo conflictivista. La diputada Amalia Granata, primera en decir públicamente que no creía que el atentado a la vicepresidenta fuera real, respondió así ayer las críticas que recibió: 
“No me busquen, porque miren que voy a empezar a hablar de todos sus ‘chanchurrios’, voy a empezar a hablar de sus amantes, miren que conozco todo lo que pasa... Sé todo en lo que andan, y voy a meterme no solo con sus amantes, también con sus familias, madres, hijos, con todos... No se olviden que además de política soy periodista e investigo...”. Pobre periodismo de investigación.

La ética no es natural, es una creación de la cultura, casualmente porque la conflictividad es inevitable y, en lugar de exacerbarse, precisa ser atenuada. La política como moral no implica ser una filosofía de la ingenuidad.

La violencia no busca resolver los conflictos sino disolverlos y, en su utopía, no logra más que maximizarlos. Las armas siempre terminan volviéndose en contra de quienes las empuñan. Los mayores desastres de la humanidad surgieron de la búsqueda de eliminar definitivamente los conflictos: el orden perfecto congela la vida.

El Otro no es como el pan que como y me sacio. Ese Otro no llena sino que ahonda

El filósofo lituano/francés Emmanuel Lévinas estuvo confinado en un campo de concentración en el que murió casi toda su familia y dedicó sus reflexiones a la reconstrucción de un pensamiento ético después de la Segunda Guerra Mundial. Hizo grandes contribuciones en el campo de la otredad y la hospitalidad. En su libro Totalidad e infinito, en su capítulo “Mismo y Otro” escribe: “El Otro no es otro como el pan que como (...) de ese tipo de realidades puedo saciarme y en una medida muy amplia satisfacerme como si sencillamente me hubiera faltado (...) tiene una intención distinta: desea lo de más allá de todo cuanto pueda completarlo (...) lo deseado no lo llena sino que lo ahonda”. Por eso la transcendencia es “trans”-“ascendencia”, una forma del ser humano de ascender. Por eso el vínculo entre uno Mismo y Otro es un acto político de alteridad metafísica.

Los medios –medium– somos mediadores continuos entre Mismo y Otro. No se es uno suprimiendo o poseyendo al otro sino siendo con el otro, juntos. Lección que debemos aprender y continuamente recordar como sociedad. Ese fue el triunfo de la democracia. Esa fue la lección de Alfonsín.



    

domingo, 1 de julio de 2018

¿Nacidos para sufrir?... @dealgunamanera...

¿Nacidos para sufrir?...

La insoportable levedad del ser… Argentino. Dibujo: Pablo Temes.

Razones de un destino asumido que se apoya más en lo cultural que en lo estadístico. Efecto derrame negativo.

© Escrito por Carlos De Angelis el domingo 1º de Julio de 2018 y publicado  por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Si no sufrís no sos argentino”, lanzó el relator en un grito desgarrador finalizando el segundo tiempo cuando Argentina debía meter el segundo gol a Nigeria para no quedar fuera de la Copa del Mundo.

Creencias. 

Buena parte de los habitantes de este país suscribe a la idea de este relator y piensan que viven en un país donde se está condenado a sufrir. Esto se expresa en la queja e insatisfacción permanente como parte de cualquier conversación, con la convicción que somos una singularidad única en el planeta.

El filósofo griego Cornelius Castoriadis (1922-1997) planteaba que la realidad es instituida socialmente, producida y creada por lo imaginario. Esta realidad organiza las restricciones sociales ordenando lo factible y lo no factible, lo que se puede hacer y lo que es imposible. Esta construcción imaginaria se reproduce continuamente, transmitiéndose en las interacciones sociales, en la educación, en los medios de comunicación masiva y en las redes sociales.

“Irresponsables, impuntuales, incumplidores e irrespetuosos, siempre resolviendo todo en el último minuto. Pero a la vez únicos en el mundo, brillantes e inteligentes”. Este es el imaginario que ha construido la mayoría de los argentinos cuando se pregunta en los focus groups sobre cómo describiría a sus compatriotas. También la vida social ha contribuido a la formación de esta idiosincrasia: una sociedad con permanentes conflictos sin resolver, con una inseguridad urbana ya naturalizada, altos niveles de pobreza e indigencia invisibilizadas, un sistema de transporte sin ningún tipo de regulación, situaciones de agresión que se puede percibir en cualquier parte, una alta inflación que mina cualquier perspectiva económica, y la falta de cumplimiento en los contratos públicos y privados, son solo algunos obstáculos que se deben sortear a diario.

Este imaginario es palpable por ejemplo en la encuesta de la Corporación Latinobarómetro de 2017 cuando el 45,3% de los argentinos sostuvo que el país estaba estancado mientras el 32,3% expresó que estaba en retroceso. Argentina parece ser un país donde es difícil desarrollar un proyecto de vida. Lógicamente se trata de miradas subjetivas, pero estas creencias se transforman en expectativas y acciones sobre el mundo que nos rodea.

Lo objetivo. 

Sin embargo, algunas estadísticas ayudan a ubicar al país por fuera de las subjetividades. Argentina era evaluada por el Banco Mundial como la economía número 21 en el mundo para 2017 (http://databank.worldbank.org/data/download/GDP.pdf), es decir no de las más pequeñas. En tanto para el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Argentina ocupaba el puesto 45 de desarrollo humano para 2016, posición calificada como muy alta.

La contracara de estos rankings es la distribución del ingreso. 

Para graficar esto se suele emplear el coeficiente de Gini donde cero indica total igualdad (todos tienen los mismos ingresos) y 1 total desigualdad. Para el Gini informado por el Indec esta semana, Argentina tiene una puntuación de 0,440 y figura alrededor del puesto 112 en el mundo, cercano a Perú, Yibuti y Bolivia.

Evidentemente, se trata de un país con grandes de-sigualdades. En 1975 tenía un coeficiente de 0,35, uno de los más bajos del mundo para la época. El país más igualitario del mundo era en 2016 Noruega (0,241), y el país más desigual es Sudáfrica (0,630, dato de 2014).

Hipótesis. 

No es sencillo ni directo comprender por qué Argentina se ha transformado en una sociedad del sufrimiento y del desencanto. Una hipótesis provisional podría indicar que la permanente inestabilidad económica ha erosionado el “carácter de los argentinos” parafraseando al sociólogo estadounidense Richard Se-nnet, quien definió carácter como el valor ético que atribuimos a nuestros deseos y a nuestras relaciones con los demás centrado en el largo plazo de nuestra experiencia emocional. El largo plazo fue eliminado de la perspectiva subjetiva de la argentinidad, creando una nueva identidad: la del héroe que se salva solo cada día. 

Los contextos económicos son centrales para comprender esto, y cada crisis produce evidentes secuelas sociales extendidas en el tiempo. La pérdida constante del valor de la moneda, la alta inflación por largos períodos de tiempo, la fuga de capitales –que no es otra cosa que riqueza acumulada– y la nueva pobreza estructural a partir del 2001 fueron minando este carácter, y permitiendo el desarrollo de otras facetas para crear estrategias para lidiar con las diferentes coyunturas, aunque en ese camino haya que dejar de lado las normas de convivencia, y todo atisbo de solidaridad: la derrota a la “gauchada”, y el triunfo de “la viveza criolla.

La segunda razón de peso estriba en los comportamientos de la clase dirigente. Buena parte de empresarios, políticos, sindicalistas, hasta dirigentes deportivos generan una ejemplaridad negativa, por algo los argentinos tienen una pésima imagen de sus empresarios. Se los supone con comportamientos tan opacos como los políticos, con vidas de ricos y con empresas pobres. Paradójicamente la mayoría de las grandes fortunas del país se hicieron asociadas al Estado, así como gran parte de las empresas de origen nacional fueron vendidas en los años noventa.

Otro tanto pasa con la clase gobernante, que se los supone usando los resortes del Estado para beneficio propio, y sin problemas para romper las reglas cuando resulta conveniente, como se observa en los funcionarios que se enriquecieron con la obra pública en los años del kirchnerismo, funcionarios que operan en paraísos fiscales actualmente, o como cuando utilizan su poder para beneficiar sus negocios. 

Cada pronóstico que no se cumple –como las metas de inflación– consolida la incredulidad del argentino medio, llegando a extremos cuando en el 2001 el gobierno de Fernando de la Rúa impulsó la ley de intangibilidad de los depósitos y días más tarde Domingo Cavallo los confiscó con el Corralito. Es un punto clave: si el que está “arriba” puede quebrantar las normas, por qué no lo haría quien está en la base social: el origen del drama argentino.



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