Nacionalitis…
El
10 de febrero de 2011, un gigantesco C-17 Globemaster III de la Fuerza Aérea de
los Estados Unidos (USAF) fue demorado en el aeropuerto de Ezeiza. El aparato,
matrícula 77.187, traía armamento para prácticas de entrenamiento con la
Policía Federal, ejercicios financiados por Washington de común acuerdo con la
Argentina.
El escandalete
que armó el gobierno de Cristina Kirchner fue colosal, a la altura del
voluminoso aparato. Avión de transporte estratégico rápido de tropas y
suministros para realizar misiones de transporte táctico, evacuación médica,
despliegue de tropas aerotransportadas y lanzamiento de paracaidistas, el C-17
Globemaster III puede proveer suministros tanto a bases operativas como a
potenciales batallas. Forma parte de las aviaciones del Reino Unido, Australia,
Canadá, la OTAN, Qatar, Emiratos Arabes Unidos y la India. Es un elefante aéreo
de 53 metros de largo que puede transportar 134 soldados, evacuar 36 heridos en
camillas y 54 pacientes ambulatorios, un carro de combate M1, tres blindados
Stryker, seis blindados Guardian, una carga total de 77.519 kg. Los Estados Unidos
no fletan tamaño coloso a un aeropuerto enemigo u hostil sin tomar recaudos y
precauciones. Ese vuelo a Buenos Aires era para Washington “business as usual”,
pero los responsables políticos de la cooperación en seguridad con la Argentina
no contaban con el genio inigualable de Héctor Timerman.
El
12 de febrero de 2011, dos días después del aterrizaje y acordonamiento del
Globemaster en Ezeiza, Timerman denunció que el aparato traía carga no
declarada, que fue incautada, agregando que el caso estaba siendo investigado
por la Justicia en lo penal económico. El Departamento de Estado le pidió
“explicaciones” a Cristina Kirchner y no ocultó su fuerte malestar. La entonces
secretaria de Estado de Barack Obama, Hillary Clinton, solicitó primero
explicaciones formales al embajador argentino, Alfredo Chiaradía, y el 13 de
febrero el subsecretario adjunto para la región, Arturo Valenzuela, y llamó a
Timerman para expresarle la incomodidad de la Casa Blanca y “manifestarle
nuestra sorpresa por la forma en que las autoridades [del gobierno argentino]
manejaron una misión que estaba perfectamente acordada”.
Sin mosquearse,
Cristina Kirchner le ordenó a Timerman que denunciara a los EE. UU. por haber
querido ingresar subrepticiamente en la Argentina “material camuflado dentro de
un cargamento oficial, desde armas hasta diferentes drogas, entre otras, varias
dosis de morfina”, además de “material para interceptar comunicaciones, varios
GPS de una sofisticación reveladora de su potencia, elementos tecnológicos que
contienen códigos caratulados como secretos y un baúl completo con drogas
medicinales vencidas”.
Valenzuela le comunicó a Timerman su preocupación “por
la forma en que el gobierno argentino está manejando una cuestión sobre la que
había perfecto entendimiento previo”. Washington reclamó “la inmediata
devolución de todo el material” militar retenido. Timerman mantuvo la apuesta y
escribió en Twitter que “todo el material declarado fue liberado sin
dilaciones. Lo incautado no figuraba en la lista entregada por la embajada”,
porque el avión norteamericano había violado las leyes argentinas, aun cuando
para la Casa Blanca “el listado concordaba con lo informado previamente” y se
trataba del “material habitual” para el entrenamiento policial que se había
acordado.
Washington
se quejó por la “lenta y detallada” pesquisa a la que fue sometido en Buenos
Aires. “Tampoco entendemos por qué, si había alguna duda, no se la manejó por
los canales diplomáticos habituales en vez de hacerlo de esta forma”, dijeron
voceros del Departamento de Estado. Timerman pasó parte de ese día de verano en
Ezeiza, abriendo cajas y ordenando forzar candados de la carga del avión. Acusó
además al gobierno de Obama de enseñar “prácticas de tortura” en academias
policiales.
En
ese hoy remoto y sin embargo coherente episodio, había razones de peso para
explicar el ataque de nacionalitis del kirchnerismo: se estaban anoticiando de
que la Argentina no formaba parte de la primera gira regional del presidente
Obama, que sí, en cambio, visitaría Brasil y Chile. Obama nunca ha tenido un
encuentro bilateral con Cristina en la Casa Blanca y, por supuesto, no ha
pisado ni pisará Buenos Aires hasta el fin de su mandato.
El
14 de junio de 2011, la Argentina retrocedió en pantuflas. A cuatro meses del
encontronazo, el gobierno argentino decidió devolver a los Estados Unidos el
material incautado en febrero de ese año. La decisión de devolver el material
fue tomada por Cristina Kirchner y anunciada un día antes por la embajada
norteamericana: “El incidente que involucró la retención de materiales
propiedad del gobierno de Estados Unidos, relacionado con una actividad de
entrenamiento conjunta previamente planeada y aprobada (destacado mío), que por
fallas administrativas involuntarias debieron ser incautados, se ha resuelto
satisfactoriamente. (…)
Nos comprometemos a continuar trabajando con la
Argentina en una asociación basada en el interés y respeto mutuos, como así
también con valores y responsabilidad compartidos”. Consecuencias: desde que
ocurrió el incidente se frenaron las negociaciones diplomáticas para que la
Argentina fuera incluida en el programa Visa Waiver, que permite ingresar a los
Estados Unidos sin necesidad de contar con visa.
Todo
esto se repitió textualmente esta semana con la absurda protesta de Timerman
contra el encargado de negocios de los EE.UU., Kevin Sullivan, que tuvo la
osadía de recordar que la Argentina estaba en default y que le convenía salir de
él. Despotricó Timerman y de inmediato ése fue el lenguaje del kirchnerismo: el
gobierno de los Estados Unidos está aliado a los buitres, en contra de la
acosada Argentina. Así las cosas, en 1946 como en 2014, una Argentina antigua y
paranoica regurgita un patrioterismo penoso y, más importante, siniestramente
perjudicial para sus propios intereses.
© Escrito por Pepe Eliaschev
el Domingo 21/09/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires.