Se la creyeron…
Sin anestesia.
Christine Lagarde. Dibujo: Pablo Temes.
El triunfo de octubre hizo que el PRO no escuchara. Y esa ceguera nos llevó
al FMI.
© Escrito por Nelson Castro el domingo 13/05/2018 y publicado por el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Un ministro con despacho en la Casa Rosada da detalles: “quien tuvo la idea de
recurrir al Fondo Monetario Internacional (FMI) fue Luis Caputo. Eso fue allá por febrero- marzo. El Presidente lo sacó carpiendo.
Eran otros días” concluye el funcionario con tono de pesadumbre. ¿Qué es lo que
le pasó al Gobierno? Es la pregunta de la hora. La respuesta es compleja. Para
explicarla hay que retrotraerse al después de la elección del 22 de octubre
pasado, el día de la contundente victoria del Gobierno. Tanto el Presidente
como su entorno político más cercano hicieron una mala lectura.
Se la creyeron. El eje Marcos Peña –y sus adláteres Mario
Quintana y Gustavo Lopetegui– y Jaime Duran Barba se sintieron dueños de ese
triunfo. Eso se tradujo en una actitud endogámica que llevó al Gobierno a
encerrarse sobre sí mismo y prescindir, entre otras cosas, de las
opiniones de sus socios políticos: la Unión Cívica Radical y la Coalición
Cívica.
Ya la implementación de la reforma previsional había
generado un ruido interno que el aumento de la tarifa del gas acrecentó, a tal
punto que fue la mismísima Elisa Carrió la primera que alzó su voz contra
el modo en que se quería aplicar esa suba. El Gobierno se confió en que con las
Audiencias Públicas –a las que la concurrencia de la oposición, salvo
excepciones, fue casi nula– alcanzaría para frenar cualquier turbulencia que
obstaculizara su implementación. La evidencia habla a las claras: se equivocó.
“Subestimamos el impacto que produciría este ajuste en la población”, reconoció
otro funcionario con rango ministerial. ¿Dónde viven?
Aprendizaje.
Además, el Gobierno demostró no haber aprendido nada de lo ocurrido en
2016. Como la comunicación interna también es mala, cuando la diputada Carrió
alzó su voz para criticar el modo de implementación del ajuste tarifario, en la
Casa Rosada no avizoraron que ésa sería la punta de lanza que aprovecharía la
oposición para avanzar con el proyecto de freno a la medida al que le dio media
sanción la Cámara de Diputados el miércoles que pasó. El agujero fiscal que
significaría de ser convertido en ley lo vuelve absolutamente inviable.
“Nos llamaron recién cuando teníamos el agua al cuello. Así no es como debe
funcionar una coalición”, se quejaba amargamente un diputado del radicalismo en
un intervalo de la sesión. Esa endogamia PRO tuvo –hay que recordar– otro
coletazo relevante: la renuncia del presidente de la Cámara Baja, Emilio Monzó,
quien demostró todo su peso político en la sesión de marras, cuando reunió a
los jefes de las bancadas opositoras para asegurar un debate ordenado y sin
desbandes que dañara todavía más al Gobierno.
Pero volvamos al relato de lo que pasó con la ruidosa
determinación del Presidente de recurrir al FMI. Una vez tomada la decisión de
enviar a Washington una delegación negociadora, no quedó claro por qué no viajó el
ministro de Finanzas, Luis Caputo. Al fin y al cabo, él es
el ministro del área específica y el hombre con los contactos internacionales
necesarios para abordar precisamente el tema del financiamiento de la
Argentina. El argumento de que estaba afónico no sonó creíble. El miércoles se
lo vio y se lo escuchó en A Dos Voces
con una disfonía que para nada dificultaba su
capacidad para hablar lo que se habla en reuniones como las que hubo en
Washington.
Se sabe que Caputo le advirtió al Presidente hace unos meses del impacto
negativo que para la Argentina produciría la elevación de la tasa de interés
dispuesta por la Reserva Federal de los Estados Unidos. El 3% que devengan los
bonos del Tesoro norteamericano representa un atractivo insuperable para los
fondos especulativos que pululan por el mundo. Hecha esta advertencia, la
pregunta es qué evaluación se hizo de tal advertencia. Lo cierto es que lo que
se hizo evidenció las consecuencias negativas de la falta de una conducción
económica sólida y clara en la gestión. No es bueno que el ministro de
Economía sea el Presidente. Con un equipo económico tan
atomizado y con visiones y acciones diferentes entre sus distintos miembros, lo
que ocurrió no sorprende.
Apurado.
El viaje
del ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, tuvo un aire de improvisación
llamativo. “Se viajó sin un plan, y eso es malo porque,
si no hay plan del Gobierno, entonces lo arman en Washington los integrantes
del staff del FMI que lo único que saben hacer son planes
duros”, señalaba en la mañana del viernes Guillermo Nielsen, el hombre que fue
clave en la reestructuración de la deuda que se logró durante la presidencia de
Néstor Kirchner. Un detalle de forma subraya además lo deshilachado del procedimiento:
es de forma que el Presidente sea quien anuncie el logro del
acuerdo con el FMI, no el comienzo de la negociación.
Cuando todo sea pasado, Macri deberá recapacitar y
comprender que la manera de su gobierno de gestionar la economía es
inconveniente. Está claro, que no quiso repetir la experiencia que representó
el conflicto entre Menem y Cavallo. La idea de un presidente sometido a un
ministro de Economía poderoso ha querido ser evitada desde entonces por todos
los presidentes. La repetición más calcada se dio entre Kirchner y Lavagna.
Pero sirve para momentos de bonanza. Cuando hay una crisis lo que hace falta
es un Ministerio de Economía fuerte –que sea a su vez fusible– con ideas
y capacidad de ejecución. Es lo que no ha pasado en el actual gobierno.
Las desavenencias entre el ministro de Energía, Juan José Aranguren, y los otros ministros del área económica son harto conocidas. Las que existen entre Federico Sturzenegger con Caputo, Dujovne, Peña y Quintana, también. Liberar el precio de los combustibles en un contexto de aumento del petróleo no parece haber sido una medida feliz. Permitir que el JP Morgan comprara más de 850 millones de dólares a 20,50; tampoco. Y así sucesivamente.
El Presidente, que hasta hace tres semanas se sentía pensando
en la reelección, se ha visto enfrentado a una realidad que, hasta
aquí, lo ha desbordado. De una corrida cambiaria
inadvertida y minimizada se ha pasado a una crisis de credibilidad de su
gobierno que nadie previó. Es éste, pues, un buen momento para escuchar y darse
cuenta de que debe, más que nunca, escuchar. “La democracia es darle, al menos
por una vez, la razón al otro” (Winston Churchill).
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