domingo, 9 de febrero de 2014

Política, dinero y poder… De Alguna Manera...


Política, dinero y poder…

SIN TITULO. Hebe de Bonafini. Foto: Pablo Temes.

El Gobierno tiene preocupaciones que no son las mismas que las de la gente. Parecidos y diferencias con Alfonsín y Menem.

La mayor parte de las cosas pasa dentro de la cabeza de la gente, no necesariamente en el mundo real”. La frase es de Roman Gubern (El eros electrónico) pero la idea es tan antigua como el pensamiento social. Debería ser un axioma básico de la práctica política. No sólo en estos tiempos del marketing político y de la comunicación exacerbada; ya lo era hace dos siglos en las democracias sin marketing, y en tiempos de Shakespeare y de Maquiavelo, y en los de Cicerón, y sin duda antes. Pueden existir también otros principios para orientar la práctica política: principios éticos, ideas, objetivos de política pública. Pero las imágenes son decisivas y no deben ser ni ignoradas ni subestimadas.

Acerca del gobierno nacional, se discute casi a diario en términos éticos, en términos de sus ideas políticas, en términos de sus a menudo poco claros objetivos de política pública. Pero sus errores comunicacionales llevan a un territorio que a veces parece surrealista, que bien califica como “tragicómico”. Hace algunos años, uno podía escribir que algunos problemas que se presentaban en la escena del país se debían a “errores no forzados” del Gobierno, esencialmente en el plano comunicacional; parecía una idea interesante, no obvia, que algo explicaba. Hoy es tan obvio y tan cotidiano, que decirlo parece casi una tontera; pero sigue siendo así.

Uno de los episodios recientes de esta tragicomedia es el caso Tinelli/Fútbol para Todos. La expresión “tragicomedia” se hizo célebre por La Celestina, la historia de Calisto y Melibea, cuyo autor la llamó de esa manera “partiendo por dos la disputa” entre quienes la veían tragedia y quienes comedia. Esto puede aplicarse a Hebe de Bonafini cuando, irrumpiendo en un tema que no se entiende en qué le concierne, dictamina que “se trata de política, no de hacer dinero”. Si es política, está mal hecha. Si no es dinero, nadie lo cree, empezando por la señora Bonafini. En realidad es poder, y ésta es la peor manera de construir poder: es el mejor camino para acumular una cuota exigua de poder que será, como se lo está viendo, efímera. Es tragicómico –en parte porque Tinelli, con astucia, le aporta un toque de comedia–. Otro es el caso Boudou. El vicepresidente hace lo que puede, como puede; pero debería estar implorando a gritos: “Líbrame, Señor, de mis amigos”.

La capacidad del Gobierno para comunicar mal lo que la gente ya de por sí cree que está mal es asombrosa. Algunas cosas funcionan; ¿por qué no se las comunica? Un ejemplo: una de las pesadillas de los argentinos, desde tiempos remotos, ha sido siempre sacar un documento de identidad; este gobierno lo ha resuelto, contundentemente. Ese problema está resuelto, y es un logro. ¿Alguien habla de eso?

Los hechos negativos se suceden día a día. Algunos son inevitables; otros, producto de malas decisiones. La comunicación del Gobierno suma negativamente tanto a los que son inevitables como a los derivados de errores. Todo gobierno en el mundo se mueve tras objetivos de poder; este gobierno también. Pero buscar acumular poder y al mismo tiempo erosionar la confianza de la sociedad en quien lo hace es alimentar el propio fracaso político. La Cámpora, Unidos, Hebe de Bonafini, podrían operar en la sombra, porque son simplemente piantavotos; el cambio de gabinete producido hace tres meses podría haber sido resaltado y potenciado, porque la sociedad lo vio bien. Hay dos planos en los que el Gobierno parece no ver qué pasa por la cabeza de la gente: el de la “estima” pública, la confianza, la buena imagen –ese capital difuso que miden las encuestas– y el de los votos –ese instrumento inapelable que está en manos de la gente por cuya mente pasa la mayor parte de las cosas–.

La suerte de los gobiernos depende en parte de lo que hacen –y cómo lo hacen– y en gran parte de las expectativas de la gente. Las expectativas instalan a un gobierno y le conceden un capital de confianza para iniciar su camino, y las mismas expectativas lo desgastan y terminan decretando su final inapelable.

Lo que hacen los gobiernos –y cómo lo hacen– también está sometido al filtro implacable de las expectativas. Una buena política económica no es políticamente rentable porque resulte aprobada en un tribunal académico sino porque concita apoyo en la sociedad; y si eso no sucede, resulta políticamente costosa.

Alfonsín asumió el gobierno bajo un shock de confianza que la sociedad le concedió porque se proponía restaurar una democracia plena limitando el poder corporativo de los sindicatos y los militares, y se desintegró porque la sociedad había instalado el tema de la inflación como su prioridad y el gobierno no encontró respuestas. Menem capitalizó la expectativa social de acabar con la inflación, y lo logró; lo desgastó, finalmente, el problema del desempleo, que la sociedad instaló como su mayor preocupación. Kirchner asumió bajo una enorme expectativa de combatir el desempleo, y lo logró; pero con los años la sociedad instaló el tema de la inseguridad, y el Gobierno no le dio respuesta. (El primer gran desafío al gobierno de Kirchner lo protagonizó Blumberg, no los sindicatos ni las protestas “sociales”). El gobierno de Cristina Fernández de Kirchner sigue exigido por ese mismo tema, para el que no tiene respuesta, y además se le suma ahora la reaparición de la inflación como la expectativa creciente en la opinión pública.

Su falta de respuesta a este tema es aún más dramática de lo que fue en los años 80. Alfonsín se enojaba porque el tema no le parecía relevante, pero no negaba que la inflación estaba carcomiendo a la sociedad.

Este gobierno, además de negarla durante casi una década, la está agravando. Los ignotos muchachos de Unidos echan leña al fuego; imaginan un escenario de confrontaciones estratégicas que responde a una lógica de “toma del poder” en una sociedad que vive preocupada porque aumenta el precio del pan, de la carne y de los electrodomésticos, y sólo aspira a tranquilidad y diálogo. Hebe de Bonafini dice que hay que hacer política y no ganar dinero; exactamente lo opuesto a lo que espera la mayoría de la gente en la Argentina de hoy: menos política, un poco más de poder adquisitivo en el bolsillo.

© Escrito por Manuel Mora y Araujo el Sábado 08/02/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Huracán 2 vs. Crucero del Norte 1... De Alguna Manera...

 

De la mano de Toranzo, Huracán dio vuelta su encuentro...


Con goles de Leandro Caruso, de penal, y Matías Defederico en el complemento, Huracán dió vuelta el partido jugado en Parque Patricios ante Crucero del Norte y lo ganó 2 a 1. La visita se había puesto en ventaja por medio de Claudio Felippi cuando se jugaba el primer cuarto de hora del encuentro. Patricio Toranzo, quien volvió al globo después de 4 años, fue la figura del encuentro aplaudido por todos los quemeros.



Con distintas realidades pero el mismo objetivo de obtener un buen resultado al final de los noventa minutos, Huracán y Crucero salieron bajo un cielo gris, anunciando la lluvia, a jugar un nuevo duelo. De movida nomás, con un esquema ofensivo (4-3-3) el conjunto de Frank Kudelka tuvo las primeras situaciones claras en los pies de Villañanez que no se pudieron concretar. La sorpresa ocurrió a los 14’ cuando Fileppi de cabeza, luego que toda la defensa quemera se quedara estancada, anotó solo ante la salida de Gastón Monzón, que nada pudo hacer, el primer tanto del partido. De ahí en más, siendo el globo impreciso a la hora de ir a buscar el empate y ya bajo un fuerte chaparrón que poco dejaba jugar al buen fútbol, ambos equipos partieron al vestuario culminando el primer tiempo.

Otro sería el partido en el complemento, de arranque Patricio Toranzo, quien de a poco se fue poniendo el equipo al hombro, anunciaba que el gol estaba al caer mediante un remate que Caffa logro desviar. A los 18 Germán Mandarino ingresó al área vistante, siendo derribado por Romero ante la vista de Saúl Laverni, quién no dudo en marcar el penal. Leandro Caruso mediante los doce pasos cambió la falta por gol. Sin conformarse con la igualdad y yendo por mucho más, Matías Defederico con un remate preciso colocó el segundo tanto para hacer delirar a toda la popular local.

Si bien el equipo de Iván Delfino, quien se retiró muy enojado con el arbitraje, por medio del ingresado Ernesto Álvarez tuvo alguna situación para empatar sobre el final, por el buen jugo realizado en el complemento Huracán terminó siendo un justo ganador del duelo. Volvió Patricio Toranzo a la quema, jugó un gran partido como en los viejos tiempos del tiki tiki que a más de un memorioso hace ilusionar.

Síntesis:

Huracán 2


Gastón Monzón; Germán Mandarino, Federico Mancinelli, Eduardo Domínguez, Carlos Arano; Víctor Cuesta, Alejandro Capurro, Patricio Toranzo; Lucas Villafañez, Leandro Caruso y Matías Defederico.
 
DT: Frank Kudelka

Suplentes: Marcos Díaz, Leandro Correale, Ezequiel Gallegos, Lucas Villarruel, Alejandro Romero Gamarra, Mauro Milano y Ramón Ábila.

Crucero del Norte (Misiones) 1

Germán Caffa; Alejandro Pérez, Federico Rosso, Gabriel Tomasini, Dardo Romero; Miguel Nievas Escobar, Diego Calgaro, Claudio Fileppi, Juan Olivares; Diego Torres, Víctor Aquino.
 
DT: Iván Delfino.

Suplentes: Juan Mendonca, Facundo Torres, Blas Irala, Carlos Marzuk, Leonardo Roda, Juan Cabrera y Ernesto Álvarez
 
Goles: 13 PT. Claudio Fileppi; 63 ST. Leandro Caruso (de penal); 68 ST. Matías Defederico.

Cambios: Alvarez por Fileppi; Cabrera por Calgaro; Rodas por Torres en Crucero; Abila por Villafañez, Milano por Defederico y Villaruel por Toranzo en Huracán.

Amonestados: Víctor Cuesta (H); Pérez y Romero (C).
 
Expulsado: Claudio Fileppi

Arbitro: Saúl Laverni
 
Líneas: Osvaldo Marconi y Juan Vázquez
 
4to. Árbitro: Ariel Roldan

Cancha: Huracán


© Escrito por Marcelo Savio el Domingo 09/02/2014 y publicado por http://www.mundoascenso.com.ar

Las fotos:


Los goles:


La tabla






sábado, 8 de febrero de 2014

Juan Gelman... De Alguna Manera...


La vocación subversiva…

Gelman trató de configurar una visión de la poesía como respuesta a la historia. Foto: Cedoc.

El poeta argentino nacido en 1930 y considerado uno de los autores más destacados del habla hispana murió el martes en el Distrito Federal de México, donde residía desde hacía veinte años. El poeta ensayista mexicano José Homero traza un periplo de este poeta nacional.

Desde su primer libro, Violín y otras cuestiones (1956), Juan Gelman aportó una perspectiva inédita en la poesía de expresión castellana: el punto de vista del transeúnte, del habitante de las ciudades. “Mi alma se vestía de lentos adoquines”.
 
Uno de sus poemas más celebrados, El caballo de la calesita, comenzaba con un cuarteto endecasílabo que imbricaba la música de la calle con la música del tango: “Aire de plaza, ruido de tranvía./ (Galopando una música de tango/ gira el caballo de la calesita)./ Trajín, ciudad y tarde buenos aires.”

En una época en que se discutía no la inserción de la poesía en la historia –reclamo romántico– sino la inserción de la historia en la poesía, Gelman, sin soslayar su ideología ni su cariz militante, elegía una visión a nivel de calle. No la ajenidad del poeta heredero de los cúmulos románticos que busca salir de la historia mimando un mito, tampoco la del convencido de que hay una ruta con la revolución de corolario. Diríase que, pese a su vocación subversiva, Gelman nunca aceptó que la historia definiera al hombre. Porque, ante todo, el surgimiento de la historia es el planteamiento de un desarrollo en el que la Razón –con mayúsculas hegelianas– habrá de imponerse. Y lo que es inherente a esta voz, desde sus poemas con poética titubeante, es la dimensión humana, la interrogación de los objetos en su ser y la atribución metonímica de las cosas como espacios para el cuestionamiento; rasgo que derivaría en sello único.

Poesía que en la cuestión establece su cimiento pues antes que las respuestas es preciso formular las preguntas. Poesía donde la contrariedad se disuelve, del mismo modo que esta poesía urbana es a un tiempo poesía de la naturaleza, pues esas calles de música ululante proliferan proletarias de crepúsculos, pájaros, violines. Calles donde los vestigios de su naturaleza otra se aposenta: pájaros, crepúsculos, árboles. Voces esdrújulas para echar al vuelo el bronce sordo de la gramática. Poesía donde el poeta es la suma de las cosas y ya memoria; donde los objetos no se enumeran como objetos ajenos sino como elementos constitutivos del yo: “Un pájaro vivía en mí./ Una flor viajaba en mi sangre”. Y: “Me duele un abedul lleno de cielo/ que en mi recuerdo recogí en el campo”.

De ahí que frente a la crítica académica que delimita etapas en la poesía de Gelman trazando correspondencias con las peripecias vitales, recuerde que la compleja relación con la historia y la posterior concepción de la poesía en su filiación hermenéutica no comienzan a partir del exilio sino desde su piedra fundacional. El estilo, la dicción no es la misma, pero sí la intuición. Aun los rasgos de lo que podríamos llamar “la poética Gelman” ya están aquí: neologismos, diminutivos, conciencia de que escribir poesía es un acto de resquebrajamiento. Si para Heidegger, en su lectura del Hölderlin –al que también recuerda Gelman–, la palabra poética acusa un quebrantamiento, en el ejercicio del porteño se transforma en resquebrajamiento. 

La obra de Gelman es un recorrido para configurar una visión de la poesía como respuesta a la historia, no en la isotopía de una salida, una trascendencia o una superación, sino como un proceso dialéctico que a partir de los acontecimientos instaura una visión. O una versión. La experiencia y no el idilio convierte a Gelman en hermeneuta. Y por ello su visión es más profunda que la de los poetas cuyo refugio mitográfico no alcanzó la sima de la experiencia y por ende la cima menos.

No es casual que en la recepción de los más importantes premios literarios que mereció –el Nacional de Poesía, el Reina Sofía y el Cervantes– se concentre en la concepción de la poesía como aletheia, fuente de verdad. Resalto la referencia en cada discurso a los griegos y también a la condición de develamiento, de desarrollo, de potencia que conserva la palabra poética. Dice en el discurso con que aceptó el Nacional de Poesía: “Para los atenienses de hace veinticinco siglos el antónimo de olvido no era memoria, era verdad. La verdad de la memoria en la memoria de la verdad. Las dos son formas de la poesía extrema, esa que siempre insiste en develar enigmas velándolos”.

Lo que se omite es que para los griegos, cuya configuración se asienta en el ciclo, como demostrara Kostas Papaioannou en el bello libro La consagración de la historia, la razón no admite interpretaciones, lo que se interpreta es aquello que permanece en la sombra. Y es justamente ese conocimiento, agónico y agonista, lo que atrae la atención del poeta. Nos enfrentamos, pues, a una condición de la verdad que nada tiene que ver con la condición teorética del razonamiento. La verdad, el concepto de verdad que ofrece la palabra poética, es entonces un acercamiento no a la razón sino a lo que nos constituye, lo que une al hombre con los seres y los convierte en río: la función de la poesía.

Ya se ha asentado la relación entre Gelman y el misticismo. El mismo remarca el vínculo justamente en la recepción cervantina. E indica que en su caso la ausencia se vincula con el exilio –“ la presencia ausente de lo amado, Dios para ellos, el país del que fui expulsado para mí”. Cabe preguntar sin embargo si en realidad el exilio no es un trasunto para algo más hondo y cuya oquedad procede de más allá. Una condición inherente al hombre. Porque si la relación con la historia de Gelman tiene que ver con la constatación del fracaso de la lucha guerrillera y el horror de los crímenes de la dictadura, la conciencia de que escribe desde la derrota y la resignación de que las pérdidas no serán paliadas por una revolución cada vez más lejana, su tematización de la ausencia va más allá de la nostalgia de la tierra patria para convertirse en trasunto de un exilio esencial. Parte de esa concepción aflora en su hondo, enorme poema que es Carta a mi madre. ¿Acaso la poesía es el intento de encontrar un camino que nos reconcilie? Si es así el exilio fundamental es el nacimiento: “¿Por eso escribo versos?/ ¿para volver al vientre donde toda palabra va a nacer?// ¿Te reproché todo el tiempo que me expulsaras de vos?/ ¿ése es mi exilio verdadero?”.

La singularidad de la poesía de Gelman reside en que su relación con la historia, como he dicho, es dialéctica. No propone una mitografía ni una recuperación del papel romántico del poeta. Tampoco plantea la insurrección ni la conversión de la poesía en vida, aun cuando su héroe, Francisco Urondo, lo asumiera. Lo que hay de historia en Gelman es el hálito pútrido de la derrota, del fracaso, de las muertes, de las desapariciones, del exilio, de la nostalgia, de la soledad, de la alienación, de las extensiones y manifestaciones con que el poder establece su dominio. Y sin embargo esta caterva de emociones negativas y de configuración de la orfandad se redime mediante la convicción de que sólo a través de la palabra poética se combate el mal, que es justamente esa progenie negativa ya descripta. Gelman necesita del fracaso de los ideales, de la constatación de la historia no como redención, no como un teatro universal, sino como un escenario granguiñolesco del horror, para intuir, para comprender, en su esencial ambigüedad, el carácter educativo, proyectivo que posee la poesía.

La escritura poética es nuestra Antígona, es la hermana que acompaña al hombre para recoger el cuerpo despedazado de sus semejantes y perpetuar no sólo el monumento que asienta la comisión del crimen, sino también los oficios y rituales que demuestran que el muerto es un ciudadano. “Y los hombres no han logrado aún lo que Medea pedía: curar el infortunio con el canto”, recordaba Gelman en su discurso de recepción del Premio Cervantes.

La poesía habla al ser humano no como ser hecho, sino por hacer, le descubre espacios interiores que ignoraba tener y que por eso no tenía… Nombra lo que la esperaba oculto en el fondo de los tiempos y es memoria de lo no sucedido todavía.
 
La universalidad y vigencia de la poesía de Gelman no concluye aquí. Su obra entraña una poética campesina que va más allá de la condición urbana que la distingue. La memoria no se limita a ser la relación de los hechos y las circunstancias personales sino que se enlaza con la genealogía. Por eso la importancia de los poemas a los padres, en especial ese conmovedor y extraordinario kaddish por la madre muerta –Carta a mi madre–. Con todo, la memoria no concluye con la genealogía. La memoria es también concepción y sobre todo potenciación. Heidegger vio en los zapatones viejos de Van Gogh una poética de la tierra, una enunciación donde confluye la naturaleza con la acción humana. El objeto que cifra la poética terrestre, o mejor dicho radical, en su carácter de raíz, de enraizamiento, de comunicación con lo profundo, y de ahí las potencias de las sombras que han de aflorar en luz, es la cuchara. ¿Hemos reparado en la presencia de la cuchara en la obra de Gelman? La cuchara está presente desde el primer libro (“De llorar a raíz de la cebolla/ y de reír a punto en la cuchara”) y continúa su recorrido hasta aflorar nítidamente en esa especie de sentencia presocrática que indica que la cuchara permite sopesar la nada.

Por ello, a partir de la relación y catálogo de objetos cotidianos, nimios, el poeta contempla el vacío como punto genésico.

No quisiera cerrar este recorrido por la obra de Gelman sin concluir que si bien la poesía es memoria y testimonio de la vida del hombre en la tierra, también es nuestra peculiar forma de gozo. Conmueve y zozobra que un poeta con una vida tan dolorosa, que sufrió el distanciamiento con su madre –relación difícil como es con frecuencia, ay, la de nosotros con nuestra madre–, que sufrió la muerte de aquel hijo a quien quería proteger de la desdicha desde la cuna y que no olvidó nunca a los amigos –Paco, Rodolfo, Haroldo– sea también uno de los poetas que más enaltece el gozo, el disfrute del canto.

Queda entonces esa lección: la palabra poética “continúa desde el fondo de los siglos como nuestra belleza posible” y es también la alegría, el temblor fundacional. “El canto, pese a todo es gozo./ Oigame amigo,/ cambio sueños y música y versos/ por una pica, pala y carretilla./ Con una condición:/ déjeme un poco/ de este maldito gozo de cantar”.
 

Acotaría: si la poesía es gozo es porque el poeta, primordialmente, recupera al niño. Sólo la condición niño permite esa poética menor atenta a las cosas pequeñas, a la nimiedad, que es la esencia de la tierra.

“Un niño es de carne, hueso, pelo enrulado o no y muchas preguntas./ Pero sobre todo tiene una substancia, un soplo, material, espiritual/ químico, físico o yo qué sé que despierta poderosamente la ternura./ Se preocupa  mucho por las cosas más pequeñas. Canta y ríe/ fácilmente. Y no le importa ensuciarse las rodillas.”

El pasado, la memoria, el olvido

Gelman comprendió que sólo la memoria, la historia en sí, la evocación de nuestros muertos, puede combatir el olvido y la desmemoria. Y esta memoria es concitada, con su carácter percusivo, de ritmo ancestral, por la voz poética. En el cuerpo de la sociedad despedazada proliferan entonces los ritmos trastrocados, la sintaxis se subvierte, el ritmo, aquel grácil del soneto y el endecasílabo, se confunde y se convierte en otro gracias a los tajos de la diagonal, a los forzados y violentos encabalgamientos y sobre todo a un esencial frotamiento de la construcción para convertir el poema en una derivación, en un flujo de memoria. Si en Perlongher afloran los cadáveres que oculta/niega la dictadura, en los vocablos, en el combate del poeta con la lengua se recuperan y nombran los desaparecidos, los muertos, los vivos en el lenguaje. Trabajo de memoria que es también de resistencia contra el olvido.
A través de la cultura del neologismo, Gelman consigue trascender el coloquialismo y cierto sentimentalismo presente en el arco que va de sus primeros poemas a Gotán, para devolver a la escritura una condición de hueso o huso, donde se tejen desnudez y testimonio de trascendencia.

Pocos poetas en castellano pueden reclamar para sí haber recogido la lanza de la pregunta de Theodor W. Adorno: ¿Después de Auschwitz tiene lugar la palabra poética? Gelman retoma la cuestión y a través de su peculiar Auschwitz, la dictadura, comprende que el lugar de la poesía es acicate de memoria y cristalización también de los anhelos del hombre. El lugar del poeta es el del deseo; y por ello su tiempo enlaza el porvenir con el pasado. En los tiempos de la poesía el futuro se entronca con el origen y el futuro del hombre, como quería Nietzsche, es devenir niño. Esta simultaneidad anula la excepcionalidad de la historia.

© Escrito por José Homero el Sábado 18/01/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.