domingo, 16 de septiembre de 2012

Minorías… De Alguna Manera...


Minorías…

Eclécticos. El jueves en Plaza de Mayo la protesta tuvo distintos móviles y un catalizador: el "profundo desagrado" con el Gobierno, sin exculpar a la oposición.

Una interpretación es que aquí no pasó nada electoralmente relevante porque quienes se manifestaron fueron los mismos que nunca votaron ni votarán por el kirchnerismo. Pero aun aceptando que el voto de esta minoría nunca fuera para el Gobierno, sería un error para el kirchnerismo minimizar el efecto electoral que tienen las imágenes de quienes se movilizaron, sobre todo en aquellos que no fueron a protestar.

El peronismo ha sido históricamente experto en aprovechar el valor contagio-legitimación-amedrentamiento que produce la movilización de una minoría sobre el resto. Siempre se manifiestan minorías; si ellas representan a la mayoría o no, sólo se confirma en las urnas.

Además, las mayorías siempre comienzan siendo minorías, y aunque continuaran siendo minorías, lo que falta en la política argentina es el contrapeso entre mayoría y minoría porque esta última carece de voz. Una minoría más combativa también sería un hecho político.

Aunque quienes protestaron la noche del jueves fueran exclusivamente de clase media hacia arriba, no se podría desconocer que las redes sociales y los celulares permiten la emergencia de un nuevo sujeto político que, aun siendo el mismo de siempre, al hacerse visible se hace otro. Salvando las muy gigantescas distancias, la bien mayoritaria clase obrera existía antes del 17 de octubre de 1945, pero al hacerse visible se convirtió en un actor político de otra relevancia.

La indignación es un combustible, pero sin una máquina política no llega a ninguna parte. Los Indignados de Europa y Estados Unidos fueron consumiéndose en su abstracción, mientras que en la Primavera Arabe la combinación de indignación más redes sociales pudo institucionalizarse por la existencia de organizaciones políticas que le dieron cauce a esa energía.

Creer que los medios de comunicación clásicos pueden ser originadores o receptores del mandato de la movilización es una simplificación: la protesta fue multicausal, y no salva a la oposición. En la tentación de creer lo primero caen los kirchneristas (“lo armó Magnetto”) y en lo segundo, algunos opositores.

Cómo sigue dependerá también de la respuesta del Gobierno. Si absorbe el golpe, hace correcciones y baja el tono, podrá lograr que las protestas vayan achicándose hasta diluirse. Pero si redobla la apuesta, aumenta la controversia y endurece la lengua, corre el riesgo de cosechar protestas cada vez más numerosas. Y todo lo que nace pacífico en su escalamiento puede dejar de serlo.

La palabra de época que no se integró al relato oficial es “autoconvocados”. Probablemente la más temida, porque escapa al control orgánico. Parcial o totalmente cierto, una autoconvocatoria llevó a De la Rúa a la renuncia. Y otra autoconvocatoria generó el conflicto del campo en 2008. El efecto depende de la intensidad y la persistencia de la protesta. Ya en junio hubo tres cacerolazos que perdieron fuerza.

El futuro es por naturaleza incognoscible. El pasado reciente muestra que ha ido aumentando un goce en Cristina por provocar exaltación en propios y ajenos. Respondió a esta protesta diciendo: “No me van a poner nerviosa”. Pero algo alterada debió estar el día que dijo que sólo había que temerle a Dios y un poco a ella, aumentando el encono de quienes no le tienen simpatía. Ojalá regrese de El Calafate más calmada.

El jueves se especuló con que militantes de La Cámpora impedirían el ingreso de manifestantes a Plaza de Mayo. Finalmente triunfó la cordura. Ojalá siga triunfando.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 14 de Septiembre de 2012.


miércoles, 12 de septiembre de 2012

El 11-S y las mentiras de Obama… De Alguna Manera...


El 11-S y las mentiras de Obama…


Un libro pone en dudas la versión oficial sobre la muerte de Bin Laden. La campaña presidencial en medio de un nuevo aniversario del atentado terrorista. Por qué Obama se vistió de Bush.

Barack Obama había llegado a la Casa Blanca prometiendo cambiar la imagen de desprecio por las instituciones internacionales que había ofrecido George W. Bush. Pero, en medio de su campaña por la reelección, el presidente de los Estados Unidos recurre a las mismas despreciables herramientas que utilizaba su antecesor.

Esto es lo que parece sugerir la publicación del libro No easy day (No fue un día fácil), cuyo subtítulo es El relato en primera persona de la misión que mató a Bin Laden.

El trabajo se publicó la semana pasada y ya está conmocionando a Estados Unidos. Y al mundo. Fue escrito por Matt Bissonnette, un miembro de los Navy Seal que participó de la Operación Gerónimo, que el año pasado terminó con la vida del creador de Al Qaeda.


Bajo el seudónimo de Mark Owen, el marine asegura haber disparado a un malherido Bin Laden para matarlo y también da detalles de cómo se produjo la misión. El gobierno de Estados Unidos acusó al autor de no haber entregado una copia a sus superiores, de revelar secretos militares y de poner en peligro la seguridad de los Estados Unidos.

Pero ni el Pentágono, ni el Departamento de Defensa ni la Casa Blanca acusaron a Bissonnette de mentir: cuestionan por qué habló, pero no critican lo que dijo.

El libro resuelve interrogantes que habían alertado a la comunidad internacional:

¿Por qué murió Bin Laden?

A las pocas horas haber terminado la Operación Gerónimo, Obama anunció que Bin Laden fue asesinado porque había “resistido en un tiroteo”. Pero el autor del libro demuestra que el fundador de Al Qaeda estaba desarmado: “Antes de salir reparé en un estante sobre la puerta. Estaba en el exacto lugar donde él (Bin Laden) había asomado la cabeza. Deslicé mi mano y sentí dos armas, que resultaron ser un AK-47 y una pistola Makarov en una cartuchera. Revisé las recámaras. Ambas estaban vacías –asegura Bissonnette–. El ni siquiera había preparado una defensa. No tenía intenciones de pelear. Les pidió a sus seguidores por décadas que usaran chaleco-bomba o que estrellaran aviones en edificios, pero él ni siquiera estaba armado”.


¿Por qué Washington ocultó el cuerpo de Bin Laden?

La versión oficial de la Casa Blanca sostiene que el cuerpo de Bin Laden fue arrojado al mar para respetar una ceremonia islámica. Pero el autor demuestra que si Estados Unidos mostraba el cuerpo, hubiese generado un caos internacional: “La cara del hombre estaba deformada, con al menos una herida de bala y cubierta en sangre. El agujero en su frente le había hundido la parte derecha del cráneo. Su pecho estaba destrozado por las balas. Yacía en un enorme charco de sangre”

Bin Laden debía pagar por las tres mil personas que murieron hace 11 años en Nueva York. Bin Laden debía ser acusado por las decenas de atentados terroristas producidos por Al Qaeda, la red que fundó y financió. Bin Laden debía responder por el terror que generó en el mundo entero.


Pero Bin Laden debería haber enfrentado una corte internacional para demostrar las diferencias entre los que buscan justicia y los que siembran terror.

© Escrito por Rodrigo Lloret y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el martes 11 de Septiembre de 2012

Todo el contenido publicado es de exclusiva propiedad de la persona que firma, así como las responsabilidades derivadas.

martes, 11 de septiembre de 2012

Michelle Obana, Ensoñación...


Ensoñación…

Michelle Obana

Tuve suerte. Me tiré el lance y me salió bien. Le pedí a Michelle Obama que me respondiera algunas preguntas para mis lectores, aquí en la Argentina. La primera dama de los Estados Unidos aceptó. Confieso que admiro profundamente a esta mujer de 48 años. Su historia es conmovedora.

¿Qué significa ser la primera dama del país más poderoso del planeta? Servir como primera dama es un honor, un privilegio extraordinario. Viene de una familia humilde, de gente de trabajo, y ha llegado a la Casa Blanca. ¿Cómo se atraviesa por esa experiencia? Mire, mi padre enfrentó numerosos desafíos en su vida. Padecía de esclerosis múltiple y trabajaba en la planta potabilizadora de agua en nuestra ciudad. Casi nunca faltó al trabajo. El y mi madre estaban resueltos a darnos a mí y a mi hermano la educación con la que ellos sólo pudieron soñar. Y en un país donde estudiar en la universidad cuesta mucho, ¿cómo pudieron hacerlo? Cuando mi hermano y yo finalmente entramos a la universidad, nuestros aranceles se pagaban con nuestros créditos estudiantiles y por becas, pero papá sin embargo insistía en pagar una pequeña porción del arancel de su bolsillo y cada semestre se proponía pagar a tiempo, incluso endeudándose cuando no le alcanzaba. Estaba tan orgulloso de poder mandar a sus hijos a la universidad que se aseguraba de que nunca quedáramos sin inscribirnos si su cheque no llegaba a tiempo.

¿Por qué era tan importante para su padre, un trabajador municipal, que ustedes estudiaran en la universidad? Porque como para muchos de nosotros, ésa era la medida de su éxito en la vida: ser capaz de parar la olla decentemente para poder sostener a su familia. ¿Sus orígenes y escenarios familiares son parecidos a los de su marido Barack, no es cierto? Barack fue criado por una madre que luchaba para llegar a fin de mes, y por abuelos que ayudaban cuando su mamá lo necesitaba. No envidiaban a nadie, ni les importaba que otros tuvieran mucho más que ellos. Creían simplemente en la fundamental promesa norteamericana: incluso si uno empieza con poco, pero trabaja duro y hace lo que debe hacer, debe poder vivir una vida decente y asegurar una vida mejor para sus hijos y sus nietos. Así nos criaron.

¿En qué se parecen su vida y la de su marido a las de sus padres y abuelos? Aprendimos de esos ejemplos dignidad y decencia. Nos enseñaron que importa mucho más trabajar duro y parejo que el dinero que se gane. Que ayudar a los demás significa más que salir adelante uno solo. Nuestros viejos nos enseñaron a ser honestos e íntegros. Importa mucho decir la verdad. No es bueno tomar atajos. Lo importante es ser fieles a nuestros valores. Bueno, pero ¿para el norteamericano medio acaso no importa tener éxito? El éxito no sirve a menos que uno llegue a él de manera recta y justa. Nos enseñaron a ser agradecidos y humildes. Supimos gracias a ellos que mucha gente tuvo que ver con nuestros logros, desde maestros y profesores que nos inspiraron, a trabajadores de maestranza que limpiaban nuestras aulas en el colegio.

¿Y cómo se relacionan esas experiencias con la vida en la Casa Blanca? Cuando se trata de reconstruir la economía, Barack piensa en mi viejo y en su abuela, en el orgullo que siente un asalariado tras una dura jornada de trabajo. Y cuando se trata de proporcionarles a nuestros hijos la educación que se merecen, sabe que, como yo y muchos, él nunca podría haber estudiado en la universidad sin ayuda financiera. ¿Vivían de manera muy austera? Me podrá creer o no, pero la verdad es que cuando estábamos recién casados la suma combinada de nuestras cuotas mensuales para pagar el crédito estudiantil era mayor que el monto de la hipoteca de nuestra casa. ¡Eramos tan jóvenes, estábamos tan enamorados y teníamos tantas deudas! ¿Piensa que la de ustedes es una demostración del mítico american dream? Barack sabe qué es el sueño americano porque lo ha vivido. Cree que cuando uno trabaja duro, hace bien las cosas y toma en cuenta las oportunidades, usted no cierra esa puerta detrás de él. Para él, el éxito no consiste en cuánto dinero uno acumula sino en la diferencia que uno produce en las vidas de la gente.

Ese matrimonio que vive hace cuatro años en la Casa Blanca y viaja en el Air Force One, ¿en qué se diferencia de lo que fueron como jóvenes afroamericanos tratando de salir de la pobreza? Amo en Barack que nunca haya olvidado cómo comenzó su vida, que podamos confiar en que hará las cosas que dice que va a hacer, incluso cuando es pesado, especialmente cuando es muy duro hacerlo. Eso amo en él, que nunca piense en términos de “nosotros” y “ellos”. No le importa que seas demócrata, republicano, o ninguna de ambas cosas. Entonces, ¿cómo llegaron adonde llegaron viniendo de donde venían? Llegamos a la Casa Blanca gracias a gente como mi padre y la abuela de Barack, hombres y mujeres que se dijeron “puede que no tenga la posibilidad de hacer realidad mis sueños, pero tal vez mis hijos podrán. Tal vez mis nietos podrán”.

Ya casi sobre la fecha en la que su marido será votado para permanecer o no cuatro años más en la presidencia de los Estados Unidos, ¿cuáles son sus emociones y ansiedades? Hoy sé por experiencia que si verdaderamente queremos dejar un mundo mejor para nuestros hijos e hijas, si queremos darles las bases para que sus sueños y oportunidades estén a la altura de sus proyectos, si queremos infundirles el sentido de esas posibilidades sin límites, su convicción de que aquí, en los Estados Unidos, siempre hay algo mejor delante de nosotros mientras estemos dispuestos a esforzarnos en pro de esa meta, entonces tenemos que trabajar como nunca antes, volver a unirnos y apoyar al hombre en el que se puede confiar para que éste, nuestro gran país, siga avanzando: mi marido, el presidente Barack Obama.

Obviamente, Michelle Obama no me concedió una entrevista. Esta fue una licencia periodística. Sus “respuestas” literalmente son sus palabras en la convención del Partido Demócrata de esta semana en Charlotte, Carolina del Norte. El copyright del concepto sobre el cual trabajé este reportaje “fraguado” pertenece a Juan Carlos de Pablo, cuyos “diálogos” con muertos ilustres los domingos en La Nación son una valiosa marca registrada. Todo lo que Michelle Obama sostiene choca de manera colosal con los usos y costumbres de la Argentina, donde la cultura del esfuerzo, el rigor de las obligaciones y la ética de las responsabilidades son rasgos minoritarios. ¿Alguno de ustedes podría imaginar estas palabras en boca de Cristina Fernández?

© Escrito por Pepe Eliaschev y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 8 de Septiembre de 2012.


Hugo Barrientos, Club Atlético Huracán... De Alguna Manera...


Hugo Barrientos, anatomía de un hombre recio...

En los pasillos del estadio de Huracán, un club en el que se siente cómodo.

Su sola presencia infunde respeto, cuando no temor. Define al fútbol como una jungla y en ese marco se considera un guerrero. Leal, pero guerrero al fin. Volvió a Huracán luego de una etapa muy movida en All Boys, donde se lo criticó por jugar al borde y sufrió un doping. Pero nada lo movió de su eje.

La anatomia de un hombre recio también se percibe en los detalles domésticos. Hugo Barrientos es de esas personas que, cuando se presentan ante un desconocido, aprietan la mano dos niveles de potencia más allá de lo establecido: convierten un saludo formal en una demostración de fuerza, horadan una marca, delimitan un territorio. De una intensidad similar, o mejor dicho superior, se lamentan algunos de sus rivales cuando el mediocampista más áspero del fútbol argentino cruza sus piernas en mitad de cancha: se quejan de que sus botines no tienen tapones sino cuchillas, que a sus codos los carga el diablo, y que su juego no orbita alrededor de la bravura, sino de la violencia.

En las últimas temporadas, el nuevo 5 de Huracán quedó estigmatizado como un Darth Vader en pantalones cortos. Los suyos lo veneran y los otros le temen, como si realmente conociera –y aplicara- el poder del lado oscuro. El reciente paso por All Boys del futbolista que mejor interpreta la dualidad del yin y el yang fue una combustión de energías contrapuestas, la de haber alimentado su buen currículum profesional como partícipe necesario de la epopeya de un club de barrio que se abrió paso entre los más poderosos, pero al costo de haber multiplicado los expedientes de su prontuario futbolístico particular: la sangrienta agresión a Rubén Ramírez en un partido contra Banfield en diciembre de 2010, su persecución con perros de caza a Giovanni Moreno, el día de febrero de 2011 en que el colombiano de Racing se rompió los ligamentos cruzados en un duelo cargado de pólvora, y sus dopings positivos frente a San Lorenzo e Independiente en dos fechas consecutivas de mayo de 2012.

Pero semejante colección de desventuras no hizo corrosión en su imagen, sino que la amoldó a lo que Barrientos realmente es: un tipo con espíritu fugitivo que, como los inmigrantes centroamericanos que atraviesan el desierto de Sonora y se filtran en Estados Unidos escapándose de la persecución policial, hace de una cancha de fútbol el territorio en el que corre por su supervivencia personal. En su rebeldía a la legalidad que lo rodea, Barrientos es un apátrida que raspa tan al límite del reglamento que resulta fácil imaginarlo en puntas de pie, en una noche sin luna, cambiando de lugar los monolitos de la frontera que separa el juego vigoroso del negligente. A veces se queda de un lado y a veces invade el otro, pero a los efectos de sus reglas es indistinto: su patria es el borde.

-¿Qué pensás cuando te acusan de mala leche?
-No lo soy, yo nunca golpeé para hacer daño. Ser mala leche es ser mala persona o mal padre (tiene dos hijos: Gastón, de 11 años, y Lourdes, de 7), o mal amigo, y yo soy todo lo contrario. Yo soy buena persona.

-Pero jugás duro. Sos un tipo duro.
-Yo soy un guerrero dentro de la cancha; pero un ángel fuera. Esto, el fútbol, es una jungla, resulta muy difícil, y no hay que bajar los brazos.

-Te gusta jugar al límite.
-Siempre jugué al límite, siempre jugué igual. El tema es no hacer daño, y yo no lo hago. Me gusta ganar, claro, y veces al que golpean es a mí, pero yo aprendí a bancarme los golpes.

-¿Y cuál es tu límite?
-Ser leal, y yo lo soy.

-Ya tenés 35. Te quedan algunos años, pero tu carrera está más o menos hecha. ¿Qué te enseñó este ambiente?
-Aprendí a escuchar, a pensar como pienso y a conocer mucha gente, gente buena y gente mala.
Hugo empezó a moldear su personalidad de guerrero (o de conspirador del reglamento, o de contestatario al orden establecido, o de anarquista que descree de las leyes) en canchas de piedras y de tierra, una geografía hostil que años más tarde se correspondería con su juego de dientes afilados. No era pobreza eso que lo rodeaba, sino el rostro menos amable de la Patagonia, el de la fiereza climática de Comodoro Rivadavia, el lugar donde nació el 3 de enero de 1975: en la capital argentina del viento y la sequedad no existían entonces estadios de césped, a diferencia de los cuatro que se levantaron en los últimos años: los de Jorge Newbery, Huracán, Petroquímica y el Municipal, donde la Comisión de Actividades Infantiles (CAI) hace de local.

En su anterior paso por Huracán logró el ascenso a Primera. Ahora quiere repetir.

Sus reminiscencias apuntan al fútbol como el entretenimiento más divertido y saludable, pero también como un ritual de sacrificio. “Te tirabas y te pelabas hasta la oreja”, recuerda primero. “Me curtí desde chico”, decodifica enseguida. Barrientos también es un caso de insurrección porque, a diferencia de varios colegas de profesión, eligió un recorrido inverso al de los muchachos que encuentran en el fútbol una solución a sus debilidades económicas: su dedicación al deporte profesional le significó escaparse del confort de una familia sin urgencias gracias al trabajo de su padre, Hugo, que le ponía el cuerpo a la industria petrolera a 200 kilómetros de Comodoro, en medio de la meseta patagónica; mientras su madre, Carmen, ama de casa; y su hermana, Jorgelina (hoy en Estados Unidos), aportaban calidez femenina al hogar.

“Terminé el secundario y pensaba estudiar el profesorado de Educación Física, o sea que vivía bien. Dedicarme al fútbol me hizo conocer algunas dificultades que en mi casa no había. A nosotros no nos faltaba nada, yo tenía auto y un cuatriciclo, y de repente el fútbol me hizo vivir peor, pero yo elegí ese cambio, es lo que quería”, explica en una frase que lo define como un self-made man: el fútbol no buscó a Barrientos, sino que Barrientos buscó el fútbol.

Es posible que en esa decisión, seguramente genética (su padre había sido futbolista en la liga local y abrió una dinastía que siguió con sus tres hijos varones: Hugo, Pablo -su hermano talentoso, hoy en Catania- y Leo –el menos conocido de la familia, en la actualidad en Jorge Newbery de Comodoro, del Argentino B-), pero también porfiada y antojadiza, nazcan las raíces indómitas de Barrientos: nunca hay que menospreciar a quienes hicieron de una obsesión, y no de una vocación, su forma de ganarse la vida. Lo que continuó fue, acaso, inevitable: plantarles bandera a los futbolistas que eligieron su profesión a partir de su talento genético, marcarlos con énfasis en mitad de cancha y, si es necesario, someterlos a una guerra de guerrillas para sacarles la pelota. No está claro si es un futbolista-cacique o un cacique-futbolista, pero sus piernas son boleadoras de carne y hueso.

Paradójicamente, Hugo, que creció en un barrio de Comodoro cuya mención connota beatitud, Ceferino Namuncurá, empezó a jugar en un club de nombre que causa ternura: La Proveeduría. No eran, todavía, tiempos de partidos de once contra once, sino de baby fútbol. La Patagonia en invierno obliga a refugiarse en gimnasios cerrados en los que aprendió a pisar la pelota y a comandar a sus compañeros, aunque él no se asigne un mérito en esa jefatura. El liderazgo, dice, no es un aprendizaje, sino un don innato e intransferible.

-Yo no me hice líder, yo nací líder. Lo mismo que capitán: se nace capitán, no se hace. Yo fui capitán en casi todos los clubes en los que jugué: la CAI, Rafaela, Huracán, Instituto y All Boys. Solo no lo fui en Newell’s ni en Olimpo.

Barrientos pasó entonces de La Proveeduría, donde era delantero y hacía dupla ofensiva con su coterráneo Andrés Silvera, a su club preferido de Comodoro, Jorge Newbery, y de allí al equipo que amasa, cocina y sirve lo mejor del sur argentino: la CAI. Ya jugaba en cancha grande, ya era volante central y ya se desvivía por ser un continuador de la épica de Blas Giunta, el cinco de Boca que -Hugo se admiraba por televisión- jugaba en estado de ebullición, con venas hinchadas no de sangre sino de lava hirviendo, como a él le gusta.

-Veía que los futbolistas de Primera eran de Trelew para el norte del país, y me daba bronca: nadie se fijaba en los del sur. Entonces me propuse romper esa línea imaginaria. Somos de una camada de Comodoro que llegó a Primera: el Cuqui Silvera, Sixto Peralta, Mario Santana, Alexis Cabrera (campeón de la Mercosur 2001 y de la Sudamericana 2002 con San Lorenzo, y de los Panamericanos 2003 con la Selección), Emanuel Trípodi, mi hermano Pitu y yo.

Con la camiseta de la CAI comenzó a peregrinar por canchas de Cipolletti, General Roca, Bahía Blanca, Esquel y otros clubes paradigmáticos del Argentino B, un torneo en el que hasta Eric Cantoná, Roy Keane o Andoni Goikoetxea se sentirían intimidados. Y fue en Trelew, en 1999, contra el Racing doméstico, donde dio su primera vuelta olímpica y festejó su ascenso al Argentino A. En realidad, Hugo ya había debutado a los 15 años en la liga local, en 1992, por lo que se trata de uno de esos pocos futbolistas que conocen el organigrama completo de los torneos de AFA: liga local, Argentino B, Argentino A, B Nacional y Primera A.

En el medio, en 1996, y con 19 años, Barrientos ya había tenido un flirteo con el fútbol porteño: se entrenó en Ferro junto a otro muchacho de Comodoro, David Jones (hoy también en Newbery), pero el posterior paso del técnico Oscar Garré a Lanús abortó la transferencia. La revancha se haría esperar: recién en 2000, Atlético de Rafaela divisa en los bajos fondos del fútbol patagónico a un joven con aura de guerrero y lo contrata. Para Barrientos, que no era un niño sino un joven de 23 años, comienza la gran aventura: deja el bienestar de su pago chico y recorre 2.000 kilómetros hasta una de las zonas más ricas de la Argentina, la cuenca lechera, donde es recibido como un extraño, casi como un intruso. Por primera vez tenía que demostrar ese liderazgo que él creía connatural ante compañeros que no solo no lo conocían, sino que lo desestimaban.

-Me costó, era diferente a lo que había vivido. Por suerte me apadrinaron Gustavo Semino (hoy en Crucero del Norte, Misiones) y Carlos Bonet (el paraguayo que jugó los Mundiales 2002 y 2006), y también me hablaban mucho Cachín Blanco (el técnico), (Angel) Comizzo y Rubén Forestello, pero otros compañeros me pegaban muy duro en los entrenamientos.

-¿Tan duro? Suena raro escucharlo de vos.
-Directamente era maltrato. Hoy es diferente, a los más chicos los cuidás, pero antes era maltrato. Además no cobré durante un par de meses, el club estaba endeudado y encima sufrí una doble operación de hombro. Hubo un momento en que pensé dejar todo y volverme.

Pero Barrientos no abdicó. Barrientos nunca abdica. El fútbol es más que una profesión, es una misión en su vida, y muy pronto consiguió el segundo ascenso de su carrera, con Atlético de Rafaela a Primera División, en 2003. Comenzaba una trayectoria en la A, en la que sumaría seis equipos (el mismo Rafaela, Olimpo, Instituto, Huracán, Newell’s y All Boys), seis mudanzas (Rafaela-Bahía Blanca-Córdoba-Buenos Aires-Rosario-Buenos Aires), 185 partidos, 10 goles, 8 expulsiones, un descenso (con Instituto, en 2006) y otro ascenso, el tercero en su cuenta personal, esta vez con Huracán a Primera División, en 2007.

No parece la trayectoria de un futbolista, sino una montaña rusa; pero como en la vida de Barrientos nunca hay excesos suficientes, también hubo tiempo para una operación de ligamentos en la pierna derecha: “Estaba a punto de firmar para Rosario Central, en diciembre de 2008, pero en la revisación médica me encontraron esa lesión que arrastraba desde hacía dos años y yo desconocía. Llamé al doctor Jorge Batista, de Boca, que es un fenómeno, me operó, y a los cinco meses ya estaba jugando”. Su rehabilitación, sin embargo, no fue en ningún equipo, sino en un country de Pilar, junto a Silvera, Martín Cardetti y algunos muchachos amateurs. Curiosamente, faltaba un par de años para que la hinchada de All Boys cantara con ritmo de tarantela: “Esta es la banda de Hugo Barrientos, la que te rompe los ligamentos, se mueve para acá, se mueve para allá, esta es la banda más loca que hay”.

-¿Nunca te preguntás si actuás bien o mal dentro de una cancha?
-Sí, claro: yo aprendí a perdonar y a pedir perdón.

-¿Y a quiénes les pediste perdón?
-A mis padres, a mi familia, a mis compañeros y a mis colegas. Igual, aprendí que el único que realmente perdona es Dios.

-¿Sos creyente?
-Sí, mucho.

-¿A Rubén Ramírez no le pediste perdón después de aquel codazo?
-No. Esa jugada se amplificó mucho por la sangre, que lo hizo más alevoso. Se habló demasiado. Yo reaccioné a un golpe previo de él.

-¿Te lo volviste a cruzar?
-No. Pero aparte creo que las cosas terminan ahí, en la cancha.

-¿Y lo de Giovanni Moreno?
-Se lesionó solo, están las imágenes. Ni tarjeta amarilla me sacaron. Ese es mi estilo.

-Pero había un clima muy denso.
-A él lo tenían como un ídolo, como un jugador a explotar. Hablar es gratis, las cosas quedan ahí. Yo nunca golpeé para dañar. Tengo las puertas abiertas de todos los clubes en los que jugué. En All Boys me tienen casi como ídolo.

En All Boys atravesó momentos difíciles, pero los hinchas lo adoptaron como ídolo.

 -¿Cómo convive un futbolista cuando el control antidoping le da positivo?
-Fue un momento complicado. Una parte del periodismo, además, me jugó muy feo. Pero si hay doping, está bien que haya sanción.

-¿Qué fue lo que pasó?
-Ya está, listo, tengo que cumplir la sanción y empiezo jugando otra vez para Huracán.

-¿Qué es peor para un futbolista? ¿El día siguiente a un doping positivo o estar involucrado en la lesión de un rival?
-Hay cosas contra las que no se puede luchar. Yo me hago cargo de todo lo que hago y digo, pero después el periodismo te puede hacer una fama y listo, ¿qué puedo hacer?

-¿Nada te derriba?
-Nada. No soy de madera, pero hay que tener la cabeza fuerte. El fútbol es muy lindo, pero también tiene sus cosas feas. No hay que bajar los brazos. Ni loco, los bajo.

-¿No te deprimís nunca?
-No, siempre hay que tener una sonrisa en la cara. La vida es una sola.

-¿Y ahora cómo sigue tu carrera?
-Como siempre. Volví a Huracán porque quiero ascender de nuevo. Lo de 2007, en Mendoza, fue la gloria. Somos candidatos, aunque también están Rosario Central, Instituto y Gimnasia. Y después voy a ser director técnico.

En julio de 2012, y en medio de la sanción que debía cumplir por su caso de doping, el futbolista protegido por los propios y descalificado por los otros volvió a Huracán, a la Primera B Nacional, a ese vestuario de Parque de los Patricios en el que, rodeada de una escenografía de vírgenes María, botines, duchas, camillas para masajes, heladeras, percheros y piletas para lavar la ropa, sobresale una frase escrita contra la pared, al lado de la puerta: “Un equipo de hombres es invencible”. Parece el mantra de algún líder recio, de dientes apretados, de esos que, cuando estrechan la mano, convierten un saludo en una demostración de fuerza. Y que con sus piernas hace lo mismo.

© Escrito por Andrés Burgo y publicado por la Revista El Gráfico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en la edición del mes de Agosto de 2012.  Fotos: Emiliano Lasalvia y Alejandro Del Bosco.