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sábado, 14 de noviembre de 2020

Dante Panzeri, la reivindicación del Quijote del periodismo deportivo… @dealgunamanera...

 ‘Buscando a Panzeri’, la reivindicación del Quijote del periodismo deportivo… 

Un fotograma de 'Buscando a Panzeri'.

El documental de Sebastián Kohan Esquenazi muestra la convulsa trayectoria de uno de los mejores pensadores sobre la industria del fútbol. 

© Escrito por Diego Mancera desde México,  el sábado 13/11/2020 y publicado por el Diario El País de la Ciudad de Madrid, República de los Españoles. 


Si alguien pudo descifrar el alma del fútbol y su industria fue Dante Panzeri. El periodista argentino murió marginado y cerca del abismo del olvido. Era un tipo con un corte de cabello de monje, a lo Zidane, que iba a contracorriente con su forma de apreciar el juego. Para él era inaceptable que un equipo ponderara ganar a una forma atractiva de juego. Le preocupaba, en los setenta, la desaparición del futbolista con desparpajo, el de potrero o de calle. Era un crítico de la espectacularización del deporte. Y eso no era bien visto por la industria ni el Gobierno argentino.
 

Panzeri escribió Fútbol: dinámica de lo impensado (1967), el cual solo había visto la luz en Argentina y pasaron más de 40 años para que el libro fuese reeditado. Se convirtió en un texto crucial para los periodistas deportivos, o al menos para aquellos que han intentado trascender a solo replicar el marcador de un partido. Fue director de la mítica revista El Gráfico, en la que pecó de temerario al criticar que los entrenadores fueran más protagonistas que sus futbolistas o cuando se negó a publicar un texto de opinión de Álvaro Alsogaray, ministro de Economía. Esta decisión le valió su puesto, pero Dante Panzeri se había acostumbrado a renunciar, ser despedido o expulsado de los medios por sus ideas. 

Sebastián Kohan Esquenazi se encargó de relanzar el trabajo del periodista en 2011 con una nueva edición del libro de Panzeri, la cual llegó a España y al resto de América Latina. “Tuve que rastrear a la familia, tardé dos años en encontrarlos porque se habían marginado del mundo del periodismo. Panzeri sufrió tanto en sus últimos años enfrentándose a todos”, cuenta a EL PAÍS Kohan Esquenazi. La tarea de encontrar a la familia que no quería ser encontrada empezó con llamadas a todas las personas con apellido Panzeri en la guía telefónica en Argentina. Y dio con la esposa e hijos. 

“Me daba la sensación de que la vida de Panzeri era digna de una película: la historia de un hombre valiente que se quedó solo y, también, hablar sobre la mala gestión de la memoria, del olvido, en Argentina”, agrega Kohan Esquenazi, director del documental Buscando a Panzeri (2020). Las páginas de El Gráfico y del resto de medios para los que escribió aún son resguardados, pero sus intervenciones en la televisión fueron borrados, o más bien, reemplazados por otros contenidos para reducir los costos para la televisora TeleOnce, donde también le despidieron. 

Sebastián Kohan Esquenazi, de espaldas, en un momento del documental.

“Y es que el fútbol, tanto para quienes juegan, para quienes van a ver ganar, como para quienes van a ver jugar... ¡es siempre un fenómeno emotivo! Cuando la emotividad está ausente... Es que estamos ante un mero entretenimiento”, escribió Panzeri en 1967, también enganchado con poner sobre el mapa que el deporte no era el centro de todo. 

Fue un crítico férreo de la realización de la Copa Mundial de 1978 en Argentina, en plena dictadura, y fue presionado para que dejara de escribir. Un par de meses antes del inicio del campeonato murió a los 57 años, sin vencer al sistema que cada día le doblegaba. “Fue un Quijote luchando, puede ser una figura poética que a algunas personas no les hace justicia, pero a Panzeri sí porque no tenía poder, era de clase media. Era importante rescatar su figura no solo por lo que pensaba, sino por la valentía y coraje que tuvo para ser como él quiso”, apunta Sebastián Kohan Esquenazi. 

Un obsesivo Panzeri advertía que el fútbol se encaminaba a una vorágine comercial: “No postulo un profesionalismo pobre. Solamente pagar bien para que se juegue al fútbol, que quiere decir pagar lo que el fútbol recauda y no más. Pero no pagar las exageraciones capaces de convertir al jugador de fútbol en angustiado comerciante de sus pies”. Si el legendario periodista viera el entorno actual del fútbol internacional “se saldría del ataúd cinco minutos y se volvería a guardar. En términos ideológicos todo esto le parecería un desastre y una vergüenza. Quizá habría añorado al Barcelona de Guardiola o a Bielsa”, opina Esquenazi. 

Buscando a Panzeri hizo su estreno el pasado 30 de julio en la plataforma Puentes de Cine. El nombre de Dante Panzeri se coló en las portadas de los grandes medios de su país, un triunfo para su memoria. El documental se presentará este sábado en el festival Thinking Football, organizado por el Athletic de Bilbao. El 20 de noviembre se proyectará en el Festival Minuto 90 de Perú, donde se podrá ver en Sudamérica de manera online

Las ideas de Panzeri se resisten a morir.





miércoles, 31 de diciembre de 2014

César Luis Menotti y una entrevista a fondo... De Alguna Manera...

Menotti y una entrevista a fondo: Guardiola, Messi, Pelé, Agüero, Simeone, la Selección del 78…

Menotti recibió a El Gráfico en su oficina de Buenos Aires. En una charla de poco más de tres horas no esquivó ningún tema. Desde sus inicios hasta su presente, habla de política, fútbol, éxito y fracaso.

En El Gráfico de diciembre, el Flaco se confiesa en un 100x100 extendido. Explica por qué Guardiola es el mejor entrenador de los últimos 30 años, elogia a Messi, se diferencia de Simeone y cuenta una anécdota increíble sobre el día en el que conoció al Kun Agüero. Además, no esquiva los temas políticos, remarca la importancia del director técnico y asegura que no está retirado. Un Menotti auténtico, en una nota imperdible en la última edición del año de la revista. No te pierdas el adelanto.

El Gráfico de diciembre es de colección, porque por la sección 100x100 pasa un prócer del fútbol argentino: César Menotti. Y como todos los grandes personajes, las 100 preguntas quedaron cortas: en total fueron 120, en casi cuatro horas de charla. Aquí algunas de las frases más jugosas, aunque nada se compara con leer la entrevista de Diego Borinsky sin interferencias.

Sobre Messi. 

“Puede haber una fatiga en Messi. Si es temporaria o se instala definitivamente, lo dirá el tiempo. Son muchos partidos, exigencias permanentes, ganar acá, ganar allá… todas finales, presiones alocadas y una prensa muy tensa en todo el mundo”. 

“Messi es increíble, pero en la mesa de los grandes Pelé es el mejor. Cuando hablo de fútbol yo lo saco a él de la lista, porque era un extraterrestre. Saltaba a cabecear y Rattin, que era altísimo, le llegaba a los huevos. Imposible”. 

“Si no estaba Messi, en el Mundial no pasábamos la primera ronda. No pienso que no haya sido tan desequilibrante como quieren hacernos creer. El problema fue que se quedó sin compañía ofensiva”.

Sobre Guardiola. 

“Guardiola tendría que haber sido el entrenador de la Selección argentina cuando se fue Sabella. Y yo le hubiera puesto tres entrenadores jóvenes de acá detrás de él pensando en el futuro, aprendiendo, y que mientras tanto viajaran a ver entrenamientos de la Selección de Alemania, de Estados Unidos, de muchos países”. 

“Lo de Guardiola fue un huracán devastador. Arrasó con toda la trampa y la mentira, las aniquiló de tal manera que ahora hasta los italianos quieren tener la pelota y jugar. El único que cada día juega peor es Brasil”. 

“No sé si el Barcelona de Guardiola fue el mejor equipo de la historia, porque hay que compararlo con el Ajax de los 70, pero sí fue el mejor de los últimos 30 años. Y Guardiola es el mejor entrenador de los últimos 30 años”. 

“En la última charla que tuve con Guardiola le dije: ‘¿Sabes que vos sos uno de los pocos entrenadores del mundo que abre la puerta del vestuario, dice buenas tardes, y todos saben cómo tienen que jugar? ¿Te das cuenta de eso?’ El me miraba y se reía, pero verdaderamente es increíble lo que generó”.

La tapa de la edición de diciembre de la revista. Menotti es el protagonista de un 100x100 de 120 preguntas, una excepción que sólo había tenido como protagonista a Diego Maradona.

Sobre Simeone.

“Me cuesta mucho ver al Atlético de Madrid de Simeone. Ojo eh, valoro mucho lo que hace, aunque no comparto nada con él. Simeone tiene un estilo muy diferente al mío, pero es un pibe laburador, que respeta su profesión”. 

Sobre Maradona. 

“Diego no me perdona que lo haya dejado afuera del Mundial 78. Siempre me lo recrimina”. 

“A mí Maradona siempre me gustó de 9. En la Selección lo puse de 9 y también en el Barcelona. Como Messi ahora, con la diferencia de que Maradona te ocupaba más la cancha”. 

Sobre la Selección argentina del Mundial 1978. 

“En la volteada del periodismo alcahuete cayeron todos los jugadores de esa Selección. No tuvieron el reconocimiento que se merecían. Me da bronca, pero no por mí porque me importa un carajo la verdad, pero lo lamento por ellos”. 

“(Norberto) Alonso lo único que dice sobre ese Mundial son pelotudeces. ¡Mirá si Lacoste me va a poner un jugador a mí! No entiendo lo que dice”. 

Sobre Agüero. 

“Agüero es un futbolista de la reputa madre que lo parió. En el área, está a la altura de los mejores del mundo”. 

Sobre Bielsa. 

“Con Bielsa hablé hace un tiempo, cuando vino de México. Me llamó para charlar y me trajo de regalo la obra completa de Roberto Arlt. Siempre tuve mucho respeto por Bielsa, porque más allá de las diferencias, es un tipo que dignifica el laburo y que habla de fútbol de verdad, sin decir boludeces”

© Publicado el martes 02/12/2014 por la Revista el Gráfico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



domingo, 6 de octubre de 2013

Bartolucci, aquel rebelde fundador de La Palomita... De Alguna Manera...


Bartolucci, aquel rebelde fundador de La Palomita...


Pablo Bartolucci, crack de los años 20, se destacó en Huracán y jugó en la Selección. De su modo de cabecear nació una jugada que forma parte del folclore del fútbol mundial. Por su reivindicación de los derechos de los futbolistas, la prensa de la época lo señaló como "anarquista".

La Mutual de Veteranos de Huracán queda en un rincón del Palacio Ducó, aunque poco se parece a un palacio. Allí, un hombre que mucho vio y que mucho sabe, evoca una verdad que -de algún modo- resulta una contradicción: "Quienes más reivindicaron la profesión terminaron siendo los primeros olvidados". El hombre, elegante al vestir, impecable al hablar, dice que Hugo Settis, Juan Scursoni y Pablo Bartolucci -pionero también en otras cuestiones- fueron la versión local y futbolera de los Mártires de Chicago. Ellos -no por dinero; sino por búsqueda colectiva en nombre de ciertas libertades individuales- fueron los primeros en cuestionar a un amateurismo que pagaba sueldos pero que no homologaba a los futbolistas como profesionales ni como trabajadores.

Por expresarse en nombre de aquella cuestión, a Bartolucci y a sus compañeros de lucha los llamaron "los anarquistas". Ellos no se preocupaban ni cuestionaban los apodos. Se juntaban y tiraban para el mismo lado. En el libro Fútbol: pasión de multitudes y de elites, de Ariel Scher y Héctor Palomino, el mismo Settis señala: "No estaba en juego el aspecto económico (...) Aunque lo nuestro era un amateurismo marrón, lo que queríamos era la libertad como seres humanos. Los señores dirigentes pretendían mantener de por vida la llamada ´ley candado´, de su invención, es decir, utilizándonos como una mercancía a los jugadores de fútbol y convirtiéndose así en los negociadores exclusivos de nuestras transferencias". La frase había sido publicada en el diario La Opinión en 1976. Unos meses antes había fallecido Bartolucci, el otro gran buscador de aquellos días de finales de los años 20 y principios de los 30.

Bartolucci es ahora un olvidado, aunque a su recorrido le cabe la condición de celebridad. La memoria del fútbol argentino lo ignora como si no fuera tan inmenso. En días no tan lejanos, el periodista Oscar Barnade recordó aquellos tiempos de cambios: "El campeonato de 1930 terminó el 12 de abril de 1931 y al día siguiente los jugadores, agrupados en la Mutualista y liderados por los jugadores de Huracán Pablo Bartolucci y Hugo Settis, elevaron un petitorio exigiendo poner fin a la cláusula candado: si se iban del club por dos años no podían arreglar con otro de la categoría. Ese día, en plena dictadura militar, los jugadores marcharon por las calles adoquinadas de la ciudad exigiendo hablar con el presidente José Uriburu. El líder golpista recibió a los representantes de los jugadores y derivó el problema a José Guerrico, intendente de la Ciudad de Buenos Aires. Guerrico convenció a todos de que el reclamo de los jugadores estaba íntimamente relacionado con la declaración del profesionalismo. El 18 de ese mes, los jugadores declararon la huelga". En breve, brotaría el profesionalismo. Aquel impulso nacido de un puñado de futbolistas que se abrazaban como trabajadores había sido un éxito de todos.

En el mismo rincón del Ducó donde late la Mutual de Veteranos, otro hombre cuenta: "Bartolucci fue un fundador en todo sentido". Lo dice por aquello del profesionalismo, claro. Pero también por otro detalle que el fútbol del mundo le agradece y que incluyó en el folclore de sus jugadas más atractivas: La Palomita. Bartolucci se vestía con una venda sobre su frente y, con ella, fue el impulsor de esa maniobra que terminó siendo parte de la historia del principal de los deportes para siempre. En su condición de futbolista del seleccionado, el 15 de agosto de 1929, frente a Bologna de Italia, que estaba de gira por Argentina, Bartolucci se convirtió en una suerte de mito. Ese día ganó el equipo albiceleste 3-1. Pero lo más importante fue un detalle: él quedó en la historia como el creador de esa jugada que ahora es orgullo en potreros y en estadios. Nadie sabe estrictamente si fue el primero en realizar esa pirueta. Pero a su repetido rechazo de cabeza volando hacia adelante -zambulléndose casi al ras del piso- él le puso un nombre que desde entonces pasó a ser parte del diccionario futbolero. "Rechacé de palomita", dijo Bartolucci. Y así quedó para siempre. La tapa de El Gráfico, que lo retrató particularmente en esa circunstancia, ayudó a la construcción de su carácter de leyenda.

Alguna vez Carlos Gardel le puso su voz al recuerdo de esa jugada memorable: "Guarda con la Canaveri, / Miranda que en lo Canaro, / si de usted bate un Purcaro / qu'es Cafferata de acción. / Olvide el Carricaberry, / tírese a la Bartolucci... / ¡que mejor es hacer Bucci / que dársela de Mathón!" El tango se llamaba Largue a esa Mujica, de Juan Faustino Sarcione, y era un homenaje -según cuentan los especialistas, como Marcelo Martínez, del sitio Gardel.es- al Huracán multicampeón de los años 20; pero también a los grandes futbolistas de ese tiempo dorado y de refundación para el fútbol argentino. "A la Bartolucci" significaba, sin más explicaciones, de palomita. Ya con el tiempo, más de cuatro décadas después, Aldo Pedro Poy la refundó y hasta luego la paseó por el mundo, ya convertida en leyenda. En 1971, le hizo de ese modo un gol a Newell's que valió la eliminación del rival de siempre y más tarde, el título.

No era sólo un militante por los derechos de sus pares ni un crack en ese territorio del rechazo novedoso. Bartolucci era también un destacado futbolista. Perteneció a un tiempo (los años en los que el fútbol del Río de la Plata era, claramente, el mejor del mundo) y a un equipo (ese Huracán capaz de ser el más campeón de la década del 20 junto a Boca) que también a él lo definieron. No estaba en la Selección por casualidad: Bartolucci pertenecía a la elite de aquellos días. Jugaba de lo que entonces se mencionaba como half. Era más mediocampista que defensor, de todos modos. Y aunque está indeleblemente asociado a Huracán, donde disputó 100 partidos y marcó seis goles, vistió otras cuatro camisetas: Sportivo Buenos Aires, Ferrocarriles del Estado, Sportivo Barracas y Tigre.

Bartolucci fue parte de, quizá, el mejor Huracán de la historia: aquel que en 1928 sumó su cuarto título de Liga en el campeonato más numeroso del fútbol argentino (participaron 36 equipos y finalizó en el último día de junio de 1929). Allí jugaban algunas de las grandes figuras de ese tiempo, futbolistas de Selección: Juan Pratto (luego transferido al Genoa, de Italia); Cesáreo Onzari (fundador del Gol Olímpico; paradigma del wing izquierdo); Angel Chiesa (el diez de esos días) y Guillermo Stábile (primer Botín de Oro de la FIFA, en el Mundial de 1930). Y también Bartolucci, ese "anarquista" que creó -casi sin querer- La Palomita.

© Escrito por Waldemar Iglesias el miércoles 14/08/2013 y publicado por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



martes, 11 de septiembre de 2012

Hugo Barrientos, Club Atlético Huracán... De Alguna Manera...


Hugo Barrientos, anatomía de un hombre recio...

En los pasillos del estadio de Huracán, un club en el que se siente cómodo.

Su sola presencia infunde respeto, cuando no temor. Define al fútbol como una jungla y en ese marco se considera un guerrero. Leal, pero guerrero al fin. Volvió a Huracán luego de una etapa muy movida en All Boys, donde se lo criticó por jugar al borde y sufrió un doping. Pero nada lo movió de su eje.

La anatomia de un hombre recio también se percibe en los detalles domésticos. Hugo Barrientos es de esas personas que, cuando se presentan ante un desconocido, aprietan la mano dos niveles de potencia más allá de lo establecido: convierten un saludo formal en una demostración de fuerza, horadan una marca, delimitan un territorio. De una intensidad similar, o mejor dicho superior, se lamentan algunos de sus rivales cuando el mediocampista más áspero del fútbol argentino cruza sus piernas en mitad de cancha: se quejan de que sus botines no tienen tapones sino cuchillas, que a sus codos los carga el diablo, y que su juego no orbita alrededor de la bravura, sino de la violencia.

En las últimas temporadas, el nuevo 5 de Huracán quedó estigmatizado como un Darth Vader en pantalones cortos. Los suyos lo veneran y los otros le temen, como si realmente conociera –y aplicara- el poder del lado oscuro. El reciente paso por All Boys del futbolista que mejor interpreta la dualidad del yin y el yang fue una combustión de energías contrapuestas, la de haber alimentado su buen currículum profesional como partícipe necesario de la epopeya de un club de barrio que se abrió paso entre los más poderosos, pero al costo de haber multiplicado los expedientes de su prontuario futbolístico particular: la sangrienta agresión a Rubén Ramírez en un partido contra Banfield en diciembre de 2010, su persecución con perros de caza a Giovanni Moreno, el día de febrero de 2011 en que el colombiano de Racing se rompió los ligamentos cruzados en un duelo cargado de pólvora, y sus dopings positivos frente a San Lorenzo e Independiente en dos fechas consecutivas de mayo de 2012.

Pero semejante colección de desventuras no hizo corrosión en su imagen, sino que la amoldó a lo que Barrientos realmente es: un tipo con espíritu fugitivo que, como los inmigrantes centroamericanos que atraviesan el desierto de Sonora y se filtran en Estados Unidos escapándose de la persecución policial, hace de una cancha de fútbol el territorio en el que corre por su supervivencia personal. En su rebeldía a la legalidad que lo rodea, Barrientos es un apátrida que raspa tan al límite del reglamento que resulta fácil imaginarlo en puntas de pie, en una noche sin luna, cambiando de lugar los monolitos de la frontera que separa el juego vigoroso del negligente. A veces se queda de un lado y a veces invade el otro, pero a los efectos de sus reglas es indistinto: su patria es el borde.

-¿Qué pensás cuando te acusan de mala leche?
-No lo soy, yo nunca golpeé para hacer daño. Ser mala leche es ser mala persona o mal padre (tiene dos hijos: Gastón, de 11 años, y Lourdes, de 7), o mal amigo, y yo soy todo lo contrario. Yo soy buena persona.

-Pero jugás duro. Sos un tipo duro.
-Yo soy un guerrero dentro de la cancha; pero un ángel fuera. Esto, el fútbol, es una jungla, resulta muy difícil, y no hay que bajar los brazos.

-Te gusta jugar al límite.
-Siempre jugué al límite, siempre jugué igual. El tema es no hacer daño, y yo no lo hago. Me gusta ganar, claro, y veces al que golpean es a mí, pero yo aprendí a bancarme los golpes.

-¿Y cuál es tu límite?
-Ser leal, y yo lo soy.

-Ya tenés 35. Te quedan algunos años, pero tu carrera está más o menos hecha. ¿Qué te enseñó este ambiente?
-Aprendí a escuchar, a pensar como pienso y a conocer mucha gente, gente buena y gente mala.
Hugo empezó a moldear su personalidad de guerrero (o de conspirador del reglamento, o de contestatario al orden establecido, o de anarquista que descree de las leyes) en canchas de piedras y de tierra, una geografía hostil que años más tarde se correspondería con su juego de dientes afilados. No era pobreza eso que lo rodeaba, sino el rostro menos amable de la Patagonia, el de la fiereza climática de Comodoro Rivadavia, el lugar donde nació el 3 de enero de 1975: en la capital argentina del viento y la sequedad no existían entonces estadios de césped, a diferencia de los cuatro que se levantaron en los últimos años: los de Jorge Newbery, Huracán, Petroquímica y el Municipal, donde la Comisión de Actividades Infantiles (CAI) hace de local.

En su anterior paso por Huracán logró el ascenso a Primera. Ahora quiere repetir.

Sus reminiscencias apuntan al fútbol como el entretenimiento más divertido y saludable, pero también como un ritual de sacrificio. “Te tirabas y te pelabas hasta la oreja”, recuerda primero. “Me curtí desde chico”, decodifica enseguida. Barrientos también es un caso de insurrección porque, a diferencia de varios colegas de profesión, eligió un recorrido inverso al de los muchachos que encuentran en el fútbol una solución a sus debilidades económicas: su dedicación al deporte profesional le significó escaparse del confort de una familia sin urgencias gracias al trabajo de su padre, Hugo, que le ponía el cuerpo a la industria petrolera a 200 kilómetros de Comodoro, en medio de la meseta patagónica; mientras su madre, Carmen, ama de casa; y su hermana, Jorgelina (hoy en Estados Unidos), aportaban calidez femenina al hogar.

“Terminé el secundario y pensaba estudiar el profesorado de Educación Física, o sea que vivía bien. Dedicarme al fútbol me hizo conocer algunas dificultades que en mi casa no había. A nosotros no nos faltaba nada, yo tenía auto y un cuatriciclo, y de repente el fútbol me hizo vivir peor, pero yo elegí ese cambio, es lo que quería”, explica en una frase que lo define como un self-made man: el fútbol no buscó a Barrientos, sino que Barrientos buscó el fútbol.

Es posible que en esa decisión, seguramente genética (su padre había sido futbolista en la liga local y abrió una dinastía que siguió con sus tres hijos varones: Hugo, Pablo -su hermano talentoso, hoy en Catania- y Leo –el menos conocido de la familia, en la actualidad en Jorge Newbery de Comodoro, del Argentino B-), pero también porfiada y antojadiza, nazcan las raíces indómitas de Barrientos: nunca hay que menospreciar a quienes hicieron de una obsesión, y no de una vocación, su forma de ganarse la vida. Lo que continuó fue, acaso, inevitable: plantarles bandera a los futbolistas que eligieron su profesión a partir de su talento genético, marcarlos con énfasis en mitad de cancha y, si es necesario, someterlos a una guerra de guerrillas para sacarles la pelota. No está claro si es un futbolista-cacique o un cacique-futbolista, pero sus piernas son boleadoras de carne y hueso.

Paradójicamente, Hugo, que creció en un barrio de Comodoro cuya mención connota beatitud, Ceferino Namuncurá, empezó a jugar en un club de nombre que causa ternura: La Proveeduría. No eran, todavía, tiempos de partidos de once contra once, sino de baby fútbol. La Patagonia en invierno obliga a refugiarse en gimnasios cerrados en los que aprendió a pisar la pelota y a comandar a sus compañeros, aunque él no se asigne un mérito en esa jefatura. El liderazgo, dice, no es un aprendizaje, sino un don innato e intransferible.

-Yo no me hice líder, yo nací líder. Lo mismo que capitán: se nace capitán, no se hace. Yo fui capitán en casi todos los clubes en los que jugué: la CAI, Rafaela, Huracán, Instituto y All Boys. Solo no lo fui en Newell’s ni en Olimpo.

Barrientos pasó entonces de La Proveeduría, donde era delantero y hacía dupla ofensiva con su coterráneo Andrés Silvera, a su club preferido de Comodoro, Jorge Newbery, y de allí al equipo que amasa, cocina y sirve lo mejor del sur argentino: la CAI. Ya jugaba en cancha grande, ya era volante central y ya se desvivía por ser un continuador de la épica de Blas Giunta, el cinco de Boca que -Hugo se admiraba por televisión- jugaba en estado de ebullición, con venas hinchadas no de sangre sino de lava hirviendo, como a él le gusta.

-Veía que los futbolistas de Primera eran de Trelew para el norte del país, y me daba bronca: nadie se fijaba en los del sur. Entonces me propuse romper esa línea imaginaria. Somos de una camada de Comodoro que llegó a Primera: el Cuqui Silvera, Sixto Peralta, Mario Santana, Alexis Cabrera (campeón de la Mercosur 2001 y de la Sudamericana 2002 con San Lorenzo, y de los Panamericanos 2003 con la Selección), Emanuel Trípodi, mi hermano Pitu y yo.

Con la camiseta de la CAI comenzó a peregrinar por canchas de Cipolletti, General Roca, Bahía Blanca, Esquel y otros clubes paradigmáticos del Argentino B, un torneo en el que hasta Eric Cantoná, Roy Keane o Andoni Goikoetxea se sentirían intimidados. Y fue en Trelew, en 1999, contra el Racing doméstico, donde dio su primera vuelta olímpica y festejó su ascenso al Argentino A. En realidad, Hugo ya había debutado a los 15 años en la liga local, en 1992, por lo que se trata de uno de esos pocos futbolistas que conocen el organigrama completo de los torneos de AFA: liga local, Argentino B, Argentino A, B Nacional y Primera A.

En el medio, en 1996, y con 19 años, Barrientos ya había tenido un flirteo con el fútbol porteño: se entrenó en Ferro junto a otro muchacho de Comodoro, David Jones (hoy también en Newbery), pero el posterior paso del técnico Oscar Garré a Lanús abortó la transferencia. La revancha se haría esperar: recién en 2000, Atlético de Rafaela divisa en los bajos fondos del fútbol patagónico a un joven con aura de guerrero y lo contrata. Para Barrientos, que no era un niño sino un joven de 23 años, comienza la gran aventura: deja el bienestar de su pago chico y recorre 2.000 kilómetros hasta una de las zonas más ricas de la Argentina, la cuenca lechera, donde es recibido como un extraño, casi como un intruso. Por primera vez tenía que demostrar ese liderazgo que él creía connatural ante compañeros que no solo no lo conocían, sino que lo desestimaban.

-Me costó, era diferente a lo que había vivido. Por suerte me apadrinaron Gustavo Semino (hoy en Crucero del Norte, Misiones) y Carlos Bonet (el paraguayo que jugó los Mundiales 2002 y 2006), y también me hablaban mucho Cachín Blanco (el técnico), (Angel) Comizzo y Rubén Forestello, pero otros compañeros me pegaban muy duro en los entrenamientos.

-¿Tan duro? Suena raro escucharlo de vos.
-Directamente era maltrato. Hoy es diferente, a los más chicos los cuidás, pero antes era maltrato. Además no cobré durante un par de meses, el club estaba endeudado y encima sufrí una doble operación de hombro. Hubo un momento en que pensé dejar todo y volverme.

Pero Barrientos no abdicó. Barrientos nunca abdica. El fútbol es más que una profesión, es una misión en su vida, y muy pronto consiguió el segundo ascenso de su carrera, con Atlético de Rafaela a Primera División, en 2003. Comenzaba una trayectoria en la A, en la que sumaría seis equipos (el mismo Rafaela, Olimpo, Instituto, Huracán, Newell’s y All Boys), seis mudanzas (Rafaela-Bahía Blanca-Córdoba-Buenos Aires-Rosario-Buenos Aires), 185 partidos, 10 goles, 8 expulsiones, un descenso (con Instituto, en 2006) y otro ascenso, el tercero en su cuenta personal, esta vez con Huracán a Primera División, en 2007.

No parece la trayectoria de un futbolista, sino una montaña rusa; pero como en la vida de Barrientos nunca hay excesos suficientes, también hubo tiempo para una operación de ligamentos en la pierna derecha: “Estaba a punto de firmar para Rosario Central, en diciembre de 2008, pero en la revisación médica me encontraron esa lesión que arrastraba desde hacía dos años y yo desconocía. Llamé al doctor Jorge Batista, de Boca, que es un fenómeno, me operó, y a los cinco meses ya estaba jugando”. Su rehabilitación, sin embargo, no fue en ningún equipo, sino en un country de Pilar, junto a Silvera, Martín Cardetti y algunos muchachos amateurs. Curiosamente, faltaba un par de años para que la hinchada de All Boys cantara con ritmo de tarantela: “Esta es la banda de Hugo Barrientos, la que te rompe los ligamentos, se mueve para acá, se mueve para allá, esta es la banda más loca que hay”.

-¿Nunca te preguntás si actuás bien o mal dentro de una cancha?
-Sí, claro: yo aprendí a perdonar y a pedir perdón.

-¿Y a quiénes les pediste perdón?
-A mis padres, a mi familia, a mis compañeros y a mis colegas. Igual, aprendí que el único que realmente perdona es Dios.

-¿Sos creyente?
-Sí, mucho.

-¿A Rubén Ramírez no le pediste perdón después de aquel codazo?
-No. Esa jugada se amplificó mucho por la sangre, que lo hizo más alevoso. Se habló demasiado. Yo reaccioné a un golpe previo de él.

-¿Te lo volviste a cruzar?
-No. Pero aparte creo que las cosas terminan ahí, en la cancha.

-¿Y lo de Giovanni Moreno?
-Se lesionó solo, están las imágenes. Ni tarjeta amarilla me sacaron. Ese es mi estilo.

-Pero había un clima muy denso.
-A él lo tenían como un ídolo, como un jugador a explotar. Hablar es gratis, las cosas quedan ahí. Yo nunca golpeé para dañar. Tengo las puertas abiertas de todos los clubes en los que jugué. En All Boys me tienen casi como ídolo.

En All Boys atravesó momentos difíciles, pero los hinchas lo adoptaron como ídolo.

 -¿Cómo convive un futbolista cuando el control antidoping le da positivo?
-Fue un momento complicado. Una parte del periodismo, además, me jugó muy feo. Pero si hay doping, está bien que haya sanción.

-¿Qué fue lo que pasó?
-Ya está, listo, tengo que cumplir la sanción y empiezo jugando otra vez para Huracán.

-¿Qué es peor para un futbolista? ¿El día siguiente a un doping positivo o estar involucrado en la lesión de un rival?
-Hay cosas contra las que no se puede luchar. Yo me hago cargo de todo lo que hago y digo, pero después el periodismo te puede hacer una fama y listo, ¿qué puedo hacer?

-¿Nada te derriba?
-Nada. No soy de madera, pero hay que tener la cabeza fuerte. El fútbol es muy lindo, pero también tiene sus cosas feas. No hay que bajar los brazos. Ni loco, los bajo.

-¿No te deprimís nunca?
-No, siempre hay que tener una sonrisa en la cara. La vida es una sola.

-¿Y ahora cómo sigue tu carrera?
-Como siempre. Volví a Huracán porque quiero ascender de nuevo. Lo de 2007, en Mendoza, fue la gloria. Somos candidatos, aunque también están Rosario Central, Instituto y Gimnasia. Y después voy a ser director técnico.

En julio de 2012, y en medio de la sanción que debía cumplir por su caso de doping, el futbolista protegido por los propios y descalificado por los otros volvió a Huracán, a la Primera B Nacional, a ese vestuario de Parque de los Patricios en el que, rodeada de una escenografía de vírgenes María, botines, duchas, camillas para masajes, heladeras, percheros y piletas para lavar la ropa, sobresale una frase escrita contra la pared, al lado de la puerta: “Un equipo de hombres es invencible”. Parece el mantra de algún líder recio, de dientes apretados, de esos que, cuando estrechan la mano, convierten un saludo en una demostración de fuerza. Y que con sus piernas hace lo mismo.

© Escrito por Andrés Burgo y publicado por la Revista El Gráfico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en la edición del mes de Agosto de 2012.  Fotos: Emiliano Lasalvia y Alejandro Del Bosco.