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jueves, 15 de febrero de 2018

Julio María Sanguinetti, sobre el papa Francisco... @dealgunamanera...

Julio María Sanguinetti, sobre el papa Francisco: "Diluye las esperanzas de un mundo que esperaba reformas éticas"…

El Papa Francisco y José MAría Sanguinetti 

El ex presidente uruguayo sostuvo que el Sumo Pontífice "navega en medio de extrañas contradicciones". Analizó el rol del líder de la Iglesia en la actualidad.

© Publicado el miércoles 14/02/2018 por el Diario Digital Infobae de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

El ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti analizó en una columna para el periódico español El País el rol del papa Francisco como líder político en la actualidad.

"El papa Francisco (…) navega en medio de extrañas contradicciones: a cada rato desciende de la universalidad de su posición a minúsculos combates políticos de un inexplicable provincianismo argentino, al tiempo que no oculta la raíz populista-peronista que el historiador italiano Loris Zanatta reveló no bien fue ungido", comenzó el ex mandatario.

También recordó que el pontífice avaló de un "modo desconcertante a la señora Hebe de Bonafini, líder de las Madres de Mayo y ferviente kirchnerista, que ha degradado una noble causa con su radicalismo y la corrupción de la entidad que dirige".

Sanguinetti recordó que Bonafini "celebró el atentado contra las Torres Gemelas, en tiempos en que llamaba fascista al entonces cardenal Bergoglio. Cuando este llegó a Papa la recibió ostentosamente, para que en la puerta vaticana despotricara con violencia contra el presidente (Mauricio) Macri, el compatriota electo por su pueblo, al que por entonces había recibido con una frialdad tan notoria que asombró al mundo".


"El hecho es que ahora, en el mismo instante en que la señora de Bonafini se resistía a acatar un mandato judicial, pudo ella leer una carta de Su Santidad en que le decía: 'No hay que tener miedo a las calumnias. Jesús fue calumniado y lo mataron después de un juicio dibujado con calumnias. La calumnia solo ensucia la conciencia y de quienes la arroja'. La destinataria pudo regodearse comentando en la televisión: 'Casi no me compara con nadie…'".

El ex jefe de Estado uruguayo recordó que Francisco no cosechó muchos aplausos en Chile y que en Perú, donde le fue mejor, trató muy bien al presidente peruano Kuczynski, quien pasaba muy malos días por su indulto a Fujimori. "Allí fue ideológicamente bien claro: 'Se estaba buscando un camino hacia la Patria Grande, y de golpe cruzamos hacia un capitalismo liberal inhumano que hace daño a la gente'".

En una palabra —dice Sanguinetti— "con Cristina Kirchner, Correa, Dilma, Evo y Maduro, íbamos hacia la Patria Grande bolivariana que hoy solo sustenta el venezolano… En cambio, habla de un 'liberalismo inhumano' que ¿quién sostiene hoy? ¿Acaso el gradualista Macri, que trabajosamente va enderezando a la Argentina con el cuestionamiento de muchos economistas liberales? ¿El traidor Lenín Moreno, que ha impedido la monarquía de Correa? ¿Piñera, que ya fue presidente y no desmontó la obra social de los gobiernos de la Concertación?", se pregunta.

Y agrega: "Su populismo ha sido reiteradamente expresado, cuando se indignaba porque 'todo entra dentro del juego de la competitividad', como si fuera posible superar la pobreza en una economía incomunicada. O abjurando del 'mercado libre, la globalización, el crecimiento económico o el consumo'. Por cierto, se ha negado reiteradamente a entender el valor social y democrático del desarrollo de las 'clases medias', y hoy por hoy diluye las esperanzas de un mundo, creyente o no, que esperaba reformas éticas que superaran la condenación anacrónica de los divorciados o del uso de anticonceptivos, que ayudan a que la maternidad sea algo querido y no una fatalidad a la que resignarse".

Por último, Sanguinetti afirmó que, como ciudadano, "desearía que ayudara a defender la libertad individual, los sistemas democráticos y una economía moderna que —regulada por reparadoras leyes sociales— genere riqueza para poder distribuir. Es desde ese ángulo que lamento que los Gobiernos, aun socialdemócratas, no encuentren esa voz de apoyo para luchar contra la pobreza mediante un real desarrollo, basado en la productividad, bien lejos de la demagogia que condena a los pobres, como ocurre en la doliente Venezuela de hoy".




miércoles, 2 de julio de 2014

Juan Domingo Perón, la verdadera herencia... De Alguna Manera...


La verdadera herencia...


Un análisis del legado de Juan Domingo Perón, a cuarenta años de su muerte. En primera persona: estábamos desolados. Aquel 1º de julio de 1974, cuando a través de los medios se informó que había fallecido a los 78 años el presidente de la nación, el Teniente General Juan Domingo Perón, la percepción y el recuerdo de quien les habla, junto con todos mis coetáneos, era de desconsuelo. Desolación también: porque no solamente la jornada era invernal y los próximos días serían fríos y lluviosos, sino porque el desconsuelo perforaba el alma de los argentinos. Sin apelar a categorizaciones psicoanalíticas, nos habíamos quedado huérfanos. “El viejo” se había muerto.

En aquel entonces, 78 años era sinónimo de viejo. Hoy, el presidente más veterano que hay en ejercicio de su cargo en el mundo entero, el de Israel, tiene 90 años: Shimon Peres. Y hay varios de esa generación que siguen haciendo sus vidas. Pero en aquel momento, los 78 años de Perón los vivíamos nosotros –en mi caso, veinteañero– de una manera terrible. No porque fuéramos todos peronistas, ni porque pensáramos que “el Viejo”, como se lo denominaba, al desaparecer de escena habría de provocar la catástrofe que vivismos los argentinos. 

Pero lo que prevalecía en aquel momento era esa sensación terrible que nos acontece en algún momento, de que ya nada habría de ser igual a lo que había sido. Al irse del mundo de los vivos en medio de aquel cambalache atroz, siniestro e indescriptible de los ritos satánicos de López Rega y su banda, la Argentina se quedaba con lo puesto. Miento. No nos quedábamos con lo puesto. Nos quedábamos desnudos, atrapados por nuestros odios, la sed de venganza, la retribución permanente de “a cada bala, otra bala; a cada muerto, otro muerto”.

Para los más jóvenes, quiero que sepan que una frase de la política de aquellos años era “tirarle muertos a fulano”, asesinar, secuestrar, destrozar. La Argentina, que estaba al borde del precipicio, sintió, en esencia, que la muerte de Juan Perón nos arrojaba a ese precipicio.
Perón había sido mucho más que un jefe político. Había llegado a la condición de un hombre que parecía encabezar un culto divino. Había y hay, y en gran medida me temo que sigue existiendo, una divinización de su carácter infalible. Perón era un personaje que conducía pero que, de hecho, si se lo desafiaba políticamente quien lo hacía entraba en categoría de traidor. 

Otra de las frases, o de las palabras clave del peronismo, es la noción de “traidor”. Así se denominó a muchos que osaron alzarse contra un hombre que había hecho del culto táctico un verdadero resumen de las virtudes de la política: el tacticismo, la destreza o elasticidad de la cintura política de Juan Perón fue uno de los aspectos proverbiales de su larga trayectoria política.

Fue así como asumió, de manera no violenta, haber sido derrocado y rápidamente emprendió rumbo al refugio en Paraguay. Hay que decirlo: el Paraguay de una dictadura, que marcaba el comienzo de la larga era de Alfredo Stroessner. En aquel momento, ya Perón había dicho que no contasen con él para la violencia. Pero pocos meses más tarde, desde la Argentina y ya desde su exilio en diferentes países de América Latina, en donde siempre estaban en el poder dictaduras de extrema derecha, Perón fue capaz de operar el pacto con la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), a cambio de importantes prebendas políticas y corporativas que le había asegurado el candidato Arturo Frondizi, que efectivamente llega a la Casa Rosada, no solamente con la cantidad importante de votos de la UCRI, sino con un aporte importantísimo y determinante de votos del peronismo impulsados por Perón.

De la salida pacífica de 1955 por el puerto de Buenos Aires, a la insurrección y a los episodios de violencia política, primitivos pero de índole terrorista, se pasa al pacto con Frondizi, y años más tarde, cuando los militares vuelven a atrapar el poder una vez más, en 1966, proclamando el fin de la época del liberalismo –idea que fascinaba mucho a Perón-, Perón ordena el “desensillar hasta que aclare”. En una palabra: no hacerle frente al gobierno de la autodenominada Revolución Argentina.

Pero años muy pocos años más tarde, Perón, con la misma frialdad y naturalidad, apoya explícitamente lo que denominaría “formaciones especiales”, un eufemismo por darle aval político y legitimidad filosófica a asesinatos como el de Pedro Eugenio Aramburu y todos los que siguieron después.

Esa época abarca casi un lustro. A lo largo de ese lustro, Perón, que ya estaba radicado desde 1961 en la España de Francisco Franco, habrá de convertir ese arte del compromiso táctico en su marca registrada. El era capaz de hablar bien de Mao Tse Tung y de Fidel Castro, y a la vez no haber pisado jamás territorio cubano. Para eso lo tenía a John William Cooke. En 1973 la capacidad tacticista de Perón implicó proclamar una candidatura imposible: “Cámpora al Gobierno, Perón al poder”, una manera de hacerle pito catalán a los elementos más proverbiales de la legitimidad política institucional.

¿Qué herencia ha dejado Perón, cuarenta años después de su muerte? ¿Qué tenemos para mirar desde hoy y hacia adelante? El Movimiento Nacional Justicialista nunca se asumió como partido político. En su disco rígido, en el núcleo de su pensamiento ideológico, el peronismo nunca dejó de pensar, y sobre todo Juan Perón nunca dejó de considerar, que los partidos políticos eran una lacra de la democracia liberal. A su manera, él era también un claro impulsor de la acción directa, ya sea por la cúspide o por las bases. 

¿Qué herencia dejó? Hay una indiscutible y que sería necio negar: de esa manera imperfecta y parcial como fue el ascenso del peronismo, para la Argentina implicó la integración social de enormes mayorías desheredadas, a las que antes se había interpelado solamente de manera formal, pero no de manera directa. En ese sentido hay una cantidad importante de conquistas políticas y sociales –aguinaldo, voto femenino entre muchas otras- que implicaron un innegable progreso, pero que desafortunadamente se concreto en el marco de un autoritarismo y una falta de respeto por la institucionalidad democrática que marcaron desde el comienzo las falencias del peronismo.

Perón era, además, un personaje muy arraigado en la cultura argentina: tanto la del siglo XIX, cuando nació, como la del siglo XX en el que vivió y murió: era hombre de guiños y picardías. De alguna manera, personificaba la “viveza criolla”.

Años después, tras tanta sangre derramada, tras tantas “guerras de religión”, como las define Loris Zanatta, el peronismo ciertamente es herbívoro. Hoy no tenemos ni podemos hablar de violencia política, afortunadamente eso ha quedado atrás, no solo para el peronismo, sino para la totalidad de la sociedad argentina.

Perón no consiguió que su herencia política se plasmara en una fuerza orgánica, constituida, pluralista, y que discutiera abiertamente su futuro, y sobre todo su presente, en términos orgánicos. Y eso es lo que está presente en una mujer que no lo quiere, y que no lo quiso a Perón, como Cristina Kirchner, que ha vuelto a demostrar que, aún despreciándolo a Perón, ella es tan peronista como el que más. Ese disco rígido es la peor herencia, el desafío para las próximas generaciones del justicialismo: demostrar que es capaz de convivir con una Argentina que, por lo menos en un importante porcentaje, no piensa de la misma manera.

Esa es la herencia y ese es el desafío, cuarenta años después de la muerte del Teniente General del Ejército Argentino Juan Domingo Perón.


© Escrito por Pepe Eliaschev el Martes 02/07/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.