Entrevista a Eduardo Rinesi. Las razones y los votos…
Eduardo Rinesi
¿Cómo se explica el resultado
del balotaje? Lejos del recurso fácil del desprecio o la simplificación, el
politólogo apuesta a interrogar el sentido del sufragio a favor de Milei.
© Escrito por Osvaldo Aguirre el
miércoles 22/11/2022 y publicado en la Revista Acción de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires.
A horas de la elección que consagró a Javier Milei
y Victoria Villarruel como presidente y vicepresidenta de la Argentina los
análisis resultan provisorios. El triunfo de La Libertad Avanza estaba dentro
de las previsiones, pero no con la cantidad de votos que obtuvo. En la
coyuntura, Eduardo Rinesi destaca la necesidad de evitar explicaciones
apresuradas y de reflexionar «sin desprecios fáciles a la inteligencia y a la
moralidad de los demás y con disposición a revisar nuestros propios modos de
pensar».
Rinesi fue rector de la Universidad Nacional de General Sarmiento, donde
actualmente es Consejero Superior y dirige la Carrera de Especialización en
Filosofía Política; también integró el espacio Carta Abierta, es docente en la
Universidad Nacional de Córdoba y en el Colegio Nacional de Buenos Aires y ha
publicado numerosos libros sobre teoría social y filosofía política.
«Enfrentamos un programa de gobierno que tendrá consecuencias destructivas para
la vida social argentina», advierte.
–Después del último debate entre los candidatos hubo una expectativa por las
chances de Massa que finalmente hizo más categórico el resultado de la
elección. ¿Cómo observas la composición del voto a Milei?
–Está claro que hay muchas cosas que no vimos. Una es la que vos decís: el
salto entre los argumentos presentados en un debate y la decisión de voto de la
gente. Otra: creo que nos dejamos entusiasmar por el hecho de que una cantidad
de organizaciones, instituciones y colectivos se habían expresado muy
contundentemente en contra de Milei y en muchos casos a favor de Massa, porque
pensamos que esas manifestaciones iban a determinar las decisiones individuales
de los miembros de esos colectivos, o expresaban sus opiniones personales,
mucho más que lo que lo hicieron. Fue un latiguillo repetido el de que a Milei
lo votaban los repartidores de pizza; pero eso no explica el 55% de los votos
con los que ganó.
–¿Qué se agregó a esa base de votantes?
–Todo esto es en borrador, a horas del escrutinio. Pero me parece que hay que
sumar a lo que ya sabemos sobre la «desafiliación» de mucha gente (la palabra
es de Robert Castel, y entre nosotros la usó Denis Merklen para pensar el 2001
y el 2002) respecto a las formas más estructuradas del mundo laboral, político
o social, otra cosa que tal vez podamos llamar la «desafección» de millones de
personas que sí forman parte de esas estructuras, pero que no necesariamente
piensan o actúan como las declaraciones públicas de las dirigencias de esos
colectivos nos podrían hacer pensar que deberían hacerlo. Digo: ni los hinchas
de fútbol votaron como parecía sugerir que iban a hacerlo la declaración de la
dirigencia de la AFA ni los estudiantes y los trabajadores de nuestras
universidades votaron como parecía indicar que iban a hacerlo según la
declaración que sacó el Consejo Interuniversitario Nacional.
«No diría que este es un país de desmemoriados, de
reaccionarios ni de tontos. El voto en esta elección debe ser motivo de una
reflexión mucho más serena.»
–¿Qué votó el que eligió a Milei?
–No lo sé. Sí sé que debemos evitar suponer que votó un sinsentido. El voto a
Milei hacía, hizo, todo el sentido para quienes lo eligieron.
No supongamos que nosotros podemos responder a la pregunta por el sentido de lo
que votamos al elegir a Massa con una respuesta razonable y que los que
eligieron a Milei no pueden responder a la pregunta por el sentido de lo que
votaron sino con insensateces. Preguntémosles. Cuando andamos por la historia
suponiendo que las únicas razones son las nuestras, nos pegamos sorpresas como
esta que nos acabamos de pegar, que nos llevan a condenar rápidamente como
irracionales o ignorantes de sus verdaderos intereses a quienes nos revelan que
el mundo era más complicado que lo que creíamos.
–En el Día de la Soberanía Nacional, Milei anunció que privatizará
Aerolíneas, YPF y los medios públicos. Nadie puede decir que no cumple una
promesa.
–Ese anuncio, en efecto, no nos sorprende. Lo que me parece, ya que aludís a la
idea de soberanía, es que vale la pena preguntarnos por el sentido de lo que
dice Milei cuando dice la palabra que funciona como eje central de su discurso:
la libertad, a la que piensa en los términos de un anti-estatalismo extremo,
que es el que busca realizar con estas privatizaciones que ha anunciado y, más
en general, con la fuerte reducción de las funciones del Estado que se propone
llevar adelante. El problema es que en el modo en que solemos pensar la idea de
libertad, que hereda las grandes tradiciones liberal, democrática y
republicana, la libertad requiere y no rechaza, en su defensa, la intervención
del Estado. Si creemos, como nosotros creemos, que nadie puede
ser libre en un país que no lo es, para que haya libertad de los individuos
tiene que haber libertad colectiva del pueblo, es decir, soberanía. Ahora:
Milei no cree eso (y esto es lo que tenemos que discutir con él), porque no
sostiene su idea de libertad sobre ninguna de esas tres tradiciones que
mencioné, sino sobre un libertarianismo radicalmente individualista que expulsa
a la noción misma de comunidad de su pensamiento.
«Fue un latiguillo repetido el de que a Milei lo
votaban los repartidores de pizza; pero eso no explica el 55% de los votos con
el que ganó.»
–¿Qué dice la elección de un candidato de
ultraderecha acompañado de una negacionista de la dictadura en el marco de los
40 años de democracia?
–La pregunta es si algo de los grandes consensos que se fueron construyendo a
lo largo de estos años corre el riesgo de resquebrajarse. Si atendemos a la
superficie de los discursos de Milei y de Villarruel, diría que sí. Sin
embargo, no me apuraría, y esperaría a ver qué dice sobre este asunto en
particular (sobre todo si el presidente electo quiere llevar al plano de las
políticas públicas las consecuencias de sus postulados sobre estas materias)
una ciudadanía que no me parece que haya olvidado esos consensos. Se dijo mucho
en estos últimos días: el voto a un candidato no supone necesariamente la
adhesión a todos y cada uno de sus postulados. Creo que Milei no lo ignora. De
hecho, sus primeras declaraciones y decisiones no se refirieron a estos temas, sino
más bien a la orientación que quiere dar a la política económica.
–También habló de volver a la Argentina del siglo XIX, como su utopía de
Gobierno.
–La Argentina del siglo XIX quiere decir la Argentina anterior a 1916. El
rechazo de Milei a los grandes partidos democráticos de masas es mucho más
furioso que el de Macri. La Argentina a la que quiere volver no es la anterior
al peronismo: es la anterior al voto universal. Su utopía es la de la república
conservadora de la generación del 80, que es desde donde lee, por cierto, muy
sesgadamente las ideas de la generación del 37 en general, y de Alberdi en
particular.
«Para que haya libertad de los
individuos tiene que haber libertad colectiva del pueblo, es decir, soberanía.»
–El programa del nuevo Gobierno supone también
volver a la universidad anterior a la Reforma de 1918. ¿Es posible?
–Las ideas que viene anunciando Milei sobre la Universidad implican, en efecto,
un gran retroceso, y son además contrarias a una ley de la nación, la de
Educación Superior, reformada en 2015, que indica que no se puede cobrar por
garantizar el ejercicio de lo que esa misma ley considera un derecho universal.
El problema es que Milei no cree en los derechos. O solo cree (mucho: lo repite
todo el tiempo) en uno, que es el derecho a la propiedad privada, que es un
derecho raro, porque, en la organización actual del mundo, no es, justamente,
un derecho universal, sino un derecho particular… de los propietarios. El
derecho a la educación superior, en cambio, sí es un derecho universal, que es
o que tiene que ser de todo el mundo, y que para que lo sea de manera efectiva
y cierta reclama la intervención activa del Estado. Milei no cree que eso esté
bien. El pequeño problema que tiene es que eso no es una idea de algún loquito
suelto: es lo que dice el texto de una ley. Hago votos porque el Gobierno que
se inicia administre el país en el respeto de las leyes.
Hotel Libertador. Primer discurso de Javier Milei tras su consagración
como presidente electo. Fotografía: Télam
–Milei plantea un programa económico que remite a épocas traumáticas del
pasado reciente y reivindica a Margaret Thatcher, con lo que significa respecto
de Malvinas. ¿No importa la experiencia histórica en el voto?
–A pocas horas de la elección no me apuraría a
decir que este es un país de desmemoriados, de reaccionarios ni de tontos. El
voto en esta elección debe ser motivo de una reflexión mucho más serena. Y que
debemos hacer sin automatismos del pensamiento. El pasado al que nos referimos
cuando reclamamos tener memoria no forma parte de la experiencia vital de la
enorme mayoría de los argentinos y de las argentinas. No me parece que debamos
suponer que todo sujeto que fue a votar sea un conocedor de la historia de la
Argentina anterior a su nacimiento, y eso no debe ser motivo de una rápida
condena, sino de una reflexión. En todo caso, deberemos preguntarnos qué hemos
hecho en relación con la transmisión de esa historia.
–¿Cómo podría comenzar la reflexión?
–Sin autocomplacencias, sin coartadas, sin
desprecios fáciles a la inteligencia y a la moralidad de los demás y con
disposición a revisar nuestros propios modos de pensar. Porque es cierto que
fue difícil ser oficialismo en medio de la pandemia y de la sequía, es cierto
que fue duro administrar un país con la deuda que el Gobierno anterior le había
dejado y es cierto que la ultraderecha es un fenómeno global. Pero estas
obviedades no deberían agotar nuestra reflexión: si no avanzamos un poco más
que esto, estamos fritos.
–Los libertarios parecen moverse con consignas que clausuran
la discusión antes que con discursos. ¿Cómo se puede debatir en esa escena?
–El Gobierno que tendremos será un Gobierno
fuertemente doctrinario, que tiene un programa y que tiene una teoría. Tiene
frases eficaces, desde luego, como las tuvo el peronismo y como las tiene toda
fuerza política que se precie. La política siempre tiene algo de consignismo.
Me cuidaría de pensar que enfrentamos un conjunto de frases sueltas y
delirantes. Enfrentamos un programa que tiene una teoría. Una teoría que me
parece que está mal, y cuya aplicación tendrá consecuencias que van a ser muy
destructivas para la vida social argentina. Pero no diría que estamos apenas
ante un conjunto de frases vacías. Eso sería muy autocomplaciente, y de
autocomplacencia ya tenemos bastante.