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lunes, 18 de mayo de 2020

¿El "negro" Carrillo nazi?... @dealgunamanera...

¿El "negro" Carrillo nazi?...

Dr. Ramón Carrillo. Fotografía: CEDOC

La primera sensación de todo ser humano bien nacido, al leer o escuchar lo corrillos de difamación sobre la calificación de la figura emblemática y humanista de Carrillo, es el estupor.

© Escrito por Donato Spaccavento, médico sanitarista, el lunes 18/05/2020 y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.


La primera sensación de todo ser humano bien nacido, al leer o escuchar lo corrillos de difamación sobre la calificación de la figura emblemática y humanista de Carrillo, es el estupor.

Empezó a sonar el celular y ya no paró más, sabiendo que había que salir a defender a un prócer del sanitarismo mundial y justo en este momento histórico, mis amigues y compañeres, considerándome un gran admirador y mi referencia sanitaria al Dr. Ramón Carrillo, preguntaban. Las barbaridades que se decían, merecían dar una respuesta en un tema tan sensible, no tanto desde el intelecto sino de la ética ultrajada de alguien que tuvo como conducta la inclusión de los derechos humanos como formativos de su esencia de ser humano.

Hay que subsanar este agravio gratuito. Algunos llaman en forma despectiva a muchos de nosotros -Carrillo incluido- nacionalistas y, al decir de Jauretche, la adjetivación “nacionalista”, como denostación de los sentimientos nacionales y populares. Claro, porque una cosa es ser “nacionalista” y otra, muy distinta, es ser parte del pensamiento nacional, que es popular y democrático, inherente a su definición misma. Por lo tanto el “Negro” (con su criollísima connotación) Ramón Carrillo no es “nacionalista”, es nacional, popular y democrático, precisamente lo antitético a lo “naZionalista”, elitista, totalitario, antisemítica, ario (desechando toda otra etnia, inclusive la de la ascendencia en los pueblos originarios del “negro-indio” Carrillo) y antidemocrático, que es lo que  representó el criminal nazifascismo en la Historia Universal.


Hay algunos malos entendidos, que en realidad son malas interpretaciones de los eternos odiadores, que pueden provenir de las inquietudes de Ramón Carrillo cuando concurría a la Facultad de Ciencias Médicas de la UBA, que compartió con su primo Jorge Farías Gómez. Éste para acompañarlo en la aventura idiomática y Ramón con un sentido más utilitario, de querer estudiar alemán o el “gótico” como lo llamaban ellos. Se entiende el interés de Carrillo en la tarea por el hecho de ser Holanda y Alemania los centros del estudio del Sistema Nervioso Central, de la neurología, las neuropatías y la neurocirugía en el mundo, y como Ramón ya tenía definida su vocación en cuanto a la especialidad médica relacionada con la neurología era lógico que tuviera la necesidad de manejar aunque sea mínimamente algún idioma sajón, y en el tiempo en que él estudió y defectuosamente incorporó la habilidad de hablarlo. Todo esto está lejos de conectarlo con el perverso y criminal Hitler que alcanzaría el poder en 1934, cuando ya Carrillo no estaba en Europa, y lo que descubro de la elección idiomática fue en la década del 20 en Argentina.

Convengamos, que aún hoy cuando alguien quiere licenciarse o doctorarse se le pide la elección de dos idiomas extranjeros, uno derivado del latín y otro del anglosajón, ¿por qué entonces, y sobre todo por un tema específicamente profesional, sorprenderse que Carrillo eligió el “gótico” (como gustaba llamarle a él) o el alemán?


Carrillo, una vez recibido con medalla de oro en la Facultad de Medicina, ganó por esfuerzo propio una beca para perfeccionarse en Europa. Él eligió su itinerario de perfeccionamiento: Ámsterdam (Holanda), Berlín (Alemania) –por las razones ya expuestas de excelencia académica en el sistema nervioso central-, y, luego como complementarios París (Francia) y Madrid (España). Luego volvería para ofrecerle al país que lo había formado gratuitamente toda su sabiduría y experiencia. 

Se transformó en pocos años en el creador de uno de los sistemas de salud pública, sanitaria, preventiva y social más importantes del mundo. Frutos que estamos recibiendo hasta el día de hoy en que –a pesar de la desgracia de la pandemia- somos mirados con admiración planetaria.

Además, no coinciden las fechas para justificar de algún modo –por más errónea que sea la data– que el Dr. Carrillo pudiera ser admirador de Hitler.

Carrillo tenía 24 años y estuvo casi tres años en Europa. Se embarcó el 21 de octubre de 1930, sin haberse enterado, seguramente, que ese tal nefasto político llamado Hitler en el denominado “putch” de Münich en 1923 había querido dar un golpe de Estado subido a la mesa de una cervecería y disparando un arma. No se preocupen, es que ni en la misma Münich se habían enterado de la locura de un extraviado.

El viajero “negrocirujano” (como lo llama Asurey en una zamba), entró por Vigo, pasó unos días por Hamburgo y la mayor parte de sus estudios y experiencias los hizo en Ámsterdam, donde el profesor Brouwer testifica en un conceptuoso certificado que estuvo allí desde octubre de 1930 hasta el 30 de agosto de 1932. En Berlín estuvo un solo mes, repetimos ¡un solo mes! (cuando el pequeño partido de Adolf Hitler no había llegado siquiera al parlamento, sin saberse lo que era “nazismo” –diciembre de 1933, para llegar a ser Führer el 2 de agosto de 1934- cuando Carrillo ya estaba en Buenos Aires organizando científicamente el Instituto de Clínica Quirúrgica).

Antes de que el becario partiera para Europa escuchó disertaciones del conde Hermann von Keyserling, quien además de ser un chanta, era un plagiario de Montesquieu acerca de  cómo operaba la termodinámica en determinadas sociedades, según el clima fuera frío, templado o cálido.


Por todo esto pensamos que es muy raro que Carrillo, descendiente por línea materna de quichuas, juríes, integrado a los pueblos originarios, bien llamado “El Negro”, de los que sufrieron en carne propia el sojuzgamiento de las clases dominantes blancas, simpatice con un movimiento político racista e imperialista. Muchaches, cuando se decidan a mentir, mientan mejor, con más fundamento…

Toda esta macabra leyenda también puede venir del período de la Segunda Guerra Mundial, cuando la sociedad argentina se dividió en neutralistas (injustamente también llamados “germanófilos”, pues comprobadamente, y con poder dirigencial o popular, siempre en nuestro país predominaron los neutralistas: Victorino de la Plaza, Hipólito Yrigoyen, Alvear, los militantes de FORJA, hasta el último presidente de la Década Infame, Santiago Castillo) y los rupturistas (o aliadófilos, esta vez bien caracterizados porque abarcaban un abanico que iba de conservadores, radicales, socialistas, hasta llegar al partido comunista tradicional, estalinista, los que luego se abrazarían todos para enfrentar a Perón en la Unión Democrática, bendecida por el embajador de los EEUU, Spruille Braden). Esta grieta se vivía intensamente en las universidades, donde a Carrillo por poco y a pesar de haber dado un excelente examen para ocupar la cátedra de Neurocirugía, su antiguo maestro y co-autor de Yodoventriculografía, Dr. Balado, se opuso a que el Dr. Carrillo ocupara el cargo por su conocida posición neutralista. Al haber quedado vacante el Decanato de la Facultad de Medicina, Carrillo lo ocupó sin imaginar que iba a pasar uno de los mayores disgustos de su vida, aunque nunca lo vivió como una frustración.

Tanto sus compañeros docentes, como la FUBA, los alumnos, simpatizantes de la tendencia “rupturista”, no lo dejaban abandonar su despacho sin cargarlo de insultos, escupitajos, tizazos y al transitar sus galerías le gritaban:

“Peronista” (creyendo que lo insultaban), Entreguista, Colaboracionista, ¡¡¡¡Nazi fascista!!!

Ojalá nunca más tengamos que salir a explicar infamias tan grandes, y menos para salir a aclarar cuestiones que no eran propia de la bonhomía y el gigantesco médico que fue Ramón Carrillo, fundador del sanitarismo nacional y primer Ministro de Salud Pública y Acción Social de la Nación Argentina.