La
economía del miedo…
El
discurso económico convencional captura la atención en las sociedades modernas
emitiendo mensajes que advierten acerca de que algo malo puede suceder. Los
divulgadores de esos avisos siempre presentan un peligro potencial de
consecuencias desastrosas para la economía y por lo tanto para el bienestar de
la población. El motivo de esa eventual desgracia varía según el momento. No
importa si predicen desastres donde no los hay y luego no se verifican, puesto
que no son interpelados por la catástrofe que no fue. No pierden tiempo en
revisar fallidos y reemplazan un miedo por otro. Intervienen en un escenario
global donde se despliega la precariedad de la existencia, en general asistida
por las religiones o la filosofía, abonando la economía del miedo. Alimentan la
angustia de gran parte de la población por el riesgo a perder el trabajo, los
ahorros o advierten que la perspectiva de la economía personal puede ser
amenazada por el desborde inflacionario o una brusca alteración de la paridad
cambiaria.
El objetivo de diseminar temores es
disciplinar a una sociedad para que acepte situaciones que serían rechazadas si
fueran ofrecidas en un marco normal. El miedo es el vehículo para condicionar
el comportamiento colectivo. En una era de incertidumbre global, la meta es
imponer de ese modo políticas impopulares. En los noventa se convocaba el
recuerdo traumático de la hiperinflación para aplicar reformas devastadoras de
derechos sociolaborales y de liquidación de activos públicos. Después se
alertaba sobre el riesgo de salir de la convertibilidad para justificar fuertes
ajustes fiscales con recortes del gasto público y de salarios y jubilaciones.
Las dudas sobre lo que está sucediendo y el
temor sobre lo que vendrá provocan intranquilidad. Gran parte de la sociedad se
encuentra así en condiciones vulnerables para absorber teorías conspirativas,
escenarios apocalípticos y análisis de caos inminentes. El crecimiento
espectacular de Internet con el flujo de información al instante y la
comunicación vía mail y redes sociales ha derivado en un canal impresionante de
rápida difusión de todo tipo de análisis y especulaciones. Los mercaderes de la
ansiedad ocupan el centro de la escena y se requiere de una firme voluntad
política para desenmascarar sus intenciones y neutralizarlos.
La persistente mención del riesgo a la
debacle va consolidando la sociedad del miedo, donde existen antecedentes
traumáticos que abonan el terreno del temor. En este delicado cuadro, el manejo
de las expectativas juega un rol fundamental para construir consensos sobre
cómo se desarrolla la economía, y para evitar que el círculo vicioso de las
exageraciones pueda concluir en profecías autocumplidas. El español Joaquín
Estefanía escribió el libro La economía del miedo, donde remarca que “el miedo
ha sido siempre fiel aliado del poder. Nos han inoculado el miedo a la
inseguridad económica, al paro, al otro, al que viene a disputar los pocos
empleos que se crean...”. Cuando Estefanía habla del poder se refiere al
económico. Rescata una viñeta del dibujante “El Roto” que resume ese concepto:
“Tuvimos que asustar a la población para tranquilizar a los mercados”, dice un
hombre de traje y corbata desde un balcón.
El recorrido desde la recuperación de la
democracia en 1983 reúne varios capítulos de la economía del miedo. Para su
construcción ha intervenido una variable financiera principal subordinando el
resto. La administración alfonsinista padeció la evolución del dólar. El vaivén
del billete verde era presentado como el termómetro más firme sobre la marcha
de la economía. Cotización que acompañaba diariamente la información del estado
del tiempo. El alza de la paridad cambiaria fue limitando así la gestión de la
política económica, acorralada por la carga de los pagos de la deuda, hasta
generar las condiciones para el golpe de mercado que hundió el gobierno,
obligando el adelantamiento de la fecha de las elecciones y de la posterior
entrega del poder.
Durante el menemismo, pese a la alianza del
gobierno con los grupos económicos locales y trasnacionales y la banca
acreedora, las contradicciones al interior del poder económico tenían como
registro principal de esas tensiones el movimiento de los activos bursátiles.
El tipo de cambio estaba congelado y la deuda se cancelaba con la venta de
empresas públicas y emisión de nuevos bonos. La evolución de las acciones
líderes era entonces el indicador para abonar el miedo económico. En esos años,
las pujas por la permanencia del ministro de Economía, las agudas internas
políticas en el gobierno o los intereses de grupos económicos y de la banca
acreedora tenían como caja de resonancia el sube y baja de las acciones y
bonos.
La memoria está más fresca con el índice de
riesgo país que mantuvo en jaque la presidencia de Fernando de la Rúa enredada
en la falsa ilusión de complacer al poder financiero como política de
supervivencia. Ese indicador golpeaba día a día difundiendo con títulos
catástrofes cada una de sus variaciones, afectando las expectativas de los
agentes económicos. En esos años el riesgo país actuaba como termómetro de la
economía dominada por la lógica financiera. Ese índice es la diferencia entre
la tasa de interés del bono del Tesoro de Estados Unidos a diez años con la de
uno similar argentino. Esa brecha era sinónimo de una mayor o menor confianza
de los acreedores para prestar dinero comprando nuevos bonos en la
refinanciación de vencimientos de deuda. El riesgo país actuaba como un factor
de disciplinamiento del poder político para que aplique medidas de austeridad
que, en búsqueda del respaldo de los mercados, aseguraran el pago de la deuda.
Cada una de esas experiencias con sus
respectivas variables (dólar-Alfonsín; Bolsa-Menem; riesgo país-De la Rúa) tuvo
al Fondo Monetario Internacional como el protagonista principal para
(des)ordenar la economía con las condicionalidades de ajuste adheridas a los
planes de auxilio financiero, facilitados por el despliegue de esos indicadores
de la city alimentando la economía del miedo.
Este círculo vicioso se pudo romper con la
cesación de pagos y la renegociación de la deuda con quita, disminución de la
tasa de interés y extensión de los plazos de pago, como también con la
cancelación total de la deuda con el FMI. Además, con la acumulación de
abultadas reservas en las arcas del Banco Central para pulsear con éxito cada
una de las corridas contra el peso. El riesgo país sigue ubicado en niveles muy
elevados sin influencia relevante en el funcionamiento diario de la economía
doméstica, revelando así que sólo es un índice de utilización política del
mundo financiero, puesto que los indicadores de deuda argentinos son muy
sólidos en relación con el PBI, reservas internacionales, sector externo y
horizonte de vencimiento. La deuda dejó de ser un problema principal y el
mercado de cambio oficial es manejado sin dificultad por el Banco Central.
La economía del miedo se quedó de ese modo
sin indicadores de las finanzas globales para atemorizar sobre lo inevitable de
una crisis. Ni el dólar, ni la Bolsa, ni el riesgo país. En el ciclo político
del kirchnerismo irrumpieron entonces nuevos fantasmas con pronósticos sobre la
inminencia de un default, recesión, desborde inflacionario o fuerte
devaluación. Si bien tuvieron su impacto negativo en la formación de
expectativas no han podido afectar en gran medida la evolución de la economía.
El elemento diferenciador con los mencionados períodos anteriores fue que la
gestión de la política económica no quedó subordinada a los dictados de
indicadores financieros, sino que comenzó a disputar en pie de igualdad el
control del escenario económico.
A partir del régimen de administración y
control de acceso a la moneda extranjera, alquimistas de la economía del miedo
encontraron la variable necesaria para recuperar aliento y fortalecer
posiciones con predicciones de próximos descalabros: la cotización del dólar
comercializado por fuera del circuito formal.
La trampa de la economía del miedo ahora es
de color “blue”.
© Escrito por Alfredo Zaiat el sábado
09/02/2013 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.