Los caminos de la oposición…
La debilidad opositora preocupa. A menudo es tema de comentarios
negativos, que comprensiblemente fastidian a los dirigentes políticos; muchos
de ellos trabajan arduamente y sienten que no se valora lo que hacen, sobre
todo en el ámbito del Congreso. Pero no hay duda que la preocupación es
justificada y que los comentaristas mediáticos no pueden sino expresarla.
Los grupos opositores tienen ante sí distintas opciones
estratégicas. Ante la situación de dispersión y fragmentación imperante, hay
intentos de unificar algunos espacios. Desde luego, no es nada simple; a los
ojos del público general parece más simple de lo que realmente es. Muchos
grupos políticos mantienen un sentido de su propia identidad –para ellos
valiosa– que desde la mirada de la calle no parece relevante.
Hay otro problema: la imagen de muchos dirigentes en la
opinión pública es más negativa que positiva. En política, para un ciudadano no
politizado la suma de un número negativo y otro número negativo no da,
aritméticamente, positivo; dos equipos de fútbol débiles no hacen, sumados, uno
fuerte. Por eso, en las encuestas, las alianzas y uniones no despiertan
entusiasmo.
Un dirigente del peronismo federal expuso hace pocos días un
enfoque posible: un acuerdo, tan inclusivo como fuese posible, centrado en unos
pocos aspectos programáticos muy básicos y un compromiso firme sobre las reglas
que podrían conducir a una candidatura fuerte. Sobre la base de ese acuerdo
quienes lo suscriban competirían en una primaria abierta, donde los votantes decidirían
quiénes son los candidatos. Es el “modelo Alianza 1999”, o “Capriles” en la
Venezuela de hoy.
Otro camino es esperar el surgimiento de un liderazgo
atractivo capaz de convocar directamente a los votantes, sin pasar por los
dirigentes. Es el “modelo Narváez 2009”. Es un camino que anticipa un intenso
grado de competencia entre numerosos candidatos, y conlleva riesgos ciertos:
que la competencia los desgaste a todos, o que simplemente no aparezca el
liderazgo atractivo.
En todos los casos, a los grupos opositores les está
faltando ciudadanía, participación de la gente. El vacío dejado por los partidos
es difícil de llenar; pero es imprescindible que sea llenado. Tampoco el
oficialismo lo hace. No es la participación de presos, marginales, conchabados
por día o la capacidad de llenar un estadio lo que fortalece las raíces cívicas
de la democracia; es la gente vinculándose voluntariamente a la política desde
las bases.
Es posible que el Gobierno logre reforzar sus filas con
grupos aguerridos y a la vez sectarios u oportunistas. No es un camino
conducente al fortalecimiento de la representación democrática; entre eso y los
números que surgen de las encuestas, por altos que estos puedan ser, no hay
casi nada; y ese es precisamente el vacío que hay que llenar. El camino que
sigue el Gobierno puede servir a propósitos de política interna, para marcar la
cancha dentro del propio espacio oficialista; pero los votos no pasan por ahí.
Si la oposición busca votos, debe buscarlos no en las magras filas de sus
seguidores ya convencidos sino en esa ciudadanía expectante, enojada y a la vez
escéptica, que puede ser convocada para reincorporarse a la política
gradualmente. El modelo son los PAC norteamericanos.
La sociedad necesita consensos, pero también necesita
ventilar sus disensos, que son muchos y no menores. Un camino para la
construcción de opciones políticos es unir lo que hoy está separado, pero hay
que pensar también en integrar lo desintegrado sin aspirar a simbiosis
programáticas inviables. El modelo de la política de partidos que se desarrolló
durante el siglo XX era divisivo por naturaleza; si estás en un partido no
podés estar en otro, las camisetas son excluyentes y, en principio, el que no
está conmigo está contra mí. Era, efectivamente, un modelo apropiado para
sociedades muy homogéneas y establemente divididas, pero por eso mismo
contaminado de elementos facciosos, los cuales servían para reforzar la
identidad de los que estaban adentro de un grupo. Ese modelo está obsoleto. La
gente imagina que puede estar cerca de alguien por un tema y no necesariamente
por otros temas; no busca pertenencias estables y compromisos que no pueden ser
puestos en discusión. Los partidos se fueron vaciando a medida que su modelo se
desactualizaba en un mundo cambiante, y no fueron capaces de proponer otras
formas de vinculación con los ciudadanos.
Tal vez los grupos políticos que sean capaces de convocar a
la ciudadanía sobre premisas muy básicas y no sobre criterios excluyentes
terminen siendo los que dispongan de más ventajas competitivas. En esa
perspectiva, los líderes personalistas son menos decisivos que las organizaciones
y los dirigentes capaces de gestionarlas.
© Escrito por Manuel
Mora y Araujo, Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella y publicado por el
Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 17 de Agosto de
2012.
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