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domingo, 17 de febrero de 2013

Cadena Nacional del Desánimo... De Alguna Manera...

Fijación de creencias…


¿Cómo puede ser que, a pesar de los múltiples errores del Gobierno, la oposición no pueda construir una alternativa superadora? ¿Cómo puede ser que la continua difusión de noticias negativas –por lo que la Presidenta denomina “cadena nacional del desánimo”– no alcance para desilusionar a quienes todavía apoyan al kirchnerismo?

En “Desacuerdo, dogmatismo y la polarización de la creencia”, escrito por Thomas Kelly en 2008, en The Journal of Philosophy, se explica un fenómeno llamado “polarización de la creencia”, por el cual, lejos de que la exposición a una misma evidencia acerque las opiniones de quienes opinan diferente, usualmente el desacuerdo entre ellos será más pronunciado. Ambos creerán lo que ya creían, con más confianza. La evidencia es la suma de datos e informaciones relevantes, desde noticias en los diarios, testimonios de conocidos, datos de la realidad observables, estudios estadísticos y teorías de algún prestigio.

Un buen ejemplo es que los controles de precios no sirven para contener la inflación. Ayer, en su habitualmente provocadora columna de los sábados en Perfil, el encuestador preferido del oficialismo, Artemio López (ver en: http://e.perfil.com/latrampa), dio evidencia de por qué los controles de precios han sido eficaces en el pasado, contradiciendo la experiencia que tenemos todos los que pensamos muy distinto.

El ejemplo que utiliza Thomas Kelly para explicar la “fijación de la creencia” es otro: la controversia sobre si la pena de muerte es disuasiva de delitos graves, tema por el cual en Estados Unidos quienes opinan diferente llevan adelante debates interminables frente a las mismas evidencias. Todo aquel que apoye la pena de muerte interpretará cualquier evidencia que sugiera que la pena capital no es disuasiva como una evidencia engañosa. “Engañosa –dice Kelly– puede no ser sólo por ser malintencionada (el ejemplo de los controles de precios de Artemio López), sino en el sentido de que parece apoyar algo, pero en realidad no lo hace porque hay alguna otra cosa que no sabemos que muestra que ese vínculo de apoyo en verdad no era tal.”

Los individuos que participaron de los experimentos que cita el texto de Kelly no le prestan menos atención a la evidencia opuesta a lo que creen, por el contrario, le prestan más atención. Pero algo obvio es que, en general, los individuos tienden a detectar más falacias en argumentos cuya conclusión es contraria a lo que creen. Algo similar podría pasar con otros casos, como detección de problemas metodológicos en estudios estadísticos que probarían lo contrario de lo que uno cree: “Los participantes consideraron que el estudio que ofrecía evidencia consistente con sus creencias previas era una investigación correctamente conducida que brindaba evidencia importante en relación con la efectividad de la pena capital.

En contraste, descubrieron numerosas fallas en la investigación que contradecía sus creencias iniciales”. Para ello no precisaron “tergiversar la evidencia contraria a su posición, interpretándola como más favorable de lo que de hecho era, vieron los hallazgos hostiles correctamente como hallazgos hostiles. Tampoco simplemente ignoraron o desestimaron tales resultados negativos. En lugar de eso, escrutaron cuidadosamente los estudios que producían tales resultados inesperados y construyeron críticas que eran ampliamente adecuadas”.

Es que sometemos la evidencia a distintos niveles de análisis, somos más exigentes con la que contradice nuestra creencia y mucho más permisivos con la que favorece nuestro punto de vista. La predisposición a buscar explicaciones alternativas de los datos no es nunca independiente de la actitud previa que tengamos hacia la hipótesis. Y, lógicamente, cuantos más recursos cognitivos uno ponga en la tarea de buscar explicaciones alternativas, más chances uno tiene de dar con tales explicaciones, si de hecho hay tales alternativas, como las hay en la gran mayoría de los temas de la vida, más en aquellos a los que se dedican las ciencias sociales.

Si la evidencia aparece como favorable, las personas están dispuestas rápidamente a concluir que la explicación es correcta y a aumentar su confianza en ella como resultado. En caso contrario, tenderán a buscar una explicación alternativa.

Volviendo al ejemplo de los diarios que integramos “la cadena nacional del desánimo” y tomando el caso emblemático de Clarín: tras cada nueva edición con informaciones negativas sobre el Gobierno, a la luz de sus creencias anteriores, los partidarios de Kirchner encontrarán cada vez más evidencia que eleve su confianza porque el solo hecho de que lo publique Clarín “demuestra” que el Gobierno está en el camino correcto. Del mismo modo, quienes discrepan del kirchnerismo, si estuvieran expuestos a los mensajes positivos de 6, 7, 8 o a la cadena de medios oficialistas, reforzarán su creencia confirmando que se trata de un gobierno totalitario. El efecto neto es que cada sector se ve cada vez más alejado en sus posiciones.

“El grado de confirmación que una hipótesis adquiere de un cuerpo de evidencia –explica Kelly– depende no sólo de características intrínsecas del cuerpo y de la hipótesis, y de la teoría implícita que tengamos acerca de cómo funciona el mundo, sino que depende también de la presencia o ausencia de competidores plausibles en el campo. Por eso, la mera articulación de hipótesis alternativas plausibles puede reducir dramáticamente el grado de confirmación que un cuerpo de evidencia brinda a una hipótesis.”

La explicación psicológica es que “cuando nos topamos con datos que parecen ir en contra de lo que creemos, estamos dispuestos a destinar recursos al proyecto de generar hipótesis rivales que expliquen dichos datos. Por otro lado, cuando nos encontramos con evidencia que puede plausiblemente ser explicada por las cosas que ya creemos, típicamente no destinamos recursos adicionales que promuevan generar alternativas”.

“En un primer momento, el tratamiento desigual de información nueva –sostiene Kelly– le resulta a la mayoría de la gente completamente injustificado y potencialmente pernicioso”, característico de “personas de mente cerrada e individuos y grupos que adhieren a dogmas obsoletos. En un examen más minucioso, sin embargo, la cuestión de cuán imparciales debemos ser al evaluar información que confirme o refute nuestras preconcepciones es mucho más sutil y complicada, también porque es inapropiado y erróneo ir por la vida sopesando todos los hechos de igual modo y reconsiderando las creencias propias desde cero cada vez que nos topamos con un hecho antagonista”.

En síntesis, se puede ser igualmente racional y honesto, y sacar conclusiones opuestas frente a la misma evidencia. Ahora, una vez que uno está al tanto del fenómeno de la polarización de la creencia, sabiendo nuestra inconsciente tendenciosidad, podemos corregirla bajando el nivel de confianza en las evidencias que benefician nuestra posición, ejerciendo una discriminación positiva sobre evidencias negativas. Eso ya entra en el terreno de la discusión ética.

© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 16/02/13 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


lunes, 20 de agosto de 2012

¿Y la "oposición"?... Bien, gracias... De Alguna Manera...

Los caminos de la oposición…


La debilidad opositora preocupa. A menudo es tema de comentarios negativos, que comprensiblemente fastidian a los dirigentes políticos; muchos de ellos trabajan arduamente y sienten que no se valora lo que hacen, sobre todo en el ámbito del Congreso. Pero no hay duda que la preocupación es justificada y que los comentaristas mediáticos no pueden sino expresarla.

Los grupos opositores tienen ante sí distintas opciones estratégicas. Ante la situación de dispersión y fragmentación imperante, hay intentos de unificar algunos espacios. Desde luego, no es nada simple; a los ojos del público general parece más simple de lo que realmente es. Muchos grupos políticos mantienen un sentido de su propia identidad –para ellos valiosa– que desde la mirada de la calle no parece relevante.

Hay otro problema: la imagen de muchos dirigentes en la opinión pública es más negativa que positiva. En política, para un ciudadano no politizado la suma de un número negativo y otro número negativo no da, aritméticamente, positivo; dos equipos de fútbol débiles no hacen, sumados, uno fuerte. Por eso, en las encuestas, las alianzas y uniones no despiertan entusiasmo.

Un dirigente del peronismo federal expuso hace pocos días un enfoque posible: un acuerdo, tan inclusivo como fuese posible, centrado en unos pocos aspectos programáticos muy básicos y un compromiso firme sobre las reglas que podrían conducir a una candidatura fuerte. Sobre la base de ese acuerdo quienes lo suscriban competirían en una primaria abierta, donde los votantes decidirían quiénes son los candidatos. Es el “modelo Alianza 1999”, o “Capriles” en la Venezuela de hoy.

Otro camino es esperar el surgimiento de un liderazgo atractivo capaz de convocar directamente a los votantes, sin pasar por los dirigentes. Es el “modelo Narváez 2009”. Es un camino que anticipa un intenso grado de competencia entre numerosos candidatos, y conlleva riesgos ciertos: que la competencia los desgaste a todos, o que simplemente no aparezca el liderazgo atractivo.

En todos los casos, a los grupos opositores les está faltando ciudadanía, participación de la gente. El vacío dejado por los partidos es difícil de llenar; pero es imprescindible que sea llenado. Tampoco el oficialismo lo hace. No es la participación de presos, marginales, conchabados por día o la capacidad de llenar un estadio lo que fortalece las raíces cívicas de la democracia; es la gente vinculándose voluntariamente a la política desde las bases.

Es posible que el Gobierno logre reforzar sus filas con grupos aguerridos y a la vez sectarios u oportunistas. No es un camino conducente al fortalecimiento de la representación democrática; entre eso y los números que surgen de las encuestas, por altos que estos puedan ser, no hay casi nada; y ese es precisamente el vacío que hay que llenar. El camino que sigue el Gobierno puede servir a propósitos de política interna, para marcar la cancha dentro del propio espacio oficialista; pero los votos no pasan por ahí. Si la oposición busca votos, debe buscarlos no en las magras filas de sus seguidores ya convencidos sino en esa ciudadanía expectante, enojada y a la vez escéptica, que puede ser convocada para reincorporarse a la política gradualmente. El modelo son los PAC norteamericanos.

La sociedad necesita consensos, pero también necesita ventilar sus disensos, que son muchos y no menores. Un camino para la construcción de opciones políticos es unir lo que hoy está separado, pero hay que pensar también en integrar lo desintegrado sin aspirar a simbiosis programáticas inviables. El modelo de la política de partidos que se desarrolló durante el siglo XX era divisivo por naturaleza; si estás en un partido no podés estar en otro, las camisetas son excluyentes y, en principio, el que no está conmigo está contra mí. Era, efectivamente, un modelo apropiado para sociedades muy homogéneas y establemente divididas, pero por eso mismo contaminado de elementos facciosos, los cuales servían para reforzar la identidad de los que estaban adentro de un grupo. Ese modelo está obsoleto. La gente imagina que puede estar cerca de alguien por un tema y no necesariamente por otros temas; no busca pertenencias estables y compromisos que no pueden ser puestos en discusión. Los partidos se fueron vaciando a medida que su modelo se desactualizaba en un mundo cambiante, y no fueron capaces de proponer otras formas de vinculación con los ciudadanos.

Tal vez los grupos políticos que sean capaces de convocar a la ciudadanía sobre premisas muy básicas y no sobre criterios excluyentes terminen siendo los que dispongan de más ventajas competitivas. En esa perspectiva, los líderes personalistas son menos decisivos que las organizaciones y los dirigentes capaces de gestionarlas.

© Escrito por Manuel Mora y Araujo, Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 17 de Agosto de 2012.