La Presidenta parece blindada y arrolladora. La tensión con Moyano. Alfonsín y Duhalde continúan a la deriva. CKF en estado de gracia.
La oposición debería prestar atención a toda la escenografía desplegada en muchos de esos actos, en los que se observa el uso de recursos tecnológicos y una postura distinta por parte de Cristina Fernández de Kirchner, a la que se la ve dejando de lado su actitud profesoral y allanándose a un lenguaje más coloquial y un trato directo con la gente que tiene la aureola de lo mágico. A quien quiera tener una percepción exacta de ello le recomiendo mirar el acto del jueves en la Casa Rosada, en el que los modos y las expresiones de la Presidenta me hicieron acordar a los de Susana Giménez.
En este derrotero de “la Argentina feliz” no todo es color de rosa. Las tensiones políticas dentro del oficialismo están a la orden. Las más fuertes se viven con la conducción de la CGT. La situación de Hugo Moyano y quienes lo acompañan es cada vez más difícil. El aislamiento al que lo viene sometiendo el Gobierno es creciente. Es una circunstancia novedosa que molesta y alarma al líder camionero. No por nada el titular de los choferes de taxis y mano derecha de Moyano, Jorge Viviani, salió a blanquearla.
Hay que agregar las expresiones del secretario general de los textiles, Jorge Lobais, quien afirmó que desde La Cámpora pretenden desplazar a Moyano y compañía, a los que toman por “viejos pelotudos”. Se agregó lo vivido en la negociación del Consejo del Salario Mínimo, que terminó el viernes por la noche. En esa negociación, Moyano fue blanco de críticas de quienes no lo quieren dentro de la CGT –que no son pocos y cuyo número va en aumento– por haber hecho pública una postura de máxima que era sabido sería inalcanzable. “Fue un error grande como una casa haberse plantado en esa posición inflexible del 41% cuando se sabía que se iba a una negociación en la que nunca las partes obtienen el 100% de sus demandas”, grafica un líder gremial que en el pasado reciente supo tener responsabilidades de conducción con Moyano.
Como era lógico suponer, en medio de la campaña, la Presidenta siguió todo el proceso minuto a minuto: su decisión era que Moyano no podía emerger de esto con un triunfo político que complicara tanto al Gobierno como a ella. “Si no lo arreglan, laudo yo”, fue la orden fulminante que bajó Fernández de Kirchner. Y ahí se terminó la discusión. El anuncio del viernes tuvo dos mensajes evidentes: el “acuerdo” fue obra directa de Cristina, que impuso así un gesto de autoridad, y la soledad de Moyano, acompañado por pocos dirigentes de la primera línea de los grandes sindicatos. A Moyano no lo van a echar; su poder, en cambio, lo van a esmerilar. La Presidenta se aseguró así un triunfo político que le dará réditos en los sectores empresariales. Algo de ello se verá en el acto del Día de la Industria, en el que hablará el próximo viernes. Hasta antes del 14 de agosto, los dirigentes de la Unión Industrial Argentina imploraban por la asistencia de sus asociados a dicha celebración. Después del 14, las reservas se agotaron en un santiamén. Así es como son las cosas en la Argentina.
A todo esto, la oposición sigue con su campaña en dirección a ninguna parte. (“Si no se sabe a qué puerto se quiere navegar, ningún viento es favorable”, Lucius Séneca). Puertas adentro, todos dan la elección por perdida. Lo que todos están tratando de hacer es salvarse de un naufragio estrepitoso. Algunos, como la senadora Hilda González de Duhalde, lo hacen con la denuncia de un supuesto fraude del 10% en las elecciones primarias, lo que casi nadie cree. Otros se han dado cuenta recién en estos días de que el boom de consumo favorece las posibilidades del Gobierno.
En el peronismo, algunos que amagaron irse con Duhalde no saben cómo hacer para reingresar al redil del kirchnerismo. En la UCR varios candidatos a gobernadores con chances de ganar buscan desesperadamente separarse de la pesada mochila que les significa la postulación de Ricardo Alfonsín.
El Frente Amplio Progresista de Hermes Binner es el único espacio donde se reconoce un liderazgo y direccionalidad de la campaña, aunque sin ninguna posibilidad de triunfo. En eso, se iguala al resto de la oposición. Y quien busca despegarse de todos es Mauricio Macri, a quien la declinación de sus aspiraciones presidenciales lo salvó de la catástrofe.
En este tiempo tan especial, Fernández de Kirchner y su compañero de fórmula, Amado Boudou, presentaron sus declaraciones juradas de bienes. En el caso de la Presidenta, se trata definitivamente de una persona rica con un impactante crecimiento patrimonial desde el momento en que su difunto esposo asumió la primera magistratura, en 2003. Desde entonces hasta ahora, ese aumento patrimonial es del 929%, lo cual es producto de una mezcla en la que coexisten terrenos comprados en El Calafate a precio vil y revendidos a cincuenta veces su valor, depósitos en dólares que devengaron intereses que ningún banco paga normalmente a sus clientes y el curioso alquiler del hotel Los Sauces a un empresario que, a pesar de perder plata con esa operación, todos los años la renueva a un precio superior. En menor medida, según los datos, tanto Boudou como el titular de la Anses, Diego Bossio, han demostrado transitar la misma afortunada senda desandada por ella.
La respuesta del Gobierno a todo este escándalo –que hoy no tiene el más mínimo peso electoral– ha sido descalificar a los periodistas y a los medios que han posado su mirada crítica sobre este asunto. Curiosamente, son las mismas respuestas que en la década del 90 se daban desde el menemismo, ante las denuncias de los impactantes niveles de enriquecimiento exhibido por muchos funcionarios de aquella gestión emblemática de la corrupción.
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