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Devotos. Dibujo: Pablo Temes
Los pases de Pichetto
y Massa, o la pirueta K de Alberto F, responden solo a la necesidad.
Cierta vez, al presentar a Patricia Bullrich en uno de sus
clásicos almuerzos, Mirtha
Legrand le preguntó: “Y hoy, querida, ¿por qué partido
venís?”. Aquel transfuguismo político de la hoy ministra de Seguridad era
novedad. Hoy, ya no.
Cuando en 2005 Eduardo Lorenzo Borocotó saltó de las filas del PRO a las del kirchnerismo debió
pagar un alto precio político y social durante algún tiempo. Ese episodio dio
pie a un término hoy casi olvidado: “borocoteada”. El presente se ha encargado
de hacer que aquel hecho cargado de excepcionalidad sea hoy moneda corriente en
la política.
Mauricio
Macri supo decir que venía a cambiar la vieja política de la cual Miguel Ángel Pichetto era su representación más
viva.
Pichetto expresó hace no muchos días que no había ninguna posibilidad de unirse
a Cambiemos porque su espacio era Alternativa Federal.
Sergio
Massa,
respondiendo una pregunta que le hizo Jorge Rial, afirmó que nunca más volvería
al kirchnerismo. Pero no se quedó en eso: sus dardos contra la ex presidenta
por la corrupción existente en sus gobiernos fueron parte de su estrategia
política.
Durante diez años, Alberto Fernández no solo no tuvo diálogo con Cristina Fernández de Kirchner sino
que la criticó duramente.
Cristina, que en 2017 abjuró del peronismo, es la candidata a vicepresidenta del Partido Justicialista.
Sería llamativo que Massa
fuera a una interna que sabe que pierde. Es una interna que no le conviene a él
ni tampoco a CFK
Interrogantes. ¿Por qué Macri
eligió a Picchetto como vicepresidente? La respuesta es simple: porque perdía.
¿Por qué CFK se bajó de la candidatura a la presidencia en favor de Alberto
Fernández? La respuesta también es simple: porque perdía. ¿Por qué tanto María
Eugenia Vidal como Alberto Fernández negociaron con Sergio Massa? Otra respuesta
simple: porque necesitan sus votos. No son muchos, pero son los suficientes
para inclinar una elección. Son los que les faltan tanto a Macri como a la
fórmula Fernández-Fernández.
Massa los suma en la
provincia de Buenos Aires. Pichetto aspira sumarlos en otras provincias. El
único que, hasta el momento, le podría aportar votos es el gobernador de la
provincia de Córdoba. El candidato a vicepresidente intentará ir por más, es
decir, por aquellos gobernadores del PJ que todavía pueden tener alguna duda de
volver a las filas del kirchnerismo. El aporte principal del candidato a
vicepresidente –si Macri logra la reelección– será el de darle
institucionalidad y gobernabilidad a una gestión que va a estar otra vez en
minoría en ambas cámaras legislativas y que, por ende, va a necesitar mucho de
una figura con muñeca política y buena llegada a la oposición.
Sería llamativo que Massa
fuera a una interna que sabe que pierde. Es una interna que no le conviene a él
ni tampoco a CFK. En el caso de la ex presidenta porque si, como dicen las
encuestas, ella saca 36% y Massa 10%, el ex intendente de Tigre se transforma
en el tenedor de la llave de la elección de la fórmula Fernández-Fernández. Una
cosa es suponerlo y otra muy distinta concretarla en hechos. El valor político
de Massa sería, en ese caso, altísimo.
En el caso de
Cambiemos, el rol del radicalismo fue clave. Cuando hablamos del radicalismo
estamos hablando de Ernesto Sanz y de Gerardo Morales. El reelecto gobernador
de Jujuy, el único gobernador del oficialismo, fue tajante: en las notas que
dio a unos pocos medios dijo tres cosas: que perdió casi 15 puntos en relación
a la elección de 2015 debido a la crisis de la economía; que había necesidad de
más peronismo en el oficialismo; y que si no lo hacía, Macri corría riesgo, el
riesgo de perder en primera vuelta. A esa altura, ya estaba al habla –junto con
Sanz– con el senador Pichetto.
Lavagnismo. “Al final Roberto tenía
razón. No podía ir a una interna con quienes no tenían voluntad de construir
una verdadera opción a la grieta. En Alternativa Federal unos se iban con Macri
y otros con Cristina”, afirma una voz de estrecha cercanía a Lavagna. En ese
espacio llamado ahora Consenso Federal se trabaja con intensidad para armar las
listas con la idea de darles protagonismo a Graciela Camaño y
a Margarita
Stolbizer. Además se contará con el trabajo fuerte de César
Martucci, un dirigente radical importante, con la idea de arrimar radicales en
ese distrito clave.
Dicen los que la han visto
que Camaño está furiosa con Massa. Si Camaño está furiosa, Stolbizer está
desencantada. Se equivocó al creerle a Massa cuando pretendió encarnarse en
álma mater de la gran avenida del medio que hoy ha quedado transformada en una
escuálida ciclovía. Recuerdo el día en que la dupla Massa-Stolbizer hizo su
presentación televisiva en el programa de Mirtha Legrand. Fue un sábado de
febrero de 2017 por la noche en Mar del Plata. Quien esto escribe participó de
esa mesa. Nada queda de todo eso.
Preocupación. La que la tiene más
difícil es María
Eugenia Vidal. Es curioso: las encuestas –todas–la ubican como
la dirigente de mejor imagen del país. Y lo es por un margen apreciable. Sin
embargo, hoy está perdiendo la elección a manos de Axel Kicillof. Y,
para peor, el pase de Massa al kirchnersimo la deja sin chance de ser reelecta.
Por eso el malhumor que muchos han visto reflejado en su rostro en los últimos
días. Es que en la provincia de Buenos Aires no hay segunda vuelta. Se gana por
un voto cualquiera sea el porcentaje de sufragios. Se podría así llegar a dar el
caso de que Macri ganara a nivel nacional en segunda vuelta y Vidal perdiera.
En fin, si Tato Bores viviera se haría un festín.
Producción periodística: Lucía
Di Carlo