El sexo hace medio siglo, en el recuerdo de mujeres de más de 70…
Era absoluto tabú y “de eso” no se hablaba en la mayoría de las familias.
Cinco mujeres “grandes” hablan de sexualidad. La virginidad tenía un valor hoy
inimaginable y el matrimonio era una institución con la que la mayoría de las
mujeres soñaba.
© Escrito por Mariana Otero el Domingo
05/11/2017 y publicado por el Diario La Voz de la Ciudad de Córdoba, Provincia
de Córdoba.
“Había todo un mito acerca de la
virginidad. Estaba la creencia de que si te acostabas con un tipo era como que
te ‘poseía’ y ya no podía ser con ningún otro. Creo que, sobre todo, había un
gran miedo a perder el respeto del hombre” (María Elena, 70 años, escribana).
“Con la madre no se hablaba. Recuerdo
la impresión que me causó saber que había algo llamado ‘beso de lengua’.
Durante mucho tiempo me asqueó esa figura. Todas soñábamos con el amor, con
ponernos de novias. El sexo era una parte de esa fantasía romántica (Rosa, 73,
periodista).
“Mi novio al principio venía sólo los
martes y sábados. Nos quedábamos en casa, jugando a los naipes con mi papá.
¡Cómo cambiaron los tiempos! Yo tenía 15 años y él era siete años más grande.
¡No sé cómo me aguantó! (Josefina, 79, maestra).
“Me casé virgen, pero me esforzaba por
hacer creer que habíamos tenido relaciones sexuales previas. Quería parecer
moderna. La entrada a la Universidad me abrió la cabeza. Mi familia era
bastante avanzada para la época” (Marta, 77, psicóloga).
“Recuerdo con tristeza cuando me
desarrollé. Lloraba mi mamá y yo también, más asustada que otra cosa. Sin
ninguna explicación, me dieron disparatadas recomendaciones y reglas: no
lavarse la cabeza, bañarse por piezas, como decía mi abuela, y lo peor: higienizar
esas prendas que se utilizaban” (Emilce, 81, profesora de Latín, Castellano y
Literatura).
Todas las mujeres que hablan en esta
nota son cordobesas mayores de 70 años, crecieron en la época en que conversar
sobre sexo era una rareza, donde la virginidad tenía un valor superlativo y su
pérdida era un “pecado”.
Vieron nacer la píldora anticonceptiva
y se las ingeniaron para informarse sobre la sexualidad o tener algunos
encuentros furtivos.
Por entonces, relatan, las cosas no
siempre se llamaban por su nombre y la llegada de la menstruación y el embarazo
eran situaciones, a veces, incómodas.
El pudor, la intimidad y la privacidad
–junto a las apariencias y el qué dirán– solían ser moneda corriente y
contrastaban con la hipersexualidad de los nuevos tiempos.
Invitamos a cinco mujeres para que
cuenten cómo se vivía la sexualidad, las relaciones amorosas y los vínculos
familiares en el tiempo del “de eso no se habla”.
La
virginidad
“Creo que lo de la ‘moral católica’ era
un mito. Como tantos otros, mi abuelo y mi papá no pisaban una iglesia y
odiaban a los curas y, sin embargo, eran tremendamente conservadores en esa
materia. El hombre te tenía que ‘hacer mujer’. El estigma social pesaba
muchísimo. La que se casaba ‘de apuro’ era motivo de sonrisitas y suspicacias”,
cuenta Rosa (73), proveniente de una familia de clase media, inmigrante y
anticlerical.
“La ‘obligación’ de manchar la sábana
la noche nupcial podía ser muy traumática. ‘Mirá que la primera noche a tu
marido le tiene que costar ‘estar con vos’… . A vos te tiene que doler y no te
tiene que gustar, ¿eh?’ Lo que pesaba era el concepto: no podías ser una ‘chica
fácil’. Las ‘chicas fáciles’ no conseguían marido. Ser solterona era como una
nube, una forma de invalidez que te condenaba a la dependencia doméstica. Hace
50 años era inconcebible que una mujer viviera sola”, agrega Rosa.
Josefina (79) trabajó durante años en
un instituto de educación superior. Cuenta que nunca habló de sexo con su
madre. “Recién cuando mi prima quedó embarazada estando de novia se tocó el
tema. ¡Era pecado mortal! Mi padre lloraba con su hermano, el papá de mi
prima”, explica.
Josefina, quien estuvo siete años de
novia y se casó virgen, dice que ni se le cruzaba por la cabeza mantener
relaciones prematrimoniales, aunque él intentó convencerla más de una vez.
“Pesaba mucho la religión, pero también la educación que me habían dado. Estaba
prohibido. Eso no se debía hacer y no se hacía. Hoy me parece absurdo”,
sostiene. Y recuerda las despedidas en el zaguán, con quien luego sería su
marido.
Marta (77) cuenta que sus padres la
cuidaban bastante. Sin embargo, tenía mucha libertad en comparación a lo que
ocurría con sus amigas. La suya era una familia que, de alguna manera, rompía
con los cánones de la época.
“El ingreso a Psicología fue una
bisagra en mi vida. Nos hablaban de sexualidad y yo le contaba a mi mamá lo que
empezaba a conocer. Ella no tenía idea de nada. Teníamos confianza, pero había
cosas que ella no sabía y no podía informarme. Luego, en la década de los 80,
di charlas de educación sexual”, cuenta la mujer que, asegura, tuvo muchos
pretendientes pero sólo un novio “en serio”, el que fue su marido. “Una vez, mi
papá me dio una revista sobre sexo. No era pornográfica sino que hablaba sobre
sexualidad, enfermedades, embarazo... Me la dio y no me dijo nada. No hubo
charla, estaba sobreentendido”, relata Marta.
Para “vestir
santos”
“Escuchaba las conversaciones de mis
hermanas mayores. Una me lleva 15, otra 13 y otra, nueve. Por ahí circulaba una
revista que se llamaba Nuestros hijos. Yo era bastante lectora y me la
devoraba. Nunca me olvido de esa vez que, muy suelta de cuerpo, le pregunté a
mi padre qué era masturbarse. Se puso pálido y no sé qué me contestó. Mi madre
era muy alegre, pero ‘de eso’ no se hablaba”, cuenta María Elena (70).
Su papá, remarca, era estricto. María
Elena nunca lo vio sentarse a la mesa en mangas de camisa. Eran cuatro mujeres
en la casa y no podían andar en enaguas o “combinación”. “De sexo pude hablar
con mi madre recién cuando estuve casada. Escuché algunas confesiones de su
parte. No me parecía que le entusiasmara mucho el sexo, pero nunca se sabe...”,
opina.
Su primera menstruación llegó cuando
era muy pequeña, a los 10 años. María Elena recuerda que su madre le explicó
que no era una enfermedad y que se podía bañar y hacer vida normal. “Me dijo
que era mejor no andar a caballo. Y yo pensé que era malo para el caballo... En
cuanto a las relaciones íntimas, una amiga indiscreta me puso al tanto. Yo le
pregunté a mi madre y ella me contestó que era muy chica para hablar de esas
cosas”, asegura.
Emilce (81) es hija única y fue criada
entre adultos. Las conversaciones sobre sexualidad, asegura, no existían.
“Además de un silencio cerrado, recuerdo que mi mamá, al referirse al estado de
embarazo de una mujer, decía que estaba ‘ejem, ejem’ (...) La sombra del pecado
pesaba en las relaciones. Pesaba demasiado. El pecado era una nube oscura que,
acentuada por las reiteradas recomendaciones familiares, anticipaba condenas y
deshonras”, explica.
Y continúa: “Las relaciones eran muy
estrictas y controladas. Nos sentíamos vigiladas por padres, familiares y
amigos de la familia que, lejos de ayudar, te hacían sentir en falta
injustamente. A pesar de alentar otros proyectos como seguir estudiando o
viajar, el casamiento era la frutilla de la torta. No recuerdo tener cerca a
alguien que decidiera quedarse soltera. ¡Claro que era un estigma! Recuerdo a mi
abuela que decía: ‘Hay que pensar qué se le va a decir a la gente cuando
pregunten por qué todas las primas se casan y esta (que era yo) sigue en casa.
¡Qué dolor de cabeza para mi pobre abuela! Para peor, ¡me casé a los 28 años!”.
Muchas cosas se daban por
sobreentendidas o se sugerían. Costaba hablar. Eran temas personales, íntimos,
que no había que divulgar. Emilce recuerda que cuando llegó de su feliz viaje
de bodas, Lorenza, “una viejecita” conocida, con mucha discreción, le preguntó:
“¿Te pidió mucho, querida?”.
El amor
libre y la píldora
Los años ’60 fueron decisivos. Comenzó
a hablarse del “amor libre” y aparecieron los anticonceptivos. “El gusanito del
‘amor libre’ penetró en nuestras cabezas muy despacio pero sin vuelta atrás.
Claro que había que compaginar el ‘amor libre’, sin ataduras, compromisos ni
papeles, con una sociedad que no tenía punto de comparación con la nórdica o
centroeuropea. ¡Mirá si yo iba a decir que me iba en carpa con un novio! ¿Sabés
el patadón que me daban? Lo de la píldora es notable. Nos cambió la vida, en
todos los sentidos (...) Yo, como tantas otras, empecé tomando la pastilla
cuando era soltera”, plantea Rosa.
María Elena cree que el matrimonio no
era “la única opción”, pero sí considera que era preferible casarse. “Mi
hermana, la que ahora tiene 83, era bastante liberal. No se casó nunca, pero
tuvo sus affaires que mi madre encubría cuando vivía con nosotros, aunque
pronto se fue a vivir sola. Para mi padre, el tema de mi hermana era durísimo”,
relata. Y agrega: “Mi primer beso, beso, fue con el que hoy es mi marido. Me
parece que le dije que no me gustó mucho. Nadie me había explicado la mecánica,
pero se ve que después, y no mucho después, le fui tomando el gusto”.