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sábado, 7 de marzo de 2020

Rebeca Anijovich: El cambio en educación debe ser cultural, no de metodologías… @ealgunamanera...

Rebeca Anijovich: El cambio en educación debe ser cultural, no de metodologías…

Rebeca Anijovich, pedagoga.

Asegura que sólo las aulas “flexibles” incluyen a todos los estudiantes.

© Escrito por Mariana Otero el 21/10/2019 y publicado por el Diario La Voz de la Ciudad de Córdoba, Provincia de Córdoba, República e los Argentinos.

“A mayor flexibilidad, mayor capacidad tienen un aula y una escuela de contribuir a los propósitos de una educación que aloje a todos los estudiantes”.

De esta manera responde Rebeca Anijovich a la pregunta de cómo lograr el aprendizaje en aulas diversas y heterogéneas, en tiempos cambiantes.

Anijovich es especialista y magíster en Formación de Formadores por la Universidad de Buenos Aires (UBA), profesora de posgrado en universidades públicas y privadas y asesora pedagógica e institucional en escuelas de Chile, de Uruguay, de Brasil y de México. Días atrás, dictó en Córdoba la conferencia “La escuela, ¿un lugar para todos?”, en la Universidad Blas Pascal, y dialogó con La Voz.

–El gran desafío de estos tiempos es transformar y mejorar la educación secundaria. ¿Es eso posible?
–Es una necesidad revisar la escuela secundaria y es posible porque voluntades de distinto tipo, docentes, directivos y profesionales dedicados a la educación, están pensando en cómo transformarla atendiendo a los mundo cambiantes y a los adolescentes que tienen otros modos de aprender. Los estudiantes están atravesados por las tecnologías, pero no solamente por ellas, sino por contextos sociales, económicos y políticos que son diferentes. Esto exige que la estructura de la escuela secundaria, que tiene más de 100 años, genere un modelo alternativo. Los institutos de formación docente deben avanzar en los nuevos modos de enseñar, en el uso de tecnologías, en el desarrollo de estudiantes más autónomos, en el trabajo más colaborativo, no en áreas disciplinarias exclusivamente, sino con una mirada más multidisciplinaria. Todo esto hay que enseñarlo a los futuros docentes. Por otro lado, desde la gestión deben pensar en cambios que tienen que ver con la organización de los espacios y los tiempos para favorecer otro tipo de estrategias de la formación de los estudiantes y de los ciudadanos.

–¿Qué estrategias se pueden implementar para garantizar que los alumnos desarrollen habilidades para desenvolverse en ese mundo cambiante y en un futuro incierto?
–Pensamos y creemos firmemente que todos pueden aprender. Parece una obviedad afirmarlo y hay que contribuir con acciones para que esto suceda. Pero conseguir el logro real de este principio y propósito inclusivo requiere de mucho trabajo. Las aulas heterogéneas constituidas bajo el concepto de “flexibilidad” muestran diversos modos de organizar los espacios, los tiempos, los agrupamientos de los estudiantes, los modos de comunicación y el uso de los recursos en función del contexto social, de los propósitos y de los contenidos por aprender. A mayor flexibilidad, mayor capacidad tienen un aula y una escuela de contribuir a los propósitos de una educación que aloje a todos los estudiantes.

–¿Cuáles deberían ser esos propósitos que incluyan a todos?
–Dado que no estamos hablando de cuestiones técnicas, sino de un enfoque educativo, señalamos sus propósitos principales. Esto es, ofrecer a los estudiantes oportunidades para elegir, para tomar decisiones y para desarrollar habilidades metacognitivas, aprendiendo a aprender. Disponer a la escuela en su conjunto como un entorno educativo estimulante, rico en propuestas diversas que ofrezcan múltiples oportunidades para un aprendizaje significativo y con sentido. Propiciar el desarrollo de un estudiante autónomo, con capacidad para trabajar junto con otros, y reconocer sus modos de aprender, sus estrategias, sus intereses, su expectativas, sus ritmos de aprendizaje y sus estilos de pensamiento.

–¿Algunos ejemplos para el aula?
–Ofrecer opciones en la producción final de una unidad o de un proyecto. Por ejemplo, si el docente está trabajando sobre alimentación, una alternativa para ofrecer a los alumnos es que elijan el mejor modo de demostrar lo que aprenden en ese proyecto a través de tres posibles producciones finales. Pueden entonces elegir entre diseñar un póster, hacer un video, grabar un podcast, proponer un menú semanal de comidas sanas para el comedor del colegio. En todas las producciones, deberían fundamentar la distinción entre comida sana y comida chatarra y tienen que estar asociadas a los criterios con que se las va a evaluar. Otra opción es ofrecerles alternativas en cuanto a los recursos. Así, algunos preferirán trabajar con música y otros, con artes plásticas, o a través de una dramatización. De esta manera, les ofrecemos diferentes recursos y técnicas para que ellos elijan con qué quieren avanzar y desarrollar el proyecto. Por otro lado, hay que estimularlos a que trabajen con fuentes de información diferentes, como sitios en internet, textos, entrevistas. Todas las opciones que mencioné son ejemplos de lo que los docentes pueden ofrecer a sus alumnos sin perder de vista nunca los propósitos de enseñanza de cada proyecto. Como tampoco deben dejar de lado los contenidos y capacidades “no negociables”. Con esa expresión me refiero a los contenidos que cualquier niño –no importa en qué escuela esté estudiando– debe aprender. Sobre el resto, puede trabajar por intereses.

–¿Por qué resulta tan difícil realizar cambios en educación?
–Cambiar no es fácil para nadie, pero es posible entender que, cuando hablamos de cambiar en educación, estamos hablando de un cambio cultural, no de un cambio de metodologías. Requiere cambiar algo que aprendimos durante muchos años en nuestro tránsito por la escuela como estudiantes. Allí aprendimos un modo de ser estudiantes y modelos docentes. También es importante pensar hacia dónde vamos, por qué queremos cambiar, qué esperamos de ese cambio, y hacer estas reflexiones con otros, en comunidad educativa. Asimismo, pensar si ese cambio lo vamos a poder sostener en el tiempo.





domingo, 3 de diciembre de 2017

El sexo hace medio siglo, en el recuerdo de mujeres de más de 70… @dealgunamanera...

El sexo hace medio siglo, en el recuerdo de mujeres de más de 70…


Era absoluto tabú y “de eso” no se hablaba en la mayoría de las familias. Cinco mujeres “grandes” hablan de sexualidad. La virginidad tenía un valor hoy inimaginable y el matrimonio era una institución con la que la mayoría de las mujeres soñaba.

©  Escrito por Mariana Otero el Domingo 05/11/2017 y publicado por el Diario La Voz de la Ciudad de Córdoba, Provincia de Córdoba.

“Había todo un mito acerca de la virginidad. Estaba la creencia de que si te acostabas con un tipo era como que te ‘poseía’ y ya no podía ser con ningún otro. Creo que, sobre todo, había un gran miedo a perder el respeto del hombre” (María Elena, 70 años, escribana).

“Con la madre no se hablaba. Recuerdo la impresión que me causó saber que había algo llamado ‘beso de lengua’. Durante mucho tiempo me asqueó esa figura. Todas soñábamos con el amor, con ponernos de novias. El sexo era una parte de esa fantasía romántica (Rosa, 73, periodista).

“Mi novio al principio venía sólo los martes y sábados. Nos quedábamos en casa, jugando a los naipes con mi papá. ¡Cómo cambiaron los tiempos! Yo tenía 15 años y él era siete años más grande. ¡No sé cómo me aguantó! (Josefina, 79, maestra).

“Me casé virgen, pero me esforzaba por hacer creer que habíamos tenido relaciones sexuales previas. Quería parecer moderna. La entrada a la Universidad me abrió la cabeza. Mi familia era bastante avanzada para la época” (Marta, 77, psicóloga).

“Recuerdo con tristeza cuando me desarrollé. Lloraba mi mamá y yo también, más asustada que otra cosa. Sin ninguna explicación, me dieron disparatadas recomendaciones y reglas: no lavarse la cabeza, bañarse por piezas, como decía mi abuela, y lo peor: higienizar esas prendas que se utilizaban” (Emilce, 81, profesora de Latín, Castellano y Literatura).

Todas las mujeres que hablan en esta nota son cordobesas mayores de 70 años, crecieron en la época en que conversar sobre sexo era una rareza, donde la virginidad tenía un valor superlativo y su pérdida era un “pecado”.

Vieron nacer la píldora anticonceptiva y se las ingeniaron para informarse sobre la sexualidad o tener algunos encuentros furtivos.

Por entonces, relatan, las cosas no siempre se llamaban por su nombre y la llegada de la menstruación y el embarazo eran situaciones, a veces, incómodas.

El pudor, la intimidad y la privacidad –junto a las apariencias y el qué dirán– solían ser moneda corriente y contrastaban con la hipersexualidad de los nuevos tiempos.

Invitamos a cinco mujeres para que cuenten cómo se vivía la sexualidad, las relaciones amorosas y los vínculos familiares en el tiempo del “de eso no se habla”.

La virginidad

“Creo que lo de la ‘moral católica’ era un mito. Como tantos otros, mi abuelo y mi papá no pisaban una iglesia y odiaban a los curas y, sin embargo, eran tremendamente conservadores en esa materia. El hombre te tenía que ‘hacer mujer’. El estigma social pesaba muchísimo. La que se casaba ‘de apuro’ era motivo de sonrisitas y suspicacias”, cuenta Rosa (73), proveniente de una familia de clase media, inmigrante y anticlerical.

“La ‘obligación’ de manchar la sábana la noche nupcial podía ser muy traumática. ‘Mirá que la primera noche a tu marido le tiene que costar ‘estar con vos’… . A vos te tiene que doler y no te tiene que gustar, ¿eh?’ Lo que pesaba era el concepto: no podías ser una ‘chica fácil’. Las ‘chicas fáciles’ no conseguían marido. Ser solterona era como una nube, una forma de invalidez que te condenaba a la dependencia doméstica. Hace 50 años era inconcebible que una mujer viviera sola”, agrega Rosa.

Josefina (79) trabajó durante años en un instituto de educación superior. Cuenta que nunca habló de sexo con su madre. “Recién cuando mi prima quedó embarazada estando de novia se tocó el tema. ¡Era pecado mortal! Mi padre lloraba con su hermano, el papá de mi prima”, explica.

Josefina, quien estuvo siete años de novia y se casó virgen, dice que ni se le cruzaba por la cabeza mantener relaciones prematrimoniales, aunque él intentó convencerla más de una vez. “Pesaba mucho la religión, pero también la educación que me habían dado. Estaba prohibido. Eso no se debía hacer y no se hacía. Hoy me parece absurdo”, sostiene. Y recuerda las despedidas en el zaguán, con quien luego sería su marido.

Marta (77) cuenta que sus padres la cuidaban bastante. Sin embargo, tenía mucha libertad en comparación a lo que ocurría con sus amigas. La suya era una familia que, de alguna manera, rompía con los cánones de la época.

“El ingreso a Psicología fue una bisagra en mi vida. Nos hablaban de sexualidad y yo le contaba a mi mamá lo que empezaba a conocer. Ella no tenía idea de nada. Teníamos confianza, pero había cosas que ella no sabía y no podía informarme. Luego, en la década de los 80, di charlas de educación sexual”, cuenta la mujer que, asegura, tuvo muchos pretendientes pero sólo un novio “en serio”, el que fue su marido. “Una vez, mi papá me dio una revista sobre sexo. No era pornográfica sino que hablaba sobre sexualidad, enfermedades, embarazo... Me la dio y no me dijo nada. No hubo charla, estaba sobreentendido”, relata Marta.

Para “vestir santos”

“Escuchaba las conversaciones de mis hermanas mayores. Una me lleva 15, otra 13 y otra, nueve. Por ahí circulaba una revista que se llamaba Nuestros hijos. Yo era bastante lectora y me la devoraba. Nunca me olvido de esa vez que, muy suelta de cuerpo, le pregunté a mi padre qué era masturbarse. Se puso pálido y no sé qué me contestó. Mi madre era muy alegre, pero ‘de eso’ no se hablaba”, cuenta María Elena (70).

Su papá, remarca, era estricto. María Elena nunca lo vio sentarse a la mesa en mangas de camisa. Eran cuatro mujeres en la casa y no podían andar en enaguas o “combinación”. “De sexo pude hablar con mi madre recién cuando estuve casada. Escuché algunas confesiones de su parte. No me parecía que le entusiasmara mucho el sexo, pero nunca se sabe...”, opina.

Su primera menstruación llegó cuando era muy pequeña, a los 10 años. María Elena recuerda que su madre le explicó que no era una enfermedad y que se podía bañar y hacer vida normal. “Me dijo que era mejor no andar a caballo. Y yo pensé que era malo para el caballo... En cuanto a las relaciones íntimas, una amiga indiscreta me puso al tanto. Yo le pregunté a mi madre y ella me contestó que era muy chica para hablar de esas cosas”, asegura.

Emilce (81) es hija única y fue criada entre adultos. Las conversaciones sobre sexualidad, asegura, no existían. “Además de un silencio cerrado, recuerdo que mi mamá, al referirse al estado de embarazo de una mujer, decía que estaba ‘ejem, ejem’ (...) La sombra del pecado pesaba en las relaciones. Pesaba demasiado. El pecado era una nube oscura que, acentuada por las reiteradas recomendaciones familiares, anticipaba condenas y deshonras”, explica.

Y continúa: “Las relaciones eran muy estrictas y controladas. Nos sentíamos vigiladas por padres, familiares y amigos de la familia que, lejos de ayudar, te hacían sentir en falta injustamente. A pesar de alentar otros proyectos como seguir estudiando o viajar, el casamiento era la frutilla de la torta. No recuerdo tener cerca a alguien que decidiera quedarse soltera. ¡Claro que era un estigma! Recuerdo a mi abuela que decía: ‘Hay que pensar qué se le va a decir a la gente cuando pregunten por qué todas las primas se casan y esta (que era yo) sigue en casa. ¡Qué dolor de cabeza para mi pobre abuela! Para peor, ¡me casé a los 28 años!”.

Muchas cosas se daban por sobreentendidas o se sugerían. Costaba hablar. Eran temas personales, íntimos, que no había que divulgar. Emilce recuerda que cuando llegó de su feliz viaje de bodas, Lorenza, “una viejecita” conocida, con mucha discreción, le preguntó: “¿Te pidió mucho, querida?”.

El amor libre y la píldora

Los años ’60 fueron decisivos. Comenzó a hablarse del “amor libre” y aparecieron los anticonceptivos. “El gusanito del ‘amor libre’ penetró en nuestras cabezas muy despacio pero sin vuelta atrás. Claro que había que compaginar el ‘amor libre’, sin ataduras, compromisos ni papeles, con una sociedad que no tenía punto de comparación con la nórdica o centroeuropea. ¡Mirá si yo iba a decir que me iba en carpa con un novio! ¿Sabés el patadón que me daban? Lo de la píldora es notable. Nos cambió la vida, en todos los sentidos (...) Yo, como tantas otras, empecé tomando la pastilla cuando era soltera”, plantea Rosa.

María Elena cree que el matrimonio no era “la única opción”, pero sí considera que era preferible casarse. “Mi hermana, la que ahora tiene 83, era bastante liberal. No se casó nunca, pero tuvo sus affaires que mi madre encubría cuando vivía con nosotros, aunque pronto se fue a vivir sola. Para mi padre, el tema de mi hermana era durísimo”, relata. Y agrega: “Mi primer beso, beso, fue con el que hoy es mi marido. Me parece que le dije que no me gustó mucho. Nadie me había explicado la mecánica, pero se ve que después, y no mucho después, le fui tomando el gusto”.