Pare de sufrir…
¡VIVA PERÓN, ALWAYS, ALWAYS! Cristina
Fernández. Dibujo: Pablo Temes.
La Presidenta dramatiza su día a
día pero otros “dejan la vida” en eso. Tuits desmitificadores.
Pare de sufrir, señora, no se
ponga dramática. Tal vez esté escuchando demasiados discursos de Evita y, en su
afán por identificarse con ella, hacia el final de sus últimas cadenas
nacionales la voz se le está desgarrando como si padeciera un dolor que no se
justifica. Usted no tiene ninguna enfermedad grave, ni siquiera es una buena
actriz capaz de simularla.
Resulta difícil entonces creerle
a quien dice “dejar la vida” en un puesto para el que se propuso sin que la
obligaran y que es remunerado con un salario de 100 mil pesos mensuales. Más
casa, comida, viajes, hoteles, aviones, helicópteros, servicios, personal,
seguridad, todo pago.
Expensas incluidas. La vida se
deja en el tren, señora. En la villa. En las calles, señora. Porque esto,
después de diez años, no cambió demasiado. Salvo en los depósitos bancarios de
sus funcionarios.
Insistir en el “sacrificio
enorme” que supone el ejercicio del más alto cargo público al que puede aspirar
un ciudadano, y que para cualquiera sería un placer y un privilegio, es
ofensivo para los millones de personas que cada día tienen que rebuscarse la
suerte. Piense, sencillamente, en una familia de cartoneros.
Puede verlos, cada noche, salir
con el carro, padre, madre, hijos, a ver qué hay en las bolsas de basura. La
vida se deja en los trenes, señora, viajando como se viaja. En las calles,
muriendo como se muere.
Nora Cortiñas, 82 años, madre de
Plaza de Mayo, viene cada día desde Caseros, en el Sarmiento, a continuar con
su pacífica lucha diaria. ¿Comprende, señora, la distancia entre las
condiciones en que se realizan esos esfuerzos y el suyo?
A propósito, Nora Cortiñas
pertenece a la Línea Fundadora de Madres. ¿Alguna vez se preguntó usted por qué
están separadas las Madres desde 1986? Si hubieran hecho usted o su marido un
“esfuerzo” por enterarse, seguramente no habrían aprobado los subsidios
millonarios que administraba Sergio Schoklender para la fundación de Hebe de
Bonafini y que acabaron en la “pesadilla compartida”.
Esas son las tareas, señora, en
las que usted debe empeñarse y trabajar después de hacer su caminata en la
cinta de ejercicios cada mañana, de producirse, de vestirse de negro y de
pintarse “como una puerta”. Para eso le pagamos.
En parte, se comprende, usted
debe responder a la puesta en escena que le organizan.
Tiene a un equipo numeroso
pensando en la disposición de las cámaras, la luz, el diseño de “la” imagen,
“la” foto, “la” edición de sus mensajes para difundir por la agencia Télam o
por las redes sociales.
Así, recortada sobre el perfil de
Evita o en teleconferencias con obreros de película o fieles elegidos, el guión
de cada acto prevé hasta el momento en que, cuando el tono le sale más afónico
y hace mención a su “coraje”, a la “soledad”, a lo que le cuesta –no en
términos económicos, claro– y al “esfuerzo”, el coro de funcionarios e
invitados debe levantarse de sus asientos y aplaudir.
No está mal. Todos lo hacen. O lo
harían. O lo hacían. Ya en 1983, a Raúl Alfonsín le inventaron un gesto para
saludar y asimilaron las siglas RA, de República Argentina, sobre un fondo de
colores celeste y blanco como etiqueta adhesiva para pegar en los autos y
lugares públicos. Los aplaudidores de entonces sabían que debían ponerse de pie
cuando Alfonsín se despedía recitando el preámbulo de la Constitución Nacional.
Pero eso fue hace treinta años,
señora, y uno de los beneficios de la continuidad democrática, después de tanto
tiempo de repetir el ciclo –ver, escuchar, confiar, creer y decepcionarse–, es,
precisamente, el de no comprar más el producto sólo por la campaña publicitaria
o la estrategia de marketing.
El impresionante desarrollo de
las llamadas redes sociales descompone y desestructura en minutos cualquier
imagen o discurso que se intenta instalar.
Usted puede sufrir mucho, señora,
pero al instante habrá alguien rebajando el drama con un tuit redactado de
apuro: “Quiero compartir ese sacrificio y los ochenta millones de la cuenta
bancaria”, que será retransmitido y respondido a su vez por otros cientos o
miles. Así es, así son las redes, no hay piedad ahí.
Usted lo sabe porque en estas
últimas semanas dedica parte de su horario de trabajo a practicar el mismo
juego. Es un impulso en procura de la satisfacción inmediata. Un signo de los
tiempos. La comunicación ha comenzado a girar en reversa.
Para aliviarse de un pesar
inútil, señora, ahora que comienza a comprender el fenómeno de las redes... ¿No
cree que debería revisar su estrategia en la “guerra” contra Clarín y la cadena
de medios que tanto la desanima y le hace sentir que está “dejando la vida”?
Todo indica que sus tropas llegan tarde adonde ya no pasa nada.
© Escrito por Carlos Ares el domingo 20/01/13 y publicado por el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.