Y todavía se preguntan por qué perdieron…
Con todo lo que hicieron durante los últimos tiempos, aún
hay personas que no entienden qué pasó en el ballottage.
Por esas cosas gratificantes que tiene la vida, ayer me
tocó cubrir el bunker del Frente para la Victoria. No es que uno sea un
sadomasoquista, pero convengamos que no podía imaginar mejor broche de oro para
estos años que verle la cara a Scioli al reconocer la derrota, a Karina
lagrimeando, a Zannini con cara de flato contenido, y a toda esa manga de
vendedores de autos con papeles truchos que venían a representar el cambio de
lo que haya que cambiar y la continuidad de lo que haya que continuiar,
construyendo de abajo hacia arriba, con fe, con esperanza, con ypeéfe,
desendeudamiento y papafrancisco.
Reconozco que cerca de la hora de ingreso se me llenó el upite de
preguntas. Sin embargo, el trato ameno y absolutamente respetuoso con el que
fui recibido me relajó bastante. Eso y el detalle de que Scioli dejó a toda la
militancia fuera del bunker. De un Luna Park a un auditorio con cuatro hileras
de doce butacas y la muchachada afuera. Sospeché que los números no daban bien
sin necesidad de recurrir a ningún boca de urna: los sánguches eran de salame.
Luego de recorrer las instalaciones y notar que los turros no prendieron ni el
aire acondicionado, me dispuse a disfrutar del desfile de personajes. Alberto
Pérez fue el primero en aparecer. Dijo que no había tendencia, pidió un aplauso
para la militancia: aplaudieron él y los que lo acompañaban. No le avisaron que
el resto éramos periodistas. A la media hora salió Diego Bossio con tres
inviables de remera. Dijo que no había tendencia y se fue. Un rato después
salió Gustavo Marangoni. Dijo la misma sarasa y se fue. Nos llegaron rumores de
que había piñas afuera, pero sólo se trató de un suicida al que no se le ocurrió
mejor forma de quitarse la vida que meterse en la Plaza de Mayo a gastar a los
kirchneristas. Los números de la Dirección Nacional Electoral se gritaban en
voz alta como si se tratara de un bingo y los cargadores portátiles de
teléfonos eran más cotizados que un sánguche como la gente.
Mientras empezaba a correrse la voz de que había un dealer de medialunas de
manteca en el recinto, nos llegaban las imágenes de la fiesta en el bunker de
Cambiemos. Al que parece que también le llegó la imagen fue a Scioli que
decidió postergar su salida de las 21.00 horas para las 22.00. Tanta espera,
tanto calor, tanto olor a salame para que Scioli aparezca, reconozca la
derrota, salude y se vaya. En mi caso particular, valió la pena. No había nada
más para hacer y me retiré del lugar esquivando gente que lloraba, gente con
chombas naranjas de Lacoste y un periodista al que le pegó duro la última
paritaria y se guardaba sanguchitos en la mochila. En la puerta, el auto de
Scioli salió arando y frenó de golpe porque el todavía gobernador bonaerense se
dispuso a atender a la prensa y repetir lo mismo que ya había dicho minutos
antes. Los que no lo vieron fueron los del auto custodia que chocaron entre sí.
Definitivamente no era el día de Dani.
En Costa Salguero, Macri insiste con la joda de
sacar a bailar a Gabriela Michetti. Afuera del NH, los de Quebracho llegaron
para gritar “Patria sí, colonia no” y mientras el turro de Fernando Esteche
tuiteaba “Derrotados las pelotas, vamos a frenar la entrega de un modo o de
otro”, el demócrata Scioli bajó a saludarlos. Los revoltosos se fueron con su
revolución del NH a pasear por Diagonal Sur, donde también me encontré con los
pibes de La Cámpora que convirtieron un velorio en una fiesta y cantaban aún
llorando. Al grito de “ya van a ver, vamo’ a volver”, desconcentraron la Plaza
y en el camino decoraron algunas paredes con frases para que recordemos el
notable compromiso con el bien común de la Nación, como “Macri prepará el
helicóptero”.
Lo triste de mi generación, los que salimos a la vida cívica en el año
2000, es que somos muchos los que no nos sentimos enamorados, políticamente
hablando, por nadie y, en algunos casos, lo trasladamos a todos los ámbitos.
Todo blanco o todo negro, sin matices. Por eso nos cuesta entender a los que
terminan llorando porque perdió el kirchnerismo. Es como si todo aquello en lo
que creían se hubiera muerto. La muerte del padre, ése que todo lo protegía, al
que podían recurrir para que los cuide mientras pasaban sus vidas puteando a
todos los demás.
Nunca voté convencido por nadie –ayer no fue la excepción– pero siempre me
sentí convencido de quién no quería que gane, aunque nunca me funcionó. Es así,
estimado amigo ya exoficialista: sus victorias siempre fueron gracias a que no
había nada mejor en frente, lo cual es demasiado teniendo en cuenta el nivel de
estadistas made in La Salada que nos enchufaron como faros políticos de la
socialdemocracia del siglo XXI.
Lo que me mata de risa es que, con todas las contras que podría
tener Mauricio Macri en base a los prejuicios idiotas hacia el que tiene guita
o fue criado en cuna de oro –como si Cristina no durmiera sobre fajos de
dólares o los desempleados de sus hijos no hubieran crecido con todos los lujos
pagos– la gente votó a ese Macri. Hay personas que creen que se la van a
empomar el año que viene y lo eligieron igual. Noten lo que han hecho que con
todo lo que dijeron perdieron.
Si la única verdad es la realidad, ésta es tan subjetiva como la percepción
que tenga cada uno de ella en base a sus parámetros, educación, traumas y
experiencias. El kirchnerismo se construyó como el enemigo de cientos de
realidades que crearon, sin importar que muchas de ellas fueran incompatibles,
como ese detalle de señalar a los ricos con un Rolex Presidente bailando en la
muñeca. Los ejemplos se multiplican hasta el infinito. La última de sus grandes
realidades –inaugurada en 2007 por Néstor Kirchner para bancar al perdedor
serial Daniel Filmus– es que Macri es el cuco. Y se lo creyeron. Y ganó el
cuco. No hay terapia que supere eso, pero bueno: es el problema de los
fanatismos.
Fíjense todo lo que han dicho que pasaría si gana Macri y más de la mitad
del electorado lo votó igual. Por mi parte no es que esté contento porque ganó
Macri, ese es un detalle, si total es cuestión de –poco– tiempo para que
empecemos a ser tildados de kirchneristas ante el primer detalle que no nos
guste de la gestión. Pero sí estoy contento porque perdió el kirchnerismo. Sí,
suena a revanchista o lo que quieran, pero no jodamos, es un sentimiento puro,
natural y habitual. ¿O acaso no celebrás cuando el que te hizo bullying durante
años finalmente queda expuesto? Acá nadie podía protegerte del abusador porque
era el mismísimo director de la escuela.
Ayer, mientras veía las lágrimas afuera del bunker que montó
Daniel Scioli, escuché a una romper en llanto y gritar que no entendía porque
la gente votaba así. Confieso que me dio un poco de angustia por empatía. Pero
a la tercer persona que escuché preguntarse lo mismo –insultos al mundo más,
insultos al mundo menos– me di cuenta que realmente creyeron todo. No es que no
lo supiera, pero una cosa es una hipótesis y otra es probarla.
La respuesta es simple y se resume en recordar qué pasó desde octubre de
2011, el pico de éxito del kirchnerismo, para acá. En el mismo discurso de
festejo de Cristina, la Presi la pudrió cuando, luego de pedir respeto por el
derrotado Hermes Binner, dijo que del lado del kirchnerismo estaba la bandera y
la historia de la Patria. La siguió en el día de la jura, cuando hizo que su
propia hija le colocara la banda presidencial, rompiendo protocolos y dando el
mensaje al mundo: gobierno sola, sin control y sin que nadie me rompa la
ilusión. En nombre del 54% se peleó con todos, incluyendo a los que habían
aportado en buena manera a ese 54%: los sindicatos. La economía, los avances
sobre la Justicia y las relaciones internacionales son cuestiones políticas,
pero en nombre del 54% también se llevaron puesto todo, y cuando no quedaban
dudas, la todavía Presi lo confirmó luego de días de silencio tras la muerte de
51 personas y una por nacer, cuando lloró y gritó “Vamos por todo”. Y mierda
que cumplió.
Y si se preguntan en serio por qué pasó lo que pasó anoche, la podemos seguir.
Porque se pasaron años en silencio sin enterarse de que gobernaba el
kirchnerismo hasta que decidieron “comprometerse” porque estaba de moda. Porque
muchos son militantes de velorio que se sumaron para putearnos porque
encontraron la excusa perfecta para canalizar todos sus traumas y
frustraciones. Porque en sus locas cabecitas, si no tienen acceso a la vivienda
y todavía están esperando que palmen sus viejos para ser dueños de lo que sus
padres ya eran propietarios a la misma edad, es culpa del sistema financiero,
que controla el Gobierno. Porque se metieron en todos y cada uno de los
rincones de nuestras vidas, decidiendo hasta en qué orden tenían que estar los
canales de televisión para que sea “más pluralista”. Porque hicieron que por
primera vez notáramos la relación directa entre la corrupción del Estado y el
daño provocable luego de medio centenar de muertos en un choque ferroviario
absolutamente evitable. Porque Boudou, porque Ciccone, porque los Pomar, porque
Candela, porque Lorenzino se quería ir, porque las patoteadas de Moreno, porque
Micelli, porque el dedito acusador de Kicillof, porque los buitres, porque las
cadenas, las eternas cadenas, las imposibles cadenas, porque los llantos
televisados, porque la terapia transmitida, porque llorar en silla de ruedas,
porque Nisman.
Porque trazaron una raya en el piso, nos colocaron del otro
lado y empezaron a putearnos y escupirnos ante la necesidad de culpar a alguien
de sus propias miserias nunca tratadas en terapia. Porque hasta hace 15 minutos
en el mismo lado de la raya nos enchufaron a Daniel Scioli, el que manifestó su
deseo de ser presidente hace un par de años y lo trataron de golpista,
conservador, retrógrado y candidato de Magnetto y de los fondos buitre. Y como
hicieron siempre, de un día para el otro dijeron que no era tan así, que era lo
más mejor del universo todo.
Porque convirtieron al Gobierno en una máquina generadora de excusas. Que
si hay un apagón generalizado por culpa de la desinversión provocada por años
de subsidios sin control alguno al sector energético, es que alguien bajó la
palanca. Que si hubiera sido sábado, en Once morían menos personas. Que Nisman
era putañero y se merecía la violación porque le gustaba salir a la calle de
minifalda. Que los padres no biológicos de hijos de desaparecidos merecen ir
todos en cana, menos los del nieto de Carlotto, que la culpa de sueños
compartidos es de Schoklender y no de los delincuentes que le dieron cabida.
Que a una ciudad de La Plata devastada por el agua y la muerte, Cristina les
dice que ella sabe lo que es una inundación porque una vez se le rebalsó el
lavarropas cuando era chica. Que esto es Harvard y no La Matanza, que siempre
fue una exitosa abogada sin matrícula, que Fariña y Elaskar vendieron ficción,
que la diabetes es una enfermedad de gente rica, que los abuelos que quieren
enseñar a sus nietos el valor del ahorro son unos viejos amarretes, que el
mundo se derrumba como una burbuja –porque en el curioso mundo de Cris, las
burbujas no explotan, se derrumban–, que dar la cotización del dólar blue es
como dar el precio de la cocaína. Que el pacto con Irán no es una claudicación
sino la necesidad de tranzar con los sospechados de dinamitar a 85
compatriotas, que todos los que vistieron uniforme en la dictadura son demonios
menos el imputado Milani. Que lo importante es tener créditos de 50 cuotas, que
pretender seguir consumiendo es de cipayos, que el Ahora 12 es una política de
Estado.
Porque a Cristina no le alcanzaba con ser la Presi y tenía que sentirse “un
poco la madre de todos”, o ser una arquitecta egipcia, capitana de la patria,
reencarnación de Napoleón, contadora sin balances, médica, ingeniera,
bioquímica hachedoscero, sabelotodo de todo, habladora sin saber profesional.
Por si todavía siguen sin encontrar la respuesta, paso a lo
personal. A lo largo de la década larga ganada me tildaron de facho, cipayo,
gorila, golpista, agrogarca que la única tierra que tiene es la que se le junta
en los muebles, vendepatria de una patria que nadie querría comprar con
nosotros adentro, neoliberal beneficiado por un gobierno que terminó antes de
que yo termine la secundaria, cómplice de una dictadura que se acabó cuando yo
tenía once meses de vida, fan del nazismo que finiquitó 37 años antes de que naciera
y simpatizante del fascismo que pasó a mejor vida unas cuatro décadas antes de
que mis padres decidieran que era una buena idea traerme a este mundo. Me
acusaron de falta de solidaridad cuando siempre somos nosotros los que salimos
a donar lo que no nos sobra para ayudar a la gente que el Gobierno abandona.
Los que se sumaron a este blog en los últimos años, es probable que desconozcan
el clima que se vivía en el submundo de Internet en la era en la que los
grandes medios no lograban adaptarse al juego del kirchnerismo. Nos insultaron
mil millones de veces, nos amenazaron otras tantas, nos apretaron y, lo que más
duele, nos ningunearon como ciudadanos.
Y yo no soy eso que dicen que soy.
Discúlpenme si no me pongo a llorar con ustedes o si no logro quedarme
callado la boca, pero me han basureado tanto, pero tanto, que no puedo evitar
que se me escape una leve sonrisa. Eso me hará menos cristiano y podrá no
quedar muy en línea con el discurso integrador del presidente electo, pero no
me digan que no es humano. Si las tardes de cadena nacional las hubieran
dedicado a jugar al fútbol con amigos o a visitar a la familia en vez de
pasarlas viéndola desde abajo, si en vez de defender lo indefendible hubieran
frenado cinco segundos a preguntarse qué estaban defendiendo, si hubieran
dedicado un cachito de sus días para poner las energías en armar algo que los
trascienda a ustedes y no en bancar a personas que les decían que los querían
mientras se forraban en guita, quizás no habrían vivido la jornada de ayer como
si se tratara de un velorio. Ganó uno, perdió otro, reglas de la democracia.
Ahora podría decirse que se viene la revancha de gente como uno. No tengo
ganas ni tiempo, dado que en un par de días ya tengo un nuevo Gobierno para
empezar a analizar y criticar.
Se van. En unos días nos estaremos puteando por otras cosas, nos mataremos
por cuestiones opinables, seguiremos debatiendo todo porque está en nuestra
esencia, pero lo haremos con caras nuevas. Y
eso… eso ya es motivo de alivio.
© Escrito por Nicolás De Lucca el lunes 23/11/2015 y publicado por el Blog Relatos el Presente