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domingo, 29 de octubre de 2017

Cataluña. Expectativas e incertidumbres… @dealgunamanera...

Expectativas e incertidumbres…

Futuro. Los independentistas avanzan con destino incierto. Fotografía: AFP

La gente está tranquila. Mientras escribo estas líneas estoy en un bar, rodeado de muchas personas contrarias a la declaración de la independencia.

Presidente del Gobierno Catalan. Carles Puigdemont

© Escrito por Nelson Castro desde la Ciudad de Barcelona el sábado 28/10/2017 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 

La gente está tranquila. Mientras escribo estas líneas estoy en un bar, rodeado de muchas personas contrarias a la declaración de la independencia. Hay mucha expectativa, miedo y, a la vez, incertidumbre sobre cómo se va a implementar este procedimiento declarado por el Parlamento catalán y sobre el anuncio del presidente Mariano Rajoy acerca del cese del gobierno de Cataluña, la disolución de su Parlamento y el llamado a elecciones autonómicas para el próximo 21 de diciembre.

Durante la jornada hablé con unos veinte militantes independentistas. Los noté muy enfervorizados, con un fuerte nivel de fanatismo. Hay mucho sentimiento en sus posturas. La mayoría festeja porque ve el proceso como una liberación, como el fin de cierta “esclavitud”, cuando bien sabemos que Cataluña está bien lejos de algo por el estilo.

Por otro lado, hoy por la mañana, cuando se hizo el anuncio de la resolución del Parlamento, la mayoría de la gente que estaba en la puerta empezó a dispersarse, ya que quedó muy impactada por la represión que hubo el día del referéndum por parte del gobierno nacional. Ellos pensaron que podían llegar a ser un blanco fácil de la guardia nacional.

Afortunadamente, esto no pasó. Un grupo, luego del anuncio, se quedó para poner el cuerpo. Esto demuestra que muchos defienden la causa con alma y vida, lo que hace dar cuenta del nivel de visceralidad con el que algunos lo viven.

Sin embargo, no se notan barricadas ni se vive en una ciudad cortada. No hay violencia en las calles. No se ven agresiones. La división existe y se nota una gran ausencia de liderazgo político. La gente se pregunta quién manda y por qué no lograron llegar a un acuerdo sin necesidad de atravesar esta crisis.

Al momento del debate, nosotros nos encontrábamos dentro del Parlamento. Ahí se pudo ver el nivel de discusión y enfrentamiento cuando la oposición se retiraba. Las declaraciones fueron fuertes. Hubo un nivel de diálogo elevado entre las dos partes. Pudimos hablar con Artur Mas, quien en un principio apoyó fuertemente la independencia y luego dio marcha atrás. Esto demuestra algo que se nota dentro del ambiente político independentista: una propia interna dentro de los partidos que la apoyan.

En los medios se refleja fielmente lo que se ve en las calles. Por un lado estaban los medios catalanes, que mostraban la imagen dentro del Parlamento con un videograph que decía “A minutos de la declaración de la independencia histórica”, y por otro se veía a los medios madrileños con la misma imagen pero otra frase: “A minutos de la declaración ilegal de la independencia”.

Respecto de la parte de la sociedad que defiende el No, puedo decir que hablé con muchos ciudadanos que no están a favor, como artistas, mozos, empleados bancarios y de una farmacia. Se mostraron con muchísimo temor de perder sus empleos por esta tendencia de las empresas de irse de Cataluña y radicarse en España.


domingo, 1 de octubre de 2017

Cataluña: el viejo truco de la patria… @dealgunamanera...

Cataluña: el viejo truco de la patria…

El presidente del gobierno catalán, Carles Puigdemont, urge a sus seguidores a dar el sí a la independencia catalana en un discurso durante una manifestación, el 22 de septiembre en Sant Cugat. Fotografías: Albert Gea / Reuters

Nada nunca empieza, todo sigue, pero si esto fuera un cuento se podría decir que empezó hacia 2010, cuando la crisis económica global se ensañó con España. Ese año el Partido Popular consiguió que el Tribunal Constitucional anulara el Estatuto de Autonomía que los catalanes habían votado cuatro años antes. Gobernaba Cataluña el mismo partido de la derecha catalanista que ya lo había hecho durante más de dos décadas y nunca había hablado de independencia para su región. Tampoco lo hizo entonces.

© Escrito por Martín Caparros el miércoles 25/09/2017 y publicado por el New York Times (edición en Español) de la Ciudad de New York, U.S.A.

Pero la crisis arreciaba, y el Govern catalán decidió cortar por lo más débil.

Entre 2010 y 2015 redujo los presupuestos de vivienda, educación y salud públicas más del 15 por ciento. En ninguna otra comunidad española los recortes fueron tan brutales.

Hubo protestas, miles, en las calles. El Govern se asustó: debía hacer algo. Freud –cuánto hace que no citábamos a Freud– habló de los recuerdos pantalla, esos que sirven para tapar lo que no soportamos recordar. Más universales aún son los proyectos pantalla: los que sirven para tapar lo que no soportamos prever, las amenazas del futuro. Cualquier religión, muchos discursos políticos son buenos ejemplos. El partido de la derecha catalana recurrió al más clásico: el viejo truco de la patria.

Toda la culpa, dijeron, era de Madrid. Y allí el gobierno de la derecha española, también golpeado por la crisis, vio la oportunidad y saltó sobre ella: ¿qué mejor que imitar a sus correligionarios catalanes y agitar el mismo espantajo? Fue una curiosa coincidencia: Artur Mas en Barcelona y Mariano Rajoy en Madrid pensaron que los fantasmas patrios les servirían para disimular otros fantasmas, y los llamaron a los gritos. “El patriotismo es el último refugio de los canallas”, repite el doctor Samuel Johnson. A estos dos les convenía pelearse, revolear banderas: así empezó esta carrera de provocaciones, bravatas y tonterías que amenaza con crear nuevas fronteras.

La patria es una idea paranoica –funciona en referencia a una amenaza externa– y la paranoia siempre vende bien. Es fácil entusiasmarse con la patria. Es fácil imaginarnos distintos de los otros; es fácil imaginarnos mejores que los otros. Es fácil suponer que todos los males vienen de los que están más lejos, los que no son nuestros parientes, nuestros vecinos, los nuestros. Es más cómodo, más tranquilizador: evita ciertos roces y evita, sobre todo, el esfuerzo de pensar.

El mayor efecto de la patria es aplastar las diferencias, los matices: hace que cualquier consideración desaparezca ante la fuerza de esa banda de –supuestos– iguales. Frente al aumento de la desigualdad en la sociedad catalana –como en el resto de la sociedad española– en los últimos años por la concentración de la riqueza y la pérdida de empleo y los errores económicos, lo más fácil para muchos catalanes es decir “Espanya ens roba” (España nos roba). Es lo mismo que hicieron los británicos que votaron el brexit, los estadounidenses que votaron a Trump, y siguen los éxitos.

Así que la gran derecha catalana, extrañamente aliada con la izquierda republicana, con mayoría en el Parlament autonómico, convocó un referéndum para que los catalanes voten si quieren o no la independencia. Lo anunciaron para el domingo 1 de octubre y la ley que lo prevé dice que si gana el sí –por mayoría simple de votos, sin mínimo de participación–, el Parlament debe declarar, en menos de 48 horas, la independencia.

Independencia es un concepto vaporoso. Creo que muchos catalanes no se imaginaban el esfuerzo, el costo, la voluntad que requiere poner en marcha un país nuevo. No se veía –viví allí varios años– en la sociedad catalana esa energía y esa urgencia necesarias para inventar un país, para construir la realidad de una idea. Parecía que se imaginaban la independencia como un estado idílico, de amor y tradición, de retorno a un pasado que nunca existió. Que no consideraban que los obligaría a crear un gran aparato de Estado, a salir de la Comunidad Europea, a perder por un tiempo su mercado principal –España–, a resignar nivel de vida. Y que el Barça tendría que jugar un campeonato de segunda.

Por eso, hace unos meses no habría sido difícil contener ese impulso o, por lo menos, encauzarlo. El gobierno central podría haber buscado las maneras: informar sobre las complicaciones de una separación, insistir en que España quiere y necesita a Cataluña, discutir mejores términos de convivencia. Y, en última instancia, organizar un reférendum legal, consensuado, que aceptara que para plantear su secesión la población de una región necesita dos tercios o tres cuartos de los votos, con un mínimo de participación. Al fin y al cabo, todas las encuestas dicen que tres de cada cuatro catalanes quieren votar y decidir, pero menos de la mitad elegiría la independencia. Votar y votar por la independencia son dos cosas radicalmente distintas; la testarudez de Rajoy y los suyos las ligaron.

Un grupo de ciudadanos se reúne en Barcelona para mostrar su apoyo al referéndum del 1º de octubre por la independencia catalana, el 24 de septiembre de 2017. Fotografía: Susana Vera / Reuters.

Tenían muchas opciones y las despreciaron: se creen que para complacer a su público les conviene mantener la imagen de caballeros altivos inflexibles —que tan bien sirvió a sus ancestros para construir la famosa leyenda negra—. Y ahora insisten en su exquisita mezcla de sordera y agresión: siguen negándose a cualquier diálogo, secuestraron millones de boletas y carteles electorales, mandaron fuerzas de intervención policial con helicópteros y barcos, acusaron a más de 700 alcaldes, detuvieron a una docena de dirigentes, crearon un clima de ocupación que solo favorece a los otros nacionalistas. La imagen de la Guardia Civil española impidiendo votar a los ciudadanos de Cataluña es de esas que pueden durar décadas.

El gobierno del Partido Popular insiste en que el referéndum es inconstitucional. Lo es, según la ley, pero el texto de la ley no siempre traduce su espíritu. Es difícil, en una democracia, sostener que un pueblo no tiene derecho a expresarse en las urnas. Y es más difícil todavía reprimirlo por intentarlo. El referéndum puede ser ilegal; con su violencia, el Estado central lo está legitimando.

Siempre se dijo que la principal característica de los catalanes era el seny –el sentido común, la razón serena–; en este caso, la intolerancia centralista está acabando con él. Más y más catalanes se deciden por un independentismo que, hace unas semanas, los asustaba o no les interesaba. Más y más personas dicen que ya no importa lo que les cueste; que no quieren seguir tolerando los agravios y ataques españoles. Si alguna vez queremos saber cómo se llega a situaciones que parecían imposibles, el caso catalán será objeto de estudio: de cómo dos bandos que creyeron que podrían mantener controlada una pelea de baja intensidad rodaron al abismo.

El viernes Mariano Rajoy anunció que su intervención policial y judicial ya había logrado desarmar el referéndum. Es probable que el Govern, acorralado, no consiga realizarlo. La votación será remplazada por los intentos de votar: el próximo domingo esos intentos se convertirán en marchas, acampes, ocupaciones varias —como la que ya empezó en la Universidad de Barcelona—.

Así que nunca se sabrá qué habrían votado los catalanes. No habrá datos ni hechos ciertos sino nuevas ilusiones: lo que podrían haber logrado si no los hubieran reprimido. Los hechos se pueden discutir; las ilusiones no.

Y nadie descarta que el lunes 2 el president Puigdemont declare la independencia de Cataluña y que España intervenga manu militari y que catalanes resistan y que quién sabe qué. Mariano Rajoy pasará a la historia como ese necio que de tanto escalar una suave colina la convirtió en el Everest: gracias a sus esfuerzos los independentistas están ganando esa legitimidad que solo consiguen, en nuestras sociedades, las víctimas.

Nada le sirve tanto al viejo truco de la patria.


lunes, 2 de junio de 2014

Cuando los Reyes Adbican... De Alguna Manera...


El rey Juan Carlos I de España abdicó...

Rey Juan Carlos I. Dejó el trono al príncipe Felipe.  Foto: AFP

Lo anunció el presidente del Gobierno de España Mariano Rajoy.  El rey Juan Carlos I, de 76 años, cuya imagen se vio últimamente empañada por los escándalos, decidió abdicar en su hijo, el príncipe Felipe, anunció este lunes el jefe del gobierno español, Mariano Rajoy, sorprendiendo a todo el país.

El príncipe de Asturias, de 46 años, debe ser nombrado próximamente nuevo monarca de España bajo el nombre de Felipe VI.

Juan Carlos I, coronado a los 37 años tras la muerte del dictador Francisco Franco el 22 de noviembre de 1975, construyó su popularidad conduciendo la transición de España hacia la democracia. Sin embargo, sus últimos años de reinado se vieron marcados por los problemas de salud y por los escándalos, encabezados por la investigación por presunta corrupción a su yerno Iñaki Urdangarin, que salpicó a su hija menor, la infanta Cristina.

"He visto al rey convencido de que éste es el mejor momento para que pueda producirse con toda normalidad el cambio en la jefatura del Estado y la transmisión de la corona al príncipe Felipe", aseguró Rajoy en una declaración institucional excepcional convocada de urgencia.

El rey Juan Carlos manifestó su deseo de dirigirse personalmente a los españoles, anunció Rajoy, en una comparecencia prevista a partir de las 12 (hora local). El jefe del gobierno español convocó por su parte "un consejo de ministros extraordinario" para el martes, recordando que este proceso de abdicación necesitará la aprobación de una ley orgánica. 

"Espero que en un plazo muy breve, las Cortes españolas puedan proceder al nombramiento como rey" del príncipe Felipe, agregó.

El heredero al trono, junto a la futura reina, la princesa Letizia, ocupa desde hace varios años un lugar cada vez más preponderante en la monarquía española y hasta ahora logró quedar al margen de su pérdida de popularidad.

El rey Juan Carlos "fue el mayor impulsor de nuestra democracia", recordó Rajoy. Y es "el mejor símbolo de nuestra convivencia en paz y en libertad", subrayó en un momento en que España se enfrenta al importante reto del independentismo en Cataluña, gran región del noreste del país.

El 23 de febrero de 1981, un joven monarca en uniforme militar ordenaba, en un histórico mensaje televisivo grabado en todas las memorias, a los oficiales golpistas de la Guardia Civil que ocupaban el Congreso de los Diputados que volviesen a sus cuarteles. 

Desbaratando esta tentativa de golpe de Estado encabezado por el teniente coronel Antonio Tejero, el rey al que Franco había designado, ya en 1969 como su sucesor, se imponía ese día como el héroe de la transición democrática.

Juan Carlos acompañó después el destino de una España recién salida de la dictadura para llevarla a unirse a las grandes monarquías europeas. Durante años, el carácter afable y los modales sencillos de este jefe de Estado considerado cercano a su pueblo, que llevaba con discreción su vida privada, apasionado de los deportes, especialmente de la vela y del esquí, le valieron el afecto de los españoles. 

© Publicado el Lunes 02/06/2014 por el Diario PErfil de la Ciuda Autónoma de Buenos Aires.