Las primeras medidas económicas solo preparan la
renegociación de la deuda. El plan vendrá después. La falta de cintura de Axel
Kicillof.
© Escrito por Nelson
Castro el domingo 29/12/2019 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, República Argentina.
No es una novedad: la
mayoría de la dirigencia política argentina hace de la repetición algo
axiomático. Y esto va más allá de la pertenencia partidaria u orientación
ideológica de sus protagonistas.
Uno de los conceptos que se ha impuesto en la política
vernácula es que la percepción de la realidad puede ser modificada a través del
lenguaje. Durante el segundo mandato de Cristina Kirchner sus funcionarios
tenían prohibida la utilización de la palabra “cepo”, que aludía a las restricciones
cambiarias por ella impuestas. Todos recordamos cómo la entonces presidenta se
enfurecía cuando alguien pronunciaba esa palabra en su presencia.
En 2018, en el comienzo de la brutal crisis económica que
llevó a las nubes los niveles de inflación y agravó dramáticamente los índices
de pobreza e indigencia, los “cráneos” comunicacionales del gobierno de
Mauricio Macri establecieron que había que evitar la palabra “crisis”, a la que
reemplazaron por “tormenta” –que, como todas, sería pasajera, cosa que nunca
sucedió.
Ahora las palabras que incomodan son “impuestazo” y
“ajuste”. “La Ley de Emergencia hace que los que más tienen aporten más, no es
una ley de ajuste”, dijo Alberto Fernández. “No sé dónde está el impuestazo, no
lo encontré”, afirmó el jefe de gabinete bonaerense, Carlos Bianco.
No hace falta explicar que las medidas que adoptó la
nueva administración representan un “ajuste” instrumentado a través de un
“impuestazo”.
Por supuesto que la causa de todo esto es la “pesada
herencia” que le dejó el gobierno de Macri al de Fernández, pero se trata
simplemente de llamar a las cosas por su nombre a fin de darles a estas medidas
la exacta dimensión de lo que significan para una gran parte de la ciudadanía
que ve, con lógica indignación, que nada del “ajuste” incluye a la clase
política que la representa.
Una de las evidencias que mejor grafica esta diferencia
no es solo la intangibilidad de las dietas y jubilaciones de legisladores y
jueces, sino también medidas como el aumento del número de ministerios.
Si todo esto lo hubiera hecho Macri, la calle habría
estallado. Pero lo hizo el peronismo y, entonces, nada de eso ocurrió. Lo que
era malo con Macri, ahora es bueno con Fernández.
Mercados. Los que recibieron muy bien este paquete de medidas han sido los mercados,
que le han dado oxígeno a la nueva administración. El riego país cayó y las
acciones de las empresas argentinas han subido.
Algunas causas para esa satisfacción: la decisión de
evitar el default y abrir negociaciones con el FMI y los acreedores privados;
el aumento de las retenciones; la suspensión del índice de movilidad de los
haberes de los jubilados y la eliminación del impuesto a la renta financiera.
Eran todas medidas que el FMI le había pedido a Macri.
“El impuesto a la renta financiera fue un grueso error que cometimos, y todo
por darle el gusto a Massa”, reflexionaba un ex ministro de Cambiemos. Es
verdad: fue el hoy presidente de la Cámara de Diputados quien motorizó esa ley,
el puntapié inicial de la crisis que acabó con los sueños de reelección de
Macri. Como decía Groucho Marx: “estos son mis principios pero, si no les
gustan, tengo otros”.
“Este ajuste es más de lo que se pedía”, señala un
conocedor del caso argentino desde Washington. Por eso no es casual la
aparición pública de Joseph Stiglitz elogiando a Martín Guzmán, al que el Fondo
considera un muy buen interlocutror de la Argentina en las negociaciones.
Todo ello contribuye a que la misión del FMI que arribará
al país en las próximas semanas venga con buena predisposición. Recién cuando
se termine la negociación y el gobierno sepa cuándo, cuánto y cómo deberá pagar
los intereses de la deuda, habrá un plan económico. Hoy en día, no lo hay.
Ruido. El estrépito político de la semana fue el fracaso de la sesión del Senado
bonaerense para tratar el impuestazo. La iracundia de Axel Kicillof al
despotricar contra la oposición muestra que todavía no aprendió a diferenciar
entre lo que es una asamblea estudiantil y la gobernación de Buenos Aires.
El episodio tuvo una trastienda que grafica la trama
política que se vive dentro del oficialismo y de la oposición. La orden de
Kicillof fue la de no negociar nada. Mayor muestra de falta de cintura política,
imposible. Eso lo podía hacer el kirchnerismo cuando tenía mayoría en las dos
cámaras del Congreso.
La “no negociación” la llevó adelante el jefe de gabinete
Bianco, con la supervisión legislativa del diputado Carlos “Cuto”Moreno y sin
participación de los presidentes de bloque del oficialismo.
La ausencia de María Eugenia Vidal complicó las cosas.
Sorprende el error político de la ex gobernadora. No se esperaba que estuviera
en un viaje de novios en París en un momento político y social tan complejo.
Jorge Macri no dejó pasar la oportunidad para afirmarse en la interna –aspira a
ser candidato a gobernador en 2023– y erigirse en el vocero de Juntos por el
Cambio.
Algunos intendentes y legisladores del oficialismo quisieron
aprovechar la circunstancia para dividir a Juntos por el Cambio. Como se vio,
fracasaron.
Kicillof quiso imponer y la realidad es que esto exige
consensuar. Y esa falta de consenso se extendió inclusive al interior del
oficialismo. Varios intendentes peronistas apostaron a que la ley no salga y
pidieron ser escuchados. Fue en vano.
Compromiso. La convocatoria realizada por el Presidente para la firma del Compromiso
Argentino de Solidaridad dejó un documento de buenas intenciones y una foto con
dos ausencias significativas: el campo y los partidos políticos. El campo es el
único aportante de los dólares por los que mendiga el gobierno y los partidos
son clave para los acuerdos necesarios que exigirá la solución de los graves
problemas que atraviesa el país.
El enojo del campo es algo que el Presidente deberá monitorear con especial
atención. De lo sucedido en los últimos días se desprende una disociación
creciente entre la dirigencia de la Mesa de Enlace y las bases. Esa disociación
se refleja en el disconformismo de mucha gente que cree que la postura de sus
dirigentes fue tibia. El movimiento “Campo+Ciudad” es el producto de esa
insatisfacción que viene desde las PASO y va en aumento. Es el dejà vu de la
Argentina.
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