Vuelve a escena el cristinismo…
Bonaerense, Axel
Kicillof. Fotografía: Pablo Temes..
Mientras se mantienen las dudas sobre el
rumbo económico, CFK veta y coloca su gente en el Congreso. Volvió el tema del
aborto.
©
Escrito por Nelson Castro el domingo 24/11/2019 y publicado por el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Las aguas por las
que navega la interna del futuro gobierno se han puesto procelosas. Alberto
Fernández tiene un desafío y una oportunidad. El desafío es demostrar que es él
quien toma las decisiones. La oportunidad es construir un peronismo republicano
que deje atrás al peronismo feudal que encarnó a lo largo de sus dos
presidencias Cristina Fernández de Kirchner.
Armado. Ese peronismo feudal se
vuelve a observar claramente cuando se analiza el armado que la vicepresidenta
proclamada ha definido en el Congreso. La designación de su hijo Máximo en la
conducción del bloque de diputados del Frente de Todos busca implementar un
control parlamentario absoluto del futuro oficialismo, lo cual ya ha generado
algunos roces.
La decisión del
senador Carlos Caserio de armar un bloque que le responda a AF y no a CFK dejó
a la intemperie esas diferencias. No hay que olvidar que muchos gobernadores
peronistas no callan su sentimiento de profundo rechazo hacia la ex presidenta.
Es que el desamor continúa. Es un desamor silente y profundo.
Está claro que
tras la reunión que mantuvieron Alberto Fernández con su vice y el hijo de ella
en la noche del lunes han sucedido varias cosas. ¿Hubo veto de CFK a posibles
candidatos a ocupar cargos? La respuesta de uno de los que participó de
la reunión fue: “El veto es pura fantasía de los medios. Eso sí, el presidente
proclamado evitó proponer nombres que habrían molestado a CFK (sic)”.
La gestión de
Alberto Fernández nace presa de una duda capital: cuán independiente o no será
de su vice. Hasta aquí, la transición no ha servido para disiparla. Por el
contrario, algunos gestos y/o definiciones dados por el presidente proclamado
no han hecho más que ahondarla.
Es como si en las
entrañas del nuevo poder hubiese en gestación un proceso de “cristinización”.
La posible designación de Carlos Zannini como procurador del Tesoro –nada
menos– sería una ominosa confirmación de esa tendencia. Durante el kirchnerato,
Zannini ocupó la Secretaría Legal y Técnica de la Presidencia, lugar desde
donde se diseñaron varias de las peores cosas que se implementaron a lo largo
de esos doce años.
El procurador del
Tesoro es el abogado del Estado, a quien le corresponde llevar adelante las querellas
originadas en la Oficina Anticorrupción. ¿Qué hará con las que tienen bajo
proceso a los ex funcionarios de aquellos gobiernos, incluyendo a la futura
vicepresidenta?
No se entiende
cómo Alberto Fernández pretende –de concretarse una designación como esta–
hacer creer que “vuelven para ser mejores”.
Nielsen. Uno de
los nombres que parecía estar fuera de toda discusión era el de Guillermo
Nielsen. Hasta el jueves era el número puesto para ocupar el Ministerio de
Economía. El viernes todo pareció cambiar.
Lo que se sabe es
que hubo una discusión fuerte entre el presidente proclamado y Nielsen. No fue
la primera. Son dos personas de carácter. Cuando discuten suelen hacerlo con
vehemencia y vocabulario grueso. Eso generó lo que para algunos es una crisis y
para otros un impasse.
Lo cierto es que
el futuro de Nielsen es ahora incierto. No hay nada definido. Es sabido que
Nielsen –que fue el hombre clave en la exitosa negociación con el FMI durante
el gobierno de Néstor Kirchner– no le profesa ningún tipo de afecto personal ni
de respeto profesional a Axel Kicillof.
Eso se traduce en
diferencias muy concretas a la hora de la renegociación de la deuda de la
provincia de Buenos Aires y de la deuda externa. Recurrir al mercado siendo
condescendiente con los términos de una reestructuración amigable, o siendo muy
duros o cerrando al estilo de Néstor son las opciones bajo análisis.
Economía. No se sabe qué va a ser
de la economía en los próximos meses, si va a haber mucha emisión monetaria o
si se va a pagar la deuda. Eso genera muchísima incertidumbre interna y
externamente.
Como no se
conocen las medidas, lo que por lo menos se quiere saber son los nombres de las
figuras que ocuparán los principales cargos en el futuro gabinete. En esa danza
de nombres surgió en estos días el de Marco Lavagna como posible titular del
Indec.
Las dudas que el
gobierno enfrenta son fruto de las inconsistencias entre lo que hay que hacer y
lo que se querría hacer. Los acreedores van a pedir renegociar la deuda con la
condición de que alguien audite la situación fiscal de la Argentina, que, más
allá de lo que sostiene el actual ministro de Hacienda, Hernán Lacunza, hoy no
es sustentable.
Mientras espera definiciones de Fernández y Fernández,
que servirán de ordenadoras para organizar su gobierno y designar los ministros, Axel Kicillof ha dado algunas definiciones de lo
que será su gestión.
Como tiene
pensado ejercer un dominio efectivo sobre la totalidad de los engranajes de la
administración de la provincia de Buenos Aires, decidió que todos quienes vayan
a ocupar los cargos correspondientes a la categoría director general de
administración (DGA), que son los que le dan funcionalidad a toda la gestión
administrativa, le sean propios. Hay un DGA por cada ministerio, secretaría y
organismo descentralizado.
Los DGA tienen a
cargo un delegado de personal, un tesorero, un director de contabilidad, un
director de presupuesto, un director de compras mayores y un director de
compras menores. María Eugenia Vidal, al no tener gente propia ni con
conocimiento de la estructura administrativa bonaerense, les dio la continuidad
a casi el 80% de los directores que respondían a Daniel Scioli.
Kicillof,
astutamente, no quiere pasar por lo mismo. Por eso tomó la determinación de
conformar una estructura administrativa que le responda sin fisuras. Son
decisiones que ponen de mal humor a los intendentes peronistas del Conurbano.
En ese firmamento
irrumpió de modo fulminante e inesperado el tema del aborto. Por un lado, la renuncia del secretario de
Salud, Adolfo Rubinstein –motivada por la
derogación de la actualización del protocolo para la atención integral de las
personas con derecho a interrumpir el embarazo–, que generó un terremoto en el
actual gobierno.
Y por el otro, la sonora declaración de Alberto
Fernández diciendo que enviará “cuanto antes” al Congreso un proyecto para
despenalizar el aborto.
El arzobispo de
La Plata, monseñor Víctor Fernández, –prelado de la absoluta cercanía al papa
Francisco–, le hizo saber clara y rápidamente la consecuencia inmediata de su
decisión: si eso se concreta, el anhelado vínculo de cercanía con el Sumo
Pontífice quedará reducido a la nada. Y eso abarcará también a Cristina
Fernández de Kirchner.
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