Francisco vive en un mundo que le es ajeno...
Francisco. Ilustración de Pablo Temes.
El Santo Padre vive rodeado de aplaudidores que
celebran la sabiduría supernatural de todo cuanto dice.
Ser Papa tiene sus ventajas. El Santo Padre
vive rodeado de aplaudidores que celebran la sabiduría supernatural de todo
cuanto dice. El fervor que sienten es contagioso.
Gritan los titulares: ¡El Papa está a favor de
la paz! ¡La cree “urgente! ¡Condena el terrorismo con firmeza!
Con entusiasmo conmovedor, en la Argentina por
lo menos los fieles toman tales palabras por evidencia de que Francisco es un auténtico
líder mundial que pronto convencerá a los belicosos de otras latitudes que ha
llegado la hora de batir las espadas en rejas de arado y las lanzas en
podaderas para que no haya más guerras.
El sueño de Isaías así resumido es muy
atractivo pero, según la Biblia, que a veces es más realista que los
bienintencionados dirigentes religiosos actuales, tendremos que esperar hasta
“la parte final de los días” antes de que la paz reine en toda la Tierra.
Por cierto, no hay motivos para suponer que los
guerreros santos que pululan en el mundo musulmán estén por prestar atención a
los pedidos piadosos de Jorge Bergoglio: están demasiado ocupados matando a
quienes no comparten todas sus preferencias teológicas, comenzando con los
cristianos que todavía quedan en la inmensa región que se extiende desde la
costa atlántica de África hasta el mar de China pero que, tal y como están las
cosas, pronto morirán en matanzas o se verán expulsados.
Además de seguir las huellas de los centenares
de dignatarios eclesiásticos de diversas iglesias, políticos e intelectuales
renombrados que en años recientes han viajado a la Tierra Santa trayendo
mensajes de paz y que, casi siempre, dan a entender que la mejor forma de
asegurarla consistiría en que Israel desmantelase sus defensas, Bergoglio se
vio involucrado en un nuevo escandalete en su país natal. No fue su culpa.
En vísperas del 25 de Mayo, llegó a la Casa
Rosada una carta escueta, escrita apuradamente en su nombre por algún
subordinado en que aludió, como es su costumbre, a cosas buenas como la
concordia, el diálogo constructivo y la convivencia pacífica. No fue nada del
otro mundo pero, sin perder un minuto para preguntarse por qué se le ocurriría
a alguien falsificar una esquela tan rutinaria, los vaticanólogos locales,
impresionados por el tuteo, un error de tipeo y otros detalles estilísticos,
decidieron que era trucha, algo inventado por los kirchneristas, un juicio que
fue avalado por el “ceremoniero”, el argentino monseñor Guillermo Karcher, que
la calificó de un “collage” hecho con “mala leche” por un “artista”. En cierto
modo lo fue, pero sucedió que “el artista” responsable de la misiva resultaba
ser el mismísimo Papa.
Desde antes de metamorfosearse en Francisco,
hay dos Bergoglio. Uno es el jefe de una grey de más de mil millones de
personas que está procurando restaurar la autoridad espiritual de la Iglesia
Católica acercándose a la gente y diciéndole que él también cree que el mundo
se ha equivocado de rumbo. De acuerdo común, es mucho más simpático, más “humano”,
que su cerebral antecesor alemán, el papa emérito Joseph Ratzinger o Benedicto
XVI. Este Bergoglio quiere adaptar la institución que encabeza a los tiempos
que corren sin romper por completo con los dos mil años de historia en que se
basa casi todo su prestigio.
El otro Bergoglio es el hombre que, según
Néstor Kirchner, militaba como el “jefe de la oposición”. Si bien no le es dado
continuar desempeñando tal rol, entre sus compatriotas abundan los tentados a
ubicar todas sus palabras, guiños y gestos en el contexto político argentino,
subrayando lo que diferencia su manera de actuar del combativo estilo K, con el
propósito de incomodar a Cristina.
Parecen creer que, como Juan Domingo Perón
cuando estaba en Madrid, Francisco mueve una multitud de hilos, manda
instrucciones cotidianas a sus operadores y por lo tanto está detrás de todas
las maniobras emprendidas por la sucursal argentina de la Iglesia Católica. De
no haber sido por tal ilusión, a nadie se le hubiera ocurrido preocuparse por
la autenticidad de una carta meramente formal.
Ayudar a tranquilizar los ánimos aparte, no hay
mucho que Francisco puede hacer para que por fin la Argentina salga del pantano
socioeconómico y político en que sigue hundiéndose. Protestar, como buen
peronista, contra un orden nacional e internacional inequitativo no sirve para
mucho en un país vapuleado por la inflación que tambalea al borde de la
bancarrota y que, de no ser por la soja hoy y – ¿quién sabe?– el gas shale
mañana, tendría que elegir entre intentar una revolución capitalista dura que
sería denostada por “neoliberal” por un lado y, por el otro, resignarse a un
destino de miseria generalizada. Mal que les pese a los papistas, la influencia
del Sumo Pontífice argentino en el futuro del país será escasa.
También lo será en el resto del mundo. Mientras
Francisco celebra su propia amistad personal con algunos popes ortodoxos,
rabinos judíos e imanes musulmanes, creyentes menos benévolos de distintas
confesiones religiosas hablan el lenguaje de la guerra. En el Oriente Medio, el
Papa trató de congraciarse con todos, en especial con los musulmanes palestinos
que se han propuesto eliminar de cuajo al “ente sionista”, Israel, con sus
habitantes judíos adentro.
Como los izquierdistas “antisionistas”
europeos, Francisco se manifestó terriblemente indignado por la barrera que fue
erigida por los israelíes para frustrar a quienes entraban en su país para
asesinar a hombres, mujeres y niños indefensos; al recordarle el primer
ministro Benjamín Netanyahu y otros voceros israelíes que, a partir de la
construcción de dicha barrera, hubo llamativamente menos atentados terroristas,
el Papa procuró reducir el impacto de su militancia pro palestina anterior
rindiendo homenaje al profeta del sionismo, Theodor Herzl, y visitando Yad
Yashem en que se conserva la memoria de los millones de judíos asesinados por
los nazis.
En su tesis doctoral, el líder palestino,
Mahmoud Abbas –“hombre de paz”, según Francisco–, nos explicó que el Holocausto
fue una obra conjunta de los nazis y sionistas. Abbas se ha sentido dolorido
últimamente porque la guerra civil en Siria, donde ya han muerto más de 150.000
personas en la lucha entre el dictador Bashar al-Assad y sus enemigos
igualmente brutales, ha distraído la atención de los medios occidentales de su
propia causa. Por lo tanto, le encantó la invitación a rezar por la paz en el
Vaticano con Francisco y el nonagenario presidente israelí Simón Peres, un
hombre cuyo peso político es nulo.
No solo el Papa sino también Barack Obama y
muchos otros quisieran creer que el conflicto entre Israel y los árabes
palestinos está en la raíz de virtualmente todos los problemas que están
convulsionando al “Gran Oriente Medio”, de suerte que si lograran
reconciliarse, los islamistas depondrían sus armas. Por desgracia, el asunto
dista de ser tan sencillo como les gustaría suponer. Para Al-Qaeda y el
enjambre de agrupaciones afines que día tras día surgen en Yemen, Irak,
Afganistán, Pakistán, Malasia, el norte de África, Filipinas, el Cáucaso y
China occidental, Israel es solo una manifestación anti islámica más, “el
pequeño Satán” al decir de los iraníes, ya que el enemigo principal es Estados
Unidos, “el gran Satán”, y los países de Europa.
De caer Israel, estarían en la mira Andalucía,
Sicilia y Grecia, que antes habían formado parte del mundo islámico. Los
guerreros más vehementes aluden con frecuencia creciente a un objetivo que,
como entenderá Francisco, tiene un valor simbólico evidente: Roma.
Oponerse a la violencia y predicar a favor de
la paz es fácil, pero es muy poco probable que la breve visita papal al Oriente
Medio haya salvado una sola vida en Siria, Irak, el norte de África u otros
lugares en que los islamistas, envalentonados por el repliegue norteamericano y
la debilidad europea, están avanzando, masacrando a miles de personas de todos
los credos y de ninguno. ¿Se arrepentirán los esbirros del régimen sudanés que
encarcelaron una mujer embarazada y amenazan con decapitarla porque, según
ellos, abandonó el islam por el cristianismo, la fe en la que nació? ¿Ayudarán
las súplicas papales a las casi 300 niñas nigerianas, la mayoría cristiana,
secuestradas por los fanáticos de Boko Haram para vender como esclavas, a los
cristianos de Pakistán condenados a muerte por “blasfemia” contra el islam o
los coptos de Egipto? Claro que no.
Parecería que, como tantos otros, Francisco
teme más herir la sensibilidad tierna de sus interlocutores musulmanes que
exigirles hacer algo positivo, aunque solo fuera organizar manifestaciones
callejeras gigantescas equiparables con las que repudiaron la publicación de
algunas caricaturas insulsas danesas, para protestar contra los horrores
perpetrados por tantos correligionarios. Se entiende: hay que privilegiar “el
diálogo” entre representantes de las distintas ramas del monoteísmo abrahámico.
Pero, mientras el Papa, Obama y otros siguen
dialogando en torno a abstracciones con el presunto propósito de alcanzar un
consenso, hombres de ideas muy diferentes toman nota de su pasividad para
llegar a la conclusión de que los infieles occidentales ya están batiéndose en
retirada, huyendo en pánico de las tierras musulmanas que habían invadido con
la colaboración de apóstatas locales, y que, con tal de que sigan atacándolos,
la victoria final será suya.
© Escrito por Jaime Neilson el Viernes
30/05/2014 y publicado por la Revista Noticias de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.
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