Manga de inútiles…
Teníamos Patria... Dibujo: Pablo Temes.
El escándalo del fútbol refleja otras mayores
incapacidades de la dirigencia nacional. Fin de ciclo, de Chile a Argentina.
Qué notable capacidad para arruinar casi todo: lo que mejor hacemos, la
pasión de multitudes, los colores del corazón. El verdadero superclásico
argentino es convertir una fiesta en un desastre, que pudo haber sido un
velorio. Un país que fue y debería ser fabuloso quedó transformado en un
ejemplo mundial de fracaso colectivo, mediocridad, soberbia, cobardía y
desazón.
Sería un error poner el foco en Boca, el fútbol, la Conmebol, Berni, el
Cata Díaz o las bocas tapadas para que no se note el desconcierto y la
incredulidad. Pudo haber pasado en cualquier cancha, cualquier otro día, en
cualquier otro deporte o en un recital. Pasó en la AMIA, Cromañón, en la
tragedia de Once, con la crisis energética y con la inflación. Arruinamos a
Madres de Plaza de Mayo, a la Universidad de Buenos Aires y hasta a la pobre
estatua de Colón.
Se trata de una sociedad que involucionó a tal punto que es incapaz de
resolver las cuestiones más simples y esenciales, de preservar sus recursos más
valiosos. Que prefiere engañarse a sí misma, deslindar responsabilidades, negar
la realidad, invertir fortunas en proyectos absurdos, derrochar tiempo y
posibilidades.
Todo, rodeado de un marketing tan patético como efectivo, tan caro como
seductor: conectamos, igualamos, somos buena gente, solidarios, incluimos,
construimos, informamos, recreamos, educamos y sanamos. Fuimos potencia, la
casa estuvo en orden, qué lindo fue dar buenas noticias. Ganamos, siempre
ganamos. No importa el resultado, quién o cómo lo mida: para eso destruimos el
Indec, ¿para qué lo queremos? Siempre estamos mejor.
Sería un error desconocer que también hay otra Argentina. Que trabaja,
innova, se esfuerza, lucha, se sacrifica, apuesta e invierte en el largo plazo,
que se rompe el alma cada día para estar aunque sea un poco mejor. Que mira esta
apabullante decadencia con vergüenza e impotencia. Que no le encuentra la
vuelta y que, por suerte, ya no se raja tanto como antes –prefiere pelearla
desde acá–. Pero está bastante resignada: no espera nada bueno ni demasiado
nuevo de sus gobernantes. Ya la han engañado muchas veces. Si hasta intuye que
son todos iguales. O parecidos. Qué más da.
Castillos en el aire. Ante la frustración colectiva, nos ilusionamos con
muy poco. Y tendemos a focalizar en proyectos individuales, en salidas
egoístas, en zafar. Como si eso fuera acaso posible, de ese modo pretendemos
minimizar el impacto de los groseros errores del Estado, de las patéticas
dificultades de coordinación que tenemos los argentinos como sociedad.
Ejemplo: frente al flagelo de la inseguridad, instalamos rejas y alarmas,
nos mudamos a un edificio con sereno, a un barrio privado o ponemos una garita
para que un policía retirado, a menudo casi un Fayt de las fuerzas de
seguridad, ahuyente a los cretinos que nos vienen a robar. Les damos celulares a
los chicos para que nos manden mensajes a cada rato, adaptamos nuestra vida
cotidiana, limitamos nuestros movimientos, nuestra vida cultural y nuestra
espontaneidad. ¿Arreglamos el problema? Para nada: invertimos fortunas para
tener la sensación de que hacemos lo posible para minimizar una amenaza que
está siempre latente, al acecho. Y en cualquier descuido, sin duda, nos va a
afectar.
Sin embargo, este comportamiento alcanza niveles totalmente absurdos y
costos absolutamente exorbitantes cuando los protagonistas son nuestros
dirigentes políticos. En ellos prevalece un personalismo extremo, y esto
involucra tanto a los que están en el Gobierno como los que pugnan por llegar
desde la oposición. Se creen la solución, pero en verdad son una parte
fundamental del problema.
El extremo más patético y enfermizo es la intención de quienes están ahora
de “salvarse”, logrando impunidad de cara a lo que se viene. Eso implica
acumular todo el poder posible, incluyendo el del veto, para seguir influyendo
en la agenda pública a partir del 10 de diciembre próximo. CFK se va de la
presidencia con poder, pero el poder se le va de las manos. Un hecho inédito en
el país: desde el regreso a la democracia, nadie finalizo su mandato reteniendo
tanta autoridad. No se resigna a abandonar ese viejo sueño de poder eterno,
aunque en la práctica sólo puede construir meros castillos en el aire.
El sociólogo chileno Manuel Garretón acuñó el concepto de “enclave
autoritario”: mecanismos institucionales generados por un líder saliente para seguir
influyendo después de abandonar la presidencia y, en particular, lograr
impunidad. Esto permitió entender los dispositivos contenidos en la
Constitución pinochetista de 1980, que siguió vigente durante los primeros
quince años de la transición y que alteraba con disposiciones de naturaleza
autoritaria el normal funcionamiento del sistema democrático.
Por ejemplo, un sistema electoral binominal para que las fuerzas de derecha
estuviesen sobrerrepresentadas (que fue desarticulado recientemente); la imposibilidad
de que el presidente llamase a retiro a los comandantes en jefe de las Fuerzas
Armadas; la designación de senadores vitalicios para vetar cambios
institucionales; y la asignación directa de un porcentaje de los recursos del
cobre para financiar a las Fuerzas Armadas, entre muchas otras.
Malas noticias para Cristina: ni siquiera Augusto Pinochet logró los
resultados esperados: terminó asediado con causas judiciales, totalmente
desacreditado en Chile y en el exterior. Su debacle precipitó la despinochetización
de la sociedad chilena. Las fuerzas de derecha se fortalecieron con su
inesperada democratización, y hasta llegaron al gobierno con Sebastián Piñera.
Lo que está haciendo ahora CFK, a la luz del ejemplo chileno, no tiene
mayor sentido. Se trata simplemente de los caprichos típicos de quien atesoró
demasiado poder y, ante la inminente pérdida, se desespera. Mientras tanto,
dedica tiempo y esfuerzo a diseñar una estrategia de retirada que a la corta o
a la larga no servirá para nada. El que venga construirá autoridad desde la
presidencia, ella lo sabe mejor que nadie. Fue protagonista de un poder que
ella misma construyó de la noche a la mañana cuando falleció Néstor, y antes
fue testigo de cuando su difunto marido logró acumular influencia “desde
arriba”, entre 2003 y 2005.
Tal vez tenga un as en la manga y logre su cometido. Difícil. Esas mangas
se tajean fácilmente, por ahí penetran esos raros gases tóxicos que te nublan
la vista, te cierran la garganta. Es imposible evitar las consecuencias de
tanta desidia. Es inútil pretender que las cosas salgan bien cuando hacemos
todo lo posible para que salgan mal.
© Escrito por Sergio
Berensztein el domingo 17/05/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires.