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viernes, 14 de julio de 2017

Radiografía de los Partidos Políticos... @dealgunamanera...

PJ, PRO y GEN sumaron afiliados a contramano de la tendencia mundial…

En un contexto de crisis de representación, aumentó el total de gente que se anotó en los partidos. El radicalismo es el que más perdió. Uno de cada dos están en el Justicialismo. Foto: S.U.

En un contexto de crisis de representación, aumentó el total de gente que se anotó en los partidos. El radicalismo es el que más perdió. Uno de cada dos están en el Justicialismo.

© Escrito por Rosario Ayerdi el Viernes 14/07/2017 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

A pesar de la crisis de la política que se extiende alrededor del mundo y se profundizó en Argentina en 2001, los partidos políticos de nuestro país muestran un crecimiento leve en los últimos años. El Partido Justicialista y el PRO son los espacios que más aumentaron su cantidad de afiliados, mientras que el radicalismo muestra una baja en sus seguidores.

Según los datos de la Cámara Nacional Electoral, en 2016 se registraron 7.151.637 afiliados, lo que significa más de 250 mil nuevos afiliados en los últimos tres años (en 2013 había 6.893.007). “Aunque la cifra sea menor, es un signo positivo que los partidos sumen afiliados en un contexto en el que a nivel mundial los partidos pierden cada vez más credibilidad.

Lo cierto es que las primarias abiertas simultáneas y obligatorias creadas en 2009 le restaron importancia a la afiliación, pasando a valer lo mismo el voto de un afiliado que el voto de un ciudadano sin pertenencia partidaria”, explica el politólogo Miguel De Luca.

El Partido Justicialista posee el 50 por ciento de los afiliados totales en el país y sumó, desde 2013, 65 mil miembros. Incluso, después de la derrota en la elección presidencial de 2015 continuó ganando adeptos hasta lograr hoy 3.635.206 afiliados.

Por su parte, el PRO, partido que creó Mauricio Macri, consiguió 10 mil adeptos más y el radicalismo perdió 134 mil afiliados.

“Si la ley de partidos políticos obligara a la renovación periódica de las afiliaciones, los números serían brutalmente distintos. Partidos de cuya existencia nadie se acuerda o cuyos miembros activos emigraron en un 95% hacia otros partidos siguen figurando con decenas de miles de afiliados.

El stock de afiliados es una cifra absurda. Las nuevas afiliaciones sí son interesantes y son un indicador o bien de qué partidos políticos están más activos o bien de cuáles disponen de más recursos para atraer nuevos adherentes, lo que habitualmente tiene que ver con el control del Estado”, sostiene el sociólogo Gabriel Puricelli.

A pesar de las campañas que promovieron el voto a partir de los 16 años, son pocos los menores de 18 que completaron las fichas de afiliación (El PJ tiene 643 y la UCR posee 22). “La participación de los últimos años fue más ciudadana que política y no hubo una militancia partidaria sino más bien movimientista desde organizaciones como La Cámpora”, comenta el politólogo Sergio Berensztein.


domingo, 17 de mayo de 2015

Manga de inútiles… @dealgunamanera...

Manga de inútiles…

Teníamos Patria... Dibujo: Pablo Temes.

El escándalo del fútbol refleja otras mayores incapacidades de la dirigencia nacional. Fin de ciclo, de Chile a Argentina.

Qué notable capacidad para arruinar casi todo: lo que mejor hacemos, la pasión de multitudes, los colores del corazón. El verdadero superclásico argentino es convertir una fiesta en un desastre, que pudo haber sido un velorio. Un país que fue y debería ser fabuloso quedó transformado en un ejemplo mundial de fracaso colectivo, mediocridad, soberbia, cobardía y desazón.

Sería un error poner el foco en Boca, el fútbol, la Conmebol, Berni, el Cata Díaz o las bocas tapadas para que no se note el desconcierto y la incredulidad. Pudo haber pasado en cualquier cancha, cualquier otro día, en cualquier otro deporte o en un recital. Pasó en la AMIA, Cromañón, en la tragedia de Once, con la crisis energética y con la inflación. Arruinamos a Madres de Plaza de Mayo, a la Universidad de Buenos Aires y hasta a la pobre estatua de Colón.

Se trata de una sociedad que involucionó a tal punto que es incapaz de resolver las cuestiones más simples y esenciales, de preservar sus recursos más valiosos. Que prefiere engañarse a sí misma, deslindar responsabilidades, negar la realidad, invertir fortunas en proyectos absurdos, derrochar tiempo y posibilidades.

Todo, rodeado de un marketing tan patético como efectivo, tan caro como seductor: conectamos, igualamos, somos buena gente, solidarios, incluimos, construimos, informamos, recreamos, educamos y sanamos. Fuimos potencia, la casa estuvo en orden, qué lindo fue dar buenas noticias. Ganamos, siempre ganamos. No importa el resultado, quién o cómo lo mida: para eso destruimos el Indec, ¿para qué lo queremos? Siempre estamos mejor.

Sería un error desconocer que también hay otra Argentina. Que trabaja, innova, se esfuerza, lucha, se sacrifica, apuesta e invierte en el largo plazo, que se rompe el alma cada día para estar aunque sea un poco mejor. Que mira esta apabullante decadencia con vergüenza e impotencia. Que no le encuentra la vuelta y que, por suerte, ya no se raja tanto como antes –prefiere pelearla desde acá–. Pero está bastante resignada: no espera nada bueno ni demasiado nuevo de sus gobernantes. Ya la han engañado muchas veces. Si hasta intuye que son todos iguales. O parecidos. Qué más da.

Castillos en el aire. Ante la frustración colectiva, nos ilusionamos con muy poco. Y tendemos a focalizar en proyectos individuales, en salidas egoístas, en zafar. Como si eso fuera acaso posible, de ese modo pretendemos minimizar el impacto de los groseros errores del Estado, de las patéticas dificultades de coordinación que tenemos los argentinos como sociedad.

Ejemplo: frente al flagelo de la inseguridad, instalamos rejas y alarmas, nos mudamos a un edificio con sereno, a un barrio privado o ponemos una garita para que un policía retirado, a menudo casi un Fayt de las fuerzas de seguridad, ahuyente a los cretinos que nos vienen a robar. Les damos celulares a los chicos para que nos manden mensajes a cada rato, adaptamos nuestra vida cotidiana, limitamos nuestros movimientos, nuestra vida cultural y nuestra espontaneidad. ¿Arreglamos el problema? Para nada: invertimos fortunas para tener la sensación de que hacemos lo posible para minimizar una amenaza que está siempre latente, al acecho. Y en cualquier descuido, sin duda, nos va a afectar.

Sin embargo, este comportamiento alcanza niveles totalmente absurdos y costos absolutamente exorbitantes cuando los protagonistas son nuestros dirigentes políticos. En ellos prevalece un personalismo extremo, y esto involucra tanto a los que están en el Gobierno como los que pugnan por llegar desde la oposición. Se creen la solución, pero en verdad son una parte fundamental del problema.

El extremo más patético y enfermizo es la intención de quienes están ahora de “salvarse”, logrando impunidad de cara a lo que se viene. Eso implica acumular todo el poder posible, incluyendo el del veto, para seguir influyendo en la agenda pública a partir del 10 de diciembre próximo. CFK se va de la presidencia con poder, pero el poder se le va de las manos. Un hecho inédito en el país: desde el regreso a la democracia, nadie finalizo su mandato reteniendo tanta autoridad. No se resigna a abandonar ese viejo sueño de poder eterno, aunque en la práctica sólo puede construir meros castillos en el aire.

El sociólogo chileno Manuel Garretón acuñó el concepto de “enclave autoritario”: mecanismos institucionales generados por un líder saliente para seguir influyendo después de abandonar la presidencia y, en particular, lograr impunidad. Esto permitió entender los dispositivos contenidos en la Constitución pinochetista de 1980, que siguió vigente durante los primeros quince años de la transición y que alteraba con disposiciones de naturaleza autoritaria el normal funcionamiento del sistema democrático.

Por ejemplo, un sistema electoral binominal para que las fuerzas de derecha estuviesen sobrerrepresentadas (que fue desarticulado recientemente); la imposibilidad de que el presidente llamase a retiro a los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas; la designación de senadores vitalicios para vetar cambios institucionales; y la asignación directa de un porcentaje de los recursos del cobre para financiar a las Fuerzas Armadas, entre muchas otras.

Malas noticias para Cristina: ni siquiera Augusto Pinochet logró los resultados esperados: terminó asediado con causas judiciales, totalmente desacreditado en Chile y en el exterior. Su debacle precipitó la despinochetización de la sociedad chilena. Las fuerzas de derecha se fortalecieron con su inesperada democratización, y hasta llegaron al gobierno con Sebastián Piñera.

Lo que está haciendo ahora CFK, a la luz del ejemplo chileno, no tiene mayor sentido. Se trata simplemente de los caprichos típicos de quien atesoró demasiado poder y, ante la inminente pérdida, se desespera. Mientras tanto, dedica tiempo y esfuerzo a diseñar una estrategia de retirada que a la corta o a la larga no servirá para nada. El que venga construirá autoridad desde la presidencia, ella lo sabe mejor que nadie. Fue protagonista de un poder que ella misma construyó de la noche a la mañana cuando falleció Néstor, y antes fue testigo de cuando su difunto marido logró acumular influencia “desde arriba”, entre 2003 y 2005.

Tal vez tenga un as en la manga y logre su cometido. Difícil. Esas mangas se tajean fácilmente, por ahí penetran esos raros gases tóxicos que te nublan la vista, te cierran la garganta. Es imposible evitar las consecuencias de tanta desidia. Es inútil pretender que las cosas salgan bien cuando hacemos todo lo posible para que salgan mal.

© Escrito por Sergio Berensztein el domingo 17/05/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.