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domingo, 3 de junio de 2012

Finales obvios... De Alguna Manera...

Cómo arruinar un buen final...

Equipos semifinalistas de la Copa Argentina de Fútbol.

Vladimiro: —Entonces,
¿Nos vamos?
Estragón: —Vámonos.
(No se mueven. Telón)
Final de “Esperando a Godot” (1952), de Samuel Beckett (1906-1989).

Detesto los finales obvios

Bogart deja que Ingrid Bergman se vaya con su marido y camina en la niebla junto al policía francés que le salvó la vida mientras el avión despega y él dice: “Espero que éste sea el inicio de una larga amistad”. Casablanca. Ese sí es un gran final. El de la primera Rocky también lo era. La de 1976, dirigida por John Avildsen. Porque perdía. Hacerlo ganar era ridículo, inverosímil. Pero no para Stallone ni para el american dream, que exigía una revancha y el final feliz. Pronto le darían el gusto.

El guión original era de Stallone y estaba inspirado en Chuck Wepner, un tragabollos apodado “el Sangrador” por lo fácil que se cortaba. Chuck era gordo, boxeaba cuando podía, se ganaba la vida vendiendo licores y era el rival perfecto para un Muhammad Alí mal entrenado. Wepner casi lloró de alegría cuando firmó el contrato. Eran 100 mil dólares para pelear por el título mundial y servirle de puching ball a Alí. La pelea se hizo en Ohio y era un trámite. Pero algo salió mal. En el noveno Wepner, bañado en sangre como siempre, embocó un voleo y tiró al campeón. Alí, avergonzado, furioso, le dio una paliza impiadosa. La pararon recién en el round 15, poco antes del minuto final.

Una historia fantástica que hizo rico a Stallone. Alentado por los tres Oscar ganados y el éxito de taquilla, en 1979 escribió y dirigió Rocky II. Y lo hizo ganar, por supuesto. En 1982, ya con Ronald Reagan en la Casa Blanca, llegarían Rambo y Rocky III. Y la infinita saga.

OK: la final cantada para esta primera Copa Argentina debería ser Boca-River. Cualquier otra arruinaría la fiesta y el negocio. Lo mismo pasó en la última Champions. Tenía que ser Barça-Madrid, sí o sí. No podía fallar. Pero falló y fue Chelsea-Bayern Munich. Esa absurda imprevisibilidad, esos guiones escritos por un loco deben ser lo que lo hacen algo tan… apasionante.

Hoy se juegan las semifinales. Una, en Catamarca. Allí Deportivo Merlo será Wepner, y Boca, Alí.

Este campeón también llega agotado por su rush triunfal en el torneo local y la Libertadores. Pero igual pondrá toda la carne al asador. Voraz, busca la Triple Corona. Tanto, que Falcioni arriesgará a su gema más delicada, Riquelme, el que también baila como una mariposa y pica como una abeja, cuando puede o quiere. Y junto al Enganche Melancólico, su elenco estelar: Schiavi, Erviti, Somoza, Cvitanich, Silva… Uy. No hay manera de que no resulte una masacre.

Frente a este ejército de Patton, el equipo del Club Social y Deportivo Merlo, fundado el 19 de octubre de 1954, pocas semanas antes de que su rival de hoy diera su séptima vuelta olímpica en el profesionalismo. Lo llamaron 9 de Julio y la primera sede funcionaba en el Mercadito Claudio, de Héctor Pérez, en Aristóbulo Escalada y Remedios de Escalada, Parque San Martín. Recién en 1968 consiguieron el terreno para hacer la cancha y le cambiaron el nombre. Su evolución es asombrosa. Jugó veinte temporadas en la Primera D, 21 en la C, 13 en la B y ya lleva dos en la Nacional B.

¿Sus jugadores top? Anoten. Leandro Lazzaro, aquel goleador de Tigre con físico de patovica; Capogrosso, arquero de experiencia en el ascenso; el lateral Emanuel Martínez que hizo inferiores en River; Pablo de Muner, ex Argentinos y Poli Ejido de España, y el Chanchi Estévez, el que fue campeón con Racing en 2001, que figura en el plantel pero no fue convocado por el técnico Ferraresi. El equipo, gerenciado desde 2006 por la –atenti– World Sport Management S.R.L de Norberto Arismendi, navega de mitad de tabla para abajo, pero sin peligro de descenso. Un mérito enorme.

¿Sus chances? Las mismas que tendría Filosofía aquí y ahora, con José Pablo Feinmann, en televisión abierta y compitiendo con Tinelli. O algo así. Pero… como dicen los de las tres tiras, “impossible is nothing”. Salvo conseguir dólares, claro. Si es por mí, soy fan del programa del gordo. Y si alguna vez, jugando por la Copa del Rey de 2009, el Real Madrid perdió 4 a 0 contra el Alorcón, un club de la tercera categoría… ¡cualquier cosa puede pasar muchachos! Esto es fútbol, todavía.

Personalmente, me inclinaré por el más débil. Que no es Clarín, en este caso, sino Deportivo Merlo.

En la otra semi chocarán Racing-River, el clásico más antiguo de la historia. Y el más desparejo, para mi desconsuelo. Racing ganó 37 partidos y River ¡86!, con 42 empates. Si es por historia, ganan con la camiseta. Pero la coyuntura hoy es otra, colegas. Para empezar, River está en la B y Racing, en Primera. Es una diferencia. River, por ejemplo, los tiene a Trezeguet y Cavenaghi, y Racing a Pablito Cavallero y Santander, el sátiro virgen. Glup. Mejor olvidemos las comparaciones, siempre tan odiosas.

¿Qué River jugará con suplentes? ¿Como Boca hace 15 días en Avellaneda? ¡Oh, nooooh... !
Seré claro: quiero que gane Racing. Porque es mi equipo y porque apoyo la idea más subversiva desde la curiosa aparición del “dólar blue”, viejo apotegma maradoniano llevado al extremismo cromático. “¡Ese es más falso que dólar celeste!”, solía chicanear nuestro mito nacional en el exilio en sus momentos de euforia. Mirá vos. Se le hizo.

Apoyo incondicionalmente a la final inverosímil, compatriotas: Racing-Merlo.

Y propongo, además, que el ganador también se lleve, como premio y castigo, la espantosa estatua y sus mismísimos cuernitos.

Será justicia.

© Escrito por Hugo Asch y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 2 de Junio de 2012.